Mario
J. Viera
Hay que ver como los acontecimientos
históricos se transforman en hechos de especial relevancia para impulsar un
proyecto político en situaciones de tiempo y condiciones diferentes. Así ocurre
con la Diada de los independentistas catalanes tan animados a favor del
republicanismo. Una fiesta nacional de supuesta gloria colectiva de los
catalanes y de sus guías románticos tan dispuestos a favor de la voluntad del
pueblo de liberarse de los opresores. La fiesta nacional de Cataluña la diada
del onze de setembre no es más que la glorificación de la capitulación de
Barcelona ante las fuerzas de Felipe de Borbón que ponía fin al conflicto de la
sucesión a la corona hispánica entre los pretendientes al trono Felipe de
Borbón y el archiduque Carlos de Austria para presentarle como un día
representativo de la rebeldía catalana.
¿Rebeldía popular catalana? ¡Válgame Dios!
Se trataba simplemente de una guerra entre aristócratas por imponerse en el
trono y sin representación popular y tal como lo ha expuesto el historiador
hispanista británico John Lynch la “rebelión
catalana de 1705 no fue espontánea ni
popular en su origen, sino que expresaba los objetivos políticos de la
clase dirigente”. Y ejemplifica diciendo: “Barcelona albergaba una élite
urbana cohesionada, producto de la
mezcla de la oligarquía de Barcelona con la aristocracia tradicional y
consolidada gracias al renacimiento de la economía catalana a partir del
decenio de 1680”, nada con lo que organizaciones catalanas como Candidatura
d'Unitat Popular (CPU), Iniciativa per Catalunya Verds, Esquerra Unida i
Alternativa (EUiA) o Procés Constituent a Catalunya, todas tan antisistema,
todas tan republicanas, todas tan de tendencia procomunista, pudieran sentirse
muy cómodas. Y remata el historiador citado: “Para la élite catalana, la Guerra de Sucesión era la oportunidad de
explotar la posición de Cataluña y de vender su alianza al mejor postor”. En definitiva la diada no conmemora la derrota
de una rebeldía popular en lucha contra un poder opresor o contra una
metrópolis extranjera dominadora, sino la derrota de un sector de la
aristocracia y de la oligarquía catalana que se definían a favor de las
ambiciones de un príncipe austríaco que ni siquiera sabía expresarse ni en
castellano ni en catalán. El pueblo, en aquella “rebeldía catalana” solo
participaría como carne de cañón en una guerra que en nada le beneficiaría.
Nada comparable, el bochorno de 1714, con
la grandeza del 2 de mayo madrileño, verdadera rebelión popular contra un
ejército extranjero ocupante, ni en nada semejante a la resistencia de la
ciudad aragonesa de Zaragoza frente a los franceses durante los sitios de 1808
y 1809 y hay que decir propiamente resistencia de Zaragoza porque los civiles,
la gente del pueblo se armó para hacerle resistencia a las tropas galas como
las mujeres de la plaza del Portillos que con piedras, palos y cuchillos se
enfrentaron a los infantes de la tropa
del general Lefèvbre. En la Barcelona de la batalla de 1714 no hubo héroes como
en Zaragoza; allí no había ninguno como la heroína Agustina de Aragón, solo el
pálido conseller en cap Rafael
Casanova herido precisamente aquel 11 de septiembre de 1714.
Pero es que los pueblos necesitan de los
héroes para alimentar su propia identidad. Héroes que les sirvan de
inspiración, sin importar que sean imaginarios o que se les dote de elevados
dones y hazañas atribuidas, para colocarles por encima de lo cotidiano y
alimentar la mitología popular. Así la imaginería catalanista convirtió a un
simple partidario y defensor de la monarquía de Austria en algo así como el
ícono de todas sus aspiraciones independentistas y republicanas. Y se le hizo
estatua y se le dedicó una tarja en el sitio donde el conseller fue herido, que
reza: “Aquí cayó herido el Conseller en
Cap Don Rafael Casanova defendiendo las Libertades de Cataluña. 11 de
septiembre de 1714”. Así cuando se proclama la Segunda República española
de incrementaron los actos de homenaje a su memoria; homenaje republicano a un
aristócrata partidario de un monarca austríaco.
¡Pero, hombre, si hasta un descendiente
actual del Conseller Cap, Luis María Gonzaga de Casanova-Cárdenas, tiene una
muy diferente opinión que la de los catalanistas, vamos, que no de los
catalanes! Y dice este, que es duque de Santangelo, en entrevista al diario ABC:
“Rafael de Casanova, cuando llegó el
momento en que tenía perdida la batalla, no transformó Barcelona en Numancia.
No fue una tragedia, fue una derrota. Se negoció una paz, el rey le perdonó
después y no pasó nada. Murió en familia...” Pero se había opuesto a la
rendición de la ciudad, aunque los cerca de 16 mil defensores de la ciudad,
muchos de ellos civiles, comprendían que no podrían hacerle frente a un ejército
borbón de 35 mil infantes y 5 mil jinetes y obstaban por la rendición. Por su
parte, el historiador Henry Kamen, en su libro “España y Cataluña: historia de
una pasión” ─ citado por ABC ─ sentenció: “La decisión suicida e innecesaria de
no rendirse fue de Casanova”, y se aclara que, el “día del asalto final,
Casanova estaba durmiendo y tras ser avisado se presentó en la muralla con el
estandarte de Santa Eulalia para dar ánimos a los defensores” y publicó un
bando para los defensores de Barcelona en donde pedía “salvar la libertad del Principado y de toda España; evitar la esclavitud que espera a los
catalanes y al resto de los españoles bajo el dominio francés; derramar la
sangre gloriosamente por el rey, por su honor, por la Patria y por la libertad de toda España".
Casanova era contrario al rey Felipe de la casa francesa de Borbón y partidario
del archiduque de Austria que consideraba mejor para Barcelona y para la España
entera.
Pero Casanova no muere en el combate solo
recibe una herida de poca gravedad en el muslo y, de acuerdo con ABC: “Disfrazado
de monje, Rafael Casanova huyó de la ciudad y se escondió en la finca de su
hijo en San Boi de Llobregat. En el año 1719, fue amnistiado y volvió a ejercer
como abogado hasta retirarse en 1737. Murió en Sant Boi de Llobregat, treinta y
dos años después de la rendición de Barcelona”.
y tan cierto.. el festejo de una derrota.. magnifico articulo.. JC Socorro
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