Emilio Palacio
Probablemente se deba a que no todos comprenden que no es lo mismo "gobierno" que "estado".
El gobierno son las personas y grupos que detentan el poder, mientras que el estado son las instituciones con las cuales gobiernan esos grupos y personas.
José María Velasco Ibarra gobernó el país por cinco ocasiones. Fue siempre el mismo demagogo, el mismo intolerante y el mismo manipulador. Pero a veces gobernaba con el parlamento y a veces con los militares. A veces permitía que los medios de comunicación se expresen, y a veces los mandaba a callar a punta de garrote. El gobierno era el mismo, el estado era diferente.
Del mismo modo, deberíamos distinguir, en la actualidad, entre el gobierno correísta y el estado correísta.
Rafael Correa llegó a la presidencia con el mandato de gobernar con la izquierda, con los indios, con los maestros y con los movimientos sociales.
Se suponía, además, que gobernaría para convertirnos en un país desarrollado, en el que todos nos sentiríamos seguros.
Nada de eso se cumplió. Correa ha gobernado no solo con la izquierda sino también con la derecha, el centro, los movimientos sociales, los empresarios... Y lejos de darnos impulso como nación, nos impuso políticas demagógicas y coyunturales que no han resuelto los problemas de fondo del país, y que en su lugar nos han convertido en uno de los países más inseguros de la región.
Pero el pueblo votó para que gobierne Rafael Correa, así que hasta allí poco habría que hacer, excepto expresar nuestro desacuerdo de la manera más vigorosa posible.
Lo que ocurre es que Correa, además, ha ocupado la mayor parte de su tiempo durante estos cinco años, en transformar el estado semi democrático y agonizante que teníamos en una maquinaria totalitaria monstruosa.
LO QUE ESTE PERIODISTA HA COMBATIDO DURANTE LOS ÚLTIMOS CINCO AÑOS no ha sido tanto al gobierno correísta como a ese proyecto de estado correísta.
Un estado que es capaz de despedir de golpe a 3.000 empleados públicos, sin que nadie diga ni mu, para reemplazarlos por gente que previamente haya jurado lealtad incondicional a Rafael Correa Delgado.
Un estado donde los directores de colegios y escuelas informarán periódicamente y por escrito qué maestros y alumnos no demuestran ser lo suficientemente adictos al régimen.
Un estado donde las organizaciones de maestros (la UNE), de empleados públicos, de indios (la Conaie) o de los afiliados a la seguridad social, estarán férreamente controladas por gente afín a Correa Delgado.
Un estado que decida, desde la Senplades, qué carreras y especialidades deben estudiar los jóvenes ecuatorianos.
Un estado cuya diplomacia responda exclusivamente a órdenes, transmitidas por dogmáticos como Kinto Lucas, y no al análisis serio y profundo de nuestras relaciones internacionales.
Un estado donde los ciudadanos deberán comportarse de cierta manera en presencia del presidente Correa, so pena de acabar con sus huesos tras las rejas.
Un estado capaz de destruir a la antigua institucional policial, de asesinar a media docena de sus integrantes, y de encarcelar a varios de sus oficiales más distinguidos, por el único motivo de que no se sometieron a sus designios.
Un estado que utilice al servicio de rentas internas, dirigido por un experto contador como Carlos Marx Carrasco, como herramienta de persecución política.
Un estado capaz de indultar a narcotraficantes y bandas criminales solo porque la historia familiar de Correa Delgado lo impone.
Un estado cuya cúpula militar sea servil a Correa a cambio de su participación en los negocios petroleros y en la compra de armamento, bajo la batuta del poeta Javier Ponce.
Un estado que posea un imperio de medios de comunicación, dirigidos por expertos en publicidad y enloquecidos por el dinero, como los hermanos Alvarado, para insultar, denigrar y avergonzar a los opositores.
Un estado donde la prensa independiente sencillamente no exista.
Un estado que incorpore a conocidos terroristas, ex militantes de Alfaro Vive Carajo, para infundir aún más miedo a los disidentes.
Un estado con un servicio de inteligencia dirigido por un ex marxista, Raúl Patiño, que incorporará las peores técnicas de infiltración fascistas, estalinistas y castristas en la vida privada de las personas.
Un estado con una nueva constitución, que pone a todas las instituciones del estado bajo el control del presidente, que se reelegirá indefinidamente gracias a la complicidad de un tribunal electoral integrado por sus amigos.
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