Fernando
Mires. Blog POLIS
La
candidatura de Henrique Capriles Radonski ha logrado unificar dos dimensiones
que en la historia reciente de Venezuela estaban separadas. Una es la lucha por
las libertades democráticas. Otra, la lucha por la justicia social. Esa es la
razón por la cual la de HCR no sólo es una candidatura. Además, es ─ o ha
llegado a ser ─ un movimiento nacional, político y social a la vez.
No
toda candidatura posee esa doble dimensión. Si analizamos elecciones recientes
en América Latina, veremos que las que dieron como vencedoras a Dilma Rousseff
y a Cristina Fernández corresponden con una fuerte demanda social iniciada
durante los gobiernos de Lula y Kirchner respectivamente. La elección que llevó
a José Mujica al gobierno uruguayo fue también más social que política pues las
libertades democráticas estaban, antes de la elección, plenamente garantizadas.
La elección que dio triunfador a Humala en la segunda vuelta fue, en cambio,
más política que social puesto que para los partidos que lo apoyaron se trataba
de evitar lo que ellos consideraban un “mal peor” (retorno del fujimorismo). A
su vez, la elección que dio como vencedor al PRI de Peña Nieto, corresponde más
bien al modelo clásico mediante el cual diversas opciones compiten entre sí,
sin que ninguna logre perfilar una dirección muy distinta a las demás.
En
fin, en pocas elecciones la dimensión política y la social han estado tan unidas
como en la candidatura del HCR. Esa es quizás una de las razones que explican
por qué Capriles ya es considerado, y no por pocos, como probable vencedor en
las elecciones que tendrán lugar el 7-O. Estamos sin dudas frente a un nuevo
fenómeno político.
Para
entender el nuevo fenómeno político hay que tomar en cuenta que en todas las
elecciones habidas durante su mandato, Chávez, elevado a la categoría de
campeón de la justicia social, pudo imponerse sobre una oposición que si bien
ha logrado erigirse como defensora de las libertades políticas, no estaba
todavía en condiciones de representar los intereses de los sectores sociales
más desposeídos.
Chávez,
eximio populista, ayudado por la evidente desvinculación entre “lo social” y
“lo político” que caracterizó a la democracia pre-chavista, logró crear la
imagen simbólica, todavía arraigada, de una oposición “burguesa y oligárquica”
opuesta a los intereses del pueblo, frente a la cual, él, supremo justiciero,
se erige como histórico vengador.
No
importaba que gran parte del contingente chavista no proviniera de ninguna
izquierda social, sino de grupos de aventureros sin pasado político, fragmentos
adecos y masistas y, no por último, de los más oscuros cuarteles. No importaba
tampoco que en la oposición se encontraran destacados luchadores sociales,
partidos socialdemócratas, dirigentes obreros y hasta antiguos guerrilleros.
Mediante su demagogia, más el uso de dádivas, misiones y concejos comunales,
Chávez logró estatizar a diversas organizaciones sociales, dando forma a un
sistema corporativo que le permitió aparecer, en el interior y en el exterior
de la nación, como líder revolucionario de un pueblo políticamente organizado.
De esa falsa imagen ha vivido hasta ahora el chavismo.
Fue
así que Capriles, entre otros, entendió que Chávez no podía ser más enfrentado
oponiendo el principio de libertad al de necesidad. Así también lo entendieron
los electores de las primarias al elegir a Capriles como su abanderado.
Capriles, siguiendo ese mandato, decidió desafiar a Chávez en los que se creía
eran sus reductos inexpugnables: las aldeas y pueblos: allí donde viven los
pobres, los abandonados, los humillados y los ofendidos.
Falta
de hospitales, de escuelas, de caminos, de agua, casas de cartones,
inseguridad, predios abandonados, ausencia de ayuda estatal, solo una que otra
misión donde son repartidos regalos en épocas electorales a cambio de llevar
una franela roja. En fin, la revolución social de Chávez nunca había tenido
lugar.
De
todos los escándalos que ha vivido la Venezuela chavista quizás no hay ninguno
más grande que el de la revolución. Porque ni siquiera en términos
antimperiales ha realizado Chávez una revolución. Al contrario, Venezuela ─ víctima
del deterioro del aparato productivo ─ ha llegado a ser uno de los países más
dependientes de las importaciones norteamericanas de todo el continente. De las
exportaciones, ni hablar. La independencia económica no sólo no ha tenido lugar
sino, además, ha sido fortalecida, y todo eso, a costa de los productores y
trabajadores venezolanos. Ese hecho, el escándalo de una revolución que nunca
fue, ha sido denunciado sistemáticamente en el discurso político de Capriles.
Analizando
videos de las masivas manifestaciones que se desatan en todos los lugares donde
aparece Capriles, es posible advertir que su discurso emerge de un encuentro
entre el candidato y la realidad que lo circunda. Es por eso que, en primer
lugar, el de Capriles es un discurso descriptivo. Eso quiere decir que no es un
discurso ideológico. En ninguna de sus intervenciones vamos a encontrar frases
dedicadas al capitalismo, al comunismo, a la izquierda o a la derecha, al bien
o al mal.
Capriles
no habla de cambiar el orden económico mundial, ni de salvar al planeta, ni de
guerras en contra del imperio. Pero sí de construcción de caminos y puentes, de
escuelas y hospitales, en fin, de los temas de la vida cotidiana. Y la gente
así lo entiende y así lo siente. En cierto sentido podríamos decir que Capriles
está contribuyendo a des-ideologizar el idioma político venezolano. ¿Será esa
una de las razones por las cuales sus enemigos dicen que es un mal orador?
Sobre ese punto vale la pena detenerse un instante.
Antes
que nada debe ser aclarado qué es lo que se entiende por oratoria política. Se
trata de algo muy simple: La oratoria política consiste en decir las palabras
precisas, en el momento preciso y en el lugar preciso. Luego, el orador
político debe ser antes que nada un expositor. Y Capriles lo es. Ahora, desde
ese punto de vista, y a diferencia de lo que muchos creen, Chávez es un pésimo
orador político. Chávez ─ eso es muy diferente ─ es un excelente predicador. Es
por esa razón que, cuando Chávez habla, su oratoria adquiere el carácter de una
prédica evangélica.
Chávez
grita, gesticula, ríe y hace reír, llora y hace llorar a los suyos. Sus fieles
son transportados a una suerte de catarsis en esas misas profanas en que
convierte cada una de sus apariciones públicas. En ese sentido Chávez apela al
inconsciente religioso e incluso mágico de su pueblo. Su mensaje, por lo mismo,
no es político. Es, en gran medida, anti-político. No así el de Capriles. Pues
la política vive de los problemas concretos de la polis, aunque esa polis no
sea más que un poblado perdido entre los montes.
Decir
las palabras precisas en el momento y en el lugar preciso requiere de un arte
que no domina Chávez: el de la brevedad. Capriles, por su lado, sin
aspavientos, ha sabido marcar con frases muy breves su trayectoria electoral.
“Yo no vengo aquí a quedarme para siempre”; “Mi gobierno tendrá plazo de
vencimiento”; “El proyecto que lidero no es contra nadie, es a favor de todos
ustedes”; “Con los recursos que tiene Venezuela es imperdonable que haya
ciudadanos que padecen hambre”. Cada una de esas frases impregna la mente ciudadana
de un modo mucho más profundo que un discurso de tres horas, chistes viejos,
canciones y bailoteos incluido.
Hay,
además, otro punto que debe ser remarcado en la sintaxis política de Capriles.
En cada lugar que visita no sólo él hace
uso de la palabra. La “sociedad” a través de sus representantes también habla
con Capriles y al hablar se articula consigo misma. Capriles hace entonces lo
que Chávez nunca ha sabido hacer: escucha. Luego, sobre la base de lo
escuchado, Capriles interviene y expone. Su discurso entonces no surge de una
simple subjetividad narcisista. Es una respuesta “al otro”. O dicho así: El
discurso de Capriles ─ a diferencias de el de Chávez que es monológico ─ es
dialógico. De este modo la política recupera una de las características sin la
cual nunca habría nacido: la dialogicidad, única posibilidad del humano para
ser lo que bajo el imperio del monólogo es imposible: un sujeto de sí mismo a
través del espejo de los otros.
Que
el discurso de Capriles sea dialógico no excluye por cierto el antagonismo con
el adversario. Antagonismo que al ser político no recurre al lenguaje de la
guerra el que a través de insultos innombrables maneja a la perfección Chávez.
“Yo no vengo a pelear aquí con nadie” ─ dice Capriles. Pero sí, interpela
directamente a Chávez. Por ejemplo, cuando comenzó su campaña se refería sólo a
“este gobierno”. Mas, poco a poco Capriles ha personalizado sus ataques. Ahora
habla de “el otro candidato”, o de “el candidato del gobierno”; y más aún: de
“el candidato del pasado”. A veces, sin
mencionar a Chávez, lo descoloca por completo. “Yo quiero ser el presidente de
todos los venezolanos, incluyendo a los rojos”. O cuando refiriéndose a la
gloriosa frase: “quien no es chavista no es venezolano” responde de modo
fulminante: “No es el presidente quien decide quien es venezolano. Son los
venezolanos quienes deciden quien es el presidente”. O también cuando denuncia
sin nombrarlas, las subvenciones de Chávez al corrupto régimen cubano:
“Venezuela no regalará una gota de petróleo más a nadie”. Frases cortas,
directas, muy claras. En breve: frases políticas
No
deja de llamar la atención que Capriles, el candidato de la derecha según
Chávez, recurre a temas que tradicionalmente han sido patrimonio de las
izquierdas socialistas. En cambio, los de Chávez son más bien propios a las más
rancias derechas del continente. Así, mientras Capriles habla del progreso,
Chávez habla del pasado. Mientras Capriles habla al pueblo multicolor, Chávez se enreda en una
racista discusión en torno al rostro de Bolívar. Mientras Capriles habla de la
modernización económica, Chávez habla de las glorias militares de la nación.
¿Serán esas las razones por las cuales las marchas populares de Capriles han
despertado tanto entusiasmo?
La
palabra “entusiasmo” significaba para los griegos antiguos “llevar a un dios
dentro de sí”. Traducido al lenguaje moderno, entusiasmo significa transportar
el principio de la vida, principio representado en lo nuevo, en lo que aparece
y no en lo que perece. Eso no tiene nada que ver con el cuerpo ─ enfermo o sano
─ de Chávez. Tiene que ver sí, con un espíritu que ya no es de este tiempo, con
un pasado que no volverá, con una ideología que ya está muerta. Capriles, en
cambio, ha llegado a convertirse en el significante personificado de un vasto
movimiento social y político el que, mientras más se articula consigo mismo,
más desarticula al discurso adversario.
Para
decirlo todo en una sola frase: Venezuela se encuentra al borde de un nuevo
comienzo
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