Carlos Alberto Montaner. http://www.firmaspress.com/
(ABC) Gran jolgorio en La Habana. Fidel Castro cumple 85 años el 13 de agosto y su hermano, que tiene 80 y ya lleva cinco al frente del manicomio, quiere celebrarlo. Sabe que la revolución ha provocado un enorme desastre material en el país, y que el gran responsable de ese desaguisado ha sido Fidel Castro, pero no ignora que sin el Comandante ese gobierno hubiera desaparecido hace mucho tiempo.
Fidel, con su vocación colectivista, sus locas iniciativas, su incapacidad para escuchar, su mal olfato ante incompetentes y corruptos, su insufrible arrogancia de sabelotodo, es la clave del deterioro pero, al mismo tiempo, ha sido la columna de fuste que ha sujetado medio siglo a la dictadura. Gracias a él, la revolución ha sido posible. Por su culpa, es una calamidad.
El objetivo de Raúl es mantener la tiranía de partido único parida por su hermano, pero podándola de las adherencias fidelistas que lastran «el proceso» y mantienen a la sociedad en la miseria. Esto, supuestamente, se alcanzaría mediante la creación de un tejido microempresarial privado que absorbería a un tercio de la fuerza laboral y crearía un enjambre de pequeños negocios orientados a brindar servicios capaces de aliviar la incompetencia legendaria del comunismo.
Dentro de ese espíritu de reformas parciales, Raúl ha dictado o anunciado algunas medidas ansiadas por los cubanos desde hace décadas. La más importante: poder comprar y vender sus casas y autos. La más esperada, todavía en estudio: eliminar el permiso de salida, de manera que cualquier cubano con pasaporte y visa pueda salir del país sin ser tratado como un traidor y sin convertirse en un rehén extorsionado por la embajada cubana donde decida residir.
Hasta ahora, las reformas de Raúl Castro no han dado resultado. El microcapitalismo no ha resurgido mágicamente de las cenizas y los índices de producción agrícola continúan cayendo en picado. Raúl no entiende por qué sus cambios, pese a las ilusiones de los cubanos, no generan más riqueza, y supone que puede lograr sus objetivos con una mezcla de impuestos y controles a los nuevos «cuentapropistas», sumada a auditorías y castigos a los viejos gerentes del sector estatal, metódicamente vigilados por su propio hijo, el temido coronel Alejandro Castro Espín.
¿Por qué el fracaso? Lo advirtió el Papa Wojtila a su paso por Cuba en 1998: porque estas dictaduras totalitarias infligen un tremendo «daño antropológico». Tres generaciones sucesivas de cubanos que han sido intimidadas, manejadas como marionetas, engañadas, desinformadas, obligadas a mentir o a ocultar sus sentimientos, forzándolas a aplaudir lo que detestaban o a rechazar lo que secretamente deseaban.
Esos cubanos tienen miedo. Viven con miedo. Saben que su mundo es un infiernillo, pero temen otro distinto porque les han asegurado que será peor. Durante medio siglo el Estado tomó por ellos todas las decisiones, los convirtió en minusválidos y les arrancó los dientes y las uñas. Hoy desconfían de la libertad y de ellos mismos. Producen poco porque el sistema los aplastó. Ése es el daño antropológico, que perdura en el 85 aniversario del Comandante.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario