Mario J. viera. Englewood, Florida.
Como pasan las pesadillas, como las noches van quedando atrás y cada día hay un amanecer nuevo, pesarán al olvido los delirantes constructores de nuevos mundos.
Y llegarán los días con una nueva sonrisa y quizá con el amargo recuerdo de los ídolos de barro que un día se creyeron inmortales y eran solo sombra de la vanidad humana, elevada hasta las cimas del Olimpo.
Caerán por tierra, envueltas en el sucio polvo, las estatuas de bronce, de mármol o de solo ilusiones que un día se erigieron aquellos que se creyeron predestinados e imprescindibles.
Pasarán al olvido los semidioses, porque no existen dioses mortales o, quizá, si acaso, se les recuerde tan solo como una referencia a la estupidez humana y al candor de la reverencia a los ídolos carnales.
¡Ah, los caudillos, los colosos movedores de multitudes, tal alto se elevaron, tan dura es su caída! Comprenderán los pueblos cuán caro les resulta rendir pleitesías a falsos héroes y a fingidos profetas... Despertarán como quien despierta espantado después de una pesadilla. Y apretarán sus puños, alzarán sus furiosas voces reclamando en contra del engaño, de la mentira disfrazada de ilusión y derribarán los íconos que hasta el día anterior eran sagrados y parecían inconmovibles.
Ese es el destino de los tiranos. Monstruos de la razón perdida del género humano, pero frágiles como la escarcha que se forma sobre la hierba en gélidos días. Desde el plano inferior parecen colosos, mas cuando el pueblo inerme se incorpora y se yergue, calibra su propia fuerza y la minúscula grandeza de sus opresores y los pies de barro de su estatura.
No hay tirano que soporte la pujanza de un pueblo. No hay hidalguía en el alma del opresor. Su corazón se derrite de pavor cuando alguien se atreve a mirarles de frente y de frente retarles. Son débiles rodeado de fuerzas, Son creaturas que la naturaleza aborta.
Ya van cayendo los tiranos. El clamor se extiende desde las arenas de los desiertos del norte de Africa y salta hasta orillas del Mediterráneo y llegará el día, que parecía distante y que cada vez se acerca más, cada vez se hace más presente, cuando los falsos dioses, los ídolos de barro de la América hispana sean barridos y desechados como fardo inútiles de la Historia.
Sí, pasarán, como pasa la borrasca nocturna, como desaparece la pesadilla con el romper del alba.
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