Mario J. Viera
Para lo que va a dejar de fructífero en Cuba la visita del Sumo Pontífice católico, mejor sería que se quedara en Roma o continuara viaje a México. Y aunque según Radio Martí, los opositores cubanos han puesto sus esperanzas en que, con la anunciada visita papal acaben las tribulaciones del pueblo y cese la represión contra los opositores, la realidad se concretará solo en unos simples homenajes oficiales, alguna misa oficiada en alguna plaza y... ¡Hasta luego, gracias por su visita!
¿Quién saldrá ganando con la añorada visita pontificia? De seguro que no será el pobre, el desdichado, el sacudido, el infeliz Liborio; para Liborio se tratará de un entretenimiento que le permitirá disfrutar el gobierno por unos pocos días para variar un poco la monotonía de cada día marcada por lo mismo con lo mismo de siempre y las consignas aburridas y ya cansonas.
Raúl Castro le hará un guiño de ojos al cardenal Jaime Ortega por la ayudita que le diera con el asunto de las liberaciones de los presos políticos y su posterior envío al destierro. Favor con favor se paga. Ganará Ortega que ante el mundo de la cristiandad católica aparecerá como el que rompiera el hielo de la indiferencia ateísta de Cuba en una nueva campaña evangelizadora. Y, por supuesto, ya el vejestorio que gobierna (es un decir) en Cuba se está frotando las manos haciendo cálculos y sopesando los beneficios que le reportará la visita papal. Quizá puedan obtener que el Papa haga una petición por la liberación de los cinco sicarios, digo, héroes de pacotilla del régimen y reclame el levantamiento del embargo.
Quizá se les permita a las Damas de Blanco asistir a las celebraciones eclesiásticas por unos días, quizá no. Quizá por esos días se suspendan, provisionalmente, los actos de repudio y no se regalen toletazos a los opositores, solo quizá.
El Santo Padre no hace milagros. Su visita no traerá los cambios que solo pueden conseguir los cubanos el día que la Plaza de la Revolución se convierta en Plaza de la Protesta.
Ahora no habrá un obispo Pedro Meurice diciéndole a Juan Pablo II: “Le presento además, a un número creciente de cubanos que han confundido la Patria con un partido, la nación con el proceso histórico que hemos vivido en las últimas décadas, y la cultura con una ideología”. No habrá sorpresa, todo está preparado para evitar cualquier peligrosa improvisación.
Benedicto XVI no es Juan Pablo II, no tiene esa fuerza evangelizadora que adornaba al Papa polaco, ni el carisma personal de aquél. No pronunciará como Juan Pablo II, dándole fuerza a su voz debilitada por la enfermedad, aquella frase de Jesús que proclamaba “No tengan miedo”.
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