Daniel Morcate. EL NUEVO HERALD
Movimiento Occupy Wall Street-Foto-AFP
A medida que crece el movimiento de los indignados contra Wall Street, nuestros barones de las finanzas y sus apologistas no pueden escamotear un dato esencial: la impunidad ha sido hasta ahora la consecuencia más evidente de los chanchullos y excesos de Wall Street que provocaron la imparable crisis económica que padecemos. Casi cuatro años después de que estallara la catástrofe, el Departamento de Justicia ha investigado a más de 70 ejecutivos de la famosa cuadra financiera neoyorquina. Pero sólo ha presentado cargos criminales contra uno: Rajat Gupta, ex director de Goldman Sachs y Procter & Gamble. Ustedes habrán visto al socio pasearse rodeado de agentes del FBI la semana pasada, con aires de alguien que, a pesar del contratiempo, cree tener el mundo cogido por el rabo. Falta mucho para que un jurado se pronuncie sobre su caso. Pero el expediente de nuestro gobierno en esta materia no deja mucho espacio para el optimismo. Y ese es uno de los mensajes de protesta más claros y contundentes que envían los ocupantes de Wall Street. Por supuesto, a quienes quieran escucharlo.
Uno tras otro los sondeos de opinión indican que siete de cada 10 norteamericanos culpan a Wall Street del desastre financiero y desean un escarmiento para los implicados. Pero la justicia federal arrastra los pies con lentitud en este entuerto, contribuyendo así a la percepción popular de que los tiburones de las finanzas tienen en el gaznate a los pejes gordos de Washington. O más propiamente en el bolsillo. En los corredores del Departamento de Justicia abundan las excusas para no tomar a este toro rabioso por los cuernos. Se dice, por ejemplo, que los tiburones protegieron sus desmanes con fine print, la letra pequeña que no leyeron y que en todo caso tampoco hubieran entendido millones de infelices que perdieron sus bienes. Y se dice asimismo que si se persiguiera a los tiburones con la merecida firmeza, la aún frágil economía nacional acabaría por hundirse del todo porque, en última instancia, los tiburones siguen moviendo sus hilos.
No hace falta, sin embargo, ser un Einstein ni un Steve Jobs para reparar en que la morosidad de la justicia pudiera guardar relación con la influencia decisiva que ejerce Wall Street sobre las contiendas electorales. Los mismos dirigentes políticos que en sus manos tienen la facultad de encausar a los tiburones financieros dependen de ellos para recaudar los fondos que necesitan en sus campañas electorales. Los tiburones conocen el albur y juegan sus cartas con destreza. En las elecciones del 2008 apostaron grandes sumas a Barack Obama. En cambio durante esta campaña muchos le regatean fondos por despecho ante las investigaciones en curso y por temor a que los encause en un segundo período en el que ya no tendría que preocuparse tanto por cortejarlos. Para sortear el obstáculo, Obama ha recurrido a los bundlers, los hábiles “empacadores” de donaciones que tienen enorme peso en la cuadra financiera de Nueva York y se parecen como gotas de agua a esos cabilderos que el presidente había prometido ignorar. El aspirante republicano, Mitt Romney, ha surgido como nuevo favorito de Wall Street. Y no precisamente por mormón.
Los apologistas de Wall Street se quejan de la queja de los indignados contra el uno por ciento que se ha enriquecido mientras se estancaba o empobrecía el 99 por ciento de los norteamericanos. Lamentan una lucha de clases que nadie en realidad ha planteado. Y nos exhortan a que dejemos al mercado hacer su paciente labor de rectificación. Olvidemos por un momento que la mano invisible del mercado, según la trillada metáfora que les gusta emplear, no tuviera nada que ver con el crecimiento vertiginoso y artificial del sector financiero que representa Wall Street en detrimento de otros sectores de la economía nacional – esa tendencia obedeció a decisiones políticas, no al mercado. La verdad es que la queja fundamental de los indignados va dirigida a la impunidad que disfrutan los tiburones que provocaron la crisis mientras millones de norteamericanos sufren en carne propia las terribles consecuencias de su conducta irresponsable y criminal.
Ignoro, como todo el mundo, los efectos o el desenlace que tendrá el movimiento de invasores de Wall Street. No me complace ver los choques que sostienen algunos con la policía. Y tengo tantas preguntas como el que más sobre las motivaciones de algunos integrantes. Pero les agradezco de entrada el haber dado nuevo impulso al reclamo de justicia contra los causantes de la peor crisis económica que han sufrido el país y el mundo en décadas. Es alentador comprobar que la plata de Wall Street, ante la que se postran nuestros políticos tan fácilmente, no ha sido capaz de borrar la memoria ni la capacidad de indignación de muchos norteamericanos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario