Juan González Febles. Cuba actualidad (PD)
Luego de leer "¿Revolución o
reforma?" (Ed. Abril, 2012) del bloguero y cíber escribidor oficial
Enrique Ubieta, creo comprender mejor todo el oportunismo y hábil engaño que
"esta gente" coloca detrás del término "revolución".
Entre las cosas que dice para
justificar lo injustificable, resalta como una joyita en el género: "La
estrategia contrarrevolucionaria es hacer que se olvide el pasado; la
revolucionaria, que no se olvide".
Quizás esta sea una de las claves
favoritas para congelar la escena y que el tiempo, no pase. Poner a dormir a
todo un pueblo en una hibernación que les permita gobernar, le da sentido a esa
espiral eterna y esa vuelta sin regreso a un pasado cada vez más ajeno o más
manipulado. Luego, convenientemente colocados en una pecera sin internet,
televisión satelital por cable y el resto de la parafernalia tecnológica para
comunicaciones de la modernidad, el terreno está abonado. Que manden los fieles
y callados difuntos, en el espacio primado y selecto de los líderes históricos,
sus inamovibles interpretes. Siempre anclados en la circunstancia trágica de la
conveniente muerte ajena. El caso es que para lograr tan luminoso objetivo, es
necesario un espacio señoreado por la miseria absoluta. Esto es, miseria de
todo tipo, carencia material y espiritual.
Ubieta justifica la violencia siempre
que esta sirva al propósito de su idealizada revolución. Esta será la clave de
justificación para toda la violencia y la crueldad que este término siempre
trae consigo. Las revoluciones son violentas, pero lo peor vendrá después.
Si el término encubre la vocación
totalitaria de continuidad o si se corresponde con el par ordenado de la
opresión que señoreó el pasado siglo XX, nazismo-comunismo, las cosas se
complican. Es ahí donde juegan su rol los intelectuales orgánicos como el
compañero Ubieta, que en un espacio limitado por la miseria muy pocos consiguen
ser buenos. El propio Martí ─ tan llevado y traído ─ lo dijo. "Ser bueno
es el único modo de ser dichoso. Ser culto es el único modo de ser libre. Pero,
en lo común de la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser
bueno".
A pesar de todo hay un punto en que no
puedo menos que coincidir con Ubieta, en Cuba se es revolucionario o
contrarrevolucionario. Al final o para ser más exacto, en este recodo del
camino, eso que se da en llamar revolución y con lo que estoy visceralmente en
contra ─ el corazón es mi víscera favorita ─ ha demostrado ser el ejercicio de
violencia más cruel e inútil que ha conocido el mundo. Declararse contra la
violencia y fervoroso partidario de la libertad, ─ sin apellidos ─ es el único
posicionamiento decente posible en Cuba, en que el estado usa todos los
mecanismos a su alcance para enajenar el poder y el derecho del ciudadano.
Entonces, y ya honrosamente contrarrevolucionario,
resulta mucho más cómodo desmontar la farsa que Ubieta pone en circulación
desde su libro impreso y distribuido desde los recursos que la revolución de
Ubieta pone al alcance de los revolucionarios, ─ no de todos los cubanos ─
orlados por el derecho a hacer la revolución. Esto, por supuesto, frente a la
absoluta falta de derechos del resto, que son potencialmente unos y
absolutamente otros contrarrevolucionarios "en plantilla".
Ubieta coloca en un arbitrario collage
de corta y pega, las afirmaciones tomadas en el contexto que le pareció mejor,
hechas por aquellos que sus mentores han concedido certificado de nacimiento
político. Quiero decir con esto que Ubieta solo comentará lo que ha cortado del
discurso de los que el gobierno militar ha decidido conceder el antes
mencionado certificado de natalidad política. Eso si, todo fuera de su contexto
original y dirigido a demostrar la parte de la fábula política del castrismo de
que se trate.
Como es un aprendiz de mérito en el dudoso
arte de la manipulación, dominado con refinamiento absoluto por sus pares
revolucionarios, Ubieta se niega a colocar en la misma moneda al par ordenado
del totalitarismo del siglo XX, es decir, a los nazis de Hitler y a los
comunistas del socialismo real. Los contrapuso y no los reconoció como caras de
la misma moneda. Cuando nos habla de Alemania, compara la tarja que perpetuó
durante demasiado tiempo la cabeza de novillo de Bhreznev ─ el difunto zar
moscovita ─ con los trofeos de la barbarie de las guerras en la antigüedad
clásica. Lo que no se le ha ocurrido preguntarse es, ¿por qué los berlineses
anduvieron cabizbajos cuando Alemania fue derrotada en la conclusión de la II
Guerra Mundial y por qué bailaron alborozados cuando cayó el Muro de Berlín?
Luego de leer "¿Revolución o
reforma?", se puede concluir ─ muy a pesar de la intención de Ubieta ─ que
oportunismo es revolución o que si se es bueno, se es próspero y si se es
próspero, no se puede ser revolucionario.
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