lunes, 7 de septiembre de 2020

CUIDADO CON EL AVENTURERISMO POLITICO

 

Mario J. Viera

 


Como ha dicho el profesor Fernando Mires: “la política no se basa ni en la unidad ni en la armonía, tampoco en la hermandad y en el consenso. La política emerge donde nacen surcos. La política es la polis dividida, confrontada consigo, el lugar donde los ciudadanos debaten, la arena movediza donde yacen ideales e intereses, pasiones, deseos, reclamos, e incluso ilusiones. Tener miedo a las divisiones en la política es tener miedo a la política”.

 

Ciertamente es correcto lo planteado por Mires; pero esta reflexión, aunque válida en sentido general, en el caso cubano se presenta como una excepción a la regla. En Cuba, bajo el régimen del PCC, existe un verdadero desierto político. La oposición, oficial y constitucionalmente, no existe. La actual constitución, todo lo espuria que se considere, es la que está vigente y ordena y conforta toda la estructura del estado socialista, es el marco jurídico de la anti-política que caracteriza al sistema. ¿Y por qué anti-política? Simplemente porque en este sistema, dentro de la sociedad, no existe el debate, al menos no público, entre partidos de oposición y partido en el poder. Su Artículo 5 que establece, y reconoce solo un partido político:

 

El Partido Comunista de Cuba, único, martiano, fidelista, marxista y leninista, vanguardia organizada de la nación cubana, sustentado en su carácter democrático y la permanente vinculación con el pueblo, es la fuerza política dirigente superior de la sociedad y del Estado 

 

Al reclamar “la permanente vinculación con el pueblo” el PCC está reclamando la unidad, la unidad entendida solo dentro de él; pero como reconoce Mires, “la política no se basa en la unidad”. El PCC no puede aceptar que dentro de la sociedad existan divisiones políticas, solo una es la correcta, y eso es otro de los elementos que asume Mires para definir lo anti-político: “Tener miedo a las divisiones en la política es tener miedo a la política”. Entonces, ¿cómo hacer para encontrar un manantial dentro de este desierto político?  Solo existe un recurso: enfrentar la anti-política con la política.

 

La política es la guerra por otros medios. Y las guerras se ganan con el empleo de una estrategia acertada y bien ejecutada y con elementos bien entrenados y decididos. Un batallón que cuente con suficiente armamento, pero carente del adecuado entrenamiento y de la voluntad de vencer, en el primer enfrentamiento será totalmente liquidado. Un ejército sin oficiales debidamente capacitados, y dirigido desde la lejanía de un Estado Mayor, podrá ganar alguna batalla pírrica, pero al final es cercado y aniquilado. Cada ejército en combate tiene que contar con un Estado Mayor que, desde el terreno, le conduzca, y, por supuesto, contar con oficiales capacitados capaces de tomar iniciativas en medio del fragor de la batalla. Frente a las potencias del Eje, los vencedores fueron las potencias aliadas, algo totalmente diferente a “potencias unidas”. Alianzas acordadas entre las potencias que tenían a un mismo enemigo en común.

 

He hecho a propósito esta digresión para enfocar el tema de la unidad de los grupos que, en Cuba, se oponen a la dictadura del PCC y a los métodos que se han puesto en práctica para hacer resistencia al régimen imperante. Se debe tener en cuenta que la consigna de alcanzar la unidad de todos los grupos contestatarios y disidentes de Cuba es del todo errónea, y retorno a Mires cuando dice: “todas las oposiciones en cualquier lugar del mundo, no es una entidad singular sino plural”. Agrada el criterio de la unidad en la diversidad, pero esto no es factible por hecho y porque se vive bajo un estado policiaco, y de la vigilancia de todos por todos, que siempre genera la desconfianza de unos con otros. Esto no quiere decir que se niegue una política de alianzas estratégicas entre grupos enfrentados a un común enemigo. Téngase en cuenta que he adjetivado al sustantivo alianza con el adjetivo “estratégica”. Estratégica como la alianza alcanzada en la Segunda Guerra Mundial entre Gran Bretaña y Estados Unidos con la Unión Soviética.

 

Ahora bien, cuando un núcleo opositor en Cuba, se decide por lanzar el reto político de la resistencia noviolenta, debe ser muy cuidadoso, para evitar caer en aventurismo político, con quienes hacer alianzas. No todas las organizaciones que se declaran contrarias a la dictadura cubana pueden ser aliados confiables. Ejemplos de alianzas que podrían ser tóxicas para el movimiento de resistencia no violenta existen varios dentro del exilio cubano, denominado “histórico”, sin experiencia práctica de cómo emprender una labor de resistencia dentro de los marcos del poder totalitario, y se autodefinen como los conductores principales de la resistencia cívica interna, tal como lo define el Secretario político del Directorio Democrático de Cuba (DDC), Orlando Gutiérrez-Boronat, que prefiere emplear ese término, en sustitución del término “resistencia noviolenta” que va más allá de la simple resistencia cívica (defensa de los derechos humanos y sociales, liberación de presos políticos, etc.). Por otra parte el DDC posee un fuerte componente plattista y se declara firme partidario del presidente Donald Trump, mezclando lo cubano con el actual gobierno y excluyendo al resto de cubanos que rechazan las políticas del actual mandatario.

 

¿Hacer alianzas con un supuesto Gobierno Constitucional Cubano de Transición sin consenso nacional, que nadie conoce en Cuba y al cual, ni siquiera el Buró Político del PCC le presta la menor atención? ¿Hacer alianzas con un partido que solo proyecta una visión futurista reclamando el fin de la usurpación, sin desarrollar una propuesta de cómo llegar a ese final, e incluyendo, además, la formación de un gobierno de transición, y elecciones? ¿Hacer alianzas con un fantasmal Clandestinos C-40, que no tiene ni la mínima idea de lo que es el clandestinaje?

 

Hay que estudiar, analizar y sacar conclusiones de la práctica de la resistencia noviolenta en Venezuela y Bielorrusia. De entrada, tenemos que poner en claro que las condiciones políticas en ambos países difieren en mucho de las que prevalecen en Cuba. En ambos países, aunque con limitaciones, existen partidos de oposición con derecho a participar en las elecciones presentando sus propios candidatos. Venezuela, por ejemplo, todavía no ha caído en la condición del desierto político presente en Cuba, existen los partidos de oposición con derecho a participar en los procesos electorales, aunque estos procesos se presten para el fraude, pero ante el fraude electoral existe la acción de la defensa del voto, con movilizaciones populares, con la toma de las calles, con la resistencia noviolenta. Sin embargo, la resistencia noviolenta parece no haber funcionado; pero no ha funcionado por haber caído en errores de aventurerismo político debidos al mismo Juan Guaidó y a María Corina Machado. Aventurismo político como el corredor humanitario con vistas a provocar una insurrección, lo mismo que intentó reeditar Rosa María Payá con su envío de ayuda humanitaria a Cuba y su reclamo al pueblo de salir a la calle para exigir se le entregara.

 

A todos los fracasos de la, ya prácticamente finiquitada “era de Guaidó”, anota Mires: “hay que sumar el escándalo de delegar iniciativa y conducción a personeros del gobierno de Trump. No solo ignoraron la línea internacional de ese gobierno (su doctrina) cuyo punto principal es no intervenir en asuntos externos que no reporten a EE UU ganancias económicas o geopolíticas. Además, eso es lo peor, desnacionalizaron la política (...) De este modo condenaron a la ciudadanía a convertirse en simple espectadora de conspiraciones golpistas o invasionistas”. Otro de sus grandes errores, idénticos a los propuestos por Orlando Gutiérrez-Boronat, que hace llamados a concentrarse en apoyo de la política de Trump hacia Cuba y promueve “las sanciones que ahoguen económica y políticamente (al régimen de Cuba) para darle un respiro (sic) al pueblo cubano”; al mismo tiempo, según él mismo dice, “fortalecer y hermanar a esa resistencia interna con el exilio (...) en la lucha y buscar la mayor solidaridad internacional en diferentes países del mundo, especialmente en nuestra América Latina para esa lucha”, olvidando un detalle primordial: las presiones externas sin actores internos no conducen a ninguna parte.

 

Muy diferente es lo que ocurre en Bielorrusia, donde la resistencia noviolenta se lleva con inteligencia y firmeza, lo que ha repercutido en un apoyo a su causa por parte de la Unión Europea; ese apoyo externo a elementos internos fortalece al movimiento opositor bielorruso. La oposición bielorrusa ha ganado la calle. Y me remito nuevamente a Fernando Mires:

 

El terreno de la calle: es el contrapunto del diálogo. Una política con diálogo y sin calle es conspiración. Una con calle y sin diálogo, es solo catarsis. Lamentablemente la pandemia limitará las posibilidades de acción callejera. Pero siempre será posible hacer rayados, convocar grupos reducidos, distribuir volantes.

 

El terreno de las redes: sin mucha calle, las redes serán calles virtuales. Y como ciertas calles, muy peligrosas. Sabemos que a las redes concurren multitudes de delincuentes, malhechores que te asaltan, grupos de asalariados mediales, noticias falsas. Con todo eso hay que contar. Pero como son redes, existe también la posibilidad de tejer hilos, establecer comunicaciones, desactivar malos argumentos, enviar mensajes y anuncios. No están los tiempos para ponerse exquisitos.

 

Un ejemplo a seguir se dio en Polonia con el movimiento Solidaridad, cuando la oposición frente al régimen comunista decidió que “la confrontación no debía tener lugar en las calles, sino que en todos los rincones de "producción de lo social". Esto es, eran concientes de que su lucha debía ser librada a largo plazo, y que no debía poseer ningún carácter épico, sino que, valga la redundancia, político” (Mires dixit).

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