El sistema en que vivimos
Amarilis Cortina Rey
Mangua, Cuba (PD) En Cuba ─ no sé cómo será en otros países ─, cuando alguien se enferma y requiere de servicios médicos lo primero que hace es buscarse un amigo que trabaje dentro del giro de la salud pública.
Si es un médico mejor, pero igual sirve una enfermera, un radiólogo o el que limpie el piso, siempre que lo limpie en el hospital donde se supone que deben dar atención sin cobrar un centavo, porque la medicina aquí es “gratis.”
Por eso fue que Ibis acudió a un galeno amigo para “resolver” un turno de un ultrasonido. Quería comprobar si estaba embarazada y si hubiera esperado por el orden en que le tocaba, asegura, es posible que el trabajo de parto la sorprendiera sin haberse podido realizar el examen.
Así llegó a la pequeña habitación, empujó la puerta y después de dar los buenos días dirigiéndose a la técnica que trabajaba en aquel momento con una paciente, le dijo: “Señorita, yo vengo de parte del doctor Martínez”.
-“¿Tienes la vejiga llena?”, preguntó la técnica que estaba al tanto del asunto y agregó: “Quédate cerca de la puerta, pronto te llamo”.
Ibis, que se había abierto lugar entre las varias mujeres que se aglomeraban en la puerta esperando también por su examen de ultrasonido, ahora se encontraba con las miradas desafiantes de quienes no estaban dispuestas a ceder ni un minuto de su turno para que ella resolviera su problema.
“Yo estoy aquí desde las seis de la mañana, y por delante de mí no pasa nadie”, exclamó una mujer joven de la raza negra en tono vulgar.
Pronto las demás la secundaron con frases tales como: “Tu no ves que uno está aquí orinándose para tener que esperar más de lo que nos toca”.
Mientras aquellas mujeres defendían el turno, que posiblemente databa de algunos meses, Ibis cuenta que se mantenía en ascuas:
“No quería colarme ─ reflexiona ─ solo poder atenderme ese día. Pero aquellas mujeres estaban tan alteradas que si abro la boca para explicarles algo, creo me tragan”.
En medio de todo aquel ambiente de discordia y hostilidad, llegó un señor muy pálido de la mano de su esposa. Ambos también se recostaron a la pared próxima a la puerta. La mujer trató de hablar con la técnica y una de las que esperaba, le espetó:
-Mira, yo no sé con qué intensiones tú vienes pero ahora me toca a mí.
-El viene remitido de urgencia y tiene un dolor ─ dijo, mientras otra de las que también esperaba le contestó:
-Bueno, pues si tiene un dolor que pase y nosotras seguimos aguantando”.
Cuenta Ibis que a tanta algarabía salió la técnica para pedir un poco de orden, momento que aprovechó el hombre y dijo:
- Mire, lo mío es una urgencia, tengo un dolor muy fuerte y me mandaron para acá.
-Sí, pero yo con un dolor no lo puedo ver, en el cuerpo de guardia le tienen que calmar y después mandarlo aquí.
Mientras aquella discusión se dilataba entre lo correcto y lo incorrecto, las mujeres que esperaban también comenzaron a protestar.
Una camilla con una anciana que daba gritos de dolor, era empujada por familiares que pretendían pasar por el estrecho pasillo escenario de aquel conflicto.
-Bueno, pues si no hay ambulancia, me la tengo que llevar en un taxi, pero así aquí no se puede quedar ─ expresó el joven al tiempo que guiaba la camilla de la abuela, con mucho trabajo, entre el grupo de mujeres que a duras penas le dio paso.
“Decidí quedarme a pesar del barullo”, explica Ibis. “Tuve que esperar varias horas, pero al fin pude saber que tenía seis semanas de embarazo. A la técnica le dejé un chavito (peso convertible a divisa), para que se comprara un refresco. Ella quedó contenta y agradecida y yo también”.
Esta historia, que se desarrolló en un pueblo al sur de la Habana, no forma parte de un hecho aislado. Es prácticamente la cotidianidad del sistema en que vivimos.
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