Chicles de la democracia
José Hugo Fernández
El descachimbado que provoca en nuestros ánimos la actitud de ciertos políticos cubanoamericanos, ajenos, imperturbables y olímpicamente fríos ante lo que siente y padece la gente de a pie en Cuba, solo es comparable con la confusión que ellos mismos concitan al competir en irracionalidades con el régimen.
En su viejo y cada vez más retrógrado intercambio de desmadres con la dictadura (evento en el que, dicho sea con justicia, siempre se ponchan con la mala) pareciera que olvidaron la esencia de la porfía. Hasta un punto en que ya no es posible distinguir qué defienden, como no sea su odio y tal vez algún íntimo egoísmo.
Es como quien se ha propuesto capturar a toda costa a un ladrón que está oculto dentro de una escuela. Entonces no le tiembla la mano para cerrar todas las puertas de escape, con el alumnado en las aulas, y prenderle fuego al plantel.
Igual de absurda nos resulta la "Enmienda para revertir la flexibilización de viajes y remesas a Cuba", que es la última perla que estos señores han puesto en vidriera, sin que les importe un bledo que se levanten voces desde las cuatro esquinas con el fin de alertarlos acerca de su perjuicio para los cubanos. Un perjuicio comparable con el que producen los dictados del régimen. Sólo que más frustrante —y hasta cínico—, porque es presentado como alternativa salvadora.
Ya que tanto nos gusta sobresalir como únicos en todo, podemos anotar este caso (y otras perlas similares de los Díaz-Balart y compañía) como exclusivo total en el mundo, toda vez que el objetivo supremo de los políticos es legislar y actuar procurando el respaldo de aquellos que dicen defender, aunque sea en teoría.
Alguien debiera advertirles a esos señores que si hoy nuestra gente de a pie no los rueda, ni aun enchapados en oro, no es debido únicamente a la mala prensa que les hace aquí la dictadura, sino, sobre todo, a las descorazonadoras coincidencias que observamos siempre entre el proceder de ella y el de ellos.
También, de paso, alguien debiera despejar el misterio de su comportamiento como políticos en activo dentro de uno de los sistemas democráticos más sólidos del planeta, mientras que demuestran ignorar el abc de la política, actuando en nombre de los verdaderos intereses de un pueblo sin conocer cuáles son éstos.
No en balde los masticamos de vez en cuando, en busca de la útil sustancia. Pero qué va. No hay modo de que nos brinden la oportunidad de verlos sino como los chicles de la democracia: muy puliditos por fuera pero viscosos por dentro. Y para colmo, no alimentan, ni llenan la barriga, ni hay quién se los trague.
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