Empecemos
por aclarar que efectivamente la revolución destacó la importancia de la
educación, pero no sobre las ideas de Martí, sino sobre las de Antón Makarenko,
un pedagogo soviético nacido en Ucrania.
Frank Cosme Valdés Quintana. CUBA ACTUALIDAD (PD)
Escolares cubano en labores agrícolas |
El título de este trabajo lo dice
todo. Esa es la impresión que a cualquiera le causa cuando alguien da como
cierto algo que es falso y no solo eso, sino que emite juicios donde afirma
algo que desconoce.
Una noticia leída en el blog español
Terra del 4 de octubre pasado, además de informar sobre ciertas realidades
actuales referentes a las rebajas en el presupuesto que se dirige hacia la
educación en Cuba, parece al mismo tiempo ─ por el rumbo que coge esta
información en cuanto afirmaciones ─ que justifica la debacle social y educativa
ocasionada por las llamadas escuelas en el campo.
Según el autor de este artículo: “La
revolución destacó la importancia de la educación e incorporó las ideas de José
Martí, padre intelectual de la nación”. Indica este “experto” que José Martí
“defendió la norma de combinar el estudio con el trabajo”, una práctica que el
gobierno revolucionario adoptó con la creación de las escuelas internas en el
campo.
Ahora resulta que Martí, además de ser
el autor intelectual del Moncada, según el máximo jefe, de acuerdo a este
cubanólogo es también el autor intelectual de las escuelas en el campo.
Empecemos por aclarar que
efectivamente la revolución destacó la importancia de la educación, pero no
sobre las ideas de Martí, sino sobre las de Antón Makarenko, un pedagogo
soviético nacido en Ucrania.
En los primeros años de la revolución,
después de desactivar la Escuela Normal para Maestros, sita en la esquina de
San Joaquín y Amenidad, en La Habana, esta fue suplantada por el Instituto
Pedagógico “Antón Makarenko”.
Las maestras makarenkos, como las llamaban,
eran jóvenes traídas de provincias, que fueron preparadas para dar clases en un
nuevo estilo, el estilo ruso de enseñanza, donde lo azul era rojo, justificado
con la ya conocida dialéctica marxista.
Hoy, ni siquiera en los medios oficiales casi
se nombra a este fracasado experimento ─
uno de tantos, como la escuela al campo ─ en que se pretendió de la
noche a la mañana convertir en pedagogas a un grupo numeroso de adolescentes
(en años recientes volvió a ocurrir con los maestros emergentes).
En cuanto a que Martí defendía la
norma de combinar el trabajo con el estudio, eso es más viejo que Matusalén.
Hasta en la antigua Grecia hubo maestros que la aplicaban. Pero en ningún
momento Martí se refirió a construir escuelas” en el campo e internar
obligatoriamente a los educandos separándolos de los padres. Más bien habló
sobre “un huerto escolar” en los terrenos aledaños a la escuela, algo que los
que ya peinamos canas conocimos en los antiguos colegios. Pero con la
revolución, el pequeño huerto se convirtió en las escuelas en el campo,
situadas hasta a 100 kilómetros de distancia del lugar de residencia de los
alumnos.
Para qué hablar de los 15 días
obligatorios en Tarará, al este de La Habana, que tenían también que pasar los
niños de primaria, que fueron suspendidos por el desastre de Chernóbil, en
Ucrania, pues en aquel campamento alojaron a los niños accidentados que fueron
atendidos en Cuba.
Aunque también en este artículo de
Terra se nombra a un arquitecto que expresa que la educación universitaria era
“casi segura”, en ese “casi” no explicó o no se atrevió a explicar este
constructor, que muchos que les gustaba estudiar no pudieron, pues entre el
Servicio Militar Obligatorio (SMO), el Servicio Militar General (SMG), la
guerra de Angola y posteriormente las movilizaciones militares por cuanta cosa
dijeran los presidentes de turno de Estados Unidos, lo cual acababa siempre en un
estado de alerta en Cuba.
Algunos lograron escapar gracias a
certificados médicos, amistades en el comité militar o simplemente porque
tuvieron suerte. Las mujeres fueron las menos afectadas, pues aunque se
intentó, no progresó el servicio militar obligatorio para ellas y es por eso
que hay más mujeres profesionales que hombres en Cuba. No es una conquista de
la revolución, como pregonan algunos voceros y repiten algunos medios foráneos:
es una consecuencia fruto de una causa.
El autor se despista aún más en este artículo
de Terra, cuando también enfoca las quejas de muchas familias que no pueden
pagar maestros particulares para sus hijos con la intención de que puedan
conseguir carreras universitarias. Lo hace de una forma que desvía la atención
hacia la esencia de esta anomalía, que es una simple pregunta: ¿Es entonces tan
deficiente la educación en Cuba que hay que pagar maestros particulares para
que los hijos aprueben? Habría que agregar que así sucede desde hace años y
desde la primaria.
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