Leonardo Calvo Cárdenas. CUBANET
Hospital Infantil "Pedro Borrás Astorga", Vedado, La Habana |
Hace pocos días un grupo de
especialistas del servicio de cirugía del hospital Calixto García de la capital
cubana, en un acto sin precedentes, dirigieron una carta abierta al presidente
cubano general de ejército Raúl Castro, en la cual expusieron sus malestares e
inquietudes por las deplorables condiciones que muestran los servicios de
salud, la indolencia de las autoridades y la irresponsabilidad gubernamental
ante la tragedia.
Los firmantes del documento, sin
afeites verbales, sin edulcoramientos argumentales, exponen en su misiva las
graves carencias materiales que degradan el servicio y la atención
hospitalaria, el lastimoso estado constructivo de las instalaciones, las
deficientes reparaciones, así como las insostenibles condiciones de trabajo que
convierten al sistema de salud en un trauma doloroso para pacientes y
trabajadores, a pesar de las loas cotidianas que a él cantan los funcionarios y
voceros del gobierno.
En su misiva, con sólidos argumentos e
ilustrativas descripciones, los galenos reafirman su compromiso con su misión
profesional, pero responsabilizan al gobierno con el desastre que denuncian y
alertan de las graves consecuencias que pueden derivarse de la continuidad de
la posición acrítica y complaciente con que desde el poder se atienden los
problemas del sistema de salud.
En 1959 la revolución encontró, sobre
todo en la capital del país, una sólida red hospitalaria, con un alto por
ciento de camas por habitantes, un sistema de salud diversificado que incluía
la medicina privada, la mutualista, la cooperativa y la pública y sobre todo
una pléyade de profesionales, técnicos y paramédicos reconocidos por su
calidad, entrega y vocación que brindaban sus servicios en cada uno de esos
espacios facultativos.
Para 1968 ya todo el sistema de salud
había sido estatizado y junto a la extensión de la cobertura hospitalaria a
algunas zonas rurales más desprotegidas, comenzaron a manifestarse los males de
la monopolización gubernamental del sector. Muy a tiempo, para su conveniencia,
las autoridades establecieron un bien estructurado apartheid médico con centros
bien equipados y garantizada excelencia para atender las necesidades de la
élite gobernante y los extranjeros residentes o de paso por la Isla.
En la década de los ochenta el máximo
líder escapó hacia delante de los inocultables problemas que ya presentaba el
sistema, impulsando su megalómana campaña que presentaba a Cuba como una
“potencia médica mundial”, sin tener en cuenta que la garantía de un sistema de
salud es su permanente cuestionamiento y crítica.
Las campanas al viento, la lejanía de
las autoridades de los verdaderos problemas ― ellos tienen sus propios
hospitales ― la ausencia de cultura cívica y jurídica de los ciudadanos para
impugnar adecuadamente las reiteradas negligencias e indolencias, el peso de la
crisis económica que durante las últimas dos décadas ha destruido la
infraestructura y limitado en extremo los recursos, la deficiente preparación
de algunos facultativos y técnicos, la falta de rigor y seriedad en las labores
constructivas y de reparación, que han convertido estas inversiones en una
sangría de recursos desviados ilícitamente, se unen a la exportación de casi
treinta mil especialistas y técnicos del sector, devenidos, por obra y gracia
del desastre económico del modelo, en casi la única fuente de divisas para el
estado; para convertir al sistema de salud cubano, más allá del desenfreno
propagandístico, en un verdadero e incurable dolor de cabeza para pacientes y
trabajadores.
Durante muchos años los cubanos vienen
padeciendo los rigores del vía crucis que constituye acceder a los servicios
del deteriorado sistema nacional de salud, sin dejar de escuchar el cuento de
sus imaginarias bondades, que no se ven por ninguna parte, y que ahora se
refuerza con la “brillante” idea de informar y recordar a los ciudadanos el
supuesto costo en dinero de los servicios y atenciones que reciben,
presumiblemente de manera gratuita, gracias a la magnanimidad del Estado. No
caben dudas de que los gobernantes cubanos han perdido no solo la vergüenza,
sino también la razón.
Mientras el Estado cubano brinda
esmerada atención a miles de extranjeros que vienen a curarse en Cuba o
construye decenas de hospitales en pequeñas localidades de Bolivia, muchos
municipios del país con decenas de miles de habitantes carecen de adecuadas
instalaciones de salud, lo cual se agrava por las dificultades de transporte,
alojamiento y carestía de la vida en las capitales de provincia a donde deben
acudir estos para atender sus enfermedades.
Los trabajadores de la salud, con los
mismos problemas socioeconómicos y tan mal remunerados como la casi totalidad
de los cubanos, deben enfrentar cada día el dolor, el sufrimiento y la muerte
en esas terribles condiciones que parecen haber llevado a los especialistas del
centenario hospital Calixto García al límite de gritar en el rostro del señor
presidente lo que todos estamos padeciendo y hasta ahora muy pocos nos
atrevemos a decir abiertamente.
Ojalá este acto de valor y
responsabilidad colectiva constituya el inicio de un despertar de la conciencia
cívica de los profesionales cubanos, por tanto tiempo dormida por la demagogia,
la incultura, la coerción y el chantaje. Ojalá el presidente Castro no responda
esta vez con la indolencia, la demagogia y la represión que han caracterizado
su desastroso mandato. Ojalá, por lo sensible del tema y los peligros que
implica, se decida a encontrarse, al fin, con la verdad y tenga el decoro
necesario para asumir la responsabilidad y los retos que su posición demandan.
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