Mario J. Viera
El exprisionero político cubano Rolando Ferrer Espinosa. Cortesía Zuleika Cepero. Martinoticias.
Los porristas del castrismo ya no se miden. Nada les importa. Agreden escandalosamente ante la indiferente mirada del mundo. Saben que ya agoniza el régimen y se niegan a aceptar que el fin está cercano y desatan su loca furia contra los indefensos opositores. Temen a la decisión de dos hombres de sacrificar sus vidas por medio de una huelga de hambre en protesta por las golpizas y por el acoso policial contra activistas de derechos humanos y periodistas independientes.
Rolando Ferrer Espinosa y Alcides Rivera Rodríguez iniciaron su huelga de hambre el pasado 28 de septiembre, llevada hasta el punto en que ambos debieron ser ingresados en el Hospital provincial Arnaldo Milián Castro, de la ciudad de Santa Clara en condiciones muy delicadas. La opinión internacional apenas se ha hecho eco de la noticia; pero no los represores.
La esposa de Alcides Rivera, Idania Yanes Contreras, presidenta de la Coalición Central Opositora, había informado el 30 de octubre sobre el estado de salud de los dos opositores: “El estado de ellos es grave, porque llevan más de 30 días en huelga de hambre y ellos pueden perder la vida (…) el hospital está militarizado totalmente”, había denunciado.
Dos hombres desarmados, debilitados por el ayuno prolongado, ingresados en una dependencia hospitalaria concitaron el temor cerril de los esbirros del castrismo. La dignidad asusta. Y como exigen sus compañeros de ideales que se les ofrezca la debida atención médica, decidieron mantenerse en guardia permanente frente al hospital. No la Seguridad del Estado no permite que los dos opositores fueran ingresados en la sala de cuidados intensivos; pretende el cuerpo represivo restarle importancia al estado de salud de los dos ayunantes.
El lunes Yanes Contreras informaba: “El estado de ellos es grave, porque llevan más de 30 días en huelga de hambre y ellos pueden perder la vida”, nada que les importe a los represores, para ellos lo fundamental es disminuir importancia al sacrificio y, si mueren ¡Que les puede importar!, luego argüirán que murieron cumpliendo instrucciones del amo imperialista que les paga para que hagan huelgas de hambre...
Piden los opositores la mediación de la Iglesia y le escriben al cardenal Jaime Ortega y no reciben respuesta. Jorge Luis García Pérez, el conocido “Antúnez”, señala que el estado de salud de Rolando Ferrer Espinosa “es bastante delicado, teniendo en cuenta que según los propios criterios médicos, está a punto de contraer una acidosis metabólica” y denuncia: “Están recibiendo suero, pero no están recibiendo una atención médica adecuada, teniendo en cuenta que ellos están reportados como graves y no los ubican en terapia intensiva”. “Estamos muy preocupados ─ agrega ─ porque lleva más de 30 días en huelga de hambre y en cualquier momento puede ocurrir un desenlace”.
Idania Yanes Contreras agrega, además, que Alcides Rivera Rodríguez, “está en estado grave con palpitaciones, ardor al orinar, dolor de cabeza, entumecimiento en las manos, frialdad en las piernas y una tos persistente. Han pasado varios neumólogos por acá... están muy preocupados por la tos y no sabemos qué es lo que pueda tener, porque ellos no hablan claro. Primero le dan el parte al médico, o sea, a la Seguridad del Estado, y luego nos dicen lo que ellos entiendan”.
Como a los represores les inquieta la presencia opositora frente al hospital no pueden dejar de actuar y golpean a Antúnez y a su esposa, Yris Tamara Pérez Aguilera y les llevan detenidos junto a Damaris Moya Portieles, Idania Yánez Contreras, esposa de Alcides Rivera, Julio Columbié Batista y Yanisbel Valido.
Y esperan impacientes la orden de actuar con más violencia; la orden que no proviene de un jefecillo cualquiera de la Seguridad del Estado, sino de lo más alto de la cúpula castrista, del mismo Raúl Castro que actúa con la misma sangre fría de que hiciera gala en los primeros días de la revolución, cuando en Santiago de Cuba ordenara cientos de fusilamientos y estuviera incluso dispuesto a dar con su propia mano el tiro de gracia a los ejecutados.
El lunes ya se había recibido la orden de actuar, de desatar la loca furia de la represión. Entonces se lanzan contra uno de los ayunantes, Rolando Ferrer Espinosa. “Me levantaron en peso aproximadamente diez efectivos y me montaron en una silla de ruedas; fuertemente me aprisionaron y como yo estoy débil no pude hacer nada (…) me metieron en una ambulancia y me llevaron para mi casa”.
La represión asume el papel de autoridad sanitaria: “Tengo una alta fiebre que estoy temblando, y el régimen dice que yo estaba clínicamente apto para irme a mi casa. Por lo tanto, me botaron de esa forma del hospital (…) podría decirles que fue un secuestro de la Seguridad del Estado”. Pareciera que en la mente de los represores retumbara la frase “¡Muérete, perro!”.
Ferrer denuncia: “En presencia mía golpearon a Julio Columbié Batista, de Ciego de Ávila, que estaba cuidándome, y se lo llevaron de forma brutal” y agrega: “Estoy muy preocupado por mis hermanas que las oí gritando y por Alcides Rivera Rodríguez, el otro huelguista, que queda allá en el hospital y no he podido comunicarme con él”.
Ante la violencia de las bestias no puedo acatar el dictado del Dios en que creo “Orar por quienes os persiguen”, no puedo orar por las bestias, oraré mejor porque desaparezcan para siempre y que algún día tengan que enfrentar a la justicia, a la de los tribunales libres o a la del pueblo.
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