Jorge Olivera Castillo
LA HABANA, Cuba, 24 de agosto, www.cubanet.org -Hay quienes ven los complejos asuntos de la naturaleza humana en blanco y negro. Odian los matices, reniegan de la moderación y el equilibrio. Este tipo de personas no admite que otros rectifiquen y apuesta por descalificar a quien se decide a abandonar parte de sus anteriores filiaciones políticas.
Haber apoyado incondicionalmente al actual régimen en algún momento no puede convertirse en un pecado irredimible. Para no caer en fundamentalismos, es preciso valorar en su conjunto el grado de implicación del sujeto con los opresores y cotejarlo con sus nuevas perspectivas, que si bien en el caso específico que me motiva a escribir no podrían considerarse un cisma total, revelan los pormenores de un verdadero distanciamiento.
El trovador Pablo Milanés ha vuelto a exponer, en la palestra pública, sus desacuerdos con muchas de las políticas del gobierno cubano que considera obsoletas y arbitrarias. No se amilanó ante preguntas que cualquiera de sus colegas dentro de Cuba hubiera esquivado, al conocer que Miami, la llamada capital del exilio, sería el destino principal de sus opiniones.
Aunque existan personas en Cuba, de todas las edades, que aseguren haberse mantenido al margen de las turbulencias ideológicas del castrismo, esto es siempre cuestionable. Realmente los “puros” serían, si los hay, una exigua minoría. Los más probable es que estén muertos o en el exilio. La colaboración por intereses mezquinos, el silencio y las adhesiones condicionadas por el miedo, con el fin de evitarse peores destinos, han sido parte de una realidad que perdura hasta hoy.
Al analizar el tiempo que ha durado el gobierno de partido único, así como la brutalidad de los medios represivos empleados para garantizar el ciclo de las unanimidades, se llega a la conclusión de que todos los cubanos de alguna manera hemos contribuido a esta pesadilla.
Escarbar el pasado para encontrar complicidades, podría ser una vía para satisfacer emociones, curar viejas heridas o aliviar traumas, pero definitivamente no ayuda a despejar el camino de Cuba hacia un Estado de Derecho.
Ya habrá tiempo para el debate sereno y profundo que limpie la podredumbre moral y ética generada por un grupo que se erigió en dueño absoluto de Cuba.
Pablo Milanés le cantó a la revolución y al partido, creyó en las promesas de Fidel, hizo suyas las premisas de un proceso que parecía ir en la dirección correcta, pero de esa euforia quedan solo briznas cada vez más tenues.
El conocido trovador vuelve a decir lo que piensa. Antagoniza con sus antiguas creencias. Pide cambios y libertades, renovación en la cúpula de poder y asegura, con sus palabras, que este socialismo es un fraude.
Con todas las deficiencias que se le puedan señalar, Pablo salva su responsabilidad ante la historia. Hace más de 20 años que su mensaje se contrapone al discurso oficial.
Es cierto que estas cosas las dice fuera de Cuba, pero se atreve. La mayoría de sus colegas callan o enmascaran sus críticas entre frondosas metáforas.
Para ser un coterráneo que afirma no tener intenciones de abandonar su país pudiendo hacerlo, es algo plausible. Hay que reconocer, que a sus 68 años, Pablo canta bien y amonesta cada vez mejor a sus antiguos patrones.
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