Bernadette Pardo. EL NUEVO HERALD
Hace años el canal 23–Univisión presentaba un popular segmento semanal en su noticiero local titulado “Cuando Yo Llegué” en el que el legendario reportero Esteban Lamela narraba en su sabroso estilo las historias de cientos de exiliados que llegaron huyendo de Cuba y acabaron triunfando en este país. Para el cubanoamericano más prominente de Florida y probablemente de la nación, el senador republicano Marco Rubio, esa historia familiar sobre cuando llegaron sus padres se ha convertido en un dolor de cabeza.
Durante años, en muchas entrevistas y discursos, Rubio ha dicho que sus padres Mario y Oriales entraron a este país en 1959 escapando del comunismo. Esta semana tuvo que cambiar el discurso después de que el prestigioso diario The Washington Post publicara los resultados de una investigación y Rubio acabó admitiendo que en realidad sus padres llegaron en 1956, tres años antes de la llegada al poder de Fidel Castro. La fecha convierte a los Rubio en inmigrantes económicos en lugar de exiliados políticos.
Personalmente no creo que la fecha de llegada de los Rubio tenga la menor importancia, mucho más es que Mario y Oriales Rubio trabajaron día y noche para sacar adelante a sus hijos y lo lograron Big Time. El senador Rubio es una prueba más de que el sueño americano existe, nos define y ennoblece. Con su elocuencia, inteligencia y tenacidad, el joven cubanoamericano que comenzó su carrera política en West Miami, a la espalda de la Latin-American Cafetería de la avenida 57 y la calle 8 donde sirven café con tostadas a un modesto precio, resulta que tiene posibilidades de aspirar a ser el primer presidente hispano de Estados Unidos.
Como se sabe, el prejuicio es el fruto de la inseguridad y algunos americanos valoran a sus vecinos de acuerdo a su fecha de llegada al país. Desgraciadamente muchos cubanos hacen lo mismo y también clasifican a las personas de acuerdo con las fechas de llegada agrupando a sus compatriotas en diferentes tribus: los anti-batistianos, el autodenominado exilio histórico, que en los terrenos del Versailles se autodenominan “exilio vertical”, los marielitos, los balseros y los que llaman “inmigrantes económicos”. Dentro de la escala de valores que conlleva el sistema de tribus, quienes lo han creado –y lo dicen todos los días en sus llamadas a las estaciones locales de radio- suelen colocar en la cúspide de la pureza a los “exilados históricos” mientras que en la base, al nivel del lodo, pronuncian como un insulto contundente la etiqueta “inmigrantes económicos”.
Bueno, pues ahora resulta que Marco Rubio, hasta ayer uno de los héroes de la tribu “exilio histórico” necesita reclasificación y los que entre nosotros crearon ese sistema absurdo y racista están descolocados. En Miami, como en el resto de la nación, para muchos cubanos hablar de inmigrantes es un tabú, para ellos simplemente mencionar la palabra inmigrante y luego añadir compasión puede hundir una prometedora campaña política en segundos, como le ocurrió al precandidato presidencial republicano Rick Perry en su primer debate aquí en la Florida. El resultado de tanto extremismo y racismo ha sido que los militantes del Tea Party que adoraban a Rubio lograran secuestrar el tema de la inmigración e hicieran casi imposible tener un debate civilizado sobre el tema. Hemos llegado a un punto en el que los extremistas “Birthers”, obsesionados con el certificado de nacimiento del presidente Barack Obama, han acabado enfilando los cañones a Rubio.
He escuchado hablar a Rubio muchas veces y siempre me conmueve. Con frecuencia, relata con orgullo el “Cuando Yo Llegué” de sus padres. Rubio no debe cambiar una sola palabra, sólo una fecha. Lo único que le pediría que cambie a raíz de esta experiencia es su actitud sobre las leyes que discriminan a los hijos de inmigrantes que, como él, también sueñan con acceder al paraíso americano. Y a los demás, a los defensores del sistema de tribus en Miami, sólo decirles que su extremismo sólo conduce al canibalismo, la pobreza de alma y la miseria intelectual que son el caldo de cultivo del más repugnante racismo.
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