martes, 20 de septiembre de 2011

Una contundente lección de historia

José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubanet.org) – Víctima de una tiranía que la golpeó donde más duele, al ensañarse con sus hijos, Hebe de Bonafini demuestra ser de esas personas que después de explorar todas las coordenadas del sufrimiento, regresan poseídas por el odio y la irracionalidad.
De otra manera no se entiende la comparación que más de una vez ha establecido entre las Madres de la Plaza de Mayo, que ella lidera, y nuestras Damas de Blanco, quienes, según Bonafini, sólo defienden el terrorismo de Estados Unidos, al tiempo que su organización –dice- simboliza el amor a los hijos.
Desbarres tan desatinados, insensibles y éticamente torcidos, no constituyen excepción de su parte. Hebe de Bonafini no se quiere por la boca. Y hay que oír las lindezas que escupe, en tanto eco del más retrógrado fundamentalismo de izquierda.
Además, se adueñó del monopolio del dolor y lo explota en forma tan posesiva, que al parecer no está dispuesta a reconocerlo como un sentimiento que es también propio del resto de las personas, sean o no sus oponentes ideológicos.
Qué otra explicación hallarle al hecho de que luego de los ataques terroristas a las torres gemelas de Nueva York, no se haya mordido la lengua antes de proclamar públicamente: “Sentí alegría. No voy a ser hipócrita. No me dolió para nada”.
Por ser víctima de un dictador que gobernó durante 7 años, aunque es cierto que a sangre y fuego, ella se ha creído con derecho a defender, mediante disparates y mentiras, a otro dictador que se ha pasado medio siglo restallando el cuero.
Tal vez piensa que el haber sido símbolo de la oposición pacífica de los argentinos ante el tirano, le otorga autoridad para deslegitimar, con sus monsergas rancias, a los actuales opositores pacíficos contra la tiranía de Cuba.
En esa deriva, y haciendo uso, claro, de los argumentos que le otorga nuestro régimen, Bonafini se ha llenado la boca para decir que la oposición cubana es fabricada por el Departamento de Estado de Estados Unidos, que utiliza para ello un presupuesto de 50 millones de dólares. O sea, que no hay aquí auténticos luchadores contra la opresión y la injusticia, como ella. Sólo hay corruptos mercenarios.
Sin embargo, como las casualidades suelen ser testarudas, ocurre que ahora mismo la sociedad argentina es sacudida por uno de sus más sonados despelotes de corrupción de los últimos tiempos: Fraude a la administración pública, lavado de dinero y asociación ilícita, una pestilente caja de Pandora que, al abrirse, develó entre signos de escándalo el nombre de Hebe de Bonafini.
Conste que la cifra del fraude no es de 50 millones, sino de muchos más, cientos y cientos.
No es necesario abundar en los detalles, puesto que han conformado noticia de primera plana en días recientes. Apenas sería útil puntualizar que este mayúsculo desmadre no cae del cielo. Tiene su historia y viene de atrás. Quizá haya empezado a gestarse en el momento mismo en que la organización Madres de la Plaza de Mayo pasó a convertirse en una empresa política y económica, bajo los mejores auspicios y con total respaldo de los gobiernos Kirchner: una suerte de trust ideológico con jugosas cuentas en bancos del exterior.
De movimiento de resistencia contra la dictadura argentina, a entidad constructora de viviendas, entre otras obras sociales, y a regente de una emisora de radio y una universidad. Manejando para ello grandes sumas de dinero, que proceden de organizaciones internacionales y del propio gobierno del país.
Ahora se repite que mucha gente en Buenos Aires sabía desde hace tiempo que el apoderado y brazo derecho de Hebe de Bonafini para tales empresas se paseaba en avión privado por el aire, Ferrari por carretera y yate de lujo por el río de la Plata. En suma, que es un corrupto de marca, cuya dulce vida ha costeado, entre otros, el gobierno Kirchner a través de muy cuantiosos fondos públicos.
El caso es que la Bonafini, cuyo trust ideológico ha estado haciendo y deshaciendo a sus anchas, fuera del alcance de los controles gubernamentales (que no en balde también se le acusa de financiar gastos para la campaña presidencial de Cristina Fernández de Kirchner y de ciertos personajes de su entorno), solía cerrar las murmuraciones sobre el fraude con un simple adjetivo, ella que es tan dada a zumbarse con la lengua: “pelotudeces” sentenciaba, sin más comentarios.
Hasta que estalló la bomba, porque no pudieron seguir conteniéndola. Y es así que volvemos a ver a Hebe de Bonafini en el rol de víctima (presunta al menos): humillada, vulnerable y hasta un tanto humilde, imagen que había dejado atrás hace más de dos décadas, considerándola tal vez historia antigua para siempre.
Hoy, con 82 años, intenta convencer a los argentinos de que ignoraba por completo los manejos corruptos de la empresa que ella dirige, alegando que es una mujer anciana que fue engañada y estafada por su protegido y brazo derecho.
Se trata en verdad de un drama triste, que para colmo huele a telenovela por todos sus poros.
Por lo que es de esperar, naturalmente, que ni las Damas de Blanco, ni nadie entre la oposición pacífica de Cuba, incurran en el despiadado desliz en que incurrió ella ante los familiares de las víctimas de las torres gemelas. Difícilmente haya entre nosotros quien pregone alegría ante esta nueva tragedia de la Bonafini.
Al contrario, habrá que agradecerle la contundente lección de historia que nos brinda.

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