Raúl Rivero
El periodismo ecuatoriano, acorralado por la prepotencia de Rafael Correa y por algunos funcionarios judiciales que han demostrado una exagerada vocación de servicio al Gobierno, vive la experiencia de sentir los planazos de un machete que está en el aire desde que el delfín de los líderes carismáticos americanos asumió la Presidencia en noviembre de 2006.
El presidente de Ecuador, un hombre obligado a alojar su ego en una montaña cercana a Quito, no admite que la prensa de su país le toque ni con una gota de tinta independiente. Lo demostró en cuanto llegó al poder y comenzó una campaña de insultos y descalificaciones contra los comunicadores y los medios que no le aplauden con disciplina y entusiasmo.
El rechazo es selectivo. Tiene en su colimador a los periodistas libres. Esta semana, un tribunal de apelaciones ratificó una condena de tres años de cárcel y 40 millones de dólares para un editor y tres directivos de un periódico. La demanda por injurias fue impuesta por Correa.
Así llegó la etapa superior. Un tiempo que abre paso a las agresiones de turbas en las calles, la prisión y exilio. Es la hora en la que el filo deja de brillar en lo alto y baja con violencia, aunque le da un espacio al oportunismo, al miedo, a la complacencia y a los intereses de quienes están dispuestos a luchar por la libertad de expresión hasta la última gota de la sangre de otros.
Los que moderen su lenguaje y escriban piezas dulces y emocionales sobre la gestión presidencial pueden sobrevivir. Estarán en la calle hasta que el Gobierno complete su sistema panfletario. Una máquina que comenzó a crecer con Correa en el poder y ya controla tres diarios, siete estaciones de radio, seis canales de televisión y cuatro revistas temáticas.
El proceso contra la dirección y el jefe de opiniones de El Universo ha dejado a Correa en cueros y con las manos en los bolsillos. Para el periodista colombiano Darío Jaramillo Restrepo, ex presidente de la Fundación Nuevo Periodismo, se trata de «una intimidación a la prensa crítica, al estilo de las más grotescas dictaduras».
En Ecuador y en todo el continente, la maniobra se recibe como un trallazo sucio. Un mecanismo represivo con lechada de legalidad que siembra y afianza el feudo de la autocensura. Por el momento.
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