Juan Ramón Martínez. LA TRIBUNA
Concluidas las elecciones, con una
votación masiva, se ha confirmado que el sistema democrático de partidos
funciona, que el pueblo rechaza las aventuras
políticas extremas, que los partidos tradicionales ─ representados por el
Partido Nacional todavía tienen
capacidad de convocatoria ─, que hay diferencias en la manera de ver las cosas;
y que, es evidente que más de la mitad de la población electoral, está
descontenta con lo que hasta ahora han hecho los políticos. Adicionalmente, hay
que decir que el Partido Liberal, sigue postrado, afectado de sus propias
debilidades, que Libre ─ pese a la derrota anunciada ─ sigue siendo una
propuesta tentadora; y que fuera de Nasralla, que asume la voluntad de cambio
de una fuerte cantidad de compatriotas que están a disgusto con la falta de
ética de los que han gobernado al país, los nuevos partidos no tienen futuro
alguno. Tanto los más garrudos, como los más recientes. Carecen de fuerza, no
despiertan el imaginario popular y provocan poca esperanza. Hay que hacer algo.
Los hondureños votaron masivamente. Su
concurrencia volvió a las tendencias observadas en las elecciones de 2005. Y su
comportamiento, desde todas las “tiendas” políticas, fue ejemplar. Y el hecho
que se haya decidido por un sector tradicional como el Partido Nacional, que
levantó la bandera de la defensa del sistema democrático ante la embestida
totalitaria de Libre, no disminuye el hecho que más de la mitad de los que
votaron, tienen quejas e incomodidades con los partidos políticos, con el
liderazgo poco comprometido con sus necesidades. Y que rechaza una partidocracia irresponsable,
inconsecuente, vendedora de dulces para niños de pecho, con una burocracia que
no está al servicio de la ciudadanía, sino que bajo el caudillismo inmoral, que
descuida sus deberes de servir a la población. Y que más bien, extrae la
riqueza y se la apropia egoístamente.
Todo confirma que el país debe
transformarse. Que la sociedad debe fortalecerse ─ más allá de las ONG que no
pueden; ni deben, sustituir a los partidos políticos ─ que estos tienen que
democratizarse y modernizarse científicamente, para que dejando de ser
expresión caudillezca, se transformen en entidades democráticas, sometidas al
estado de derecho; y colocadas bajo la mirada escrutadora de los electores, que
deben recuperar el poder, la fuerza y la dirección de las cúpulas autoritarias
que los dirigen. Los resultados alcanzados por Nasralla, que sin organización
confiable ganó el departamento de Cortés, derrotando al Partido Liberal que
nunca contó con el respaldo de los Rosenthal que no gozan del respaldo de los
liberales; y que, aparentemente apoyan a Libre es una indicación que hay
espacio para los outsaider, para los “predicadores” sin partido, sin ideología
definida y sin propuestas. Porque gran parte del pueblo está cansado de las
chapucerías, de la falta de responsabilidad; e incluso de la deshonestidad de
los que solo buscan los cargos para robar y ofender. Amargándole la vida.
Libre, debe haber aprendido la
lección. No se puede enfrentar a todos simultáneamente. Que la política es el
arte de la negociación. Que el apoyo externo, inadmisible es complementario. Y
que la agresividad, el culto al autoritarismo, no provocan el respaldo para
creer que pueden asaltar al país. Y convertirlo en una hacienda particular,
manejada por la esposa del caudillo, dueño de ese instituto político. Se impuso
la moderación y se rechazó el revanchismo.
La primera conclusión, es que el país
sigue cojeando de la pierna izquierda, que hay que hacer esfuerzos para
reformar la institucionalidad vigente, que se debe cambiar la operación del
Congreso Nacional – democratizándolo y colocando a los diputados al servicio de
sus votantes ─ que el Poder Ejecutivo
debe reducirse y descentralizarse; y que el Poder Judicial, está obligado a probar
su capacidad para funcionar sin miedo; y sin que los jueces se entreguen al
tilín tilín del narcotráfico internacional. El que Libre haya ganado en las
zonas más afectadas por este delito, debe obligar a sus dirigentes a cambiar; y
muchos, ser sustituidos por personas sanas que comprueben que, no son
narcodependientes. Y la segunda, es que hay que cambiar de actitud, siendo más
responsables con Honduras. Que seguimos de pie; pero en vilo. Podemos caernos.
Empujados por el viento, por los aventureros, los locos; o por los
narcotraficantes. ¡Ojo al Cristo¡
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