martes, 23 de agosto de 2011

Sobre la propuesta de David Rivera

Del lado de Raúl
Alejandro Armengol. EL NUEVO HERALD


El general Raúl Castro no se cansa de repetir que la Ley de Ajuste Cubano debe desaparecer. Ahora un legislador cubanoamericano se ha colocado de parte de ese régimen que él mismo critica a diario, y quiere modificar una norma que por años ha sido el mayor beneficio que el gobierno de Estados Unidos ha otorgado al exilio cubano. David Rivera quiere que el exilio se suicide.

De todos los legisladores cubanoamericanos, Rivera expresa en su estado más puro la división entre cubanos llegados en años recientes y cubanos que han permanecido por largo tiempo en este país, o aquellos que son hijos de cubanos provenientes de las primeras oleadas de exiliados.

Dentro de la familia cubana, en la mayoría de los casos, esa división no existe. Tampoco uno la encuentra en las calles de Miami. En esta ciudad no hay barrios para los recién llegados ni zonas de exclusión. Por supuesto que muchos de los que vinieron hace ya décadas tienen mejores viviendas y trabajos, pero esa no es necesariamente la norma ni rigen cuotas de restricción. Hay recién llegados que han hecho el dinero suficiente para vivir confortablemente y personas que llevan muchos años en este país, cuya vida se ha reducido a los limitados ingresos de una asistencia social siempre expuesta a los cortes presupuestarios. De hecho, al ser más jóvenes, muchos de los que han viajado en los últimos años cuentan con mayores posibilidades laborales.

Ahora bien, la división ha comenzado a acentuarse debido especialmente a las medidas sobre las remesas y los viajes adoptadas por el gobierno del expresidente George W. Bush. No son diferencias políticas, en el sentido de que los recién llegados tengan una mayor simpatía por el régimen cubano. No son discrepancias ideológicas. Nadie que ha llegado en los últimos años ha salido a la calle a expresar una opinión favorable sobre los servicios médicos públicos, la banca estatal o la nacionalización de las empresas privadas. Las diferencias radican en que los que han llegado en las dos últimas décadas priorizan a la familia sobre el mantenimiento de una estrategia política agotada frente al régimen de La Habana, quieren escuchar la música que oían en la isla y a los intérpretes que escuchaban en ella, y consideran que la política es algo secundario, porque entre otras razones, adoptar esa actitud fue uno de los motivos que los llevó a irse de Cuba.

Los miembros de una parte del llamado “exilio vertical” –un nombre que expresa más declaración sonora que una realidad– no comparten esos criterios. Siguen empeñados en una lucha que es más verbal que cualquier otra cosa, y aferrados a sus puntos de vista caducos. Quieren, en última instancia, conservar el poder pleno y absoluto en esta ciudad. No solo decidir que políticos triunfan en las elecciones, sino también qué música se escucha en la radio y en las esquinas. También cada vez se sienten menos a gusto con los que llegaron después.

Por su parte, Rivera busca mantener a un gran número de los cubanos que llegan actualmente a Estados Unidos, Miami y posiblemente a su distrito en un limbo legal con un estatus migratorio de parolee durante cuatro años adicionales, con el fin de que no puedan viajar a Cuba. Al mismo tiempo, se demorarían cuatro años más en convertirse en ciudadanos norteamericanos y, por lo tanto, votantes.

Rivera presentó la propuesta el primero de agosto, pero nada se dijo al respecto. La redacción inicial de la propuesta requiere que los cubanos tengan que esperar cinco años –en lugar del plazo actual de un año y un día– antes de que sean protegidos por la Ley de Ajuste, recibiendo residencia inmediata en Estados Unidos y otros beneficios. La nueva redacción, enviada por correo electrónico por la oficina de Rivera a El Nuevo Herald, dice que los cubanos no serán elegibles para la Ley de Ajuste si regresan a la isla antes de que su estado sea ajustado.

Llama la atención ese cambio fundamental en la redacción de la propuesta. O Rivera actuó precipitadamente –no sé sabe a qué motivos obedecía, especialmente durante un receso congresional– o le dijeron que modificara lo que había escrito.

En cualquier caso, el cambio no afecta la esencia del proyecto, que puede resumirse de la siguiente manera: un sector radical del exilio, llámese histórico, llámese intransigente, quiere que todos los cubanos que han llegado en los últimos años a este país entren por el aro, y aunque piensen diferente hagan lo que ellos –que se consideran los dueños de esta ciudad y el exilio– consideran lo correcto. ¿No recuerda esto al régimen cubano, con sus prohibiciones y límites a la libre circulación de los cubanos, ya sea dentro de la isla o en viajes al exterior?

Uno tiende a pensar que los legisladores buscan lo mejor para sus contribuyentes, pero en este caso, el legislador David Rivera lo que quiere es que una buena parte de ellos sean ciudadanos de segunda categoría, sin poder viajar libremente o derecho al voto. Vale la pena preguntarse entonces, ¿cuál es la diferencia entre este legislador y muchos funcionarios de la isla que aún tienen el poder de perjudicar o incluso detener la vida de miles de cubanos? No resulta extraño entonces que Rivera se coloque del lado de Raúl Castro.
Nota de EL FANTASMA
Cubanoamericano, es el cubano, nacido en Cuba, que se ha acogido a la ciudadanía americana, por propia voluntad. Los nacidos en Estados Unidos de padres cubanos son americanos de origen cubano. El cubanoamericano, aunque ciudadano de Estados Unidos tiene sus raíces bien insertadas en la tierra en que nacieron. Los americanos de origen cubano solo tienen la referencia de la isla transmitida por sus progenitores.

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