Fernando Mires.
Blog POLIS
No avalado por cálculos, menos por
estadísticas, en ningún caso por encuestas, ha crecido en Venezuela un
entusiasmo indescriptible en torno a la figura de Henrique Capriles convertido
en centro, ya no sólo de un movimiento electoral, sino de un amplio frente
social y político en el cual convergen al menos tres tendencias.
Una tendencia busca ampliar los
espacios de libertad restringidos por el régimen, abrir los diques que bloquean
la circulación de ideas, y vitalizar una de las premisas de toda democracia: la
separación de los poderes públicos, sobre todo la del judicial con respecto al
ejecutivo, separación sin la cual la vida de cada ciudadano es sometida a la
arbitrariedad del personaje que detenta el poder.
Otra tendencia, más política que
social, busca desplazar a un grupo enquistado en el poder, una “nomenklatura” o
clase estatal dominante formada al interior de los aparatos del Estado y
resguardada ─ incluso en su indesmentible corrupción ─ bajo la imagen del líder
supremo.
Efectivamente, durante el chavismo
Venezuela ha asistido a una toma del poder, pero no del pueblo hacia el Estado
sino del Estado hacia el pueblo. O dicho así: lo que ha tenido lugar en la
Venezuela de Chávez no es más que el progresivo secuestro de la sociedad por
parte de una oligarquía estatal con un núcleo central, menos que militar,
militarista. Con la dramática excepción de Cuba, el último de su especie en
todo un continente.
La tercera tendencia es social más que
política y ella se encuentra inserta en el muy completo programa presidencial
de la MUD. Ahí confluyen ideas relativas a una economía social de mercado en el
marco de un programa social más profundo que el del propio chavismo al que se
atienen, punto por punto, todas las promesas de Capriles. Promesas ─ así lo percibe
la opinión pública ─ que no provienen de visiones meta-históricas sino de la
inmediata realidad.
Capriles no va a cambiar el mundo,
tampoco lo propone. Pero sus promesas -y esa es una de las razones por las cuales el apoyo a su
persona sigue aumentando- son perfectamente realizables. Eso quiere decir: la
suya no es una utopía anidada en un futuro ignoto, como es la de Chávez a quien, (textual): “No importan los apagones; lo que está en juego es la Patria”.
Capriles sabe, en cambio, que con apagones la propia Patria se apaga.
En torno a Capriles ha sido construida
una unidad política casi perfecta. De todas las oposiciones existentes en
Latinoamérica, la venezolana es la más organizada. Cubre un amplio y multicolor
espacio que refleja, como en un espejo, la correlación de fuerzas que impera a
nivel nacional. Allí tiene cabida una minoritaria derecha, un amplio centro
político y una izquierda que en líneas generales apunta a un proyecto
democrático y social en algunos puntos similar al que impera en países como
Chile, Uruguay, Brasil, Perú y Colombia, entre otros. En fin, la solidez y
coherencia programática, la figura de un líder catalizador y, sobre todo, un
entusiasmo avasallante, hace decir a muchos electores: “Capriles va a ganar”.
La esperanza del triunfo comenzó a
vislumbrarse en las propias primarias. En efecto, nadie pensaba, ni siquiera
los más optimistas, que en esas primarias votarían más de tres millones de
personas. Mucho menos imaginaron que dos millones votarían a favor de Capriles.
Leyendo las opiniones de la mayoría de los analistas opositores se tenía
incluso la impresión de que el vencedor(a) iba a ser otro(a). La brecha entre
las opiniones intelectuales y lo que el pueblo estaba buscando era en esos días
tan amplia como la que hoy muestran ominosas empresas encuestadoras y lo que
cada uno ve en las calles. Evidentemente, la energía que daría como triunfador
a Capriles cursaba canales subterráneos, inaccesibles a la lógica de las
encuestas. Es la misma energía que hoy hace decir a tantos: “Capriles va a
ganar”.
El origen profundamente democrático de
la postulación de Capriles no tardaría en reflejarse en la propia campaña.
Pocas veces Venezuela ha asistido a una comunicación tan intensa entre pueblo y
candidato, hasta el punto que es posible afirmar que el discurso de Capriles no
es sólo de Capriles sino del diálogo que ha tenido lugar entre fracciones del
pueblo con Capriles.
Las concentraciones a favor de
Capriles se han convertido en verdaderas asambleas populares.
La asamblea es la más antigua y a la
vez la más recurrente de las expresiones populares. A través de la asamblea,
esto es, de las voces de los representantes del pueblo, la democracia adquiere
su expresión más radical. Bien aconsejado estaría Capriles entonces si durante
su gobierno esas asambleas que espontáneamente nacieron gracias a su
candidatura, pudieran seguir existiendo. Pues a través de la asamblea, la
política se convierte en cosa real y no ideológica. O también: gracias a la
asamblea, la política tiene lugar en espacios y tiempos determinados. No fue
por tanto casualidad que desde esas asambleas surgiera la creencia: “Capriles
va a ganar”.
A través de incansables recorridos,
Capriles ocupó las calles: el espacio nacional. Y mediante un discurso polémico,
mas no agraviante, logró poner al chavismo en el lugar al que pertenece: el
pasado. Eso quiere decir que en las elecciones del 07. de Octubre tendrá lugar
una confrontación entre dos tiempos históricos: el que primaba durante la Guerra Fría del cual el discurso
de Chávez es uno de sus últimos restos (quizás el último) y el del futuro. Más
aún, a través de la reiterada mención a la idea de “progreso”, Capriles ha dado
a entender que el suyo será el gobierno del futuro. Y porque la gente necesita
creer en el futuro más que en el pasado, muchos piensan con razón: “Capriles va
a ganar”.
La lucha entre el pasado y el presente
se expresa, como ha formulado Teodoro Petkoff, en “dos modos de vivir la vida”.
A esa vida pertenece la política, sin duda. Pero no toda la vida es política,
como ha hecho creer el chavismo. La política es sólo una franja entre varias
que constituyen la vida. Eso significa: los enemigos políticos no tienen por
qué ser enemigos personales como ha llegado a ocurrir durante la era chavista.
La reconciliación, uno de los temas
centrales del discurso de Capriles, no eliminará las diferencias de
pensamiento. Pero sí creará un espacio para que esas diferencias sean dirimidas
políticamente, es decir, sin insultos ni violencia, con las palabras de la
decencia y no con las del odio, que son las de Chávez y los suyos.
Esa idea de “reconciliación en la
diferencia” implica otro “modo de vivir la vida” a la que después de 14 años de
hipertensión tienen derecho todos los venezolanos, sean antichavistas o
chavistas. Y quizás, más que la lucha por la seguridad, más que los temas
sociales, más que toda ideología, la idea de la “reconciliación en la
diferencia” – a la que incluso algunos antichavistas son reacios ─ ha llegado a
convertirse en el hilo conductor del discurso de Capriles. Y, por cierto, en
otra de las razones ─ quizás la más decisiva ─ que lleva a decir a muchos:
“Capriles va a ganar”.
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