Juan Carlos Linares Balmaseda
LA HABANA, Cuba, julio (www.cubanet.org) – Desempolvar la vieja máquina de escribir Royal me recuerda mis primeras andanzas en el periodismo independiente.
Nos reuníamos en casa de Néstor, padre de la periodista independiente Ohalys Victore. En 1998 tener teléfono fijo en Cuba (de los celulares, ni hablo, porque nos fueron estrictamente vedados hasta 2008), era una gracia del destino, y esta familia contaba con uno. A veces íbamos allí más de una decena de colegas; en su mayoría integrantes de la agencia de prensa Cuba Voz, presidida por Mario Viera, quien escribía artículos suculentos, con la rapidez de una máquina de hacer churros.
Escaseaba el papel, los lápices, los bolígrafos. Cuando la cinta de las máquinas de escribir se gastaba, le echábamos alcohol para humedecer la tinta y seguir dándole fuete hasta que soltara los pedazos. Después la invertíamos, poniendo la parte con más huecos arriba para que las teclas golpearan abajo.
Comunicarnos con Cubanet requería la paciencia del buda. Se solicitaba llamada revertida a Estados Unidos. La llamada no entraba, se caía la comunicación, volvíamos a intentarlo; el proceso duraba media mañana. A veces, cuando Seguridad del Estado estaba especialmente interesada en que no saliera información de la isla, la respuesta de la telefonista era: “el número está restringido”.
Al fin, cuando comunicábamos con Cubanet, escuchábamos la voz de Lázaro González. Nosotros aquí, en La Habana, leíamos nuestros escritos y él, en Miami, los grababa; luego los del equipo de Cubanet allá, transcribían los textos grabados, los revisaban, corregían, editaban y publicaban en la página. Con el primer fax dimos un salto adelante; pudimos enviar información, mecanografiada o manuscrita, con más facilidad.
Por esa época, la Sección de Intereses de Estados Unidos habilitó un pequeño local con dos computadoras y una funcionaria que nos paseaba por el ciberespacio de fines del siglo XX. En 2002 crearon la sala de Internet Eleanor Roosevelt, con un servicio gratuito dirigido a la sociedad civil, y después se triplicarían las posibilidades de los usuarios con la sala Abraham Lincoln. Otras sedes diplomáticas siguieron el ejemplo, aunque en menor escala.
A pesar del gobierno, los tiempos van cambiando. Ya se ha impuesto el teléfono celular y, a pesar de las muchas limitaciones que coartan el acceso a internet, proliferan blogueros y “tuiteros” independientes.
Lucharemos ahora porque el recién llegado cable de banda ancha cubano-venezolano no sea repartido como quieren los que tanto temen a la información: La fibra óptica para el gobierno y el forro para el pueblo.
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