El dictador militar de Egipto amenaza aplicar medidas “extremadamente graves” contra los que interfieran en las elecciones del lunes que en Tahrir se prefiere su posposición. Lo peor que podría ocurrir sería que los resultados de las elecciones no fueran aceptados como legítimos por el grueso de las fuerzas políticas y de la población.
Enric González y Nuria Tesón. EL PAIS
Un dictador militar amenazante, decenas de miles de manifestantes en la calle y un larguísimo proceso electoral que pocos comprenden. En estas circunstancias se abren el lunes las urnas en las principales ciudades egipcias. El mariscal Mohamed Tantaui, heredero presuntamente provisional del expresidente Hosni Mubarak, lanzó hoy un sombrío mensaje a la multitud de Tahrir y a cuantos reclaman al Ejército que ceda ya el poder a un Gobierno civil: “No toleraremos que los alborotadores interfieran en las elecciones”, dijo, porque las consecuencias serían “extremadamente graves”.
“Estamos en una encrucijada”, afirmó el mariscal. “Solo hay dos caminos, o el éxito de las elecciones que conducirán a Egipto hacia la seguridad, o enfrentarse a peligrosos obstáculos que las Fuerzas Armadas, como parte del pueblo egipcio, no permitirán”.
Tantaui, que añadió una advertencia contra vagas “interferencias extranjeras”, quiso demostrar que mantenía la situación bajo control. Pero al mismo tiempo convocó con urgencia a numerosos representantes políticos, en un intento de recabar apoyos y estabilizar una situación precaria. El primer ministro nombrado hace unos días, el exmubarakista Kamal Ganzury, corre peligro de caer sin haber llegado siquiera a formar Gobierno. Nadie se ha tomado en serio a Ganzury y eso indica que su patrón, Tantaui, tampoco pisa demasiado firme.
El jefe de la Junta Militar pide a los egipcios que se fíen de él. Que confíen en que las elecciones serán limpias y en que al término del endiablado proceso electoral, allá por julio del año próximo, con un Parlamento constituyente y un presidente recién elegido, cederá el poder.
No es pedir poco, teniendo en cuenta que Tantaui fue uno de los más directos colaboradores de Mubarak, que con el documento de las llamadas “normas supraconstitucionales” intentó mantener al Ejército como institución suprema del país (y con sus enormes privilegios económicos intactos) y que bajo sus órdenes se cometen, según Human Rights Watch, abrumadoras violaciones de los derechos humanos.
La gente de Tahrir, la que protagonizó la revuelta de enero y lleva una semana manifestándose en El Cairo y otras ciudades, no cree en Tantaui. El Ejército es la columna militar egipcia desde la revolución militar nasserista, en 1952, y aún goza de crédito entre amplios sectores de la población. Pero su prestigio decae día a día. Bajo la Junta se han deteriorado la economía y el orden público.
El momento crítico llega ahora: los soldados, desplegados masivamente por todo el país, deben lograr que las elecciones se desarrollen con regularidad pese a las protestas y que los resultados no atufen a fraude. Lo peor que podría ocurrir sería que los resultados no fueran aceptados como legítimos por el grueso de las fuerzas políticas y de la población.
La victoria de los Hermanos Musulmanes se considera segura. Son el partido más fuerte y mejor organizado, y su eficaz servicio de orden asegurará además que el electorado islamista acuda a las urnas sin riesgo de intimidaciones. Otros electores, simpatizantes de partidos laicos, liberales o izquierdistas, no dispondrán de esas garantías. Esa es la razón de que los Hermanos Musulmanes y su principal partido, Libertad y Justicia, hayan establecido un pacto tácito con la Junta Militar y se mantengan alejados de las protestas. Quieren elecciones, bajo cualquier circunstancia, porque tienen el control del futuro Parlamento casi al alcance de la mano. Luego ya verán.
“No queremos más islam que el que ya tenemos en la Constitución; lo que deseamos es un Gobierno que nos dé estabilidad, mejora social y libertades”, afirma Mahmud Hussein, un estudiante de Derecho que participa en la protesta de Tahrir y que asegura que votaría al Wasat, un partido islamista de centro.
El resultado electoral, en cualquier caso, aún está lejos. El lunes comienza un proceso abierto a todos los riesgos.
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