Álvaro Vargas Llosa. LA TERCERA.
Una regla no escrita de la política estadounidense dice que nadie puede ser un aspirante serio a la Presidencia hasta que es acusado de acoso sexual. Si sobrevive a las horcas caudinas, será imparable. Si no sobrevive, no tenía lo que hace falta.
Pues bien: Herman Cain, el sorprendente candidato afroamericano convertido en la sensación de las primarias del Partido Republicano, intenta ahora sobrevivir a la acusación de acoso sexual que le hicieron hace quince años dos empleadas de la Asociación Nacional de Restaurantes que entonces presidía. Su manejo de la situación ha sido pésimo: pasó de negarlo todo a decir que no recordaba que hubo un pago de por medio para silenciarlas, y de allí a aceptar a medias que lo sabía y finalmente a escudarse en el pretexto de que sus críticos son racistas. Pero, a diferencia de la gran prensa norteamericana, que cree que Cain está acabado, yo no estoy tan seguro.
No son pocas las figuras que sobrevivieron a acusaciones contundentes de acoso sexual. Los tres principales: un ex presidente (Bill Clinton en el caso de Paula Jones), un ex gobernador (Arnold Schwarzenegger en el de doce mujeres anónimas) y un candidato a juez supremo (Clarence Thomas en el de Anita Hill). Por un Bob Packwood, el senador a quien se le probaron 17 de las 29 acusaciones de acoso que tenía y renunció, hay varios dirigentes que siguieron adelante. ¿Por qué lograría Cain superar esta prueba? Por una razón que se llama Mitt Romney. El Partido Republicano sencillamente no cree en Mitt Romney aunque sepa que es su mejor carta frente a Obama. El ex gobernador de Massachusetts, que llevaba semanas encabezando las encuestas, pero con números nada descollantes, es visto como un infiltrado que no cree en la reducción radical del Estado ni en valores tradicionales y cuyas ideas en temas como la sanidad pública son semejantes a las de Obama. De allí que en los últimos meses la base se haya entusiasmado con distintas alternativas a Romney, a las que ha tenido que ir abandonando a medida que iban cayendo en desgracia: el empresario Donald Trump, la representante Michelle Bachman o el gobernador de Texas, Rick Perry. La irritación de la base con Romney creció a medida que el centrista fue liquidando adversarios.
Hasta que llegó Herman Cain, el improbable ex empresario de una cadena de pizzas efímeramente exitosa que encandiló al "Tea Party", base dura del Partido Republicano. Un afroamericano con sombrero de cowboy texano con fama ejecutiva que canta himnos religiosos y habla casi como un "redneck" sureño es algo que la base parecía estar esperando sin saberlo. Nada entusiasma más a esa base conservadora que un afroamericano o un hispano de derecha: respuesta irónica y lapidaria a décadas de predominio del Partido Demócrata en dos sectores demográficos emblemáticos y a la corrección política.
El pequeño inconveniente es que, justo cuando Cain se había colocado a la cabeza de las encuestas para las primarias republicanas, aparece la prueba de fuego: el acoso sexual. Y aparece con credibilidad y sorprendiendo a Cain con hilarante incapacidad para dar respuestas consistentes. Por supuesto, la base está furiosa. Ann Coulter, termómetro de la derecha dura estadounidense, ha llegado a declarar que "nuestros negros son mucho mejores que los suyos".
Y esta es la única posibilidad de que Cain sobreviva: que la derecha que no quiere a Romney lo imponga como el precio necesario para no permitir que la izquierda acabe con el afroamericano conservador que echa por tierra décadas de corrección política racial. ¿Lo logrará? Improbable, pero no imposible.
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