Mario J. Viera
Hay muchos que se interrogan el por
qué se han producido protestas masivas en Estambul y en Río de Janeiro, en
tanto que en Caracas y en La Habana, donde existen mayores razones para el
estallido de una protesta popular, estas no se han producido de manera masiva y consistente. Tal vez
muchos culpen la aparente falta de combatividad de cubanos y venezolanos a una
carencia de civilismo, a un estado de apatía y desidia generalizado, e,
incluso, a la cobardía social.
Quizá esto sea cierto, pero solo en
parte y solo dentro de determinadas condicionantes.
Henrique Capriles ve una gran
diferencia entre las posiciones del gobierno brasileño y las del gobierno de
Venezuela. Según el líder opositor venezolano: "Brasil tiene una presidencia que reconoce a la oposición pero en
(Venezuela) la protesta universitaria por ejemplo ha tenido como respuesta el
desconocimiento a los profesores, a los estudiantes y tildarlos de
conspiradores".
Esto también es cierto pero solo
dentro de un marco específico de la realidad y solo en parte.
Fernando Mires analizando la razón de
que en Venezuela no se haya realizado una fuerte protesta masiva, la encuentra
en la condición estatista del chavismo; es decir en “un proceso de toma del poder, pero no por
una clase social externa al estado, sino por un partido identificado cien por
ciento con el estado” lo que dicho con otras palabras: “se trata de un proceso
de doble toma de poder. Por una parte, la toma del estado por el gobierno. Por
otra, la toma de la sociedad por el estado”.
Este criterio puede aplicarse al
régimen castrista; primero los rebeldes de la Sierra Maestra tomaron el
gobierno y acto seguido, asaltaron el Estado. La llamada Revolución Cubana tuvo
como objetivo la estatización de toda la vida social del país, primero
suprimiendo el Congreso cuando le dio la capacidad legislativa a la junta de
gobierno que estableciera, posteriormente el asalto al poder económico
colocando toda la economía bajo el imperio y las directrices del Estado para
continuar suspendiendo el ejercicio electoral e impulsar la creación de un
Partido de gobierno desde el propio Estado.
No se equivocó Mires cuando afirmó que
“ahí donde crece el estado no nace la sociedad”. El estatismo conduce
inevitablemente al totalitarismo y los grupos sociales se masifican en un ente
colectivo, irresponsable e ignorante. Ese fue el trabajo sistemático de Fidel
Castro durante su liderazgo al frente de su gobierno usurpador: colocar a toda
la sociedad bajo la hegemonía del poder estatal y ejercer la represión
selectiva para acallar cualquier tipo de protesta o expresión de malestar. El
castrismo logró, lo que intenta alcanzar el chavismo, “quebrar la columna vertebral de la sociedad” de tal modo que se
hiciera prácticamente imposible “una
comunicación de tipo horizontal entre diversas organizaciones sociales”.
Quien no comprenda este acierto posee una ignorancia supina de la sociología
más elemental.
Como dijera recientemente Henrique
Capriles: “La protesta tiene que ser
expresión del pueblo, sobre la base de problemas concretos”. Como bien
señalara Gustave Lebon en “Psicología de las revoluciones”: “La masa constituye un ser amorfo que no
puede hacer nada y no hará nada sin una cabeza que la conduzca”. Para que se inicie una protesta se requiere
la conducción de las multitudes por agitadores decididos, que tomando como
consigna un problema concreto de la sociedad inciten a una acción resuelta por
parte de la población. Pero para lograr esa respuesta hay que vencer al miedo
latente en las poblaciones sometidas a regímenes policiacos. El miedo se vence
con el ejemplo, con la obstinación casi suicida de activistas decididos. Ningún
movimiento de protesta es espontáneo, requiere de todo un proceso previo de
preparación y concientización.
En Brasil, en Turquía no existe un
estado policiaco; el gobierno no es todo el estado y existe la separación de
poderes. Donde el gobierno es el que legisla y al mismo tiempo domina y
controla los poderes judiciales, iniciar una protesta masiva es un acto de
suprema desesperación. Todo el poder del Estado contra la población. Si a esto
agregamos, como sucede en Cuba bajo el castrismo, que no existen fuertes y bien
estructuradas organizaciones de la sociedad civil, donde las organizaciones
sociales, como los sindicatos y las organizaciones estudiantiles están bajo el
poder del gobierno-estado, donde no existen partidos legalizados de la
oposición, donde los medios de comunicación masivas están bajo el poder
monopólico de los órganos del estado, la movilización de las multitudes se
convierte en prácticamente irrealizable.
Existe descontento en Cuba, como
existe en Venezuela; pero el descontento para que impulse a la acción
desesperada de las protestas masivas tiene que ser, como dijera Lebon,
universal y excesivo, requiriéndose “la
continua o repetida acción de dirigentes”. En Venezuela, aún el descontento
no se ha hecho universal, aunque existen activistas opositores que cuenta con
más o menos capacidad de activismo. En Cuba, el descontento se está haciendo
universal, pero los líderes que pudieran canalizar de modo efectivo ese
descontento están ostensiblemente limitados por el control policiaco.
Pretender desde el exilio una rebelión
en Cuba que asalte la Plaza de la Revolución como si fuera la Plaza Tahrir en
el Cairo es no tener la menor idea sobre la dinámica social. Algún discrepante
que hace de la discrepancia un oficio, lanzará rayos olímpicos sobre el pueblo
cubano, exigiéndole acción frontal contra el régimen y acusándole de
complicidad con sus tiranos. Desde el exilio no tenemos la moral para exigirle
a los que están en la isla la comisión de actos desesperados. Muchos nos
enfrentamos al régimen pero abandonamos el país para acogernos al exilio. Lo
que no pudimos o no fuimos capaces de hacer en Cuba no debemos exigirlo para
que de manera espontánea La Habana se convulsione en una serie de protestas
callejeras que desestabilicen al gobierno.
Nuestra labor desde el exilio es
denunciar los crímenes de la dictadura, buscar apoyo para el movimiento
opositor dentro de Cuba y apoyar sin exclusiones a sus activistas, sin
imponerles directivas.
Ya muchos en Cuba manifiestan su
descontento, todavía de manera tímida, pero actuando en la pasividad. Muchos
cubanos ya no participan en los simulacros electorales del régimen o van al
colegio electoral y anulan la boleta o la entregan en blanco. Las elecciones
son también, como ha dicho Mires, otro modo de protestar. Muchos activistas de
derechos humanos y de la oposición ya se atreven a salir a las calles y hacer
protestas enfrentando a los represores y sin el apoyo inmediato de la
ciudadanía que, no obstante, con su silencio manifiesta su apoyo a los
valerosos activistas.
El descontento crece en Venezuela; el
descontento es ya enorme en Cuba, solo falta el momento propicio, la
oportunidad de un instante, para que tanto en La Habana como en Caracas las
plazas públicas y las calles se conviertan en un hervidero de furiosas
protestas reclamando la caída de un gobierno incompetente, corrupto y represor.