...el Papa moverá multitudes, tal como lo hizo en su momento Juanes con su Concierto por la Paz. Este pueblo espera algo, aunque no esté muy claro qué, venga de la música o de Dios
Miriam Celaya. La Habana. DIARIO DE CUBA.
La recién anunciada visita del papa Benedicto XVI a Cuba en la primavera de 2012 parece haberse convertido para algunos en un nuevo plazo de esperanza. Después de décadas de desgaste, y ya cuando la apatía sustituyó por amplio margen al entusiasmo revolucionario, nada parece más propicio que esperar de un embajador de lo divino los milagros que no cumplieron los mesías de verdeolivo.
Por esta vez, las opiniones tanto de representantes de las autoridades gubernamentales de la Isla como de opositores y disidentes coinciden en la unánime congratulación por la visita del Sumo Pontífice. En palabras de Ricardo Alarcón, representante de la voz oficial, la noticia "nos causa francamente una gran felicidad, una gran alegría". Alarcón manifestó que esperaba recibir a Benedicto "para brindarle la hospitalidad y el cariño que los cubanos sienten por él" (¿?). Poco más o menos la fórmula habitual que ha servido oficialmente lo mismo para comentar la visita del presidente de Sao Tomé y Príncipe, de Timor Leste o del Rey Juan Carlos, como para agradar a la representación de alguna comunidad de productores de arroz de Vietnam o a la compañía de baile flamenco Antonio Gades. Así de monocordes son las autoridades.
Su Eminencia, el cardenal Jaime Ortega, considera la próxima estancia de Benedicto XVI como "un gran bien para la Iglesia” y también "para Cuba en general". A juzgar por sus palabras, considera el suceso como una especie de catalizador que acelerará "estos cambios que queremos que vayan adelante en Cuba", lo cual, según reporta EFE, alude a las reformas de "expansión del sector privado y el recorte de más de un millón de empleos estatales".
Por su parte, diferentes voces de la oposición y de la sociedad civil independiente han manifestado su satisfacción por la visita del Papa con discreto entusiasmo.
Sí. Al parecer el anuncio de esta nueva visita papal supone para muchos cubanos un nuevo plazo, pero, realmente, ¿plazo para qué? ¿Qué esperamos los cubanos del Papa? ¿Qué milagro podría producirse por la visita de la más encumbrada autoridad católica en un país que no se ha caracterizado nunca por su devoción religiosa? ¿Acaso podrá Benedicto XVI superar las inflamadas expectativas que despertara en su momento la visita de su antecesor, Juan Pablo II? ¿Qué beneficio sensible experimentó la vida de millones de cubanos de la Isla después de enero de 1998?
No se debe restar importancia al suceso. Todas las puertas deben permanecer abiertas para todos y —para citar la Biblia— "Dios está entre quienes te ayudan". Pero el milagro de Cuba deberá producirse por la voluntad de los cubanos, y eso no lo puede determinar la visita de uno ni de cien papas. Si el Papa ayuda, mejor. De hecho, tengo mis pequeñas expectativas personales ante el movimiento humano que habrá de desplegarse con esta visita y las medidas extraordinarias que tomarán las autoridades para la ocasión, fundamentalmente en estos tiempos en que están haciendo gala de un creciente nerviosismo. También es plausible que la presencia de Benedicto XVI en Cuba después de la celebración de una Conferencia Nacional del PCC (que se dice será en enero de 2012), cuyo proyecto preliminar no ha despertado ninguna perspectiva alentadora, podría acentuar —aunque solo sea por contraste— los ribetes de decrepitud del sistema. De cierta forma e involuntariamente ya el Papa está disputando el escenario al partido único, y ya solo eso es algo bueno.
Sin embargo, hay que reconocer que las expectativas parecen moderadas. Son el resultado de muchas anteriores esperanzas, amores bienintencionados y plazos fallidos.
Por otra parte, algo tan ajeno y absurdo como un Alarcón feliz, o el despliegue de timbiriches y quioscos que su Eminencia criolla y la prensa extranjera perciben como "expansión del sector privado", no parecen ser elementos suficientes para despertar el entusiasmo general. La gente no parece muy impresionada por la inminente presencia de Su Santidad en la primavera de 2012.
Quizás monseñor Ortega y el señor Alarcón tienen detalles del programa de visita que los simples mortales desconocemos y por eso ellos se muestran más vehementes que la gente de la calle. La prensa a veces suele calificar como "opinión pública" el criterio de un puñado de actores sociales de mayor o menor relieve; pero desde que se dio a conocer el tema, a la pregunta sobre qué opinan de la visita del Papa los cubanos de mi barrio, casi todos han respondido con un displicente encogimiento de hombros. Sin embargo, el Papa moverá multitudes, tal como lo hizo en su momento Juanes con su Concierto por la Paz. Este pueblo espera algo, aunque no esté muy claro qué, venga de la música o de Dios.
No comparto ni remotamente las expectativas del opositor Oswaldo Payá, quien considera que la determinación de la oración y la lucha pacífica podrían lograr para la primavera que "su Santidad se encuentre un pueblo libre al que se le respeten sus derechos y que pueda elegir su gobierno democráticamente". Aunque en lo personal comparto esos deseos del señor Payá y me encantaría que tal cosa fuese posible, hasta el momento, y toda vez que en la realidad cubana actual nada apunta a ello, dicho comentario no supera el rótulo de azaroso.
Quizás resulte mucho más realista la posición de Elizardo Sánchez, líder de la Comisión Cubana de Derechos Humanos, cuando considera positivo darle la bienvenida al Papa "porque el pueblo de Cuba se encuentra como al final de un camino y en una verdadera encrucijada, y necesita del mayor acompañamiento posible y ninguno mejor que el de la Iglesia Católica y otras iglesias". En efecto, Cuba hoy parece asfixiada al final de un camino cerrado y la Iglesia Católica es una institución lo suficientemente fuerte, organizada y con un alto grado de representatividad social como para convocar a los cubanos; no ya puramente a la fe religiosa, sino al sentimiento de pertenencia y al interés en emprender la marcha de los cambios verdaderos.
Para lograr esto también las autoridades católicas tendrán que demostrar una voluntad política que no ha acabado de aflorar en toda su potencialidad. Al menos, no visiblemente. Y, a fin de cuentas, si la visita de Juan Pablo II en 1998 marcó el inicio de la reconciliación entre la Iglesia cubana y el poder totalitario ateo, sería de desear que esta segunda visita pontificia marcara el inicio de un nuevo tipo de vínculo entre la Iglesia y la buena fe que sobrevive en el pueblo cubano, sea católico o no.
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