sábado, 19 de noviembre de 2011

La agente castrista Cindy Sheehan quiere ocupar Casa Blanca.

Mario J. Viera
La hipócrita Cindy Sheehan

El castrismo es hábil para captar descontentos y resentidos para usarles como agentes de su política, a unos los captan mediante chantajes, a otros aprovechándose de sus puntos débiles, a otros por afinidades políticas. Todos después salen a hacer campañas a favor del gobierno de Cuba convertidos en ardorosos agentes.
Ese es el triste papel que está jugando la norteamericana Cindy Sheehan. Resentida por la muerte de su hijo en Irak, su dolor de madre le hizo condenar la guerra, Su voz era el grito angustiado de cualquier madre que pierde un hijo en combate, desgarrador, las guerras son crueles; pero su hijo no fue reclutado a la fuerza por el ejército de Estados Unidos; él se alistó por su propia voluntad; se hizo soldado y los soldados cumplen con la obligación de ir a combatir, dispuestos a matar o a morir.
Quizá ella hubiera podido alegar un escrúpulo de conciencia y condenar como injusta la guerra en Irak o en Afganistán y convertirse en pacifista. De este modo merece honor; pero actuar en apoyo de una siniestra tiranía para impulsar su particular lucha la hace desmerecedora de su propio hijo. Sheehan se entregó en cuerpo y alma a los Castro. Su condena a la guerra se convierte en petulancia. Desconoce de propósito que en Cuba existe el servicio militar obligatorio que recluta a adolescentes de 17 años; desconoce de propósito que Cuba desangró a su juventud en guerras extrañas impulsadas por intereses políticos.  Desconoce de propósito que Cuba es una gran cárcel y que miles de cubanos, a lo largo de las más de cinco décadas de poder de los Castro, han sufrido un arbitrario y despiadado presidio político, obligados a compartir celdas con criminales comunes de la peor especie.
Cindy Sheehan y Chávez

Sheehan se abrazó con los verdugos de las libertades de Cuba. No escuchó el llamado que le hicieran las Damas de Blanco cuando visitara el país en 2007.  Nosotras, las Damas de Blanco, sentimos profundamente el dolor porque nuestros hijos, esposos, hermanos y tíos se encuentran injustamente en las terribles cárceles cubanas por el único motivo de pretender ejercer su derecho a la libre expresión y contribuir pacíficamente el bienestar del pueblo cubano”, así le escribieron la verdaderas pacifistas que se enfrentan con solo un gladiolo a los ataque que le lanzan las turbas de la policía política.
La voz de la dignidad cubana le advertía: “Al tiempo que usted y sus nobles seguidores se esfuerzan por que se cierre la prisión norteamericana en la base naval de Guantánamo —donde presuntos terroristas se encuentran—, a pocas millas, en la Prisión Provincial de Guantánamo, territorio de la República de Cuba, pacíficos e indefensos prisioneros de conciencia y políticos padecen condiciones inhumanas, sin agua potable limpia, mala alimentación, deficiente asistencia médica, insectos y roedores, visitas muy espaciadas y comunicación precaria”.
No dijo nada la Sra. Sheehan, guardó cómplice silencio, sin condenar las injustas prisiones de personas pacíficas, cuyo único delito es la protesta de palabra hablada y escrita. Sheehan se convierte en impulsora de la propaganda a favor de los cinco agentes de la dictadura castrista presos en Estados Unidos por actividades de espionaje.
Solo se abrieron los labios de la hipócrita pacifista para declarar en un acto organizado por el gobierno castrista: "Voy a luchar para que mi gobierno ponga fin al embargo. Quiero que todas las personas de mi país puedan venir y ver cuán hermosos son ustedes, y ver cuánta vida hay aquí”. Estuvo en Cuba, sigue visitando a Cuba; ahora anda por Holguín y sin embargo no vio a Cuba, vio la risueña Cuba del turismo, la de los altos funcionarios gubernamentales; no vio la angustia del pueblo, las largas líneas para comprar el pan, las viviendas miserables, la angustia del transporte, las sucias calles de los barrios que no tienen categoría de escaparate turístico.
Cindy Sheehan tiene el derecho de poder visitar cualquier país del mundo sin necesidad de recibir autorización previa de su gobierno para ello; puede hablar en esa que llaman Tribuna antiimperialista, en un país enemigo y lanzar ataque contra el gobierno de su país sin temor a sufrir represiones por lo que dijera, sin ser acosada por el FBI, sin temor a ser condenada como mercenaria, sin miedo de ir a parar a un sucio y mal oliente calabozo. Detrás de su pretendido pacifismo se esconde la actitud de una quintacolumnista, de una traidora en ciernes.
Mancilla la memoria de su hijo cuando proclama: “Tengo que seguir viviendo en el Imperio, porque es nuestra responsabilidad estar al lado de los que sufren el terrorismo propiciado por los Estados Unidos” y le entrega la cadena que su hijo Casey llevaba al morir en Irak a los familiares de los agentes de la Seguridad del Estado de Cuba, Antonio Guerrero y Fernando González y lo hace en calidad de préstamo “hasta que los cinco sean liberados y regresen a Cuba”.
Y propone Cindy Sheehan: “Si cientos de nosotros nos situamos frente a la Casa Blanca y decimos que no nos vamos hasta que liberen a los Cinco, o frente a los tribunales donde fueron juzgados injustamente el gobierno tendría que escucharnos. No tengo la menor duda de que lo hará”.
Le aplauden los represores de Cuba su valentía. Cindy Sheehan puede hacerlo, hacer lo que en Cuba no se le permite a las Damas de Blanco, situarse frente a las dependencias del gobierno hasta que se liberase el último de los presos de conciencia. Hacerlo provoca la furia de la represión, al ataque, la agresión física. Sheehan no lee los periódicos o no lee las noticias que a ella no le gustan.
Cindy Sheehan no merece respeto alguno. Miserables aquellos que se alían con los opresores de un pueblo.

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