Carlos Alberto Rosales Purizaca[1]
Siempre se toma a Chile como referente de desarrollo, pero su crecimiento económico es inversamente proporcional a su equidad social. El reciente conflicto estudiantil es la punta del iceberg de un sistema de exclusión social y política, sobre el que se sostiene el futuro de una educación cuya calidad fue lapidada en los sectores más bajos.
Los chilenos están hartos de mirar desde las butacas el espectáculo de una educación elitista. Tras los reclamos estudiantiles subyace una aguda crisis política, lo que demanda mejorar el sistema representativo que hasta ahora fue un espejismo. Deben corregir un sistema que solo ofrece a sus ciudadanos una entrada para ser espectadores pasivos de un drama inacabado.
Camila Vallejo simboliza una juventud impotente ante un Estado indiferente. Las instituciones democráticas no se pueden convertir en ‘muros de Berlín’ que impiden el diálogo. No es posible que a los jóvenes más pobres se les niegue el derecho a participar activamente de la vida pública, y esa prerrogativa solo se extienda a quienes provienen de sectores más acomodados.
La educación es un excelente medio que puede ayudar al ser humano a ofrecer lo mejor de sí. Pero cuando se usa perversamente para aumentar las asimetrías sociales solo se obtiene impotencia e indignación. Por eso, las diferencias abismales en la calidad educativa que se imparte entre las escuelas privadas, municipales y privadas subvencionadas chilenas, desnudaron una frustración social sin precedentes.
La educación no debe convertirse en un pretexto para construir una élite que mira desde el balcón de la arrogancia a quienes no tuvieron el privilegio de acceder a ella. Un sistema perverso e injusto que obliga a las familias de clase media a endeudarse hasta por la mitad de sus ingresos para poder financiar la universidad de sus hijos.
En Chile se perdió gradualmente el derecho a una educación pública y de calidad, y en algunos casos se transformó en una estafa al por mayor. La calidad de la educación no puede depender solo de la capacidad de pago de la familia, eso es tremendamente injusto.
La calidad educativa es un derecho público y no una ruleta que solo concede suerte a ciertas universidades. Camila Vallejo propone una reforma tributaria que permita financiar la gratuidad de la educación pública y una redistribución del ingreso. Un plebiscito generaría dos debates: la gratuidad de la educación escolar y el fin de la administración municipal de las instituciones educativas públicas.
En los últimos años la oferta educativa universitaria chilena aumentó en desmedro de la calidad. ¿Cómo romper ese círculo vicioso que termina beneficiando injustamente a quienes más tienen y que castiga a las familias con menos recursos a endeudarse?
El Senado chileno aprobará una ley que pretende hacer cumplir la prohibición del lucro en las universidades privadas e incluye una rebaja del interés en los créditos estudiantiles. Mi posición es que los sectores más acomodados sí deben pagar por su educación y superar los escollos que intentan perpetuar la desigualdad social, las fracturas educativas y la exclusión política.
¿Cuántas ‘Camilas Vallejo’ necesitamos para suscitar un verdadero cambio en la calidad de nuestra deteriorada educación? ¿Chile no es acaso un espejo en el que debemos mirarnos para reflexionar?
Nuestra sociedad ha sido incapaz de hacer un mea culpa sobre su responsabilidad en la educación. Estamos entretenidos en buscar culpables, cuando debemos atacar las causas que diluyen nuestras diferencias.
No es justo que la educación de calidad se reserve a una parte de la población y el resto solo se alimente con las migajas del saber que la élite consume.
Nota de EL FANTASMA
Una observación al presente artículo aparecido en EL NUEVO HERALD: No se necesitan nuevas Camilas Vallejo. Camila Vallejo puede ser todo lo hermosa que se pueda desear; puede tener una carga importante de carisma; pero Camila Vallejo es la cara simpática del comunismo que manipula las protestas estudiantiles.
Lo mejor que pueden hacer los estudiantes chilenos es depurar su movimiento de caras lindas de comunistas.
[1] Carlos Alberto Rosales Purizaca es Periodista y Educador. Actualmente ejerce el periodismo y forma parte del equipo de redacción del Semanario Transporte al Día en Lima. Además colabora regularmente con prensa escrita del Perú y del extranjero sobre temas políticos, económicos, sociales, culturales y educativos.
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