EDITORIAL del diario español EL PAIS
Más que una elección al uso, la
crucial cita de los venezolanos con las urnas, primera en casi 14 años en la
que Hugo Chávez no parte como absoluto favorito, es un plebiscito sobre la
figura del presidente y la continuidad de su régimen autocrático. Un modelo de
Gobierno basado en el carisma y la perversión de la democracia y financiado,
tanto en sus masivos programas sociales como en sus excesos y descontrol, por
la bonanza petrolífera. Casi todos los sondeos otorgan a Chávez entre 5 y 10
puntos de ventaja sobre su joven rival Henrique Capriles, aglutinante de una
oposición por fin unida. Pero el líder centrista, que pretende mirarse en el
espejo de los socialdemócratas brasileños, ha ido cobrando fuerza en los
últimos días y el amplio porcentaje de indecisos, en torno al 12%, puede
resultar determinante en el resultado final.
Nadie puede considerar equitativa una
campaña en la que Chávez ha dispuesto sin restricciones de los recursos
públicos y de las instituciones del Estado para conseguir la reelección. Pese a
ello, el caudillo venezolano se siente esta vez amenazado. El aura de antaño ha
ido esfumándose a medida que la cruda realidad (infraestructuras ruinosas,
servicios públicos inexistentes, inseguridad rampante, incompetencia
funcionarial) y la frustración se han ido imponiendo frente al fervor
ideológico y la letanía retórica de quien se considera una reencarnación de
Bolívar. El mayor desafío a la continuidad de Chávez no procede de la
“burguesía reaccionaria”, sino del desgobierno, la corrupción y el despilfarro
inherentes a un sistema que comienza y acaba en su persona, y que ha sido
vaciado, pese a su regular legitimación en las urnas, de todos los contrapesos
de la democracia.
Si Chávez renueva mañana su mandato,
poco cambiará en Venezuela. Asumiendo la curación total de su enfermedad,
podría gobernar durante 20 años consecutivos. Su derrota, sin embargo, abriría
escenarios inéditos. El más inmediato y decisivo, la aceptación del resultado
por parte unas Fuerzas Armadas moldeadas por el antiguo teniente coronel. Para
un Capriles ganador, al frente de una dispar coalición, el reto sería titánico.
Su triunfo tendría que ser convalidado por el chavismo antes de pasar por el calvario
de intentar gobernar, al menos hasta las próximas elecciones parlamentarias, un
país en el que todas las instituciones relevantes están en manos de sus
adversarios.
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