Fausto Masó. EL
NACIONAL
Estamos pasando de una
euforia abrumadora ante una inminente victoria a convencernos de que no
perdimos, y que por el contrario avanzamos hacia la victoria definitiva. Todo
sería una cuestión de paciencia.
No, perdimos una
elección trascendental. Y es una verdadera tragedia lo ocurrido el domingo, no
una demostración del admirable talante democrático del venezolano. Nos quieren
reanimar con un discurso dulzón, nos piden que recuperemos el espíritu de
lucha. OK, pero precisemos bien por qué pasó lo que pasó para que no vuelva a
pasar.
No hay sustituto para la
victoria. ¿Dejará de ser Chávez un autócrata, los poderes funcionarán
independientemente, no regalarán más dinero a al extranjero? ¿Hubo meses sin
testigos donde Chávez sacó 100% de los votos?
No era fatal e
inevitable lo ocurrido el 7 de octubre. Estas elecciones se celebran después de
que el chavismo había sido derrotado en el referéndum de la reforma
constitucional y en las elecciones legislativas. El triunfo de Chávez ha sido
imponer un despotismo astuto que ha logrado disfrazarse de democrático,
conseguir una imagen internacional. Saquemos lecciones: los abstencionistas en
las legislativas y en el referéndum fueron los chavistas a los que les cuesta
votar cuando Chávez no es el candidato. Por tanto, la oposición le irá mejor en
las próximas elecciones si el desánimo no vuelve ahora abstencionistas a los
antichavistas, ¿después del jarro de agua fría del domingo la clase media
saldrá a votar? ¿La convenceremos de que la próxima vez, cómo no, ganaremos?
¿Cómo recuperar la fe de los electores? ¿Cómo evitar que se recluyan en sus
casas? ¿Con el cuentito de que a veces se gana perdiendo? ¡Por favor! El
ventajismo no cambiará, ni la presión sobre los medios privados, ni el uso
obsceno de los recursos del estado.
Hay que mantenerse unido
porque la mayoría cree que el camino es Chávez. Podemos seguir hablando de dos
países con tal de que reconozcamos que Chávez representa a la mayoría, lo cual
no quiere decir que no le ocurra al final lo mismo que a Pérez II, electo
abrumadoramente y convertido después en un político odiado.
Si comparamos el 7 de
octubre con los referendos, la oposición perdió votos; si nos miramos en el
espejo de la última elección presidencial, la oposición ganó 10% de votos.
Consultores 21 tuvo una
discrepancia con los resultados del CNE de más de 12%, mucho más que cualquier
error estadístico; en cambio Datanálisis no acertó por menos de 1%. No le
creímos tampoco a IVAD cuando decía que Chávez ganaría casi todos los estados y
la mayoría se burló de Hinterlaces cuando habló del triunfo del chavismo.
¿Dónde estuvo Carlota Flores? En la campaña de Capriles se hablaba de los
pobres, se les mencionaba, pero no estaban presente en la forma de la
legendaria Carlota Flores en las elecciones que ganó Luis Herrera.
Capriles siguió
disciplinadamente una estrategia, pero Chávez sigue contando con los votos de
los más pobres, a pesar de un pésimo gobierno.
¿Seguiremos con la
tontería del carómetro? La frivolidad de reducir el análisis político al
estudio de las expresiones de los políticos, que al final sonreían
artificialmente para ganar las batalla del carómetro.
Por Internet se
multiplican ahora los mensajes de los que explican la derrota por la
imbecilidad de los electores chavistas. En realidad, los torpes, ciegos,
ingenuos son los que desconocen la realidad, pues si una partida de ignorantes
le ganan a los cultos, los educados, los decentes, es porque estos no son tan
cultos ni tan educados.
Pero las cosas cambian,
claro, solo que para mejor, o para peor.
Preservemos a la MUD y a
Capriles, pero discutamos a viva voz los errores. Eso sí, no apostemos al
cáncer para conseguir lo que nos niegan los votos, porque sería invocar a lo
desconocido. Solo hay una victoria posible: ganarse al pueblo. ¿Cómo?
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