No hay que repetir que ese acecho de los inspectores persigue en gran medida extorsionar a los cuentapropistas. Después de todo, se trata de una ilicitud harto comentada a nivel popular
José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba, agosto, www.cubanet.org -La vía pública habanera se está convirtiendo en un cerco contra los cuentapropistas. Inspectores de los más diversos organismos y especialidades les acechan de un modo vergonzante, a cada paso y en cada minuto, sin dejar resquicios no digamos ya para los preceptos de justicia, ni aun para el sentido común.
Es como si el régimen hubiese resuelto alinear a una buena parte de sus miles de nuevos desempleados –y, entre ellos, muy especialmente a los militantes comunistas- en un batallón de retranqueros de la iniciativa y del esfuerzo individual.
La tarea se las trae. Contraproducente donde las haya, además de aberrantemente dañina, vendría a representar entre nosotros a la clásica serpiente que se muerde la cola: Te desplazo de un puesto de trabajo donde no eres productivo y te sitúo en otro en que tampoco lo eres pero además estorbas.
No hay que repetir que ese acecho de los inspectores persigue en gran medida extorsionar a los cuentapropistas. Después de todo, se trata de una ilicitud harto comentada a nivel popular pero generalmente indemostrable en la práctica. Que sea o no tal como se cuenta no suma gravedad a otra ilicitud mayor, que es la que comete el propio Estado al inflar sus plantillas con un contingente de parásitos cuyo único fin parece ser la desmotivación de quienes trabajan.
Parte el alma verlos queriendo multar a un vendedor de flores porque en vez de pregonar su mercancía en constante movimiento por las calles, el pobre hombre decidió pararse media hora a tomar un respiro en una esquina; o queriendo multar a otro vendedor que trajo a su sobrino consigo para que le ayude, pero –alega el inspector- está violando la ley, pues el sobrino debe pagar una licencia sólo para ayudar a su tío; o queriendo, en fin, exprimirle el bolsillo a una anciana por anunciar aguacates y, además de aguacates, vender habichuelas.
Ya que los trabajadores por cuenta propia son los hijos no deseados del régimen, a los inspectores tal vez les dio por creerse que son las comadronas abortivas.
Es casi seguro que jamás podrán ser consultadas estadísticas confiables que revelen la cifra de miembros en activo del ministerio del interior cubano, más sus informantes y colaboradores de plantilla. En todo caso el porcentaje por cada habitante del país debe ser absolutamente desmedido. Configura una carga agónica, que están obligados a llevar sobre sus hombros los pocos que aquí trabajan. Y es, además, un gravamen para la crisis económica, aunque ni en sueños sería tema de análisis por parte de nuestros perfeccionadores del socialismo.
Y ahora, para colmo, el batallón de parásitos que están arreando hacia las calles de La Habana, dicen que para imponer orden y respeto a la institucionalidad entre los cuentapropistas. Pero al verlos actuar, cualquiera piensa lo contrario.
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