Alejandro Armengol
Desde que finalmente Ronald Reagan pudo ganar una y luego otra elección presidencial, un grupo cada vez mayor dentro del Partido Republicano está empeñado en destruir la sociedad norteamericana, como se le conoce hasta ahora, y sustituirla por otra en que impere la ley de la jungla. Su afán demoledor es comparable a los barbudos de Castro o los bolcheviques de Lenin.
Son fanáticos ideológicos al igual que los trotskistas y los grupos radicales musulmanes, y para ellos no existe el término medio, el razonamiento común y el balance. Entre demagogos, explotadores y políticos de pacotilla, el Congreso y en especial la Cámara de Representantes de este país se ha convertido en una olla de grillos en que parece imperar el desatino, donde reinan los intereses de un grupo cada vez más poderoso, que se dedica a invertir sumas millonarias en la política para imponer sus dictados. Lo demás es ruido, frases huecas, consignas y prejuicios que varios charlatanes convertidos en legisladores han utilizado como parte de sus recursos para llegar a Washington. Todo ello gracias a un electorado que cada vez es más apático, más inculto y más indolente.
Si hubiera al menos una pizca de decencia en Washington, los republicanos en estos momentos estarían corriendo detrás de un buen equipo de abogados, para que representaran al ex presidente George W. Bush y otros personeros de la pasada administración, que merecen ser enjuiciados como criminales de guerra.
No se trata de un exabrupto liberal, como ya deben estar pensando algunos que han llegado hasta aquí en la lectura. Human Rights Watch (HRW) considera que el gobierno del presidente Barack Obama está incumpliendo las obligaciones internacionales de Estados Unidos porque no ha investigado a Bush por supuestas torturas.
Hay "información sustancial que amerita la investigación criminal de Bush y otros funcionarios de su Gobierno, incluidos el ex vicepresidente Dick Cheney, el ex jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld, y el ex director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), George Tenet", dice HRW.
Sin embargo, los republicanos se sienten hoy más fuertes que nunca, y su único empeño es hacer fracasar en todos los aspectos al gobierno de Obama. No importa si con ello arruinan a Estados Unidos y afectan negativamente a las economías de una cifra considerable de otros países. Su meta es sumir a la nación americana en una crisis de tal envergadura, que el electorado decida imponer un voto de castigo a los demócratas y colocarlos a ellos tanto en el Congreso como en la Casa Blanca.
De lograr este objetivo, los republicanos volverían de nuevo a intentar destruir el Medicare, Medicaid y cualquier tipo de programa social que beneficie a los estadounidenses, privatizar los planes de retiro gubernamentales y acabar con cualquier programa que brinde beneficios a cualquiera que no es millonario. Basta imaginar por un momento lo que hubiera ocurrido, durante la última crisis financiera, si las intenciones de privatizar el seguro social se hubieran logrado. La mayoría de la población de la tercera edad ahora estaría en la miseria más absoluta. No los bancos, que están obteniendo ganancias extraordinarias en estos momentos. Tampoco los millonarios, que perdieron millones y los han recuperado. Simplemente aquellos que esperan vivir en parte gracias a sus pensiones del seguro social, a las que han contribuido durante toda su vida.
Uno de los aspectos más graves de la situación actual es la falta de memoria de la población de este país. Dos preguntas bien sencillas: ¿Qué presidente dejó un superávit al salir de la Casa Blanca? ¿Quién acumuló un déficit enorme durante sus dos mandatos, sin que republicano alguno alzara con vigor su voz de protesta?
En un primer momento, tras el triunfo de Obama, hubo la impresión de que tras los dos períodos presidenciales de Bush, los republicanos tendría que habérselas con las consecuencias de una presidencia que fracasó, en gran medida, por su compromiso ferviente con la ideología del movimiento: su unilateralismo agresivo en la política exterior; la fe ciega en un Wall Street ejerciendo un papel dominante y sin ser regulado en forma alguna y una desagradable y punitiva “guerra cultural” contra las “élites” liberales.
Gracias a la persistente crisis internacional, los elevados precios del petróleo y los errores presidenciales de Obama –que por una parte, durante los dos primeros años de su presidencia trató de abarcar demasiado, y por la otra ha tratado de complacer a todos y se ha mostrado pusilánime en más de una ocasión– estamos frente a una situación completamente distinta.
Desde hace años el Partido Republicano tiene que hacer –si quiere realmente ser un movimiento conservador e interesado en enmendar la sociedad civil– es liberarse del control que sobre él viene ejerciendo la ultraderecha sureña, en especial en su vertiente más reaccionaria, dominada en buena medida por los diversos grupos y sectas evangelistas.
Lo que impera, sin embargo, es un partido que cada vez más está empeñado en una contrarrevolución revanchista, que busca destruir todas las leyes, principios y normas que llevaron a la creación de una sociedad con servicios de seguridad social, asistencia pública y beneficios para los más necesitados, y volver a la época del capitalismo más salvaje de la década de 1920. El Partido Republicano debería, al menos, dejar a un lado la hipocresía y decirlo a las claras.
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