El bronce de los caníbales
Andrés Reynaldo. EL NUEVO HERALD
Puede que esta segunda exhumación de los restos del presidente Salvador Allende aclare las ambiguas circunstancias de su muerte el 11 de septiembre de 1973. El consenso sobre la necesidad de cerrar ese capítulo muestra la madurez de la sociedad chilena. Una nación que no enfrenta sus fantasmas es una nación a medias. Sin embargo, todavía falta mucho para que los latinoamericanos y, en particular, la izquierda democrática, emprendan la exhumación política del allendismo.
En su última y quizás más famosa foto, Allende aparece con un casco militar, empuñando el fusil de asalto AKM-47 que le regaló su amigo Fidel Castro. Entonces, esa imagen sugería la incongruente amistad entre un presidente dispuesto a morir en defensa de un mandato democrático y un dictador megalómano y esperpéntico que, además, era en ese momento uno de los más serviles peones de Moscú. Casi cuarenta años después, tras la apertura de los archivos soviéticos y el testimonio de protagonistas y observadores de primera fila, la imagen acaba por retratar lo obvio: no era una amistad sino una alianza.
Como otros tantos líderes de la izquierda en América Latina, Allende mantuvo estrechos vínculos con la inteligencia cubana y soviética desde comienzos de la década de 1960. En 1967 se le confía el rescate de los sobrevivientes de la fracasada guerrilla del Che en Bolivia. Los Archivos Mitrokhin (*), publicados a partir de 1992, indican que recibió cientos de miles dólares de la KGB para su campaña presidencial a través del agente Svyatoslav Kuznetsov, su contacto en México. (Además de decenas de miles para uso privado). En el apogeo de su gobierno, el personal de la Embajada de Cuba en Santiago superaba al de la propia cancillería chilena. A La Habana llegaban a diario jóvenes chilenos sin vínculos con sus instituciones militares a recibir entrenamiento en armas, explosivos y otras artes de la desestabilización. Valga decir que el fervor doctrinario de aquellos representantes del socialismo en democracia no era nada democrático.
La visita de Fidel Castro a Chile en 1971 despejó las dudas. De estadio en estadio, a lo largo de todo un mes, Fidel predicó sin cortapisas de protocolo ni cautelas tácticas el evangelio de la lucha de clases, la toma armada del poder y la supresión de los opositores como premisa del paraíso revolucionario. Fue un viaje de penetración que le permitió a Fidel medir sobre el terreno las posibilidades de éxito de una transformación definitiva y radical. Fascinado y embarazosamente secundario, Allende asistía a discursos y banquetes en el papel de pupilo, mientras la derecha y el centro sacaban cuentas políticas y monetarias de los estragos del visitante. Había razones para alarmarse. El referente ideológico del allendismo no era la socialdemocracia de Olof Palme y Willy Brandt sino el recalcitrante comunismo de Mao, el Che, Fidel y Brezhnev. De visita en Cuba, Allende dice: “Gracias, compañero y amigo, comandante de la esperanza latinoamericana, Fidel Castro”. En Moscú: “La Unión Soviética, a la que nosotros denominamos Nuestra Hermana Mayor”. En aquel mundo bipolar, éstas eran sus claras coordenadas.
La precaria victoria electoral de 1970, con el 36.3 por ciento de los votos, comprometía a Allende a gobernar por una voluntad de concordia. Pero el suyo fue un gobierno de confrontación desde el principio. Todavía asombra su retórica, plagada de los tópicos leninistas de los años 20. Tal como ocurre en estos tiempos con Hugo Chávez, era imposible no verlo venir. A diferencia de Venezuela, la clase media urbana y rural, la Iglesia Católica, los gremios profesionales, un sector ilustrado del estudiantado y casi todos los principales mandos de las fuerzas armadas reconocieron a tiempo que una embestida de tal magnitud no podía conjurarse con un plebiscito. Hablando sobre las consecuencias de la guerra sucia de la junta militar argentina contra la subversión izquierdista, Ernesto Sábato dijo que no podíamos combatir a los caníbales comiéndonoslos. Rotunda y lúcida, la observación no responde a un dilema: ¿cómo podía una polarizada sociedad en desarrollo, atrapada en el letal juego de la Guerra Fría, con sus instituciones democráticas tan asediadas como imperfectas, defenderse civilizadamente de los caníbales?
Dejémosnos de parábolas, a despecho de la mayoría de los chilenos Allende proponía una transición hacia un modelo colectivista con marcadas similitudes al castrismo, así como el alineamiento internacional con la órbita soviética. Tanto sus partidarios como sus adversarios sabían que esa tarea rebasaba las posibilidades de un período presidencial y exigiría, cuando llegara la hora, la retención del poder mediante la violencia revolucionaria. Los hombres de su entorno no se medían demasiado para decir que el socialismo se impondría por las urnas o las armas. La conciencia moderna no puede justificar el golpe de Estado y los oprobiosos excesos de la dictadura de Augusto Pinochet. Igualmente repugnante es que se cruzara de brazos ante el asalto totalitario a una nación promovido por sus autoridades electas. Una vez que las trampas electorales, el caos y la penuria deliberados, la parcialidad jurídica, la coerción de los derechos y la impunidad de los fanáticos impiden la acción pacífica y organizada, sólo queda sobre la arena una oposición dispuesta a dejarse devorar por (o devorar a) los caníbales. Aquellos lodos traen estos polvos.
Hoy, frente al Palacio de La Moneda, la izquierda mundial venera una regia estatua de Allende. Arropada hasta medio cuerpo en la bandera de Chile, su figura avanza serena, firme y civil por la eternidad del bronce. El rostro es generoso, elegantemente paternal. Pareciera que quiso ser el presidente de todos los chilenos. Pareciera que no murió empuñando el fusil que le regaló el mayor de los tiranos de las Américas.
(*) Extracto del Volumen II de “El Archivo Mitrokhin” del historiador Christopher Andrew y el desertor de la KGB Vasili Mitrokhin.
(Traducción libre)
Con mucho, los contactos más importantes de la KGB en Sudamérica fueron con Salvador Allende Gossens (Líder nombre código para la KGB) cuya elección como Presidente de chile fue ovacionada como “una bofetada revolucionaria al sistema imperialista en América Latina”
Allende sería el primer marxista en cualquier lugar del mundo en alcanzar el poder por las urnas electorales. El era muy diferente de cualquier estereotipo del líder marxista. Durante sus visitas a La Habana en la década de los 60 era objeto de mofa por el séquito de Castro por sus aristocráticos gustos: finos vinos, costosas obras de arte, trajes bien cortados y mujeres elegantemente vestidas. Allende era además un mujeriego. Gabriel García Márquez lo describía como “un galante con un toque en él de la vieja escuela, notas perfumadas y furtivas citas amorosas”
A despecho de las burlas en privado que despertaban en los aliados comunistas de Allende, su apariencia burguesa y su costoso modo de vida fueron, no obstante, de valor electoral, dándole a la clase media la confianza de que sus vidas continuarían normalmente bajo una presidencia de Allende. Como reconocen hasta sus opositores, él poseía un enorme encanto personal.
La elección de Allende dejó al Presidente Nixon, según sus Consejero de Seguridad Nacional, Henry Kissinger, “fuera de sí” por la ira. Habiendo recriminado a los demócratas por más de una década el permitir que Cuba llegara al comunismo, Nixon ahora enfrentaba la posibilidad que como Presidente republicano el ver que Chile le seguía los pasos. Había, le dijo con furia a Kissinger, “solo una posibilidad entre diez” de impedir la confirmación de Allende, pero el intento debía hacerse para “salvar a Chile” del comunismo. La CIA elaboró un plan de dos direcciones. La primer vía sería encontrar alguna manera de persuadir al Congreso chileno de no aprobar el nombramiento de Allende como Presidente. La segunda vía sería diseñar un golpe militar. Ambas vías fallaron. El 24 de octubre, Allende sería formalmente electo por los votos del Congreso chileno.
Los contactos regulares soviéticos continuaron con Allende luego de su elección pero no por el Embajador soviético sino por el oficial de caso de la KGB, Svyatoslav Kuznetsov, quien había sido instruido por el centro de “ejercer una influencia favorable en la política del gobierno chileno”. De acuerdo con el expediente de Allende de la KGB, se le “hizo comprender la necesidad de reorganizar el ejército y los servicios de inteligencia chilenos y de establecer una relación entre los servicios de inteligencia de Chile y de la URSS”. Se dice que Allende reaccionó positivamente.
La acción encubierta de la CIA contra Allende continuó durante su presidencia. Nixon dio instrucciones de “hacer chillar la economía (chilena)”.
Kuznetsov organizaba sus reuniones regulares con Allende a través de la secretaria personal del Presidente, Miria Contreras Bell, conocida como La Payita, y por el nombre clave de Marta para la KGB. La Payita fue la amante favorita de Allende durante su presidencia. Kuznetsov reportaba que Allende dedicaba “muchísimo tiempo: en su compañía. Sus relaciones con su esposa estuvieron más de una vez dañadas como resultado”. A pesar de los amoríos de Allende, Hortensia, no obstante, se mantenía leal hacia él. Kuznetsov hizo todo lo que pudo para cultivarla tanto como a su esposo.
En octubre de 1971, bajo instrucciones del Politburó a Allende se le entregaron $30 000 “para solidificar la ganadas relaciones” con él. Allende también le mencionó a Kuznetsov su deseo de adquirir “uno o dos íconos” para su colección privada de arte. Se le obsequiaron dos íconos de regalo.
El 7 de diciembre, en un memorando al Politburó, la KGB propuso darle a Allende otros $60 000 para lo que fue denominado “su trabajo con (es decir, el soborno de) los líderes de los partidos político, los comandantes del ejército y los parlamentarios”. Se urgió a Allende a que fortaleciera su autoridad estableciendo “contacto no oficial” con los jefes de seguridad chilenos y “haciendo uso de los amigos (comunistas)” en el Ministerio de Interior.
En junio de 1972, las estrechas relaciones de Kuznetsov con Allende fueron afectadas con la llegada a Santiago de un tosco y nuevo embajador soviético, Aleksandr Vasilyevich Basov, cuya membresía al Comitٞé Central indicaba tanto su alto rango como la importancia dada por Moscú a las relaciones con el Chile de Allende. A diferencia de su predecesor, Basov no estaba preparado para jugar un papel de secundo de un oficial de la KGB. Sus relaciones con la residencia se empeoraron, aparentemente poco tiempo después de su llegada a Santiago, luego del descubrimiento tanto en las paredes de su oficina como de su apartamento de algunos aparatos con diminutos transmisores que podían activarse desde cierta distancia. Basov sin dudas culpó a la KGB por el fallo para proteger la seguridad de la embajada. Desde el inicio Basov insistió en acompañar a Kuznetsov en las reuniones con Allende, estorbando de esta manera la conducción de los negocios de la KGB que la residencia estaba reacia a discutir en la presencia del embajador.
En pocos meses buscaba Basov reemplazar a Kuznetsov como el contacto principal con Allende. Su intención era la de reducir la mayoría de los contactos con Allende a “un único canal” controlado por él mismo. Pero está claro por reportes de la KGB que sin el conocimiento del embajador, Kuznetsov tuvo éxito en establecer un canal secreto “para conducir los asuntos más confidenciales y secretos” directamente con Allende.
En 1972 Moscú rebajó su valoración de las perspectivas del régimen de Allende. La “huelga de los camioneros” presuntamente respaldada por fondos de la CIA, paralizó virtualmente la economía por tres meses, suministrando dramáticas evidencias de la debilidad del gobierno de la Unidad Popular y del poder de sus oponentes. La creciente evidencia del crónico mal manejo de la economía hizo que Moscú estuviera poco dispuesto a proveerle un apoyo en gran escala.
Ansiosa por hacer lo que se pudiera para impedir la derrota del régimen de Allende, la KGB dio una exagerada impresión de su habilidad para influir en las políticas chilenas.
Tras la pérdida de la Unidad Popular de Allende de su mayoría en el Congreso en marzo de 1973, la KGB intentó explicarle al Politburó el por qué sus “relaciones confidenciales” con los políticos chilenos en todo el espectro político había fallado para producir la victoria de la UP que tres meses antes había esperado el Politburó. Prefiriendo como de costumbre concentrarse en sus aciertos enfatizó en cambio en la voluntad del presidente de proveer mayor apoyo a sus operaciones.
Desde el punto de vista de la KGB, el error fundamental de Allende fue su falta de voluntad para emplear la fuerza en contra de sus oponentes, Sin el completo establecimiento del control sobre toda la maquinaria del estado su control del poder no podría asegurarse.
El primer intento para derrocar al régimen fue llevado a cabo por activistas de extrema derecha del movimiento Patria y Libertad. La residencia de Santiago informó al centro que había obtenido información de inteligencia sobre planes de un golpe y advertido a Allende. El 28 de junio, no obstante, tres grupos de combate de tanques y vehículos blindados con unas 100 tropas abandonaron sus cuarteles y se dirigieron al centro de Santiago. El golpe terminó en una farsa. “La columna obedeció todas las luces de tráfico y al menos un tanque se detuvo para reabastecerse en una gasolinera comercial”.
El aspecto más significativo del fallido golpe fue la respuesta apática de los trabajadores chilenos al golpe. Allende hizo un llamado radial para que “el pueblo... se volcara en el centro de la ciudad” para defender a su gobierno. Ellos no lo hicieron. Este altamente significativo hecho fue apropiadamente percibido por el jefe del ejército General Augusto Pinochet Ugarre.
Más tarde la KGB se quejó de que Allende hubiera la menor atención a sus advertencias de un inminente desastre. Cuando Pinochet y una junta lanzó su golpe en las primeras horas del 11 de septiembre, el liderazgo comunista, que también había sido informado por la KGB, estaba mejor preparado que Allende. El periódico del Partido Comunista aquella mañana portaba el gran titular, “Todos a sus puestos de combate”; los “Trabajadores de la ciudad y del campo” fueron convocados al combate “para repeler el temerario intento de los reaccionarios determinados a derrocar al gobierno constitucional”. Los administradores comunistas de las fábricas comenzaron a movilizar a los trabajadores del cinturón industrial”
No obstante Allende falló en cumplir su promesa de seis semanas antes de llamar al pueblo a las armas para defender su régimen. En lugar de buscar apoyo en las áreas de clase obrera en Santiago, se encerró en las oficinas presidenciales de La Moneda, donde se defendió con solo 50 a 60 de entrenados guardias cubanos y media docena de de oficiales del Servicio de Investigaciones. La falta de preparación de Allende para ocuparse del golpe se derivaba parcialmente de su preferencia por la improvisación en lugar de planes adelantados. Su confidente francés, Régis Debray, más tarde declaró que él “nunca planeaba algo con más de 48 horas de adelanto”
Extracted from The Mitrokhin Archive, Volume II: the KGB and the World by Christopher Andrew and Vasili Mitrokhin, to be published by Penguin on September 19
© Christopher Andrew and Estate of Vasili Mitrokhin 2005
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