En
Cuba votar no es obligatorio, pero casi,
porque para no buscarse problemas con
los CDR, la gente acude cual manada a los colegios, se para frente a las
urnas de cartón custodiadas por pioneros
y marcan de prisa y con desgano, para salir del paso, cualquiera de
las casillas
Luis Cino Alvarez. CUBANET
No sé qué asombra más por estos días, si la nueva
resurrección del Comandante o los casi ocho millones de personas que dice el
régimen que votaron en las elecciones municipales del Poder Popular.
Parece que solo tres o cuatro
empleados vieron a Fidel Castro cuando estuvo hace unos días en el Hotel
Nacional. Si fueron más, parece que estuvieron tan ocupados los
milagreros-abducidos en atestiguar la aparición que a nadie se le ocurrió
retratar al Comandante como prueba de vida. Hubiese sido mucho más convincente
que las fotos de Fidel con sombrero (“como un cuadro del viejo Chagall”) para demostrar que no se ha muerto.
Sabemos lo duro de pelar que es el
Máximo Líder y la fe inconmovible de sus seguidores, siempre prestos a los milagros, la taumaturgia y los efectos
especiales. Eso lo explica todo.
Menos creíble es la masividad de la
votación en las elecciones de delegados del Poder Popular del domingo 21 de
octubre: más de un 90 %, según datos oficiales.
En el año 2007, según datos oficiales,
el 10,62% de los cubanos con derecho al voto, no votaron, anularon sus boletas
o las depositaron en blanco. Cinco años
después, con el empeoramiento de la situación económica y social y el evidente
descontento de la población, no hay por
qué esperar que se haya revertido esa tendencia, sino todo lo contrario.
Los cubanos acuden a las elecciones de
delegados del Poder Popular a sabiendas que son sólo una farsa, otra más: su
asistencia o no a las urnas, nada cambiará.
En Cuba votar no es obligatorio, pero casi, porque
para no buscarse problemas con los CDR,
la gente acude cual manada a los colegios, se para frente a las urnas de cartón
custodiadas por pioneros y marcan de
prisa y con desgano, para salir del paso, cualquiera de las casillas. ¿Qué más da un candidato u otro? Se
sabe que ninguno, por mucha voluntad que tenga, puede resolver los más elementales problemas de sus
electores: los baches, la recogida de la basura, los salideros o la calidad del
pan.
Muchos preferirían anular la boleta,
depositarla en blanco o sintetizar en una
palabrota lo que piensan del régimen, pero no se atreven por temor a que
los descubran y tomen represalias. He escuchado a algunos decir cosas tan
disparatadas como que dentro de los colegios hay cámaras, micrófonos y otros
dispositivos electrónicos de vigilancia.
Pero es tanta la desesperación que
cada vez son más los que pierden el
miedo.
En mi circunscripción, la número 126,
en Parcelación Moderna, Arroyo Naranjo,
como en otras mil circunscripciones de todo el país, tendrán que ir a segunda vuelta porque ninguno
de los candidatos logró la cantidad de votos requeridos. Muchas personas no fueron a votar; incluso, muchos de los que
habitualmente votan para no “marcarse” o porque dicen “no estar en nada”. Me
cuentan que mucha gente aprovechó las boletas para exigir comida, agua, gas
para cocinar y más guaguas. Y como siempre, muchos las dejaron en blanco.
Las boletas anuladas son oficialmente atribuidas al “desconocimiento o el exceso de entusiasmo”:
lo califican como “deficiencias
humanas”.
Respecto a las boletas en blanco, no
importa que sean muchas. En las mesas electorales las marcan y las contabilizan luego. De cualquier modo,
el régimen siempre gana.
No será tanto como el 90%, pero no
dudo que la mayoría de los vecinos de mi
barrio votaron disciplinadamente. Aun
los que se quejan y me preguntan desconsolados: “¿Cuánto tiempo tú crees que le quede a esta mierda, mi hermano?”
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