viernes, 2 de septiembre de 2011

Entre la cárcel y Miami

Emilio Palacio

EL VIAJE SE ORGANIZO A LA CARRERA. Mi esposa llenó una sola maleta (no queríamos llamar la atención) mientras yo buscaba, por internet, espacio en algún vuelo. Algo de dinero, un disco duro con información de mis computadoras y un maletín con lo más indispensable para seguir escribiendo, fue todo lo que alcancé a llevar.
¿Por qué tanta prisa? Cierto es que nos acababan de condenar a diario El Universo, a sus directivos y a mí, a tres años de cárcel y a pagarle a Rafael Correa 40 millones de dólares, pero era recién la primera instancia judicial. Todavía faltaban la segunda, la tercera e incluso una cuarta instancia. Mi prisión no era inminente, tenía aún tiempo para decidir si iba a la cárcel o ponía pies en polvorosa.

Para entender mi apuro es necesario recapitular un par de acontecimientos. 
En los días previos a decidir el viaje, los titulares de la prensa se ocupaban todavía del video que difundí recientemente, en el que se muestra a Rafael Correa, a las 9:15 de la mañana del 30 de septiembre del 2010, acusando de "traidores a la patria" a los policías que se acababan de rebelar en el Regimiento Quito.
En medio de ese escándalo, pasó casi desapercibido el informe de que Ecuador TV, el canal del gobierno, me demandaba ante los tribunales por haberlo calificado de fascista.
"Fascista" no es un adjetivo injurioso. Es una categoría política, tan elogiosa o insultante (según quién la utilice) como "democrático", "comunista" o "correísta". Ecuador TV es un canal fascista porque sus dos obsesiones son insultar a los disidentes y elogiar al caudillo, lo cual encaja perfectamente en la política fascista de Joseph Goebbels para los medios de comunicación estatales.
Fue la primera señal de peligro inminente. Algo se preparaba en mi contra.

Galo Chiriboga: primero evitó recibirme y luego me preparó una celada.
Casi enseguida sonó el segundo campanazo. El Fiscal de Correa, Galo Chiriboga, me convocó para que le entregue el nombre del policía anónimo que filmó con su teléfono celular a Correa en el momento en que insultaba a los policías.
En realidad, el que originalmente solicitó una entrevista al Fiscal de Correa fui yo para entregarle el video aquel, pero me mandó a contestar con un asistente que ya llamaría él para avisar cuándo podría recibirme.
La aparente "indiferencia" del Fiscal tenía su explicación. Correa aún no había vuelto de sus vacaciones en Europa, por lo que Chiriboga quiso ganar tiempo para recibir instrucciones.
Mi respuesta fue solicitarle entonces al Fiscal del Guayas, Antonio Gagliardo, que nos reciba. Lo hizo enseguida, de la manera más cordial. Le entregué el video y la declaración del policía anónimo, insistiendo varias veces en que yo no emitiría ningún juicio de valor ni opinión sobre el contenido de esos dos materiales. Luego me autorizó para que entregue copias a los medios.
Viendo que su trampa no funcionó, Chiriboga recurrió entonces al juego que mejor conoce, la mentira.
Le dijo a los periodistas que me había convocado a su oficina y que yo no concurrí. Agregó que me convocaría la siguiente semana para que entregue el nombre del policía anónimo; que él estaba dispuesto a "ayudarme" a recordarlo si mi memoria no funcionaba; y que el video nada tenía que ver con mis investigaciones periodísticas puesto que se trataba de un asunto judicial.
Con ese argumento se estaba adelantando a negarme el derecho constitucional a guardar la reserva de la fuente, que además es una obligación moral de cualquier periodista.
Entendí entonces que si acudía a la convocatoria, la escena se desarrollaría más o menos así: Chiriboga me pediría el nombre de mi fuente, yo me negaría a entregárselo, él me "ayudaría" mostrándome algunas fotos, y me recordaría que ya una vez yo me había negado a colaborar al no asistir a su supuesto primer llamado, hasta que por fin la patética escena concluiría con mi detención en alguna cárcel de Quito, lejos de mi familia, amigos y abogados, para "investigar" mi participación en la difusión de rumores falsos y desestabilizadores.
Fue eso lo que decidió mi salida. Es obvio que querían detenerme antes de la sentencia para que me calle y deje de mostrar documentos y videos comprometedores sobre el 30 de septiembre.

 No lo iba a permitir, y no lo permití.

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