Fernando Mires. Blog POLIS
Leyendo comentarios relativos a las elecciones que
tuvieron lugar el 07de Octubre del 2012 en Venezuela, es posible trazar una
línea que configura la opinión predominante. Es la siguiente: la de Chávez no
fue una victoria absoluta sino relativa. Efectivamente, un candidato que
obtiene un 45% (6,4 millones de votos) no es un adversario débil. Esa votación
es más que suficiente para ganar una elección en cualquier país donde existan
más de dos opciones.
Venezuela, en todo caso, continúa
siendo una nación políticamente dividida, pero con la diferencia que desde
ahora los venezolanos saben que la votación anti-Chávez es más numerosa que
antes. No es suficiente para alcanzar el gobierno, pero sí es suficiente para
no sentirse aplastada. En ese punto el mismo Chávez parece estar de acuerdo.
También Chávez podría estar de acuerdo en que la
fuerza de la oposición no sólo se expresa en cantidades ─ lo han resaltado la
mayoría de los observadores ─ sino también en una nueva cualidad: Venezuela ha
llegado a tener una oposición orgánica, políticamente unida, con un programa y
una dirección definida, y sobre todo, con un líder indiscutido: Henrique
Capriles. En fin, la tónica general, pasado el momento de euforias y
desencantos, parece coincidir en el hecho de que Chávez ganó perdiendo y la
oposición perdió ganando.
Eso no significa caer en falsos triunfalismos. Una
derrota es una derrota y por lo mismo debe ser aceptada como tal.
La oposición, como cabía esperar, enfrentó las
elecciones con el propósito de derrotar a Chávez; y perdió. Mas, seamos
honestos: ¿Quién va a una elección con el propósito de ser derrotado? ¿Quién
dice antes de las elecciones, vamos a perder pero con dignidad? O vamos a ganar
o no vamos. Esa convicción forma parte del abc de la política. No sólo se va a
las elecciones a ganar, además se necesita creer que vamos a ganar.
Naturalmente, la derrota, y es normal que así sea,
será sentida como una pérdida, y la pérdida como un duelo. Y como ocurre con
los personales, los duelos políticos también atraviesan por distintas fases.
Como ha sugerido Ana Teresa Torres en un sensible, inteligente y freudiano
artículo, la primera fase del duelo está signada por la depresión melancólica.
La segunda ─ agrego yo ─ por la (auto) agresión. Recién en el curso de la
tercera fase comienza a ser aceptada la pérdida como tal.
Nos explicamos así la tristeza que embargó al conjunto
de la oposición.
Nos explicamos también la (auto) agresión en que
incurrieron algunos opositores después de la derrota. Nos explicamos, además,
la necesidad neurótica de encontrar un “chivo expiatorio”. Incluso algunos se
volvieron en contra del propio pueblo, calificándolo de ignorante o bárbaro.
Otros comenzaron a gritar sin tener ninguna prueba: ¡fraude! ¡fraude! No
faltaron quienes reconvirtieron el odio a Chávez en repentino amor,
calificándolo como invencible Goliath. Y por si fuera poco, hubo algunos que
sin respetar el duelo huyeron hacia adelante, como si la derrota no hubiera
existido jamás. Todo eso nos explicamos porque es lógico, y quizás es necesario
que así sea. Pero pasado algún tiempo debe llegar el momento de la reflexión.
Las reflexiones de ciertos cronistas dan lástima: Han
constatado que Chávez ganó porque goza de un gran apoyo social entre las capas
más pobres de la población, algo parecido a decir que Chávez ganó porque obtuvo
más votos que su adversario. Otros han insistido en la conexión emocional entre
Chávez y el pueblo, lo que es evidente, pero Capriles también logró una
conexión similar; y no bastó. Pocos han reparado en que ese gran sector de la
población que vota por Chávez no es una simple masa amorfa de seres idiotizados
por la palabra mágica del autócrata. Ahí hay algo más: se trata de masas
militantemente organizadas desde el propio Estado. Eso significa: el apoyo
social a Chávez es orgánico. En ese contexto el líder mesiánico es sólo uno de
los engranajes de una poderosa maquinaria electoral.
El segundo engranaje son las organizaciones
para-estatales de masas. Misiones y Concejos se extienden hasta en las áreas
más alejadas. Son, si así se quiere, medios de control ciudadano de los cuales
el gobierno dispone a su antojo en cada evento electoral.
El tercer engranaje lo constituye el numerosísimo
personal estatal.
El ya hipertrofiado aparato del Estado que prevalecía
antes de la llegada de Chávez ha sido convertido bajo la égida chavista en una
entidad monstruosa (¡2.184.238 empleados públicos!) Ni siquiera el antiguo PRI
mexicano logró crear un Estado similar. Por si fuera poco, como el PSUV es un
partido-Estado, los numerosísimos funcionarios del PSUV son, además,
funcionarios del Estado. En fin, en Venezuela ha sido creado no sólo un gobierno
sino ─ esto es muy importante ─ un Estado Chavista.
Los ejércitos de empleados chavistas constituyen
dentro del Estado el segmento inferior, pero también el más numeroso de una
“nomenklatura” (clase estatal dominante) sólo comparable a la que existía en
los países de la órbita soviética. De ahí que la oposición cuando enfrenta al
chavismo no sólo enfrenta a un partido; ni siquiera a un gobierno: enfrenta al
mismo Estado. Esa es, sin duda, una lucha heroica.
Hay por último un cuarto engranaje: En Venezuela
existe una enorme cantidad de personas hipotecadas por el Estado. Aunque ojo:
No se trata sólo del tradicional asistencialismo, sino de una nueva dimensión.
Esa se observa por ejemplo en las inscripciones para la obtención de viviendas.
Quien ya ha obtenido o espera obtener un cupo no se decidirá fácilmente a votar
en contra del Estado. De este modo gran parte de la población se encuentra
hipotecada al Estado. No es un detalle menor: La hipoteca y el crédito,
mecanismos que inhiben a votar de modo autónomo en las naciones capitalistas
avanzadas, han sido “descubiertos” por el chavismo como medios de sujeción y
control político.
La oposición a Chávez tiene entonces un gran desafío.
Por una parte el “enemigo” es poderoso. Pero por otra ─ ya ha sido demostrado ─
no es invencible. Sobre ese punto, vendrán muchas discusiones.
Sin embargo la discusión política, a diferencia de las
personales, no puede ser realizada entre cuatro paredes. Ella, por el
contrario, tiene lugar bajo el calor de una lucha pública que no conoce pausas.
Por ejemplo: no ha terminado en Venezuela el recuento de votos y ya los
ciudadanos deben prepararse para otra batalla política: las elecciones
regionales de Diciembre cuya importancia será más que trascendental.
En efecto, el chavismo, aprovechando la
desmoralización surgida después de la derrota en las filas opositoras, se
apresta a dar una estocada final. Su proyecto en las regionales es convertir a
las gobernaciones en apéndices regionales del Estado. La oposición a su vez
confía en sus líderes regionales, muy diferentes a los designados a dedo por el
gobierno.
Esperar bajo esas condiciones un triunfo grandioso de
la oposición en las elecciones regionales sería quizás ilusorio. Pero si ésta
logra al menos construir un dique que dificulte el avance de la “marea roja”, creará
un escenario que le permitirá enfrentar las inciertas luchas políticas del
futuro en condiciones más favorables a las actuales. Veremos.
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