Mario J. Viera.
Una noticia aparecida hoy en el diario EL NUEVO HERALD me hizo recordar aquel tiempo en que guardaba prisión en la Cárcel Provincial de Canaleta en Ciego de Avila. A mi memoria vinieron los atropellos que contra la población penal cometían los guardias del penal y de su insensibilidad ante el dolor y el sufrimiento de los encartados.
No conocí el nombre de aquel muchacho que ocupaba una de las celdas de uno de los destacamentos en que se dividía el reclusorio penal. Se quejaba de un fuerte dolor en el pecho. Sus compañeros de prisión reclamaron a gritos la presencia del custodio sin recibir atención a su pedido de urgencia. Pasados varios minutos finalmente se presentó ante la reja el custodio. Nada hizo solo echar una mirada de desprecio al joven aquejado de fuertes dolores.
Ante las protestas de los internos compañeros del enfermo se presentó el capitán Reiniero jefe de reeducación.
Nada, dijo, ese está “filmando”. Y se marchó tranquilamente. Poco tiempo después fallecía el preso víctima de un infarto al miocardio.
A las puertas de la enfermería de la prisión cuyo acceso era a través de un pasillo en el Destacamento 3, echado sobre el piso, esperando recibir atención. se retorcía de dolor otro recluso sin que la puerta de la enfermería se abriera. Cuando finalmente se abrió el paso, el hombre yacía inmóvil sobre el frío piso. Había muerto sin recibir la oportuna atención médica.
En la planta superior del Edificio 3 del Combinado del Este, la mayor prisión de La Habana a pocos kilómetros del centro de la ciudad, un recluso, de la llamada causa de “los macetas”, condenados por delitos económicos, comenzó a quejarse de que le faltaba aire. Era asmático crónico, acababa de recibir una visita familiar. Transcurría el año de 1991.
Los compañeros de causa del recluso llamaron insistente e inútilmente por la presencia de un custodio. Al demorarse la asistencia, los reos comenzaron a golpear las rejas del calabozo con sus bandejas de aluminio, con insistente fuerza. No había respuesta. Gritaban furiosamente, reclamando la atención para el hombre que sufría una fuerte crisis de asma. Del ala opuesta del edificio se escuchó el reclamo de los presos recluidos en el sector guardado para los enfermos de VIH que se solidarizaban con los “macetas”. Finalmente llegaron los guardianes y se llevaron el recluso a la clínica del penal. Allá moriría víctima de un paro respiratorio. La muerte de aquel recluso provocó un fuerte amotinamiento en todos los pisos del Edificio 3 que requirió la intervención de los cuerpos de choque de la policía que rodeó la edificación con armas pesadas.
Todos estos abusos, toda esa negligencia me asaltó los recuerdos casi perdidos de mi estancia en prisión la noticia que acabo de leer en EL NUEVO HERALD.
Bajo el titular “Guardia: ‘Me echaron por llamar al 911’” se reportaban caso similares a los que arriba he mencionado. La cruel negligencia que provocó la muerte del recluso del Centro de Detención Juvenil de West Palm Beach, Eric Pérez, de 18 años que había estado quejándose “de repetidos y fuertes dolores de cabeza, además de haber vomitado varias veces”. Según el diario miamense, el joven “murió después que las autoridades esperaron varias horas para pedir atención médica”.
Aunque la muerte del recluso “es objeto de una investigación del Departamento de Justicia Juvenil de la Florida (DJJ) y de la Policía de West Palm Beach” no es el primer caso. Omar Paisley, de 17 años, quien murió en junio del 2003 en el Centro de Detención Juvenil de Miami-Dade sin recibir a tiempo la necesaria atención médica. Su deceso se había debido a “una ruptura del apéndice después de haber suplicado a los guardias, supervisores y personal de enfermería durante tres días que lo llevaran al médico. Los registros y testimonios de las audiencias legislativas y de una investigación penal muestran que los guardias habían pedido permiso para llamar una ambulancia pero los supervisores no lo permitieron”, aseguró el diario.
El guardia despedido después del fallecimiento de Eric Pérez, Floyd Powell había dicho “el lunes a través de una abogada que fue despedido ‘después de revelar a los investigadores estatales que se le ordenó no llamar al 911’” para darle asistencia al recluso fallecido.
“Este hombre estaba desesperado por llamar al 911”, declaró la abogada de Powel, Cathy L. Purvis Lively, a The Miami Herald.
“Se le dijo: No, usted no va a hacer eso”.
Aunque tras la muerte de Omar Paisley en junio del 2003 señala EL NUEVO HERALD “las autoridades del DJJ anunciaron cambios radicales en la atención médica de los centros de reclusión en todo el estado. Entre las nuevas normas, cualquier guardia, supervisor o incluso voluntarios tendría absoluta autoridad para llamar a una ambulancia”. Sin embargo estas medidas comenzaron a caer en desuso de acuerdo con la declaración de Dale Dobular quien dirigió el centro de Miami-Dade, cuatro años después de la muerte de Paisley y hasta el verano del 2008.
Dobular declararía a THE MIAMI HERALD: “Una de las razones por las que me fui es que pensaba que no podía garantizar la seguridad de los muchachos en esas instalaciones, porque seguían reduciendo los servicios”
La noticia me trajo recuerdos desagradables. Sin embargo existe una gran diferencia con lo que ocurre en Cuba: la prensa puede denunciar la negligencia criminal y los abogados pueden actuar para establecer las correspondientes demandas. En Cuba estos hechos quedan en el silencio y los culpables no reciben el correspondiente castigo.
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