Carlos Duguech (Analista político argentino). EL NUEVO HERALD.
Los Tea Party de siempre
“Si podemos darles una mano a los bancos en Wall Street, podemos darles una mano a los estadounidenses que la están pasando mal”. Palabras de Obama, candidato demócrata en marzo de 2008.
Un año más tarde, consagrado presidente, enfatizó sobre la “cultura de codicia excesiva, compensación excesiva, riesgo excesivo” que debe cambiar y prometió una reforma regulatoria.
En un país donde el capitalismo corona su poder y la libertad individual en todos los órdenes es patrimonio relevante de la ciudadanía, el descenso de sus guarismos en las encuestas es la consecuencia de un accionar solapado de quienes (poderosos a ultranza) se sienten afectados en su codicia y practican el lobby de siempre. Esta vez más intenso que nunca antes. Ahora, ante una desesperante situación, clamó por elevar el tope de endeudamiento consentido para escapar del default inminente. Obama debió consentir presiones. Era demasiado el riesgo de la Nación como para no ceder ante el chantaje republicano, lobbystas permanentes y desembozados de las poderosas corporaciones financieras y otros grupos de poder. Y se sabe, no se gana –en cualquier terreno y no sólo en el de la economía– sino a expensas de los que pierden. La ecuación matemática tiene variables en ambos lados de la fórmula: si una varía en más, es necesario para mantener el equilibrio de los factores en juego, que la otra varíe en menos. Igual que en el sistema de la conservación de la energía de la física.
No hubo transferencia de recursos desde arriba hacia abajo para equilibrar la situación, sino que deberá trasladarse el costo a los de abajo para que permanezcan los de siempre, arriba, día a día, dólar a dólar. Los dueños del poder. Porque Obama lo va perdiendo, aunque para su campaña por el segundo período le resultará más difícil aún remontar el sonoro “We can”. Va perdiendo sustancia y cada vez más volviendo a lo que es, en soledad: un slogan de campaña. Ahora un silenciado I can not de Obama.
Llega el tiempo en el que los ciudadanos medios de Estados Unidos vuelvan sus ojos y su atención a aquellos países donde la brecha entre poderosos y el pueblo es menos amplia que en su país. Y donde la vida es menos traumática y el sentido social de la acción gobernante se hace sentir en gran medida en salud, seguridad, empleo. Pese a todo. Hoy se encumbra la paradoja de que el ciudadano norteamericano halle que en países con muchísimo menos ejércitos, bombas nucleares y bases en casi todo el mundo se viva mejor que en la superpotencia remanente. Será necesario un golpe a la codicia de los codiciosos, tal vez imitando a los “indignados” de España y de Israel, en estos días. ¿Lo hará el pueblo estadounidense?
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