Mario J. Viera. Englewood, Florida.
Quien no respeta el honor ajeno, la buena reputación de otros y ofende a muchos con frases peyorativas, no está capacitado para reclamar se respete su propio honor, su reputación, ni tampoco exigir respeto para su persona.
Correa declara sentirse ofendido en su honor, que ha sido injuriado, calumniado y difamado. Todo ello por lo que escribiera Emilio Palacio de EL UNIVERSO. ¿Será por acaso porque el periodista afirmara: “Lo que ocurre en realidad es que el Dictador por fin comprendió (o sus abogados se lo hicieron comprender) que no tiene cómo demostrar el supuesto crimen del 30 de septiembre, ya que todo fue producto de un guión improvisado, en medio del corre-corre, para ocultar la irresponsabilidad del Dictador de irse a meter en un cuartel sublevado, a abrirse la camisa y gritar que lo maten, como todo un luchador de cachacascán que se esfuerza en su show en una carpa de circo de un pueblito olvidado”?
No hay ofensa en la verdad. Esta misma la opinión de Rosendo Fraga expuesta un día después de esos hechos en el diario LA NACION: “Los policías amotinados, no pretendían tomar el poder, no tenían lideres claros ni un petitorio muy definido. Correa calibra mal la situación, piensa que su carisma los va a dominar y comete el error de ir sin un análisis previo a imponer su autoridad por su sola presencia. Recibe en respuesta botellazos y le cae cerca un gas lacrimógeno. Claramente, es una manifestación anárquica y desorganizada”.
Es también lo que opina el periodista Tomás Ciuffardi de Ecuavisa cuando, basado en su experiencia aseguró el 3 de octubre de 2010, que, normalmente, el Presidente no suele ir a lugares donde evidentemente se puede exponer al peligro. "Eso tiene que ver con la personalidad de Correa, a quien le gusta tener el control de las cosas, pero también atender las situaciones personalmente, entonces creo que incluso quiso hacer un gesto de deferencia, de decir 'tengo la intención de conversar con ustedes cara a cara'. Sin embargo, de alguna manera, eso calentó los ánimos y expuso al Presidente. Su arribo transformó la situación en una bola de nieve”.
Tal vez considere una afrenta a su honor que se le recuerde el ridículo que hizo de creerse el súper macho que con su sola presencia paralizaba un amotinamiento.
¿Acaso lo que considera una injuria contra su soberana persona sea el párrafo penúltimo del “No a las mentiras” que dice: “El Dictador debería recordar, por último, y esto es muy importante, que con el indulto, en el futuro, un nuevo presidente, quizás enemigo suyo, podría llevarlo ante una corte penal por haber ordenado fuego a discreción y sin previo aviso contra un hospital lleno de civiles y gente inocente”.
¿Dónde está la mentira? ¿Habrá necesidad de recordarle al pelucón bolivariano lo que en aquel momento se informaba por la prensa?
Ciuffardi recordó como lo más impactante de la jornada fue "el rescate del Presidente en la noche. Tuvimos un contacto en directo con un periodista que estaba ahí, que dijo que los policías iban a permitir la salida de Correa y que, incluso, cantarían el himno de su institución como un signo de que había finalizado el conflicto. Se cortó la señal y cuando volvimos con el periodista, la cámara estaba en el piso y se escuchaban ráfagas de metralletas. No se entendía qué había pasado porque supuestamente era una salida pacífica, todo estaba arreglado y, de repente, estábamos viendo un tiroteo que duró 30 ó 35 minutos. Nuestros camarógrafo y reportero tuvieron que tirarse al piso para protegerse de la balacera”.
EL PAIS reportó el 2 de octubre: “...el Ejército, apoyado por un grupo policial de élite, se abrió paso a tiros. Correa fue sacado en un todoterreno en medio de un intenso intercambio de disparos, que dejó al menos dos policías muertos (uno de ellos, del equipo de rescate, alcanzado por fuego amigo)”.
Ese mismo día la Agencia EFE informó: “Antes de iniciarse el tiroteo, grupos de militares, que se habían mantenido alejados de la zona, se acercaron en camiones al Hospital del Policía Nacional e inmediatamente se inició el intercambio de disparos. Correa se encontraba en el tercer piso del edificio, donde llevaba recluido toda la jornada. Con él estaba una dotación del Grupo de Operaciones Especiales (GOE), un cuerpo de policía que se mantuvo leal al gobierno”.
El 1 de octubre, EL DIARIO de La Paz anotó: “El Presidente ecuatoriano fue sacado del hospital tras un tiroteo de más de media hora. Imágenes de televisión mostraron a un uniformado herido, pero no se podía distinguir si se trataba de un policía de servicios especiales o de un militar”.
El 1 de Octubre, el periódico de Cochabamba, OPINION, reseñó: “Tras casi una hora de tiroteos entre los policías sublevados y militares, lograron el rescate del presidente Rafael Correa que permanecía recluido en un hospital
“Una fuerza militar ha penetrado en el hospital donde está el presidente de Ecuador, Rafael Correa, con el objetivo de rescatarle, pues está rodeado por policías sublevados.
“...Imágenes de la televisión de ese país mostraron a cientos de militares con armas largas, policías protestantes también lanzaban disparos y gente vestida de civil hacía lo mismo.
“Las fuerzas castrenses avanzaba por los techos de los edificios para avanzar y aproximarse al hospital donde desde la mañana estaba el presidente, otra centena lo hacía por tierra.
Representantes de los medios de comunicación y otras muchas personas siguen dentro del hospital, hasta que la situación regrese a la calma”.
El diario LA PRENSA destacó: “El ataque perpetrado anoche contra el hospital ocurrió después de que fracasaran las negociaciones con los sublevados para que liberaran a Correa, que llevó a cabo el Gobierno durante todo el día, de acuerdo con la versión del ministro de Defensa, Javier Ponce”.
El 7 de noviembre de ese año asambleísta de la oposición planearon llevar sus quejas al exterior y denunciar supuestas violaciones a los derechos humanos y tratados internacionales, como los Convenios de Ginebra, cometidos por el Estado el día de la revuelta policial y el asalto al Hospital de Policía. Según el parlamentario César Montúfar, “El asalto militar a esa casa de salud, viola los artículos 18 y 19 del Título IV de la Convención de Ginebra, que prohíbe atacar un hospital”.
Carlos Estarellas Velásquez, especialista en Derecho Internacional Público, consideró entonces que en el caso del ataque al hospital “no es necesario agotar las instancias de justicia local (para dirigirse a la Comisión Interamericana para los Derechos Humanos), porque ahí hay una violación flagrante del Derecho Internacional Humanitario y de las Convenciones de Ginebra. Y en ese mismo sentido Mauricio Gándara, experto en derecho internacional, opinó que “la violación a los Convenios de Ginebra es clarísima porque ni en estado de guerra se puede bombardear un hospital, mucho menos debía pasar el 30 de septiembre”.
Es un hecho. El hospital fue asaltado por el ejército poniendo en peligro la vida de los hospitalizados, médicos y personal de servicio así como de los miembros de la prensa que allí estaban para cubrir la noticia. Desde el punto de vista del derecho internacional ese acto constituye una acción de lesa humanidad tal y como señaló Palacio: “Los crímenes de lesa humanidad, que no lo olvide, no prescriben”.
Si Correa asegura que no fue él quien diera la orden de asalto, entonces hay que hacerse la misma pregunta que formulara la asambleísta Lourdes Tibán, de Pachakutik: “¿Si no fue el presidente Rafael Correa, quién ordenó el ataque al hospital de la Policía Nacional el pasado 30 de septiembre, a órdenes de quién se fueron los militares? O sea, ¿los militares también se sublevaron?, ¿cuál era el jefe de los militares que les dio la orden para que entren al hospital?”.
Si de verdad Correa tuviera honor respondería claramente esa interrogante. Si él no dio la orden debiera castigar al que la impartió y no lanzarse en un ataque contra un periodista honesto y mucho menos abrir una causa penal por algo considerado como injuria, una figura del derecho civil.
Correa, en cambio hace otra pregunta: “¿a quién se le puede ocurrir acusar al presidente de la República de asesino, de criminal de lesa humanidad, en base a hechos imaginados? ─ y se responde a sí mismo ─ Eso no es opinión, es injuria, calumnia, difamación”
Este es el concepto que tiene el pelucón bolivariano de la intangibilidad de la presidencia trastocando la crítica a su posición en delito de lesa majestad. El presidente de una república puede ser acusado, puede ser atacado, puede ser fuertemente cuestionado por la prensa, él no está en el poder por la gracia de Dios y sí, si ordenó su “rescate” con el ataque a un hospital, se le puede acusar de asesino, de criminal de lesa humanidad.
Como se puede acusar de asesino, de criminal de lesa humanidad a su tan admirado Fidel Castro que ordenó el ataque al trasbordador Trece de Marzo causando la muerte de 52 personas incluidos numerosos niños, ordenó el fusilamiento de tres cubanos que sin mediar hecho de sangre se apoderaron de una embarcación en el intento de migrar hacia los Estados Unidos y dio la orden de derribar en pleno vuelo a dos avionetas civiles desarmadas sobre aguas internacionales.
Se cree Correa con el exclusivo derecho de proferir ofensas y epítetos denigrantes contra sus opositores y contra la prensa independiente con calificativos como “corruptos” y “sicarios de tinta”. Eduardo Bertoni, exrelator para la Libertad de Expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos dice al respecto: “El presidente y los funcionarios públicos tienen derecho a la libertad de expresión y pueden ejercer este tipo de manifestaciones críticas. De eso se trata el debate. Pero lo que no está claro es que no se está midiendo con la misma vara, el honor de unos y otros”.
Definitivamente Sr. Rafael Correa, Ud. no tiene honra alguna, su honra es la propia de un césar romano.
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