Juan Carlos Altamirano. LA SEGUNDA. Chile
Me pregunto si un gobierno de la Concertación hubiera podido neutralizar la ola de demandas y reivindicaciones que enfrenta el Presidente Piñera. También cabe preguntarse: ¿Por qué la Concertación adhiere a protestas contra leyes que ellos mismos ratificaron o impulsaron? O bien, ¿cómo se explica que un país en pleno crecimiento esté viviendo un descontento generalizado?
Al parecer, no hemos tomado plena conciencia de que la debacle financiera mundial de 2008/9 marcó el comienzo del fin de la ortodoxia neoliberal. La gota que rebasó el vaso en Europa y EE.UU. fue el salvataje del sistema financiero con el dinero de los contribuyentes. A partir de entonces, las reglas del juego han cambiado: estamos viviendo una transición sin rumbo definido. Por de pronto, se comienza a resquebrajar el consenso político en torno al modelo social de mercado.
Por más de veinte años gran parte de la clase política validó el actual modelo, no sólo en Chile, sino también en los países desarrollados. Sin embargo, hoy estamos presenciando un nuevo proceso: los partidos de centro y de izquierda vuelven a identificarse con los movimientos sociales y a asumir como propias las reivindicaciones populares. Aparentemente, ya no están dispuestos a pagar los costos que significa administrar y apoyar un modelo en decadencia, al cual nunca le tuvieron fe. Por otro lado, sectores de la derecha política han impulsado agendas populistas para alcanzar y mantenerse en el poder, para lo cual han tenido que violar principios básicos del modelo actual: subir los impuestos, imponer medidas regulatorias, frenar las privatizaciones y el desmantelamiento del Estado benefactor. En definitiva, la alianza entre la clase política y el modelo neoliberal se está resquebrajando, y me temo que el gran capital se está quedando solo.
Incluso dentro del empresariado también se produce una brecha entre quienes defienden a ultranza el modelo y los que piden cambios. La semana pasada el magnate Warren Buffett escribió una carta al New York Times, pidiendo al Congreso de EE.UU. que deje de «mimar» a los multimillonarios y les suba los impuestos. A su vez, las 16 mayores fortunas francesas solicitaron —y consiguieron— que el gobierno de Sarkozy les subiera su tributación. En Chile comienza a ocurrir lo mismo.
El otro consenso que entró en crisis es el apoyo de las clases medias al actual modelo. Sus aspiraciones legítimas se han visto progresivamente empañadas por el alto costo que deben pagar —económico y sicológico— para mantener su estándar de vida. El consumidor, los pequeños empresarios y los empleados de cuello y corbata sienten que las empresas de servicios constantemente se aprovechan, ocupando todos los vacíos legales —a veces sin respetar ética alguna— para aumentar las ganancias a costa de sus bolsillos. Por otro lado, se quejan de no recibir la calidad de servicio por la cual están pagando (por ej., en educación). Esta crisis de confianza y falta de expectativas de la clase media está minando la base social del actual modelo. A su vez, las clases populares se cansaron de esperar el prometido “chorreo”. Ven que el crecimiento se ha traducido en mayor desigualdad, desempleo y marginación. Como consecuencia, tenemos la unificación de diversas reivindicaciones en un movimiento social transversal, como son las protestas contra el lucro en la educación, la defensa del medio ambiente o el paro nacional que hoy vivimos. Sería un error pensar entonces que las movilizaciones actuales son expresión de una minoría intransigente.
En definitiva, la falta de ética, de autorregulación y de responsabilidad social que el mercado ha demostrado en su funcionamiento ha hecho que el blindaje de que durante años gozó la clase empresarial hoy se esté desmoronando. Así, desde la crisis de 2008/9, en los países desarrollados y tercermundistas crecen las revueltas y la demanda generalizada por un modelo de capitalismo regulado, más participativo y humanista.
Lamentablemente, mientras se produce esta transición reinará la inestabilidad a nivel global. Si las clases política y empresarial no logran pronto consensuar un modelo de desarrollo más justo, equitativo y participativo, me temo que los futuros gobiernos, al igual que el actual, tendrán que dedicarse a administrar un desorden continuo, mientras las gente deberá aprender a vivir en una inestabilidad permanente. Así de simple.
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