Jose Antonio Fornaris
LA HABANA, Cuba, julio, www.cubanet.org – Hace poco, utilizando el método de preguntas silenciosa, la televisión nacional ofreció una entrevista con el actor Enrique Molina.
Molina es un experimentado y excelente actor. Ha trabajado en un buen número de largo metrajes y en un sinnúmero de series y novelas televisivas.
En la entrevista habló de sus comienzos en la vida artística, de su familia, y muy en especial de su esposa Elsita, con quien lleva casado 40 años. En fin, se trató de presentar al ser humano más que al actor.
Molina y yo nos llevábamos bien, hasta se puede decir que fuimos amigos. Juntos estuvimos varios años trabajando, como micro brigadistas, en la construcción de un edificio de 12 plantas y 152 apartamentos en el Vedado, a un costado del Hotel Habana Riviera. Esa fue una oportunidad para ambos, y para otros muchos empleados del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT), de adquirir el derecho a rentar una vivienda.
Después fuimos vecinos y continuamos las buenas relaciones. Tenía la impresión de que era una persona humilde y buena hasta que llegaron los sucesos de la Embajada de Perú, en mayo de 1980.
Un joven negro novio de una compañera nuestra, vecina del mismo edificio, salió de la sede diplomática con un “salvo conducto” de los que el gobierno estaba entregando para tratar de aliviar el gran hacinamiento existente en el recinto, y fue para la casa de la que era su mujer.
Ella, al parecer, asustada y creyendo que lo del “salvo conducto” era algo serio y que en verdad tenía algún tipo de valor, informó al Comité de Defensa de la revolución (CDR) de la presencia de su pareja en la vivienda.
Pocos minutos después el ingenuo joven corría aterrorizado delante de una turba que lo perseguía y le gritaba todo tipo de improperios. Huyendo de la turba se refugió en un llamado Seccional de los CDR, ubicado en 5ta. Avenida y calle 6, en el propio Vedado.
Molina, Manuel Porto, también actor, y un militante del Partido Comunista de apellido Matos, entraron al recinto. La puerta quedó abierta. Sentaron al joven en una silla y comenzaron a golpearle y a gritarle ofensas de todo tipo. Afuera quedó el resto de la turba y dos policías que habían llegado en un auto oficial, disfrutando del espectáculo de reafirmación revolucionaria, hasta los tres individuos terminaron su tarea.
Luego se conoció que le habían fracturado dos costillas, la clavícula derecha y casi le habían arrancado una oreja. El muchacho estuvo varios días hospitalizado.
Este mes, en la presentación de un libro de poesía de Jorge Olivera, coincidí con una actriz y le pregunté si había visto la entrevista a su colega. Sin preámbulos dijo: “Molina es un fascista”.
De inmediato contó que ella lo había visto a él y a otros individuos obligar, a fuerza de golpes, a un joven camarógrafo de la televisión, de apellido Muíñas, a arrodillarse y besar las supuestas partes púdicas de una caricatura de madera y cartón, de tamaño natural, del Tío Sam, colocada en el exterior del Cine Yara, en la transitada y conocida Rampa. La golpiza se debía que el joven había renunciado a su empleo en el ICRT para viajar a Estados Unidos a través del puente marítimo del Mariel.
Conocía la anécdota porque el suceso, por su gran dosis de humillación, fue impactante y corrió de boca en boca; pero no conocía la identidad de los principales protagonistas.
Tras escuchar la historia, y para sacarla de su error, le dije: “Molina no es fascista, es comunista”.
Después, hicimos lo posible para olvidar a Molina y concentrarnos en la poesía.
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