Iván Sandoval Carrión
La comunidad GLBTI (gay, lesbianas, bisexuales, transexuales e intersexuales) de Ecuador celebró el sábado el Día del Orgullo Gay con marchas en Quito donde presentaron su lema “Somos amor”. Un millar de personas acompañaron la marcha y un festival organizado por la Fundación Ecuatoriana Equidad.
El sábado 2 de julio pasado se realizó en Quito y Guayaquil el desfile anual del ‘Orgullo Gay’, en el que participan los colectivos de homosexuales, lesbianas, travestis, bisexuales y transexuales que existen en nuestro país. El acontecimiento convocó a un público que acude principalmente para mirar, con una mezcla de afectos y reacciones: apoyo, solidaridad, respeto, curiosidad, recelo, hilaridad, censura, escándalo, voyeurismo, y otras posiciones comunes en la condición humana, ante aquello que de la sexualidad los mirones consideran ajeno a su realidad. El “orgullo gay” supone una actitud reivindicativa frente al oprobio con el que las sociedades modernas han coloreado a las prácticas sexuales que no son la heterosexualidad mayoritaria. Porque las llamadas “nuevas sexualidades” quizás son tan viejas como la humanidad.
Una revisión somera de los clásicos mitos griegos y de las crónicas sobre las civilizaciones antiguas, revela que esas conductas sexuales ya estaban presentes en esos pueblos hace tres mil años –por lo menos– y con alguna tolerancia social antes de la expansión del cristianismo. Entonces, lo único realmente nuevo en el siglo XXI y en la posmodernidad, es la demanda que los colectivos Glbti dirigen al Estado y a la ciencia médica. En lo que concierne a esta última, los transexuales demandan de ella las transformaciones morfológicas que algunos cirujanos están dispuestos a operar, para que las apariencias coincidan con ciertas fantasías inanalizables. En cuanto al Estado, homosexuales y lesbianas reclaman como derechos, la posibilidad de optar por el matrimonio, la fertilización asistida y la adopción de niños.
En cuanto al matrimonio gay, las parejas homosexuales aspiran a aquello que cada vez más parejas heterosexuales consideran una institución en crisis, que no garantiza la estabilidad del amor y la pareja. Quizás se crea que el acceso a ese vínculo, que por siglos ha sido un pilar en la organización y el funcionamiento de las sociedades occidentales, les aseguraría una inserción más consistente en la comunidad. Mucho más problemática resulta la autorización para que las parejas homosexuales puedan concebir/adoptar y criar niños, por la incertidumbre respecto al destino de ellos en cuanto a su orientación sexual. La experiencia que ya existe al respecto en algunos países del hemisferio norte no nos ahorra un amplio debate nacional que ningún Gobierno ecuatoriano estaría dispuesto a asumir, por su alto costo político.
Aunque las comunidades Glbti son una minoría, los candidatos y los gobiernos actuales no desestiman su valor como votantes con miras a una (re)elección. Por eso muchos políticos presentan un discurso demagógico, en el que sostienen la supuesta y completa igualdad de los derechos de estos grupos frente al resto de la sociedad; pero luego de su acceso al poder los ignoran y prefieren evitar los debates y las decisiones. Una estrategia común de los gobiernos para luego “hacerse el quite” frente a las demandas de estos colectivos, es el nombramiento de comisiones que estudiarán su situación, que se limitarán a proponer cambios de nombres para designar las mismas prácticas ancestrales, y que finalmente presentarán informes que muy pocos leerán y que solo a los sujetos aludidos interesarán. Porque en una sociedad como la nuestra, muy pocos –aparte de los interesados– están dispuestos a debatir seriamente esas demandas.
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