jueves, 19 de diciembre de 2013

Chile: ¿Del Estado Económico Liberal al Estado Social?


Fernando Mires. Blog POLIS

El Estado no es el gobierno pero nadie podría negar que el Estado es configurado a través de los diversos gobiernos que se suceden en el historial de una nación. El ejemplo de Chile post-dictatorial así lo demuestra. Porque en Chile, primero a través de la Concertación, segundo, del interregno democrático de la derecha con Piñera, y tercero, desde el panorama que abre el abrumador triunfo de la Nueva Mayoría de Bachelet, no asistimos a una suerte de anárquica sucesión de diferentes gobiernos, sino a un casi perfecto proceso evolutivo.

Una evolución que marca el carácter y sentido del Estado nacional post-dictadura. Una evolución que proviene desde el mismo Estado dictatorial, hasta llegar a la conformación de un Estado política y económicamente liberal para culminar en la actual fase en la cual podrían ser erigidos los fundamentos de un auténtico Estado Social. Fundamentos no iguales al de los Estados sociales europeos, pero en algunos puntos, no tan diferentes.

Para entender el enunciado expuesto, será necesario establecer algunas precisiones

La evolución del Estado post-dictatorial chileno no ha seguido, como ninguna evolución, una línea recta, sino zigzagueante. Eso quiere decir que las formas que predominan en una fase ya se encontraban anunciadas en la fase anterior.

En efecto, la dictadura militar solo por ser dictadura constituía un modo de dominación antipolítico y antisocial. Pero en el nivel de la economía era ultraliberal. En cierto modo la dictadura, para emplear la expresión marxista, liberó a las ataduras que maniataban el desarrollo de las fuerzas productivas, pero al precio de destruir la estructura social y política de la nación. O dicho de esta manera: El llamado desarrollo económico, el que en Chile llaman "el modelo", fue posible  gracias al extremo subdesarrollo de las estructuras políticas y sociales. Hecho tan conocido sobre el cual no vale la pena insistir aquí.

El gran mérito, también el gran ajuste que Chile debe a los gobiernos concertacionistas, fue que estos, manteniendo la infraestructura económica construida durante el pinochetismo, llevaron a cabo, y con éxito, la tarea de liberalizar las relaciones políticas que la dictadura mantenía secuestradas. Así se dio una relación si no armónica, por lo menos más equivalente entre una economía ultraliberal y un estado políticamente liberal, al precio, claro está, del mantenimiento del subdesarrollo social de la nación.

Los ex-concertacionistas podrán argüir que sus gobiernos pusieron en práctica diferentes programas sociales. Probablemente es cierto. Pero también es cierto que el llamado crecimiento económico de Chile se dio más en las cifras que en la realidad. El hecho de que el 1% de la población concentre el 30% del ingreso nacional per cápita es ya un escándalo mundial. Pero ese es también, en parte, un legado de Bachelet Primera a Bachelet Segunda. A la última le ha sido ahora encomendada la misión de dirigir la transformación del Estado económico liberal en un Estado Social.

En cierto modo se trata de una transición muy parecida a la que tuvo lugar en la Europa de post-guerra gracias al concurso de los partidos socialistas. Precisamente ese ejemplo arroja luces que pueden servir para entender la disyuntiva que enfrentará el gobierno de la Nueva Mayoría.

El Estado Social, vale decir, la construcción de una economía social de mercado, fue posible en Europa gracias a que los partidos socialistas subscribieron los principios liberales de la democracia moderna. En otras palabras, el Estado Social europeo fue construido no como negación del liberalismo político sino sobre la base de su existencia. En ese punto hay acuerdo unánime entre los politólogos europeos: el liberalismo político, no el socialismo político, ha sido la condición de desarrollo del Estado Social.

A la inversa, un liberalismo político que reposa sobre las bases de un ultraliberalismo económico ─ como fue el caso de los gobiernos democráticos que anteceden a Nueva Mayoría en Chile ─ tiende a generar fuerzas centrífugas y por lo mismo a crear un clima de disconformidad que tarde o temprano se manifestará en contra del propio Estado liberal. Dicho en clave de fórmula: no hay una mejor condición para el mantenimiento de un Estado político liberal que una economía social de mercado. A la inversa, no hay mejor condición de desarrollo para una economía social de mercado que un Estado político liberal. O de modo más taxativo: no hay economía social de mercado sin la protección de un Estado político liberal.

Podemos entonces deducir la paradoja de que el Estado político liberal, para seguir siendo liberal, debe intervenir en la economía, aunque a los liberales económicos les duela el alma y el corazón. Razón de más para afirmar una tesis teórica que ya comienza a abrirse paso: El liberalismo político y el liberalismo económico no son dos caras de una misma moneda. Son dos monedas diferentes.

Una puntual intervención económica del Estado practicada en todas las sociedades modernas no niega el libre juego económico, solo impone determinadas condiciones. Ralf Dahrendorf, uno de los más dilectos representantes de la filosofía política liberal, hablaba en ese contexto de "un cordón sanitario" a ser tendido sobre sectores que no pueden quedar al libre arbitrio del mercado. A esos sectores pertenecen entre otros la educación y la salud. Y bien, son justamente los mismos que habían sido abandonados por las democracias post-dictatoriales chilenas. Tarea ineludible de la segunda Bachelet será, no cabe duda, introducir esos sectores al interior de los espacios protegidos por el "cordón sanitario" al que alude Dahrendorf. Acción que a la vez no puede ser posible sin una reforma tributaria, una de las grandes promesas electorales de Bachelet. Para allá o para acá, el hecho es que el Estado deberá intervenir. Ahí reside el problema.

El problema es que el tránsito que lleva de una economía ultraliberal a una economía social no está exenta de peligros. La propia naturaleza de los cambios que se deducen de la intervención del Estado puede llevar ─ como ha ocurrido en otros países latinoamericanos ─ a un estatismo parasitario y, en determinados puntos, antidemocrático. El peligro es tanto o más grande si tomamos en cuenta que al interior de Nueva Mayoría hay grupos cuya adhesión a la democracia es más instrumental que conviccional. No solo me refiero a los comunistas, eternos amantes de tantas dictaduras. Me refiero, además, a los admiradores de autocracias militaristas enquistados al interior del Partido Socialista. Y no por último, a algunos ex-estudiantes radicalizados que hoy hacen su legítima entrada en la política oficial levantando las consignas de la llamada "izquierda rabiosa" del pasado siglo.

Afortunadamente existe en Nueva Mayoría una franja interna muy consciente de que nunca habría llegado al gobierno si no hubiera estado guarecida detrás de la figura de Michelle Bachelet. A la vez Bachelet debe saber que su gran fuerza proviene de su conexión con el centro político (centro-izquierda, centro-centro y centro-derecha) es decir, que ella está muy lejos de ser una versión chilena y femenina de lo que fue Hugo Chávez en Venezuela, por ejemplo. Chile puede ser bacheletista, pero no ha sido, no es, y probablemente nunca será, un país de la "izquierda revolucionaria".

Pero la encrucijada existe: Hay, hacia un lado, una amplia vía que conduce al Estado Social. Hay, hacia otro lado, una vía, por el momento más angosta, que conduce al Estado Populista. Entendiendo por Estado Populista lo mismo que entendió hace tiempo el brasileño Francisco Weffort, a saber, un Estado asistencialista, clientelista, dispensador, demagógico, y no por último, autoritario y corrupto, es decir, no una  forma de Estado Social sino algo totalmente distinto.

Si durante el segundo gobierno de Bachelet son puestos por lo menos algunos cimientos que lleven a la construcción del Estado Social, ella habrá cumplido con su pueblo. Más todavía, puede que ese cumplimiento lleve a una ruptura definitiva con el pasado dictatorial. El periodo de la post-dictadura habrá así llegado a su fin y Chile ya no será más el país traumatizado que todavía es.

El hecho de que Michelle Bachelet haya derrotado sin contemplaciones a la hija de un general juntista puede ser más simbólico de lo que se piensa. Tan simbólico como será el dictado de una Nueva Constitución. En fin, ya veremos.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

España predica democracia en calzoncillos


Miriam Celaya. CUBANET

Hay quienes insisten en denigrarnos basándose en la longevidad de la dictadura de los Castro y nuestra supuesta incapacidad para liberarnos de ese yugo.

Llama la atención que, nuestros más contumaces críticos suelen ser españoles, signo que demuestra no solo una pobre memoria histórica, sino también la persistencia de esa controvertida relación del tipo “te odio, mi amor” entre Cuba y España, nacida desde siglos pasados entre una pequeña colonia capaz de prosperar y generar grandes riquezas gracias al tesón, al talento y al trabajo de los cubanos, y una decadente metrópoli que ─ pese a que un día llegó a poseer un imperio “sobre el cual no se ponía el sol” – nunca dejó de ser una de las más pobres y atrasadas de Europa, arrastre que permanece hasta hoy.

Quizás la pérdida de Cuba en 1898, que marcó el fin del otrora grandioso imperio, y en cuya obstinada defensa España derrochó muchos más recursos y jóvenes vidas españolas que en las demás guerras de independencia de Hispanoamérica, quedó marcada en su psiquis nacional como el naufragio del último baluarte del signo ibérico de este lado del Atlántico y el golpe de gracia a su orgullo, definitivamente vencido con la intervención de una nación que siempre valoró más el trabajo, los avances tecnológicos y la prosperidad que los títulos nobiliarios, los blasones y los escudos de armas: Estados Unidos.

Desde luego, la incapacidad política de la corona española de aquellos tiempos no es atribuible a su pueblo. Tampoco son reflejo de algún tipo de limitación o minusvalía de los españoles los largos años de dictadura franquista, con su cuota de represión, persecuciones a los disidentes, fusilamientos, censura de prensa, culto a la personalidad de un líder con supuestas dotes extraordinarias, y todos los demás ingredientes propios de los regímenes dictatoriales de cualquier color ideológico, que terminaron solo tras la muerte natural del caudillo.

La  pérdida de la vida de decenas de miles de españoles por masacres o por ejecuciones, los encarcelamientos y el éxodo, fueron la marca inicial de la dictadura.

En las décadas siguientes la emigración permanente se acercaría al millón de individuos, cuyas remesas familiares significaron, junto a la entrada del capital extranjero y el turismo, factores esenciales para el crecimiento económico de España a partir de los 60’, con beneficios que también tributaron riquezas al poder dictatorial. Cualquier parecido con la realidad cubana actual no es pura coincidencia.

Son muchas más las similitudes que las diferencias entre los procesos dictatoriales de ambas naciones y los padecimientos de sus pueblos, que las diferencias por consideraciones personales. Por estas razones resulta tanto más inverosímil el desprecio de ciertos españoles por los cubanos, y más inexplicable su imaginaria superioridad cívica o moral.

Complicidad con el régimen

Quizás sería más coherente que esos detractores que actualmente pretenden dictar cátedra sobre democracia a los cubanos, que se dirigen a nosotros con ofensiva condescendencia y hasta pretenden instruirnos sobre lo que debemos hacer para derrocar el poder de los Castro, se encargaran de fustigar a los empresarios españoles que invierten sus capitales en Cuba, apoyando con ello el sostenimiento de la dictadura y la explotación de los asalariados cubanos, y burlando los esfuerzos y sacrificios de varias generaciones de opositores y las aspiraciones democráticas de la mayoría.

De paso, aprovechando las oportunidades que ofrece la democracia, podrían pedir cuentas también a muchos de sus políticos, cuya tolerancia, e incluso complicidad con el régimen de la Isla, los ha llevado a allanar y aupar el camino de los sátrapas verde-olivo en importantes espacios  internacionales. Porque ningún español que se reconozca a sí mismo como individuo libre debería callar o aceptar connivencias con una dictadura. Los españoles menos que nadie, ya que tuvieron que pagar un altísimo costo por las libertades de las que gozan hoy, y porque saben que bajo el franquismo ni siquiera hubiese sido posible un movimiento de “indignados”.

Puede que a los cubanos nos reste mucho por aprender en materia de civismo y democracia, pero recuerden los iberos intransigentes que se sientan tentados a juzgar, que no es digno de una nación orgullosa predicar en calzoncillos.

A propósito de un comentario publicado en Cubanet (3/12/2013) a un artículo de Mario J. Viera (A propósito de algunas gilipolladas)

sábado, 14 de diciembre de 2013

Obama, Raúl Castro y Sudáfrica


Carlos Alberto Montaner. EL BLOG DE MONTANER

Granma no reprodujo el discurso de Barack Obama en Sudáfrica. Era humillante para Raúl Castro. Tras el protocolar apretón de manos, Obama explicó que no se debía invocar en vano el nombre de Mandela. No era aceptable celebrar la vida y la obra del líder desaparecido y perseguir a quienes sostienen ideas diferentes a las oficiales. Eso se llama hipocresía.

Raúl, cuando leyó su discurso, sin proponérselo, le dio la razón a Obama. Sin ningún recato celebró la diversidad como si él presidiera la Confederación Helvética. Mientras hablaba, en Cuba se recrudecía la represión contra los demócratas a golpes, patadas y calabozos. El espectáculo encarnaba la idea platónica de la hipocresía.

Para entender a Cuba es razonable acercarse a Sudáfrica. Hay muchas similitudes entre el desaparecido apartheid y la dictadura de los Castro. Los dos sistemas se erigieron sobre disparatadas teorías que conducían al atropello y el autoritarismo.

El apartheid sudafricano se nutría de la vergonzosa tradición norteamericana de la segregación racial, edificada sobre  el sofisma de “dos sociedades iguales, pero separadas”, modelo originado en la pretendida superioridad de los blancos, forjado con la copiosa “legislación de Jim Crow” en la mano. Cuando el Partido Nacional de Sudáfrica, en 1948, hizo suya esa filosofía, y posteriormente fragmentó el país en bantustanes, echó las bases del horror.  

La dictadura cubana, a su vez, se sustenta en las supersticiones del marxismo-leninismo. Los comunistas tienen el privilegio exclusivo de organizar la convivencia cubana. Lo dice, incluso, la Constitución. Los ampara la certeza de la superioridad “científica”. No puede haber otras voces, porque ellos, a través del Partido, son la vanguardia del proletariado, esa clase sobre la que se articula, no se sabe por qué, el devenir de la historia. 

Aquella infame Sudáfrica, felizmente desaparecida, estaba básicamente dividida en dos castas raciales: de una parte los blancos, con todos los derechos y privilegios, y de la otra los negros y mestizos, súbditos de segunda categoría (ni siquiera eran ciudadanos).

Cuba está dividida en dos castas ideológicas: los comunistas y sus simpatizantes “revolucionarios”, dotados de todos los derechos, frente a los indiferentes y los opositores, calificados como gusanos o escoria, y tratados y maltratados con el mayor desprecio. Incluso, se les veda el acceso a los estudios universitarios porque se ha proclamado, insistentemente, que “la universidad es para los revolucionarios”.     

Los defensores de la segregación racial y del apartheid sudafricano legislaron sobre los sentimientos de las personas. No se podía amar a una persona de otra raza. No se podía tener relaciones sexuales con ella. No era posible el matrimonio interracial. Ni siquiera las caricias y los besos.

Los defensores de la dictadura cubana decretaron que no se podía tener vínculos afectuosos con exiliados, presos políticos u opositores. Se rompieron los lazos entre padres e hijos, entre hermanos, entre amigos. A veces se quebraron las parejas. Los matrimonios con extranjeros no eran bien vistos. Se creó la extraña categoría del “desafecto”. La policía política vigilaba a las mujeres de los cabecillas comunistas, civiles y militares, para notificarles a los maridos cualquier adulterio. La revolución también era la dueña de la entrepierna de las mujeres.

Frente al horror del apartheid, numerosos países comenzaron a presionar para producir un cambio de régimen. Había que hacerlo. Era lo decente: acabar con esa viscosa bazofia y sustituirla pacíficamente por un sistema plural basado en el consenso, la democracia y la igualdad ante la ley. Para lograrlo se produjo un embargo económico auspiciado por la ONU.

Ante ese acoso internacional, el gobierno blanco de Pretoria puso el grito en el cielo e invocó sus leyes y su constitución peculiares. Decía ejercer su derecho soberano a la autodeterminación, pero no le hicieron caso. Por encima de esa vil coartada “nacionalista” estaba la decencia: no se podía maltratar impunemente a la población negra, como si estuviera compuesta por animales.

Estados Unidos, que vaciló, cobardemente, ante el embargo internacional contra Sudáfrica (finalmente se sumó), en el caso cubano es uno de los pocos países del planeta que presiona en el terreno económico con el objeto de cambiar un régimen totalitario e injusto por otro democrático, plural e incluyente.

Eso es lo coherente. Contribuir a que ese pueblo se libere, como sucedió en Sudáfrica. Supongo que, según Obama, esa es la mejor manera de honrar a Mandela.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Venezuela: Más allá de una elección


Juan Guerrero. EL UNIVERSAL

El país político no está dividido en dos mitades. Eso es falso. El país está dividido en una parte, que a su vez está dividido entre oficialismo/oposición, y otra parte que no participa políticamente de ninguno de los dos, y que además, se opone a ambos bandos

Esa es una de las lecturas que se desprende, una vez más, de esta última elección nacional. Cerca del 40% de la población se abstuvo de votar. Y me atrevo a afirmar que no ha sido por desidia, desgano o indiferencia.

Los mal denominados NiNis se han depurado y ahora, con más claridad aparecen en el escenario político con contundencia. Deben ser conocidos como contestatarios críticos porque se expresan exponiendo sus ideas aunque no sean una opción visible.

Lo interesante de esto es que los contestatarios críticos están, tanto en la periferia del oficialismo como en la oposición. Son la conciencia crítica que está gravitando en ambos sectores, mientras gran parte de la dirección de los partidos los excluye del poder o los ignoran.

Cada vez crece más el rechazo a los falsos, matraqueros, guabinosos y analfabetas gestores de la política, quienes descalifican tan exigente  y solidaria actividad.

Ante la mirada de unos ciudadanos desprotegidos, sea por más de 40 años de gobiernos corruptos, sea ahora por un régimen militarista, autoritario e inepto, se está acelerando un movimiento social que cada vez es más real.

Mientras el oficialismo saca sus cuentas y nota que sus militantes han disminuido sensiblemente, la oposición se enfrenta a un fantasma que le impide avanzar.

Es el fantasma con decenas de dirigentes fosilizados que medran buscando posiciones de poder, usando los partidos como agencias de transacciones de todo tipo.

Y en el oficialismo el desgaste de esa llamada maquinaria que ha sido su partido, muestra sus fisuras por donde han aparecido los olvidados líderes de base reclamando la eterna deuda social.

Si lo vemos en perspectiva podemos entender que esto es un lento proceso de depuración política, que comenzó a finales de los años 90s y se ha ido acelerando en estos últimos 5 años.

El desgaste electoral ha llevado a la población a un cansancio al percibir que después de votar es nula o muy poca la ganancia real que obtiene.

Sin embargo, en las organizaciones y partidos políticos como en el resto de las estructuras sociales creadas por los ciudadanos, existen grupos que están construyendo un modelo de Estado y sociedad adaptado a los nuevos tiempos y donde la tradición cultural priva sobre los modelos artificiosos impuestos.

Las ONG que presentan modelos de convivencia para un nuevo país, o los grupos académicos que piensan la nueva república (http://www.frentepatriotico.com/inicio/2013/11/07/parte-xxv-la-rebelion-de-las-regiones/) muestran la dinámica de una sociedad que lejos de adormecerse se hace fuerte en la adversidad.

El proceso es lento toda vez que tanto el Estado, a través del actual régimen  autoritario, impide el avance de las fuerzas progresistas, sea porque la llamada Mesa de la Unidad Democrática aún no termina de cohesionarse para lograr cambios significativos.

Lo importante es entender que es perentorio cambiar la estructura del Estado centralista y que apabulla a las regiones y entender que un sistema de gobierno basado en el presidencialismo, con el inmenso poder que ello supone, es contrario a toda convivencia democráticamente sana.

Muestra de ello es el artículo 236 de la Constitución nacional de 1999. Ese artículo le otorga al presidente de la república poco más de 20 atribuciones. Semejante concentración de atribuciones contradice el principio de poder compartido entre las otras instituciones del Estado.

Pero lo peor es la concepción misma del Estado desde una perspectiva de poder centralizado cuya sede física se encuentra en la ciudad capital, imponiendo un modelo único de vida y despreciando la tradición cultural de las regiones. Esta mentalidad se ha reproducido por siglos, desde el establecimiento del gobierno colonial, con el capitán general hasta los actuales presidentes.

Todos ellos, unos más que otros, siempre han concentrado el poder en la figura del capitán general-presidente-jefe de Estado-comandante general.

¿Es posible superar esta anomalía institucional y mentalidad marginal? Sí es posible hacerlo. Con voluntad política, capacidad gerencial y autoridad moral.

domingo, 1 de diciembre de 2013

A propósito de algunas gilipolladas


Mario J. Viera

Así era España en tiempos del franquismo
Tengo como canon de fe no entrar a debatir con aquellos que opinen sobre cualquier artículo que publique. No importa si me traten con dulzura o me ataquen furiosamente. Creo que cualquiera tiene derecho a emitir su juicio porque, finalmente, para mí, el que rechace un punto de vista mío es problema suyo y el que aplauda mi criterio también es problema suyo. Lo digo así sin extraviarme por los vericuetos de lo políticamente correcto. Pero hoy voy a transgredir este mi canon particular y me entro con las mangas al codo a darle respuesta a las gilipolladas de un lector dichas a propósito de mi reciente artículo, publicado en Cubanet, Respondiendo a un anexo-autonomista”. 

Más que un ataque del “amable lector” hacia mi persona es su total desprecio hacia los cubanos lo que me impulsa a darle una condigna respuesta.

Por sus expresiones y el empleo de determinados vocablos, deduzco que el Sr. Antonio Marcos Rubio es español y, muy probablemente, madrileño. La redacción de su algo larga nota es apresurada y desorganizada, como impulsada por una pasión que va más allá de un criterio crítico; como impulsada por conceptos discriminatorios. Véase el desprecio con que se manifiesta contra los cubanos. Escribe: “El problema de Cuba es el propio cubano que siempre se ha creido el OMBLIGO DEL MUNDO y nadie sabe como han llegado a ese ESTADIO, pues nunca nadie se lo dió, EL SOLITO SE LO TOMO”. (Respeto su redacción tal cual).

Según este señor, Cuba jamás progresará porque tiene el lastre de los cubanos; los cubanos ─ según esta opinión ─ no tienen capacidad para el progreso. Por otra parte, ¡Ay, amigo!, tal vez no le falte razón en cuanto dice que los cubanos nos sentimos el ombligo del mundo, así es nuestra idiosincrasia; esa que nos da el carácter de nacionalidad; de conjunto étnico y social que nos diferencia de otras etnias, incluso de la que nos dio origen. Pero no se maraville, esa característica de isleños antillanos es la que nos confiere nuestra identidad  y hasta nosotros mismos nos reímos de esa vanidad nacionalista que nos caracteriza.

¿Nunca escuchó esa canción de la cubanísima Marisela Verena titulada “Nosotros los cubanos”? Le invito a que la saboree y escuche cuando Marisela canta: “Nosotros los cubanos no somos nada chovinistas, / al ser tan superiores sólo somos realistas / el mundo se divide exactamente a la mitad, nosotros los cubanos y el resto de la humanidad”.

¿Somos nacionalistas? Tal vez sea un defecto de origen. Pero nosotros no somos los únicos que nos creemos ser el ombligo del mundo; así piensan de ellos mismos los argentinos y los mexicanos; quizá del mismo modo piensen los nacionalistas vascos, los nacionalistas catalanes, los nacionalistas gallegos, que no se quieren identificar como españoles y pretenden la secesión.

Luego, el señor nacionalista español lanza otra andanada de lodo sobre la dignidad del cubano; según su etnofóbica opinión, los cubanos llevan “más de un siglo CON TODOS LOS DERECHOS CONCEDIDOS, pero todavía no se han puesto a trabajar para conseguirlo (indolentes en español)”. Anoto algo: Esta opinión es solo el reflejo del sentir de muchos españoles que califican despectivamente a todos los inmigrantes latinoamericanos en España como “Sudacos”, que desprecian hasta al aborrecimiento a los gitanos, que se sienten ofendidos nada más que les digan “gallegos”, que tienen a menos a los canarios considerados por ellos como “bestias”. No es de extrañar que a nosotros los cubanos nos endilguen el calificativo de “indolentes”.

Otra cosa le diré, de hecho Ud. reconoce que solo hace algo más de un siglo a los cubanos se nos concedieron todos los derechos; es decir, luego que Cuba se independizara de España. Desde 1902 hasta 1958, Cuba alcanzó un nivel de vida muy superior al que se disfrutaba en España; nuestros niveles económicos y sociales aventajaban en mucho a la península y a una mayoría de países de América Latina. Durante esa etapa el peso cubano se equiparaba a la par con el dólar estadounidense mientras la peseta española estaba depreciada hasta el valor de papel.

Así era España en tiempos del franquismo
A partir de 1959 por esos desvaríos de los pueblos, los cubanos se dejaron atrapar por un sistema totalitario que les prometía alcanzar el cielo en la tierra sin advertir que estaban haciendo de su tierra un verdadero infierno. España también fue víctima del totalitarismo. La República española, un sueño frustrado, primero por el poder que en ella alcanzaron los estalinistas y luego por la reacción franquista con el apoyo de Hitler y Mussolini. Muchos cubanos fueron a España a pelear al lado republicano y muchos de esos que Ud. denomina “indolentes” dejaron su sangre en el Ebro, en Somosierra y en Madrid. En los 56 años de republicanismo en Cuba, sus puertas se abrieron generosas para recibir a las miríadas de inmigrantes españoles, muchos de ellos se naturalizaron como cubanos y muchos de ellos recibieron cristiana sepultura en la mayor de las Antillas.

El totalitarismo concluyó en España no por la acción decidida de las grandes masas sino por la muerte en su cama del caudillo Francisco Franco. En Cuba es probable sucederá lo mismo.

Otra de las preciosas observaciones del distinguido criticón es esta: “A este señor (es decir, a mí) le digo que no hace falta que 'ningunee a España' CON SUS INDIRECTAS, porque ese asunto DE LA ANEXIÓN SOLO ESTA EN SU CABEZA”.  No, señor; no ninguneo a España; ¿no sé de dónde sacó tan peregrina deducción? En mi artículo “Respuesta a un integrista desfasado”, dije:Mis abuelos eran españoles y siento orgullo por mis raíces hispanas y reconozco a España como la Madre Patria; pero los progenitores no son dueños de sus hijos y estos, cuando ya han alcanzado la madurez requieren ser independientes de la tutela de sus padres. Cuba no es española y nunca volverá a serlo”. Y dándole respuesta, a otro cubano que no piensa al igual que yo, pero cubano, agregué: “Ciertamente también en España la democracia fue algo que ni siquiera llegó a la condición de “un malabarismo lingüístico” y aún hoy, bajo el reinado constitucional la democracia en España es algo así como “un malabarismo lingüístico”, sino que lo digan los indignados de Madrid”. Y agrego, no solo los indignados, hay españoles que opinan igual.

Así lo dice Carlos Azcoytia, muy español el hombre: “Todos aquellos criminales de guerra (los falangistas), que se complacían con el dolor ajeno, han ido y van muriendo plácidamente en sus camas con dosel de puro ancianos sin que una justicia internacional los juzgue por los crímenes cometidos (…)  damos lecciones de democracia cuando nunca la hemos tenido hasta épocas muy recientes, un país injusto donde unos pocos se imponen valiéndose de una justicia que se inventan y que a veces es injusta”. (Carlos Azcoytia. “Historia reciente de la cocina económica o de subsistencia en España”).

Para concluir le diré que este “andoba del articulo emitido” sí cree en la capacidad de los cubanos, una vez superado el virus castrista, de desarrollar su país económica, social y políticamente; y lo creo porque conozco a mi pueblo; porque al igual que yo lo creen muchos analistas del mundo.

El ocaso de la influencia chavista


Andrés Oppenheimer. EL NUEVO HERALD

Es difícil saber si el presidente venezolano Nicolás Maduro logrará superar el caos económico que está causando y mantenerse en el poder, pero es cada vez más evidente que — en el plano externo — la influencia de Venezuela en el resto de Latinoamérica está cayendo tan rápidamente como las reservas internacionales del país bolivariano.

La semana pasada, Venezuela perdió un nuevo aliado potencial en la región cuando la candidata de izquierda Xiomara Castro — la esposa del presidente depuesto Manuel Zelaya, que había sido un seguidor del hombre fuerte venezolano Hugo Chávez — terminó en un lejano segundo lugar en las elecciones presidenciales de Honduras.

Según los resultados oficiales, el candidato de derecha Juan Orlando Hernández ganó las elecciones por más de cinco puntos. Castro disputó el resultado, pero la mayoría de los observadores internacionales avalaron los resultados oficiales, y hasta el presidente “revolucionario” de Nicaragua, Daniel Ortega, felicitó a Hernández por su victoria.

Pocas semanas antes, la presidenta populista argentina Cristina Fernández de Kirchner sufrió una dura derrota en las elecciones legislativas del 27 de octubre al no lograr una súper mayoría en el Congreso que le hubiera permitido cambiar la Constitución y postularse para un tercer mandato en el 2015.

Fernández regresó al palacio presidencial a fines de noviembre luego de un mes de ausencia por motivos médicos. Su primera aparición pública fue con un perrito llamado “Simón”, en homenaje al héroe venezolano Simón Bolívar, que según dijo había recibido como regalo de Adán Chávez, el hermano del difunto presidente.

Sin embargo, al margen de ese gesto simbólico, el gobierno argentino ya no puede esperar ayuda de Venezuela, como la que recibió entre los años 2005 y 2008.

Por el contrario, tras su derrota electoral y ante una economía debilitada tras varios años en que Fernández despilfarró la mayor bonanza de la historia reciente de su país, la presidenta argentina está haciendo un giro hacia la derecha.

La semana pasada, el gobierno argentino anunció un acuerdo por el que indemnizará a la petrolera española Repsol, la empresa que había expropiado en el 2012 para supuestamente “recuperar la soberanía” del país. El gobierno había festejado la expropiación como un triunfo nacional, amenazando con no pagar un céntimo a la empresa española.

Ahora, el gobierno de Fernández anunció que le pagará más de $5,000 millones a Repsol. La empresa española había llevado el caso a tribunales internacionales, bloqueando otras inversiones petroleras en el país.

En otro ejemplo del giro político de Fernández, Argentina está negociando con el Fondo Monetario Internacional, el organismo contra el cual Fernández — al igual que Chávez — solía despotricar en sus ardorosos discursos.

El fin de la bonanza de las materias primas, y la ausencia de una Venezuela con chequera para ayudar a los amigos ha hecho de que Argentina se haya quedado con escasez de dólares, y necesite inversiones.

En Centroamérica y el Caribe, Petrocaribe — la institución gubernamental venezolana que ofrece petróleo subsidiado a países de la región — ha aumentado al 60 por ciento los pagos en efectivo que exige a sus países miembros, que hasta ahora pagaban un 50 por ciento en efectivo. A principios de noviembre, Guatemala anunció que se salía de Petrocaribe porque las nuevas condiciones ya no le convenían.

En los últimos seis meses, Estados Unidos ha superado a Petrocaribe como el principal suplidor de combustibles a los países de Centroamérica y el Caribe”, me dijo Jorge Piñón, un experto en petróleo de la Universidad de Texas en Austin. “Las cosas han cambiado mucho”.

Y, meses antes, Venezuela había perdido otro potencial aliado en la región cuando Paraguay eligió al empresario de centroderecha Horacio Cartes en las elecciones presidenciales de ese país.

Venezuela también sufrió un duro revés entre sus aliados ideológicos cuando pocas semanas atrás el ideólogo del chavismo, Heinz Dieterich, el profesor alemán residente en México a quien se le atribuye haber inventado la frase del “socialismo del siglo XXI”, afirmó que Maduro es un “farsante”.

Mi opinión: La influencia política y económica de Venezuela ha sido proporcional a sus reservas de divisas, y está cayendo rápidamente. Las reservas internacionales de Venezuela han caído desde una cifra récord de $42,000 millones en el 2008, a $20,000 millones actualmente. Ya no hay para repartir.

La economía venezolana se ha desmoronado, la inflación ya supera el 50 por ciento anual — una de las más altas del planeta —, hay escasez de alimentos, y Maduro agudiza la crisis todos los días con medidas económicas cada vez más contraproducentes.

No sé qué pasará en Venezuela, pero en el resto de Latinoamérica hay síntomas cada vez más visibles de que la influencia chavista es cada vez menos importante y más anecdótica, como el nuevo perrito de la presidenta argentina.