Mario
J. Viera
Quizá
no tenga yo el refinamiento de un intelectual afrancesado, ni tenga la “plus grande finesse” propia de los
grandes intelectos; pero de ahí a considerarme un ignorante que muestre “su
desprecio por una idea que no comprende (autonomía y anexión son dos conceptos
contrapuestos)” ya es algo que va más allá de la fina ironía. Permítame decirle
al distinguido Fernando Núñez que conozco perfectamente las diferencias existentes entre autonomía y
anexionismo.
Dejemos
que sea la Real Academia Española la que defina el concepto de autonomía. Según
la que limpia, fija y da esplendor, autonomismo deriva de la palabra latina autonomĭa, y esta del gr. αὐτονομία. Y
la define en su primera acepción como: “Potestad que dentro de un Estado tienen
municipios, provincias, regiones u otras entidades, para regirse mediante
normas y órganos de gobierno propios”. Es decir, la autonomía es una concesión
del poder central para que un
determinado territorio bajo la soberanía de un Estado (incluida una
colonia) pueda “regirse mediante normas
y órganos de gobierno propio”.
De
esta definición se despende que ningún Estado pueda concederle autonomía a otro
Estado soberano, algo, evidentemente absurdo.
Anexión
es la unión de territorios realizada por un determinado Estado, absorbiendo
bajo su soberanía aquellos territorios, ya sea una nación independiente, parte
del territorio de otro Estado o una colonia.
Por
tanto proclamar a Cuba como provincia autónoma de España, requiere, en primer
lugar que Cuba renuncie su soberanía a favor de la soberanía del Reino de
España; es decir, anexar a Cuba a España, y luego proceder a la declaración de
provincia autónoma. Entonces, ¿dónde está la presunción, en este caso, de que
anexión y autonomía sean conceptos contrapuestos? En fin de cuentas, la
propuesta de Autonomía Concertada para Cuba plantea la “reincorporación de Cuba
a España”. ¿Es o no es una propuesta de anexión bajo el eufemismo de
“reincorporación”?
No
sé a qué se refiere el distinguido anexo-autonomista cuando me espeta el
trillado dicho de “Dime de lo que presumes y te diré lo que te falta”. No
presumo de nada, salvo que tengo fe en la capacidad del cubano de, una vez
haberse sacudido del castrismo, levantar a la isla hasta un alto desarrollo
económico y social.
En
su último artículo publicado bajo el sarcástico título de “La patria es de todos, también de los traidores”,
poco le faltó a Monsieur Fernando para acusarme de castrista, ya que ve en mí
una “adhesión intransigente a la línea política oficial”. Desde 1988 formé
parte del movimiento de resistencia pacífica de Cuba; conocí las “mieles” del
presidio político. En 1996 me incorporé al movimiento del periodismo
independiente hasta junio del 2000 cuando me acogí al exilio en los Estados
Unidos. Conocí en esa época prácticamente todos los nombres de los opositores y
disidentes. Muchos personalmente, otros de oídas; pero no recuerdo nunca haber
escuchado el nombre de un Fernando Núñez vinculado con la oposición interna, ni
conocer ninguna denuncia suya a favor de los derechos de los cubanos para
alcanzar la transición hacia la democracia.
Tal
vez me excedí por pasión cuando en mi artículo “Respuesta a un integrista desfasado” expresé: “Quédese Núñez practicando su malabarismo
lingüístico en Francia soñando desde allí con la imposible devolución de Cuba a
la corona española y no ocupe páginas donde opinan cubanos que se sienten
orgullosos de ser cubanos y que honran y veneran al estandarte de la estrella
solitaria”.
Realmente
él tiene derecho a expresar sus opiniones por cualquier medio; pero yo, y
muchos de los que escriben para Cubanet, incluidos los periodistas a los que
Núñez les dedica el título de independientes enmarcado dentro de unas
peyorativas entre comillas, también tenemos el derecho de criticar las ideas
que consideremos viciosas o perjudiciales para la dignidad nacional, que por
supuesto no se corresponde con el concepto castrista de “dignidad nacional”. Y
sí, contrario a lo que opina el naturalizado francés que no vive en España, todos
tenemos el derecho de discutir las ideas y hasta las creencias de cualquier
otro ser humano. La tolerancia implica permitir expresar la opinión ajena
aunque no se la comparta; pero tolerancia es también criticar y opinar en
contra de esa opinión ajena.
Núñez
reclama “quitarse de encima el santoral revolucionario, separando para siempre
la Historia de la Política”. Esto del “santoral revolucionario” es una imagen
recurrente del señor Núñez e insiste en que hay que separar “la Historia de la
Política” cuando contradictoriamente él ha recurrido continuamente a sofismas
históricos para justificar su ideario anexo-autonomista. Ejemplo de esto son
sus artículos “Los cubanos no quieren libertad”, “Cuba y España, de un pájaro la dos alas”, publicados en Cubanet y otros como el titulado “Máximo Gómez no fue un genio militar, ni un buen político y ni siquiera
era cubano”. Y hasta es partidario de cotejar los hechos históricos para
darle soporte a su peregrino ideario; ¿acaso no dijo: “Revisar la Historia no es peligroso porque los hechos pasados son
incontrovertibles”?
¿Qué derecho tiene Ferrán Núñez a endilgarle a alguien un
lenguaje oficialista cuando él se hace eco del decir del castrismo de que la
República cubana era una “Pseudo república” y de referirse a las naciones
hispanoamericanas con el mismo argumento
de los Castro, de Chávez y de toda la comparsa del izquierdismo bananero, de
estar “desunidas y débiles frente a los
Estados Unidos”?
Con
esto pongo punto final al debate abierto con los integristas
anexo-autonomistas, no es meritorio perder más tiempo en rebatirles. Solo
quiero recomendarle al Sr. Núñez que para su ilustración sobre lo que fue el
Partido Liberal Autonomista, ya que tanto le complace los histórico, que lea
detenidamente el trabajo de la historiadora española Marta Bizcarrondo Albea,
titulado “El autonomismo cubano 1878-1898: Las ideas y los hechos”. Allí verá
que muchos de los mentores del autonomismo tenían como objetivo final alcanzar
la independencia de Cuba a través de un proceso evolutivo partiendo de la declaración
de la autonomía.
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