Fernando Mires. Blog POLIS
Continuidad y ruptura. Así transcurre
la historia, pero no de modo alternado sino, reproduciendo a Trotsky, de modo
desigual y combinado, lo que en otras palabras significa que, aún en medio de
las más profundas rupturas, el futuro mantiene un hilo de continuidad con el
pasado de la misma manera que en los momentos más apacibles de continuidad
suelen acumularse contradicciones que llevarán mas tarde a otros momentos de
ruptura. Esa es la razón por la cual no pocas veces aquello que comienza como
revolución termina convirtiéndose en contrarrevolución. Así ha sido, así es y
así será.
Para poner algunos ejemplos: Napoleón
restauró la estructura de dominación monárquica en nombre de la revolución.
Stalin restauró la estructura zarista en nombre del comunismo. Fidel Castro
restauró las estructuras de las dictaduras militares latinoamericanas en nombre
del socialismo. Mao restauró la dominación de los mandarines (el partido) en
nombre de la revolución campesina, y Deng Xiaoping, comenzó a construir el
capitalismo en nombre del maoísmo.
Fue el mismo Marx quien señaló en su
Manifiesto que la burguesía después de haber sido revolucionaria, había entrado
a "su forma conservadora de vida". Los reaccionarios de hoy, quiso
decir el darwinista Marx, han sido los revolucionarios del pasado; y es lógico
y natural que así sea, pues todo lo nuevo será alguna vez viejo y, por lo
mismo, históricamente obsoleto. Es la ley de la vida.
Ahora bien, de los ejemplos nombrados
podemos, entre otros, destacar tres hechos importantes:
El primero es que la ideología que
cubre cada periodo histórico no es coincidente con los procesos que
objetivamente tienen lugar. Así por ejemplo, el jacobinismo fue la ideología de
la modernización política de Francia y el socialismo la ideología de la
revolución industrial en países económicamente atrasados como Rusia. En el caso
latinoamericano, para no ir tan lejos, hay un episodio clásico que muestra de
modo preciso la disociación que se da entre ideología y práctica en los
procesos de transformación histórica. No, no me refiero todavía al chavismo. Me
refiero al peronismo.
La ideología de Perón, como casi todo
el mundo lo sabe, era mussoliniana. Pero en lugar de ser construido un orden
fascista como en Italia, tuvo lugar en Argentina la incorporación populista de
los sindicatos obreros a posiciones de poder, en conjunto con la movilización
de las grandes masas, en el marco de una industrialización pre-peronista, socialmente
excluyente y políticamente oligarca. Ese ejemplo puede hacerse extensivo al
tema del chavismo a partir de 1999.
Chávez, como también es sabido, hizo
uso y abuso de arcaicas ideologías socialistas, pero solo para cubrir un
periodo en el cual se intentó integrar al juego del rentismo petrolero a
sectores tradicionalmente excluidos. En cierto modo, mediante la restitución de
ideologías obsoletas, fue llevada cabo durante Chávez la transición de la
"política de grupos" a la "política de masas", transición
que ya había tenido lugar en diversos países latinoamericanos, pero mucho
tiempo atrás.
El segundo hecho a destacar es que
habiendo sido cumplida una determinada tarea histórica, tales regímenes entran
en un inevitable proceso de descomposición, la que se manifiesta de modo moral
(corrupción) e incluso de modo ideológico. En el caso venezolano por ejemplo,
hoy vemos a quienes ayer fueron iracundos marxistas, referirse a Dios y a la
Virgen con una devoción que cualquier franquista envidiaría. Una muestra entre
tantas de como "la clase de estado" (Poulantzas) ha entrado a su
forma no sólo conservadora, sino reaccionaria de vida. En ese sentido si Chávez
representó el momento de la transformación social de Venezuela, Maduro, su hijo
putativo, representa el momento de la descomposición reaccionaria del chavismo.
El tercer hecho a destacar es que
tanto el periodo que ya está terminando, como el que está comenzando, se
expresan de modo personalista. El que está terminando, se expresó en la persona
de Hugo Chávez Frías. El que está comenzando, se expresa y expresará en la
persona de Henrique Capriles Radonski. Eso quiere decir que, si desde una
perspectiva cronológica Maduro aparece como continuador de Chávez, desde una
perspectiva política su continuador deberá ser Capriles
Chávez y Capriles ─ no se necesita ser
adivino para saberlo ─ serán considerados por los próximos historiadores como
los dos más importantes líderes venezolanos de las primeras fases del siglo
XXl. Razón por la cual vale la pena detenernos en el "punto de quiebre
histórico" que está teniendo lugar con el descenso del chavismo y el
ascenso del -así será quizás llamado- “caprilismo”.
Veamos: Aceptando incluso la tesis ─
muy verificable ─ de que los avances sociales de la era Chávez fueron
inferiores a los que tuvieron lugar en otros países de la región durante el
mismo periodo, en Venezuela lo destacable fue la incorporación simbólica del
“pueblo” al estado. Eso quiere decir que multitudes de pobres suburbanos y
agrarios se vieron reflejados en el espejo del poder estatal. En Chávez, para
decirlo en breve, los pobres veían a uno de ellos ejerciendo la presidencia. El
chavismo fue ─ algún día habrá que discutir esa tesis ─ menos que
socioeconómico, un fenómeno cultural e incluso psicológico.
En Chile, Brasil, Perú, Colombia y
otros países de la región en los cuales tuvieron lugar políticas sociales
exitosas, los pobres lograron un mayor bienestar material que en Venezuela, de
eso no cabe duda. Pero en Venezuela se sintieron simbólicamente representados
en el poder, lo hubieran estado o no. Ese fue, a mi entender, el secreto del
auge de Chávez.
De esta manera, el primer paso que
llevará a Venezuela a la modernidad, el de la incorporación del pueblo al poder
simbólico, ya fue dado durante Chávez. El segundo paso, el de la conversión de
esa masa social en ciudadanía política activa, deberá ser dado en el futuro
próximo por Capriles. O dicho así: mientras Chávez fue el impulsor de la
transformación social, Capriles deberá ser, más temprano que tarde, impulsor de
la transformación democrática y política de la nación.
Esas son las razones por la cuales
afirmo que entre Chávez y Capriles, a pesar de todas las rupturas habidas y por
haber, hay un hilo de continuidad histórica. Capriles al menos lo ha entendido
así.
Cuando en sus diferentes discursos
Capriles se refirió a la conservación de las misiones, no jugaba al oportunismo
electoral. Todo lo contrario; Capriles ha entendido, en contra de las capas más
retrógradas del antichavismo, que la creación de un orden democrático pasa por
la incorporación social y simbólica de los más pobres y no por su exclusión.
Eso no quiere decir ─ entiéndase bien ─
que la continuidad histórica que se da entre Chávez y Capriles anula las
diferencias entre ambos líderes. Estamos hablando aquí -por si alguien no lo ha
captado- de una continuidad en la diferencia.
La diferencia entre el momento
histórico de Chávez y el que dirigirá Capriles explica a su vez las notables
disimilitudes políticas y personales que se dan entre ambos líderes.
Capriles, por ejemplo, no es un líder
mesiánico ni mucho menos un caudillo militar, como lo fue Chávez. Pero sí es un
líder político y democrático como no lo fue Chávez. Cada momento escoge a sus
nombres y no los nombres a su momento.
El precio de la transformación social
chavista ha sido por cierto enorme. No me refiero sólo a la debacle económica
que ya se anuncia con sus terribles secuelas inflacionarias y escasez de
productos básicos. Me refiero antes que nada a la erosión de las instituciones
públicas, a la degradación de la moral ciudadana, a la militarización de la
política, y no por último, a la subordinación ideológica del estado venezolano
a la dictadura militar cubana.
Debido a esas razones, el agotamiento
definitivo del chavismo ya estaba anunciado durante Chávez. De modo que nadie
faltará al respeto si afirma que Chávez murió justo a tiempo para preservar su
imagen redentora. Hasta en ese punto demostró habilidad. Si hubiera muerto un
tiempo después, habría tenido que comandar no su muerte sino la del régimen
chavista, tarea que endosó a Maduro. Maduro, desde esa perspectiva, es el
administrador de un “mientras tanto”, el de la agonía del gobierno chavista.
Ahora, visto el tema desde una
perspectiva inversa, las tareas que aguardan al inevitable ascenso de Capriles
serán enormes. La primera será desplazar del poder a la oligarquía de estado,
clase dominante formada durante el largo periodo chavista bajo el amparo del
autócrata. Cuando y como cristalizará formalmente ese desplazamiento, nadie lo
sabe. Lo único que se sabe es que desde un punto de vista informal, ya ha
comenzado. Luego vendrá la democratización del estado, la desmilitarización de
la política y por cierto, la reincorporación de Venezuela en la comunidad de
las naciones democráticas del planeta.
Pero quizás la tarea más difícil del
tiempo de Capriles será reconciliar políticamente a la nación, es decir,
transformar a quienes hoy son declarados enemigos en adversarios que disputan
en buena lid las zonas públicas del poder. Es por eso que en Venezuela
reconciliación y democratización son términos complementarios, casi sinónimos.
Es por eso también que la tan ansiada reconciliación nunca podrá venir desde el
lado del chavismo pues, de acuerdo a la máxima castrista que sustentan sus
jefes (Maduro, Cabello, Rodriguez, Jaua) el poder, una vez alcanzado, no se
devuelve, aunque sea al precio del fraude. Eso quiere decir que si es
discutible si durante el momento de Chávez hubo una revolución social, durante
el momento de Capriles tendrá que ocurrir algo muy parecido a una revolución
política.
Pero seamos sinceros: las
transformaciones políticas que esperan a la Venezuela del mañana nunca habrían
podido ser pensadas si es que durante Chávez no hubiera tenido lugar la
transformación simbólica de las relaciones entre poder y pueblo. El periodo de
Chávez fue, como diría Hegel, una astucia de la razón histórica. Chávez, en cierto
modo, ha preparado la ruta de Capriles. Ese, reitero, es el hilo de continuidad
que unirá a Chávez con Capriles, aunque ninguno de los dos líderes lo hubiera
así imaginado y, mucho menos, deseado.