Ariel Hidalgo
Fue posible en Egipto con Mubarak obligado a renunciar por la movilización de decenas de miles de egipcios que coreaban consignas de paz. Fue posible en Europa Oriental, no porque Gorbachev ordenara a los grandes jerarcas no disparar contra los disidentes -ningún dictador abandona el poder porque otro, por muy poderoso que sea, lo exija-, sino porque desde mucho antes sólo la amenaza militar rusa impedía la victoria popular.
Tan temprano como 1956 los húngaros se liberaron de la dictadura estalinista sin disparar un tiro – la violencia popular sólo se ejerció más tarde contra los tanques rusos -, sino que fueron agentes de Seguridad quienes dispararon contra la multitudinaria manifestación de estudiantes del 23 de octubre. Como consecuencia, se les unieron soldados, policías y trabajadores. Si hubieran rechazado a soldados o a policías diciendo: “No, porque ustedes también son culpables”, la rebelión no hubiera triunfado. ¿Quiénes habían iniciado aquel proceso? Pues numerosos militantes comunistas –los únicos autorizados entonces para criticar-, que ya desde meses antes, cuestionaban la política oficial en las propias reuniones partidistas y en la prensa. Pero luego se empezó a criticar al régimen en universidades y tertulias, y el Congreso de Escritores Unidos denunció lo que calificó de “régimen de tiranía”. Tras la manifestación de octubre se crearon consejos obreros y campesinos en diferentes centros de trabajo como fábricas y minas. Los consejos campesinos redistribuyeron las tierras. Comenzaron a federarse y crearon una República de Consejos. ¿Qué hubiera sucedido sin la sangrienta intervención de las tropas del Pacto de Varsovia?
En Checoslovaquia, durante el congreso de la Unión de Escritores de junio de 1967, un pequeño grupo de escritores, entre ellos también militantes comunistas como Milan Kundera, Ludvik Vakuli y Pavel Kohout, emitieron fuertes críticas contra la cúpula partidista y cuestionaron el supuesto derecho del Partido Comunista a regir la sociedad. Aunque se tomaron medidas contra los más críticos, la ola de descontento entre intelectuales y miembros del Partido condujo el 5 de enero del 68 al reemplazo del Secretario General del PC, Novotny, por un dirigente más moderado, Alexander Dubcek, quien alentado por la creciente ansia general de reformas, decretó la libertad de prensa y movimiento en lo que llamó “socialismo con rostro humano”… hasta que los tanques rusos entraron en Praga.
El caso polaco, diferente por sus históricas contradicciones con Rusia y la gran influencia católica, generó un fuerte movimiento disidente. ¿Cómo empezó? Con el Comité de Defensa de los Trabajadores (COS-COR), dirigido por hombres de izquierda como Jacek Kurón y Adam Michnik, que culminó con el sindicato Solidaridad. El Partido Comunista fue derrotado pacíficamente en 1981, pero Solidaridad, asimilando las experiencias anteriores, se negó a tomar el poder, y los militares, más que dar un golpe, ocuparon ese vacío, determinadas ambas fuerzas –disidentes y militares–, a evitar la invasión militar soviética.
Gorbachev, pues, no determinó el fin de esas dictaduras, sino que eliminó, con su política de no intervención, la única traba para que se manifestara ante el mundo el cambio que ya se había estado gestando desde mucho antes en el seno de esas sociedades. En los tres casos, como podemos ver, el arma principal contra estas dictaduras fue la palabra. “Las palabras realmente tienen fuerza”, advertía el poeta polaco Czeslaw Milosz. Y la actitud siempre fue sumar, nunca restar. En ningún país comunista el cambio se produjo violentamente.
El caso rumano fue diametralmente opuesto. La violencia de 1989 no determinó la caída del totalitarismo sino sólo la del dictador en una lucha de facciones dentro del propio PC, reconvertido como Frente de Salvación Nacional (FSN). El centralismo totalitario y la represión continuaron bajo la dirección del dirigente comunista Ion Ilescu, hasta que la incesante lucha cívica de estudiantes y obreros lo derrotó en las elecciones de 1996, lo cual demuestra que la violencia es la vía más superficial, la menos radical. Radical significa raíz, y la raíz de esos regímenes estaba no tanto en las armas como en la mente de los hombres, ya sea la ignorancia, el miedo, o la indolencia oportunista. Hay que ahuyentar esos tres fantasmas. No hay que tomar cuarteles, sino conquistar la mente y los corazones de los hombres que cuidan esos cuarteles.
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