Editorial La Prensa de Managua
Caricatura Diario La Prensa, Nicaragua |
Aunque el Tribunal Supremo Electoral
de Honduras aún no da un ganador de las elecciones del domingo y el líder del
partido Libertad y Refundación (Libre), el controversial expresidente expulsado
del poder en 2009, Manuel Zelaya, esté gritando “fraude”, la victoria del
candidato del Partido Nacional (en el poder), Juan Orlando Hernández, es prácticamente
un hecho.
Según reportaron las agencias de
noticias ayer, en el cuarto informe del TSE, Hernández suma el 34.19% (631,079
votos válidos), mientras que Castro 28.83% (532,198 votos) con el 58% de las
actas escrutadas. En tercer puesto, con el 20.76% (383,283 votos) aparece el
aspirante del opositor Partido Liberal, Mauricio Villeda, quien ayer dijo que
aceptará los resultados oficiales.
Esa tendencia se ha mantenido desde el
primer informe y el único argumento que tienen Zelaya y su esposa para
declararse “ganadores” son sus propias encuestas a boca de urna.
Sin embargo, los resultados de las
elecciones hondureñas más que un alivio deben representar una campanada de
alerta. Que el Partido Libre, de Zelaya, con casi el 29% de los votos esté
rompiendo el bipartidismo histórico que han mantenido en ese país el Partido
Nacional y el Partido Liberal — hoy relegado al tercer lugar — es un claro
mensaje de la ciudadanía, que está insatisfecha con el trabajo que han
realizado los Gobiernos hondureños, sean nacionalistas o liberales.
Que surja una tercera opción no es el
problema. Es parte del juego democrático. El problema es que esa tercera
opción, el Partido Libre, de Zelaya, tiene sus raíces en el llamado socialismo
del siglo XXI de Hugo Chávez, que aunque ha resultado ser un fracaso en la
propia Venezuela, con sus cantos de sirena populistas, ofrece una alternativa
tentadora para los millones de hondureños empobrecidos que no ven en los partidos
tradicionales una respuesta.
El problema con los políticos que se
inspiran en el socialismo del siglo XXI es que usan los mecanismos de la
democracia para acceder al poder, y usan el populismo para atraer los votos,
pero una vez en el poder empiezan a intimidar y a destruir el sistema
democrático para garantizar su permanencia a perpetuidad, y para colmo no
resuelven el problema de la pobreza. Eso ha ocurrido en Venezuela, Bolivia,
Ecuador y Nicaragua. Sin duda ocurriría lo mismo en Honduras de tener los
Zelaya una nueva oportunidad de sentarse en la silla presidencial.
De tal manera que si los hondureños
quieren seguir construyendo su democracia no se pueden limitar a realizar
elecciones cada cuatro años. La democracia es mucho más que eso, para conservar
su legitimidad debe ser efectiva, con esto queremos decir que debe controlar la
corrupción, debe asegurarse que las leyes son iguales para todos, que las
libertades individuales sean respetadas, pero además debe resolver los
problemas más urgentes de su población, y al menos mostrar algunos resultados
rápido.
En el caso de Honduras esos problemas
son la pobreza del 65% de sus habitantes y la increíble violencia que se
expresa en 20 homicidios diarios. No es solo con el fomento a las inversiones
que hay que esperar que maduren para que produzcan empleos, o solo con el
control de las maras “manu militari” que se van a resolver estos problemas.
El presidente electo de Honduras debe
implementar planes de asistencia social que sean un bálsamo para las
necesidades de los más pobres, a la vez que trabajar en políticas que
consoliden el desarrollo económico y social del país. Pero esto no es un
problema que debe resolver solo Honduras, es un problema al que deben poner
atención vecinos como El Salvador y Guatemala si no quieren terminar como
Nicaragua. (La Prensa de Managua)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario