Mario J. Viera
Mucho se ha hablado en torno a la gestión que la jerarquía eclesiástica católica de Cuba ha estado llevando ante el gobierno de Raúl Castro para la liberación de los presos de conciencia. Tanto en el exilio como en los medios de la disidencia y la oposición internas se han escuchado opiniones a favor o en contra de esas gestiones y de los resultados obtenidos. La mayor parte, desfavorables.
Se ha señalado que la Iglesia ha actuado como vocera extraoficial del gobierno al que le ha ayudado a lavarse la cara en el preciso momento en que más y más críticas internacionales se le hacían por la muerte en huelga de hambre del preso de conciencia Orlando Zapata Tamayo, el acoso de las turbas organizadas y dirigidas por el Ministerio del Interior contra las Damas de Blanco y la prolongada huelga de hambre en reclamo de la liberación de 26 prisioneros de conciencia en graves condiciones de salud, llevada a cabo por Guillermo Fariñas.
Se ha llegado a decir que el Cardenal Jaime Ortega se comportó como cómplice de la condición de destierro impuesta por el gobierno para acceder a la liberación de los prisioneros de conciencia.
En carta dirigida a Su Santidad Benedicto XVI, un grupo numeroso de opositores y disidentes consideró como “lamentable y de hecho bochornosa” la mediación realizada por la jerarquía eclesiástica.
Para el régimen castrista la liberación de los 26 presos de la Primavera Negra y la promesa de excarcelar al resto de los que aún permanecen confinados es una “concesión” que puede hacer sin muchas dificultades considerando como condición que se acojan al exilio. Se quita al mismo tiempo la presión internacional y se deshace de molestos detractores. Una hábil maquinación política.
Cabe hacerse una pregunta: ¿Actuaron los representantes de la Iglesia católica de buena fe en su intento de lograr la liberación de esos opositores, disidentes y periodistas independientes condenados a largos años de cautiverio bajo los imperios de una draconiana ley? Y si la respuesta fuera afirmativa, habría que responder a otra interrogante: ¿Fue adecuado el método que emplearon para interponer sus buenos oficios?
De acuerdo con los firmantes de la misiva al Papa parece ser que no fue así. En esa carta se señala: “Una correcta mediación sobre el tema, hubiera implicado oír los reclamos de ambas partes y conciliarlos”. En mi opinión, el meollo del conflicto se encuentra encerrado en estas contundentes cláusulas.
Aunque Jaime Ortega no es santo de mi devoción, no creo que se haya prestado para hacer el papel de compinche complaciente del régimen. Considero que la jerarquía católica se aprovechó de la oportunidad que se presentaba para lograr lo que por siete años constituyó el reclamo principal de las Damas de Blanco: la libertad de los presos de conciencia, y al mismo tiempo ganar un espacio de opinión a favor de la representatividad de la Iglesia dentro de la sociedad civil.
El craso error de la jerarquía fue precisamente el no haberse reunido, sino con toda la disidencia, algo que resulta impracticable por el gran número de organizaciones opositoras, al menos con sus figuras más representativas o conocidas y con las Damas de Blanco. Debió recoger sus opiniones y, como se dice en la carta al Papa, conciliarlas. Una mediación de tal tipo no es solo un asunto de carácter humanitario, tiene inevitablemente connotaciones políticas. No se trata de conseguir la liberación de delincuentes comunes; se trata de un numeroso grupo de hombres que, sin cometer delito alguno, por ejercer sus derechos civiles han sido sometidos a juicios políticos y condenados en tribunales parcializados presididos por jueces militantes del Partido Comunista.
La labor evangelizadora de la Iglesia, que no es política, tenía en este caso que conciliar lo humanitario con lo político; solo así su mediación ante el gobierno no daría pie a dudosos cuestionamientos ni a injustas suspicacias.
La jerarquía católica tenía que ser lo suficiente perspicaz para no hacer el papel del tonto útil y de ningún modo dar la posibilidad de ser manipulada por los intereses políticos del régimen. En esto precisamente fallaron los representantes de la Iglesia católica cubana. Cuando la Iglesia aceptó que los excarcelados por su mediación fueran conducidos directamente de la cárcel al aeropuerto y de ahí partir al destierro con la venia del gobierno socialista de Zapatero estaba acumulando el fuego de la crítica sobre sus propias cabezas. La actitud más digna que en este caso debió haber asumido la jerarquía habría sido declarar públicamente su desacuerdo con tal medida que constituía una sustitución de condena de prisión por una sanción de destierro, convalidada por la decisión del gobierno español de concederles el estatus de inmigrantes en lugar del de refugiados políticos que en derecho le debía corresponder a los que supuestamente habían sido puestos en libertad.
Por otra parte, la gestión eclesiástica no resuelve la esencia de la represión en Cuba por motivos ideológicos. No garantiza un compromiso gubernamental que asegure que no se produzcan nuevas detenciones y condenas por motivos de opinión y que de nuevo se llenen las prisiones con presos de conciencia.
No creo que la Iglesia católica o sus dirigentes hayan pretendido, aunque así lo digan las apariencias, dar apoyo político “a los que se han comportado durante medio siglo como comisionados de Satanás en la tierra”; creo en cambio que no han sabido seguir el consejo que Jesús le diera a sus apóstoles: “He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed, pues, astutos como serpientes, y sencillos como palomas” (Mt 10: 16).
lunes, 30 de agosto de 2010
domingo, 29 de agosto de 2010
Mi breve amistad con Mario Chanes de Armas.
Me lo imaginaba muy diferente a como era en realidad. Dudaba yo en acercarme a él; yo que tan poco tiempo llevaba dentro de las filas opositoras, poco conocido y sin el aval de años de actitud contestaría. ¿Cómo me recibiría? ¿Me le presentaría así, sin más? ¿Tendría algún recelo por mi abrupta llegada al pequeño apartamento que ocupaba en el callejón que se abría al costado del paradero de la Víbora?
Un día, no recuerdo cual, me decidí. Me presenté en el edificio de apartamentos donde él vivía. No sabía ni siquiera cual era su apartamento. Uno de los vecinos me lo indicó pero señalándome que quizá a aquella hora el debía estar afuera. Así fue en efecto. Frustrado decidí regresar al siguiente día; creo que sería como las nueve de la mañana.
Toqué a la puerta. Pensé que antes de que contestara a la llamada se asomaría sigilosamente por la ventana para ver quien había llegado. No fue así. Abrió directamente la puerta y me recibió con una amable sonrisa. Ante mí apareció un hombre, cubierto el torso con una camiseta, de pequeña estatura, delgado. No recuerdo qué introducción hice para explicar mi presencia, el caso es que me franqueó la puerta amablemente. Me invitó a sentarme y me ofreció una taza de café que acababa de colar.
Enseguida me cautivó su sencillez, su manera de tratarme como si me conociera de toda la vida; hablaba pausadamente, sin rencor por sus años de cruel cautiverio, tan diferente de mí que sentía un profundo odio por aquellos que me habían arrancado tan solo un año de mi vida en las prisiones del Combinado del Este y de Agüica. Creo que estuvimos conversando por espacio de dos horas. Me escuchó atentamente como si yo fuera el gran personaje. Me contó de sus experiencias en la cárcel; de cuando formó parte de la Generación del Centenario, aunque me aclaró que entonces aquel movimiento no tenía nombre y que no recibió la denominación con la que era conocido hasta mucho tiempo después. Me dijo que antes del golpe de estado había sido un dirigente sindical y que nunca había comulgado con el comunismo.
Quedé muy impresionado con su presencia de ánimo y con su extraordinaria personalidad.
Algunos días después, mi esposa vino a despertarme; debo decir que no me levantaba temprano porque acostumbraba a acostarme bien tarde en la madrugada leyendo y escribiendo, lo que me era posible ya que como opositor había sido despojado de mi empleo.
-“Ahí hay un hombre preguntando por ti ─ me dijo muy intrigada mi esposa ─. Dice que es Mario Chanes…”
-“No es que lo diga; es Mario Chanes…” ─ Le contesté.
Ella no podía concebir que aquel hombre tan famoso pudiera ser el que se había sentado tan humildemente en nuestra sala, con aquella sencillez, con aquellos modales tan suaves. Había venido a devolverme la visita.
Nunca podré olvidar su sonrisa cargada de afecto, su enorme valía como ser humano.
Mario Chanes de Armas había nacido en La Habana el 25 de octubre de 1926. Luego del golpe de estado del 10 de marzo de 1952 comenzó a conspirar contra Batista. Según él mismo dijera durante su exilio en Miami conoció a Fidel Castro por medio de un fotógrafo amigo suyo llamado Fernando Chenard Piña. Participó en lo que denominó “una mezcla de locura de juventud y rebeldía contra Batista”, el asalto al cuartel Moncada.
Al fracasar aquella algarada es capturado y condenado a diez años de prisión. Es puesto en libertad junto con el resto de los moncadistas gracia a la amnistía del 15 de mayo de 1955. Partió al exilio en Miami y se unió, invitado por Fidel Castro, a la expedición del Granma. Salva la vida tras el desastre de Alegría del Pío y se incorpora al clandestinaje en La Habana. Capturado nuevamente es llevado a prisión hasta el triunfo de la revolución. Pronto se desencanta del camino que emprende la dirección revolucionaria hacia el totalitarismo. Su rechazo a la implantación del comunismo le acarrea el odio de Fidel Castro y acusado de una supuesta conspiración contra la vida de este es condenado a treinta años de prisión. Mario siempre negó su participación en aquella conspiración.
Poco antes de partir al exilio definitivo fue a despedirse de mí. Nunca más volví a verle. El 24 de febrero de 2007 moría en Miami.
sábado, 28 de agosto de 2010
Oscar Elías Biscet: un símbolo.
La gestión emprendida por la jerarquía católica no ha logrado la excarcelación, junto a otros prisioneros de conciencia que se han negado a acogerse al destierro, del opositor pro vida Oscar Elías Biscet.
Biscet ha cumplido ya siete años angustiosos, terribles y tensos de prisión injusta. La prisión no le ha doblegado; no le doblegará. El odio, también el temor, que el régimen le dispensara le condenó inútilmente al anonimato carcelario. Intentando anularle le convirtieron en símbolo; en símbolo de dignidad cívica; en símbolo de la resistencia pacífica ante un gobierno intolerante y represivo.
Cuando el régimen del Apartheid condenó a Nelson Mandela a muchos años de prisión por su oposición al sistema imperante en Sudáfrica, no pudo prever que estaban convirtiendo su figura en un símbolo de dignidad, respetado mundialmente. El régimen del Apartheid sucumbió en parte por la solidaridad internacional de apoyo al movimiento de resistencia que lideraba Mandela, el prisionero político al que se intentaba acallar tras los muros de un calabozo. Su voz silenciada se había convertido en grito de rebeldía que iba haciéndose cada vez más sonora.
En la figura de Biscet se puede encontrar un paralelismo con la personalidad de Mandela. Ambos han luchado por la libertad de sus pueblos sometidos bajo regímenes despiadados y violadores de los más elementales derechos civiles. Ambos han sido perseguidos con saña por los representantes de la opresión. Ambos han padecido las miserias de la prisión. Sin embargo ambos se diferencian en cuanto al método de lucha que emplearan para alcanzar sus objetivos políticos. Nelson Mandela se decidió por el combate armado; Biscet se decidió por la resistencia pacífica. Mandela cumplió prisión por delitos políticos. Biscet no cometió delito alguno. Mandela un preso político; Biscet un preso de conciencia.
Por su enfrentamiento al Apartheid y su larga condena a prisión Nelson Mandela fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz de 1993.
Por su lucha pacífica y su condena injusta a prisión, Oscar Elías Biscet ha recibido varios reconocimientos internacionales aunque olvidado para ser propuesto como candidato al premio Nobel.
Finalmente, Mandela se convirtió en el presidente de una democracia multirracial en Africa del Sur.
Posiblemente, tal vez, Oscar Elías Biscet llegue un día a ser el presidente de una democracia participativa en Cuba Libre.
Mario J. Viera
Biscet ha cumplido ya siete años angustiosos, terribles y tensos de prisión injusta. La prisión no le ha doblegado; no le doblegará. El odio, también el temor, que el régimen le dispensara le condenó inútilmente al anonimato carcelario. Intentando anularle le convirtieron en símbolo; en símbolo de dignidad cívica; en símbolo de la resistencia pacífica ante un gobierno intolerante y represivo.
Cuando el régimen del Apartheid condenó a Nelson Mandela a muchos años de prisión por su oposición al sistema imperante en Sudáfrica, no pudo prever que estaban convirtiendo su figura en un símbolo de dignidad, respetado mundialmente. El régimen del Apartheid sucumbió en parte por la solidaridad internacional de apoyo al movimiento de resistencia que lideraba Mandela, el prisionero político al que se intentaba acallar tras los muros de un calabozo. Su voz silenciada se había convertido en grito de rebeldía que iba haciéndose cada vez más sonora.
En la figura de Biscet se puede encontrar un paralelismo con la personalidad de Mandela. Ambos han luchado por la libertad de sus pueblos sometidos bajo regímenes despiadados y violadores de los más elementales derechos civiles. Ambos han sido perseguidos con saña por los representantes de la opresión. Ambos han padecido las miserias de la prisión. Sin embargo ambos se diferencian en cuanto al método de lucha que emplearan para alcanzar sus objetivos políticos. Nelson Mandela se decidió por el combate armado; Biscet se decidió por la resistencia pacífica. Mandela cumplió prisión por delitos políticos. Biscet no cometió delito alguno. Mandela un preso político; Biscet un preso de conciencia.
Por su enfrentamiento al Apartheid y su larga condena a prisión Nelson Mandela fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz de 1993.
Por su lucha pacífica y su condena injusta a prisión, Oscar Elías Biscet ha recibido varios reconocimientos internacionales aunque olvidado para ser propuesto como candidato al premio Nobel.
Finalmente, Mandela se convirtió en el presidente de una democracia multirracial en Africa del Sur.
Posiblemente, tal vez, Oscar Elías Biscet llegue un día a ser el presidente de una democracia participativa en Cuba Libre.
Mario J. Viera
viernes, 27 de agosto de 2010
CUENTOS DEL AUTOR
Recuerdos de Río Bonito.
LA RIADA DE LOS PUERQUITOS.
Mario J. Viera
Alberto Capote se había refugiado en el lomerío. Largo, flaco, de aspecto mustio. Sucio, desgreñado; cubierto el rostro con una espesa, desordenada barba en la que se entrelazaban las canas con los vellos negros. Alberto Capote había sido traicionado por su mujer.
Ella le abandonó marchándose del pueblo con un tipito venido de ¿quién sabe? Capote perdió la ilusión de vivir. Y no pudo resistir las miradas de lástima o de burla disimulada que le prodigaban los vecinos. Y se fue a vivir con los animales, viviendo él mismo como uno de ellos en las serranías.
Pasaron los años. Muchos llegaron a olvidarse de él, pero en ocasiones los arrieros traían noticias del que se había convertido en un estrafalario personaje y los pueblerinos se asombraban de que todavía estuviera vivo.
Pero Capote ya significaba poco para el interés local, lo que a él le ocurriera o como la estaría pasando entre el manigual y el monte ya no tenía ningún atractivo.
Allá, en lo intrincado de las lomas, vivía Capote como un animal más. Casi no hablaba; ¿con quién hacerlo además si los pájaros, las jutías y las lechuzas no saben hablar? Poco a poco su lenguaje se fue corrompiendo y se le fue borrando de la mente, y cuando, accidentalmente se topaba con algún arriero del que no se hubiera podido ocultar a tiempo, su conversación era una mezcla de gruñidos, muecas, balbuceos y monosílabos.
- ¿Cómo anda la vida, Capote?
- ¡Ujum!- contestaba levantando los hombros y apretando los labios.
- ¿Quieres algún encargo del pueblo?
Gruñía. Negaba fuertemente con la cabeza y escupía con desprecio.
Mencionarle a Capote el nombre del pueblo era como enseñarle la cruz al diablo. Un rencor bestial se había alojado en la mente trastornada del ermitaño en contra de Rio Bonito. Ni desde lejos quería ver al pueblo, y eso que desde la loma se le veía como una manchita lejana. Y para no saber nada de Rio Bonito, en la ladera que no miraba hacia allá, había levantado una casucha, si casucha se le pudiera llamar a aquel montón de ramas secas, paja y piedras, ordenadas cónicamente que utilizaba para guarecerse, más o menos, de la lluvia; para protegerse, más o menos, del sol, y para más o menos, dormir.
Evitaba todo contacto humano. Apenas se dejaba ver. En las noches se metía en los sitieríos para hurtar yucas. Los sitieros sabían quien les robaba, pero no se enojaban cuando veían los cangres arrancados o los surcos de boniato hozados.
- ¡Caramba, ya nos visitó Capote!- observaban sin mayor preocupación.
Se movía entre la manigua, por los trillos secretos solo de él conocidos. Su única compañía era un viejo perro de raza indescriptible que le acompañaba a todas partes. Si un arriero, uno de esos que a veces se topaban con él, le preguntaba por el nombre del animal, Capote esbozaba una sonrisa y, invariablemente, respondía: “Nombre es Perro”.
Y aunque en el Café de Eneas ya no se hablaba de Capote, una tardecita de diciembre alguien volvió a mencionarlo.
- ¿Se enteraron? Ahora a Capote le ha dado por criar puercos jíbaros…
- Si los cría ya no son jíbaros…
- Los caza en el monte y luego aparta los lechoncitos… Está levantando un buen corral.
La gente siguió jugando al dominó y conversando de sus cosas.
- Parece que el silvestre querrá hacer negocios- observó uno en alta voz mientras ponía un doble-nueve sobre la mesa-, digo yo; porque como ya tenemos arriba la Noche Buena… ¡Nada mejor que un puerquito asado para la celebración!
La noticia era cierta. Capote se había metido a porquerizo. Dos años se le habían pasado monteando buenos ejemplares de cerdos jíbaros y obteniendo buenas lechigadas del apareamiento de sus capturas. Y por toda la ladera sur tenía sus corralizas.
Si hubiera sido posible, se le habría visto metiendo sus patazas descalzas en los chiqueros, chapoteando alegremente; emitiendo aullidos que intentaban ser cantos y jugueteando con sus chanchitos, los que a todas partes le seguían como su perro Perro. Y los cargaba, y los besuqueaba. Y si antes Capote apestaba a manigua, ahora hedía a porqueriza. Y mientras tanto, desde su redil, el gran puerco, el semental fuerte de poderosos colmillos curvos, le observaba con mirada vidriosa.
El Gran Macho era como una leyenda para la gente de las lomas. Se decía que era el berraco más viejo y, al mismo tiempo, más fuerte de la serranía y, sobre todo, inatrapable. También se decía que era enorme, con una alzada de dos varas y que debía pesar sus buenas cuarenta arrobas. Comentan los arrieros y los sitieros de las lomas que aquella bestia infunde pavor con solo su presencia, por sus enormes y curvos colmillos; porque en la oscuridad sus ojos fulguran; porque su mirada durante el día es como un rayo azul de luz. No ha faltado quien asegure que es un cerdo escapado de las corralizas del Diablo.
La gente bien educada del pueblo no creía las historias que sobre el animal relataba la gente llana e inculta. Hasta dudaban de que en realidad existiera tal clase de animal; pero tanto la gente culta como la gente de pocas letras fueron unánimes en reírse a carcajadas, en tono de burla, de aquel que un día se apareció diciendo que Capote tenía a la bestia encerrada en uno de sus corrales. ¡Quien iba a creer que el flaco, debilucho, apestoso, Alberto Capote hubiera sido capaz de cazar al mítico cerdo de Satanás!
- ¡Ya estaría muerto, compay!
- Ese animal es una fiera de horror y trae mala suerte…
- Y ya ha matado a más de dos incautos que quisieron cazarle…
Una de esas tardes de mucho frío en la serranía, cuando las nubes se atraviesan con las lomas y todo se moja, y el sol es apenas visible, Capote, acurrucado con su perro Perro en el interior de su covacha, recordó que el 10 de diciembre era su cumpleaños. Entonces vinieron a su mente memorias ya casi borradas de su cerebro. Y recordando el pasado, sus ojos se le llenaron de lágrimas.
Sobre los vientos del recuerdo, imágenes de vivencias pasadas le llegaron a Capote trayéndole el tibio olor de la meladura, el aroma de la caña cortada cuando cae en el basculador del ingenio y el perfume del guarapo caliente y el rostro reidor del Maestro Tió que le felicitaba y le prometía ser su sustituto como Jefe de laboratorio cuando ya él se jubilara.
Y lloraba Capote. Y le vino el recuerdo de la que le traicionara. Y acreció su rencor y, en su demencia, lo volcaba sobre el pueblo. Entonces quiso vengarse y castigar a Rio Bonito.
Una mañana bien tempranito se apareció Capote a la entrada del pueblo. Pastoreaba una pequeña piara de no más de doce chanchitos y Perro daba fuertes ladridos. Entonces, empezó a hacer sonar un trozo de caña brava golpeándola fuertemente con un madero. Tomó el camino de la Calle Real, haciendo bulla. Todos se asomaban a verle. Grande era la sorpresa. Pero todos, pasados los primeros segundos de estupor, rompían en risa burlona.
¿Y cómo no hacerlo viendo aquella extraña figura humana golpeando la caña brava, rodeado de cerditos y dando saltos y gritos? Capote entró cantando: “Aé…eó… aé…”. Se contoneaba, saltaba y era como si se estuviera viendo a un espantapájaros que hubiera cobrado vida y bailara en la calle principal del pueblo.
La calle se llenó de curiosos. Aplaudían y reían.
- Capote, bajó de las lomas- gritaban-. Capote está en el pueblo.
Allá, frente a la iglesia se detuvo Capote. Miró a la gente. Sonrió y gritó:
- ¡Cochinitos…cochinitos!
Y extendía las manos como si estuviera ofreciendo los animales.
- Tuyo… cochinitos. Regalo…
Y de la misma manera que llegó se retiró del pueblo, dejando atrás a sus cerditos.
Los puerquitos dejados atrás por Capote correteaban por las calles y los mocosos del pueblo les corrían detrás. La gente se reía viéndoles correr y saltar. Los animales se introducían en los patios y, a su paso, iban dejando sus excretas; pero eran ¡tan simpáticos!
No obstante, el Sargento Gastón ordenó recogerlos y encerrarlos en un corral del cuartelito de la guardia civil. Pero, al otro día, muy de mañana, se escuchó en las calles el gruñir de más cerditos. Esta vez no se trataba de una docena; ahora eran alrededor de una veintena que corrían por los portales, se entraban en los patios y, también, dejaban sus excretas por donde pasaban.
Gran bullicio se armó, porque los menesterosos del pueblo le discutían las presas a los dos alistados de la guardia civil que había en Rio Bonito y trataban de impedir que Gastón los atrapara. Querían asegurarse de tener su “machito” asado para la Noche Buena. Y entre forcejeos se adueñaron de los puerquitos, los que, de este modo, fueron a parar a los más increíbles escondrijos. Aquellos, los más necesitados, se sentían felices por aquel maná cuadrúpedo que les había caído desde las alturas de las lomas. Todos le desearon bendiciones a Alberto Capote.
Al siguiente día… ¡Sorpresa!: Cien cerditos corrían por todas partes. Se le metían entre los pies a la gente, hozaban ávidamente en los jardines, se introducían en las casas y en todas partes dejaban sus excretas. Esta vez, ni el Sargento Gastón ni los menesterosos pudieron sacarlos de las calles.
Ahora se habían convertido en una verdadera molestia, y el pueblo comenzaba a heder a cochiquera. No había sitio donde alguien no se topara con un par de puerquitos. En la calle había que caminar con cuidado para evitar pisar los excrementos que los, ya nada simpáticos, chanchitos dejaban a su paso.
A la mañana siguiente la gente se asomaba sigilosamente a las ventanas para ver si más puerquitos habían llegado. Pero ese día no hubo un nuevo arribo, como no lo hubo al otro día, ni tampoco al siguiente. “¡Al menos ya esto paró!”- se decía la gente, aunque habría que conformarse con los que rondaban por todo el pueblo y resignarse a su mal oliente presencia porque no había manera de darles caza, ni a tiros, ni modo alguno de espantarlos.
- ¡Ah!- se decían los pueblerinos- Parece ser que ya ese loco de Capote, finalmente se cansó de regalarnos puerquitos.
Transcurrió una semana completa. Y no aparecieron más cerdos.
Llegó la Noche Buena; pero esta vez, nadie en el pueblo cenó con puerco asado; ni los menesterosos, ni los mas acomodados. ¡Nadie! De puercos ya estaban…, como se dice…, hasta la coronilla. Y una Noche Buena sin puerco asado, sin tostones de plátano verde, sin yuca con mojo o sin congrí; una cena de Noche Buena con solo pollo sobre la mesa, o tal vez guineo o, hasta con un guanajo relleno… No es Noche Buena y mucho menos si a las doce de la noche no repican las campanas de la iglesia y no se celebra la Misa del Gallo.
Y aquella noche la Misa del Gallo se hizo de corre-corre, porque los cerditos de Capote se introdujeron en el templo, se trepaban al altar y hacían sus necesidades en la misma sacristía.
El día de los Santos Inocentes, un arriero trajo la noticia: Capote había muerto. Su cadáver había sido encontrado por unos campesinos entre las mariposas blancas que crecían a la orilla de un riachuelo de las lomas. Dijeron que en su rostro se había congelado una sonrisa como de alegría, como de satisfacción. Le enterraron a la sombra de una guácima que crecía junto a su choza. Allí le dejaron mientras su perro Perro le lloraba con un aullido.
Tres días después, cuando ya el año finalizaba, nadie hablaba de Capote. Habían decidido olvidarse de él.
Ese mismo día sucedió algo que a todos les causó alegría. Como por obra de un conjuro mágico los cerditos de Capote habían desaparecido del pueblo. Tomaron por el camino real y se alejaron a algo así como una legua. En la base de una loma pasando la de San Juan. Un lugar donde abundaban los aromales, las higueretas y se enredaba el pica-pica.
- Allá se encargarán de ellos los perros jíbaros- Así pensaban en el pueblo.
Tal era el entusiasmo que todos se dieron a la tarea de asear las calles, arrojando cientos de baldes de agua y barriendo todo el mugre hasta con rústicas escobas hechas con racimos secos de palmiche.
Y llegó el primer día del Año del Señor de 1896.
Cuando el reloj marcó las doce del día un hombre, a todo galope, se entró al pueblo por el camino real, levantando tras de sí una nube de polvo rojo. Venía sudoroso y visiblemente conturbado. Desde lejos se le oía gritar con fuerte voz.
- ¡Los puercos están bajando de la loma! ¡Ahí vienen los puercos!
- ¿Dónde?
- ¡Por el Corojal! Y son cientos de ellos, sino miles.
Pero acaso no vendrían al pueblo.
El hombre no tenía esa confianza.
- Vienen por el Corojal… Y solo hay un camino y es el de Rio Bonito.
- ¡Dios nos coja confesados! Si una veintena era insoportable… ¿qué podemos esperar de cientos…?
Y fueron a hablar con Gastón, que para eso era la autoridad colonial. Y Gastón ordenó a la pareja de civiles que le acompañaran. Subió en compañía de un sacristán a lo alto del campanario de la iglesia y haciendo uso de unos binoculares enfocó la mirada hacia el lugar conocido por el Corojal.
¡Osú!- exclamó el sargento- Realmente se dirigen hacia acá…
En la distancia, por los binoculares, se podía apreciar la nube de polvo que marcaba el paso del ejército porcino. “Son incontables- afirmó el Sargento Gastón sin dejar de mirar la gran polvareda-. Vienen a todo correr y son… ¡Miles!”
Cerca de las cuatro de la tarde las avanzadas de los cerdos se habían unido a los cerditos que antes habían estado plagando al pueblo. Alguien llegó con nuevas.
- Se están agrupando, y hay chanchos de todos los tipos… pequeños, grandes, hay negros, carmelita, de colores…
La gente se llenó de espanto. Aquello tenía que ser cosa de brujería. Todos se encerraron en sus casas. El Sargento Gastón asumió la defensa de la población saliendo al camino real con sus dos subalternos. No acababan de tomar posición cuando de un lado y otro del camino saliendo de la espesura le saltaron arriba unos veinte cerdos. Eran animales adultos, grandes y vigorosos. Atacaron con violencia, dando dentelladas. Los civiles rodaron por el suelo casi aplastados por los furiosos animales. Desarmados, mordidos y estropeados, Gastón y sus subordinados emprendieron la fuga en dirección contraria al pueblo.
Entonces, en medio del camino se presentó una enorme bestia. Sus ojos brillaban. Dos poderosos colmillos curvos asomaban por su boca.
A las seis de la tarde dos columnas de cerdos entraron por dos puntos diferentes de la población. La primera columna entró por la Calle Real, en tanto que la segunda se metió por la calle que todo el mundo conocía como Calle de la Tenería, porque por allá hubo un tiempo una tenería.
Un muchacho se había aventurado hasta la entrada del pueblo y pudo ver que allí estaba un enorme macho, de aspecto terrible, que se movía entre la enorme piara como un general que frente a su ejército arenga a la tropa. La descripción que diera del animal sacudió a todos. Llenos de espanto algunos corrieron a la iglesia.
- Padre- clamaban-, se trata del gran macho… una bestia demoníaca. Capote hizo pacto con el Diablo.
No cabía duda. Si aquellos animales invadían al pueblo moviéndose como dirigidos por una inteligencia, debía tratarse de obra de Satanás. Entonces el párroco se puso sus atributos religiosos y acompañado por dos jóvenes monaguillos, salió crucifijo en ristre, agua bendita e incensario para enfrentarse al Gran Macho y exorcizar al animal.
Cuando se plantaron delante del animal, la bestia emitió un poderoso rugido, nada parecido al gruñir de un cerdo. Brotó de su boca un espeso espumarajo, y clavó sus pezuñas en la tierra.
- ¡En el nombre de Jesús yo te conjuro, bestia! – gritó el sacerdote a la vez que le arrojaba agua bendita.
Aquello encendió más la furia del cerdo. Rugió de nuevo. Los monaguillos se orinaron de miedo. El cura volvió a la carga: “En nombre de Dios yo te…”
Nada más pudo decir. Cien furiosos animales se arrojaron sobre él y sobre los pobres muchachitos. Los cerdos les destrozaron las vestiduras. No le quedó más remedio al buen cura, y a los asustados monaguillos, que echarse a correr desesperadamente alejándose a toda velocidad del pueblo.
Finalmente la Gran Bestia, escoltado por sus animales entró en el pueblo. A su paso todo era destrozado. A su paso todo era excretas y peste. No quedó en pie ningún jardín.
Pasó el tiempo, el pueblo estaba huérfano de gobierno civil y espiritual. La única ley que imperaba era la ley animal. Encerrados dentro de las casas los pueblerinos imploraba a San Sebastián para que les librara de aquella maldición que le había llegado. Muchos, a escondidas huyeron del pueblo y Rio Bonito se fue quedando vacío. Se pidió ayuda, pero nadie les prestó ayuda. Aquel cuento de los puercos no era creído, y para los de afuera no podía tener el dramatismo que era descrito por los pobladores.
Pasaron cincuenta días. Algo inusual estaba ocurriendo. La gente atisbando desde las ventanas notó que había desconcierto entre los cerdos. Daban vueltas en círculos, vagaban sin sentido. Parecía que hubieran perdido su agresividad y que ahora se comportaban como lo que en realidad eran: cerdos.
Fue una niña la que aclaró todo. A hurtadillas había salido de su casa para buscar agua en el rio. Estaba sacando el agua cuando, de pronto, se le colocó en frente el terrible semental. Quedó paralizada de temor. El animal se acercó lentamente hacia ella. Cuando ya estaba a dos varas de distancia, se detuvo bruscamente. La niña le vio convulsionarse. Un quejido se escapó sibilante de la garganta del animal y entonces se derrumbó pesadamente sobre el suelo. Estaba inmóvil, rígido.
La muchachita, temblando se fue acercando al animal. Luchaba por contener su miedo.
Dando gritos llegó la chiquilla a la Calle Real.
-¡Se murió!- gritaba- ¡Está muerto el gran macho!
Cuando la gente comprobó la veracidad de las afirmaciones de la niña abandonaron sus escondites y armados de garrotes, machetes, cuchillos y hachas les fueron arriba a los cerdos que no habían alcanzado a salir del pueblo. Fue una matanza descomunal. Una enorme pira estuvo ardiendo por varios días.
LA RIADA DE LOS PUERQUITOS.
Mario J. Viera
Alberto Capote se había refugiado en el lomerío. Largo, flaco, de aspecto mustio. Sucio, desgreñado; cubierto el rostro con una espesa, desordenada barba en la que se entrelazaban las canas con los vellos negros. Alberto Capote había sido traicionado por su mujer.
Ella le abandonó marchándose del pueblo con un tipito venido de ¿quién sabe? Capote perdió la ilusión de vivir. Y no pudo resistir las miradas de lástima o de burla disimulada que le prodigaban los vecinos. Y se fue a vivir con los animales, viviendo él mismo como uno de ellos en las serranías.
Pasaron los años. Muchos llegaron a olvidarse de él, pero en ocasiones los arrieros traían noticias del que se había convertido en un estrafalario personaje y los pueblerinos se asombraban de que todavía estuviera vivo.
Pero Capote ya significaba poco para el interés local, lo que a él le ocurriera o como la estaría pasando entre el manigual y el monte ya no tenía ningún atractivo.
Allá, en lo intrincado de las lomas, vivía Capote como un animal más. Casi no hablaba; ¿con quién hacerlo además si los pájaros, las jutías y las lechuzas no saben hablar? Poco a poco su lenguaje se fue corrompiendo y se le fue borrando de la mente, y cuando, accidentalmente se topaba con algún arriero del que no se hubiera podido ocultar a tiempo, su conversación era una mezcla de gruñidos, muecas, balbuceos y monosílabos.
- ¿Cómo anda la vida, Capote?
- ¡Ujum!- contestaba levantando los hombros y apretando los labios.
- ¿Quieres algún encargo del pueblo?
Gruñía. Negaba fuertemente con la cabeza y escupía con desprecio.
Mencionarle a Capote el nombre del pueblo era como enseñarle la cruz al diablo. Un rencor bestial se había alojado en la mente trastornada del ermitaño en contra de Rio Bonito. Ni desde lejos quería ver al pueblo, y eso que desde la loma se le veía como una manchita lejana. Y para no saber nada de Rio Bonito, en la ladera que no miraba hacia allá, había levantado una casucha, si casucha se le pudiera llamar a aquel montón de ramas secas, paja y piedras, ordenadas cónicamente que utilizaba para guarecerse, más o menos, de la lluvia; para protegerse, más o menos, del sol, y para más o menos, dormir.
Evitaba todo contacto humano. Apenas se dejaba ver. En las noches se metía en los sitieríos para hurtar yucas. Los sitieros sabían quien les robaba, pero no se enojaban cuando veían los cangres arrancados o los surcos de boniato hozados.
- ¡Caramba, ya nos visitó Capote!- observaban sin mayor preocupación.
Se movía entre la manigua, por los trillos secretos solo de él conocidos. Su única compañía era un viejo perro de raza indescriptible que le acompañaba a todas partes. Si un arriero, uno de esos que a veces se topaban con él, le preguntaba por el nombre del animal, Capote esbozaba una sonrisa y, invariablemente, respondía: “Nombre es Perro”.
Y aunque en el Café de Eneas ya no se hablaba de Capote, una tardecita de diciembre alguien volvió a mencionarlo.
- ¿Se enteraron? Ahora a Capote le ha dado por criar puercos jíbaros…
- Si los cría ya no son jíbaros…
- Los caza en el monte y luego aparta los lechoncitos… Está levantando un buen corral.
La gente siguió jugando al dominó y conversando de sus cosas.
- Parece que el silvestre querrá hacer negocios- observó uno en alta voz mientras ponía un doble-nueve sobre la mesa-, digo yo; porque como ya tenemos arriba la Noche Buena… ¡Nada mejor que un puerquito asado para la celebración!
La noticia era cierta. Capote se había metido a porquerizo. Dos años se le habían pasado monteando buenos ejemplares de cerdos jíbaros y obteniendo buenas lechigadas del apareamiento de sus capturas. Y por toda la ladera sur tenía sus corralizas.
Si hubiera sido posible, se le habría visto metiendo sus patazas descalzas en los chiqueros, chapoteando alegremente; emitiendo aullidos que intentaban ser cantos y jugueteando con sus chanchitos, los que a todas partes le seguían como su perro Perro. Y los cargaba, y los besuqueaba. Y si antes Capote apestaba a manigua, ahora hedía a porqueriza. Y mientras tanto, desde su redil, el gran puerco, el semental fuerte de poderosos colmillos curvos, le observaba con mirada vidriosa.
El Gran Macho era como una leyenda para la gente de las lomas. Se decía que era el berraco más viejo y, al mismo tiempo, más fuerte de la serranía y, sobre todo, inatrapable. También se decía que era enorme, con una alzada de dos varas y que debía pesar sus buenas cuarenta arrobas. Comentan los arrieros y los sitieros de las lomas que aquella bestia infunde pavor con solo su presencia, por sus enormes y curvos colmillos; porque en la oscuridad sus ojos fulguran; porque su mirada durante el día es como un rayo azul de luz. No ha faltado quien asegure que es un cerdo escapado de las corralizas del Diablo.
La gente bien educada del pueblo no creía las historias que sobre el animal relataba la gente llana e inculta. Hasta dudaban de que en realidad existiera tal clase de animal; pero tanto la gente culta como la gente de pocas letras fueron unánimes en reírse a carcajadas, en tono de burla, de aquel que un día se apareció diciendo que Capote tenía a la bestia encerrada en uno de sus corrales. ¡Quien iba a creer que el flaco, debilucho, apestoso, Alberto Capote hubiera sido capaz de cazar al mítico cerdo de Satanás!
- ¡Ya estaría muerto, compay!
- Ese animal es una fiera de horror y trae mala suerte…
- Y ya ha matado a más de dos incautos que quisieron cazarle…
Una de esas tardes de mucho frío en la serranía, cuando las nubes se atraviesan con las lomas y todo se moja, y el sol es apenas visible, Capote, acurrucado con su perro Perro en el interior de su covacha, recordó que el 10 de diciembre era su cumpleaños. Entonces vinieron a su mente memorias ya casi borradas de su cerebro. Y recordando el pasado, sus ojos se le llenaron de lágrimas.
Sobre los vientos del recuerdo, imágenes de vivencias pasadas le llegaron a Capote trayéndole el tibio olor de la meladura, el aroma de la caña cortada cuando cae en el basculador del ingenio y el perfume del guarapo caliente y el rostro reidor del Maestro Tió que le felicitaba y le prometía ser su sustituto como Jefe de laboratorio cuando ya él se jubilara.
Y lloraba Capote. Y le vino el recuerdo de la que le traicionara. Y acreció su rencor y, en su demencia, lo volcaba sobre el pueblo. Entonces quiso vengarse y castigar a Rio Bonito.
Una mañana bien tempranito se apareció Capote a la entrada del pueblo. Pastoreaba una pequeña piara de no más de doce chanchitos y Perro daba fuertes ladridos. Entonces, empezó a hacer sonar un trozo de caña brava golpeándola fuertemente con un madero. Tomó el camino de la Calle Real, haciendo bulla. Todos se asomaban a verle. Grande era la sorpresa. Pero todos, pasados los primeros segundos de estupor, rompían en risa burlona.
¿Y cómo no hacerlo viendo aquella extraña figura humana golpeando la caña brava, rodeado de cerditos y dando saltos y gritos? Capote entró cantando: “Aé…eó… aé…”. Se contoneaba, saltaba y era como si se estuviera viendo a un espantapájaros que hubiera cobrado vida y bailara en la calle principal del pueblo.
La calle se llenó de curiosos. Aplaudían y reían.
- Capote, bajó de las lomas- gritaban-. Capote está en el pueblo.
Allá, frente a la iglesia se detuvo Capote. Miró a la gente. Sonrió y gritó:
- ¡Cochinitos…cochinitos!
Y extendía las manos como si estuviera ofreciendo los animales.
- Tuyo… cochinitos. Regalo…
Y de la misma manera que llegó se retiró del pueblo, dejando atrás a sus cerditos.
Los puerquitos dejados atrás por Capote correteaban por las calles y los mocosos del pueblo les corrían detrás. La gente se reía viéndoles correr y saltar. Los animales se introducían en los patios y, a su paso, iban dejando sus excretas; pero eran ¡tan simpáticos!
No obstante, el Sargento Gastón ordenó recogerlos y encerrarlos en un corral del cuartelito de la guardia civil. Pero, al otro día, muy de mañana, se escuchó en las calles el gruñir de más cerditos. Esta vez no se trataba de una docena; ahora eran alrededor de una veintena que corrían por los portales, se entraban en los patios y, también, dejaban sus excretas por donde pasaban.
Gran bullicio se armó, porque los menesterosos del pueblo le discutían las presas a los dos alistados de la guardia civil que había en Rio Bonito y trataban de impedir que Gastón los atrapara. Querían asegurarse de tener su “machito” asado para la Noche Buena. Y entre forcejeos se adueñaron de los puerquitos, los que, de este modo, fueron a parar a los más increíbles escondrijos. Aquellos, los más necesitados, se sentían felices por aquel maná cuadrúpedo que les había caído desde las alturas de las lomas. Todos le desearon bendiciones a Alberto Capote.
Al siguiente día… ¡Sorpresa!: Cien cerditos corrían por todas partes. Se le metían entre los pies a la gente, hozaban ávidamente en los jardines, se introducían en las casas y en todas partes dejaban sus excretas. Esta vez, ni el Sargento Gastón ni los menesterosos pudieron sacarlos de las calles.
Ahora se habían convertido en una verdadera molestia, y el pueblo comenzaba a heder a cochiquera. No había sitio donde alguien no se topara con un par de puerquitos. En la calle había que caminar con cuidado para evitar pisar los excrementos que los, ya nada simpáticos, chanchitos dejaban a su paso.
A la mañana siguiente la gente se asomaba sigilosamente a las ventanas para ver si más puerquitos habían llegado. Pero ese día no hubo un nuevo arribo, como no lo hubo al otro día, ni tampoco al siguiente. “¡Al menos ya esto paró!”- se decía la gente, aunque habría que conformarse con los que rondaban por todo el pueblo y resignarse a su mal oliente presencia porque no había manera de darles caza, ni a tiros, ni modo alguno de espantarlos.
- ¡Ah!- se decían los pueblerinos- Parece ser que ya ese loco de Capote, finalmente se cansó de regalarnos puerquitos.
Transcurrió una semana completa. Y no aparecieron más cerdos.
Llegó la Noche Buena; pero esta vez, nadie en el pueblo cenó con puerco asado; ni los menesterosos, ni los mas acomodados. ¡Nadie! De puercos ya estaban…, como se dice…, hasta la coronilla. Y una Noche Buena sin puerco asado, sin tostones de plátano verde, sin yuca con mojo o sin congrí; una cena de Noche Buena con solo pollo sobre la mesa, o tal vez guineo o, hasta con un guanajo relleno… No es Noche Buena y mucho menos si a las doce de la noche no repican las campanas de la iglesia y no se celebra la Misa del Gallo.
Y aquella noche la Misa del Gallo se hizo de corre-corre, porque los cerditos de Capote se introdujeron en el templo, se trepaban al altar y hacían sus necesidades en la misma sacristía.
El día de los Santos Inocentes, un arriero trajo la noticia: Capote había muerto. Su cadáver había sido encontrado por unos campesinos entre las mariposas blancas que crecían a la orilla de un riachuelo de las lomas. Dijeron que en su rostro se había congelado una sonrisa como de alegría, como de satisfacción. Le enterraron a la sombra de una guácima que crecía junto a su choza. Allí le dejaron mientras su perro Perro le lloraba con un aullido.
Tres días después, cuando ya el año finalizaba, nadie hablaba de Capote. Habían decidido olvidarse de él.
Ese mismo día sucedió algo que a todos les causó alegría. Como por obra de un conjuro mágico los cerditos de Capote habían desaparecido del pueblo. Tomaron por el camino real y se alejaron a algo así como una legua. En la base de una loma pasando la de San Juan. Un lugar donde abundaban los aromales, las higueretas y se enredaba el pica-pica.
- Allá se encargarán de ellos los perros jíbaros- Así pensaban en el pueblo.
Tal era el entusiasmo que todos se dieron a la tarea de asear las calles, arrojando cientos de baldes de agua y barriendo todo el mugre hasta con rústicas escobas hechas con racimos secos de palmiche.
Y llegó el primer día del Año del Señor de 1896.
Cuando el reloj marcó las doce del día un hombre, a todo galope, se entró al pueblo por el camino real, levantando tras de sí una nube de polvo rojo. Venía sudoroso y visiblemente conturbado. Desde lejos se le oía gritar con fuerte voz.
- ¡Los puercos están bajando de la loma! ¡Ahí vienen los puercos!
- ¿Dónde?
- ¡Por el Corojal! Y son cientos de ellos, sino miles.
Pero acaso no vendrían al pueblo.
El hombre no tenía esa confianza.
- Vienen por el Corojal… Y solo hay un camino y es el de Rio Bonito.
- ¡Dios nos coja confesados! Si una veintena era insoportable… ¿qué podemos esperar de cientos…?
Y fueron a hablar con Gastón, que para eso era la autoridad colonial. Y Gastón ordenó a la pareja de civiles que le acompañaran. Subió en compañía de un sacristán a lo alto del campanario de la iglesia y haciendo uso de unos binoculares enfocó la mirada hacia el lugar conocido por el Corojal.
¡Osú!- exclamó el sargento- Realmente se dirigen hacia acá…
En la distancia, por los binoculares, se podía apreciar la nube de polvo que marcaba el paso del ejército porcino. “Son incontables- afirmó el Sargento Gastón sin dejar de mirar la gran polvareda-. Vienen a todo correr y son… ¡Miles!”
Cerca de las cuatro de la tarde las avanzadas de los cerdos se habían unido a los cerditos que antes habían estado plagando al pueblo. Alguien llegó con nuevas.
- Se están agrupando, y hay chanchos de todos los tipos… pequeños, grandes, hay negros, carmelita, de colores…
La gente se llenó de espanto. Aquello tenía que ser cosa de brujería. Todos se encerraron en sus casas. El Sargento Gastón asumió la defensa de la población saliendo al camino real con sus dos subalternos. No acababan de tomar posición cuando de un lado y otro del camino saliendo de la espesura le saltaron arriba unos veinte cerdos. Eran animales adultos, grandes y vigorosos. Atacaron con violencia, dando dentelladas. Los civiles rodaron por el suelo casi aplastados por los furiosos animales. Desarmados, mordidos y estropeados, Gastón y sus subordinados emprendieron la fuga en dirección contraria al pueblo.
Entonces, en medio del camino se presentó una enorme bestia. Sus ojos brillaban. Dos poderosos colmillos curvos asomaban por su boca.
A las seis de la tarde dos columnas de cerdos entraron por dos puntos diferentes de la población. La primera columna entró por la Calle Real, en tanto que la segunda se metió por la calle que todo el mundo conocía como Calle de la Tenería, porque por allá hubo un tiempo una tenería.
Un muchacho se había aventurado hasta la entrada del pueblo y pudo ver que allí estaba un enorme macho, de aspecto terrible, que se movía entre la enorme piara como un general que frente a su ejército arenga a la tropa. La descripción que diera del animal sacudió a todos. Llenos de espanto algunos corrieron a la iglesia.
- Padre- clamaban-, se trata del gran macho… una bestia demoníaca. Capote hizo pacto con el Diablo.
No cabía duda. Si aquellos animales invadían al pueblo moviéndose como dirigidos por una inteligencia, debía tratarse de obra de Satanás. Entonces el párroco se puso sus atributos religiosos y acompañado por dos jóvenes monaguillos, salió crucifijo en ristre, agua bendita e incensario para enfrentarse al Gran Macho y exorcizar al animal.
Cuando se plantaron delante del animal, la bestia emitió un poderoso rugido, nada parecido al gruñir de un cerdo. Brotó de su boca un espeso espumarajo, y clavó sus pezuñas en la tierra.
- ¡En el nombre de Jesús yo te conjuro, bestia! – gritó el sacerdote a la vez que le arrojaba agua bendita.
Aquello encendió más la furia del cerdo. Rugió de nuevo. Los monaguillos se orinaron de miedo. El cura volvió a la carga: “En nombre de Dios yo te…”
Nada más pudo decir. Cien furiosos animales se arrojaron sobre él y sobre los pobres muchachitos. Los cerdos les destrozaron las vestiduras. No le quedó más remedio al buen cura, y a los asustados monaguillos, que echarse a correr desesperadamente alejándose a toda velocidad del pueblo.
Finalmente la Gran Bestia, escoltado por sus animales entró en el pueblo. A su paso todo era destrozado. A su paso todo era excretas y peste. No quedó en pie ningún jardín.
Pasó el tiempo, el pueblo estaba huérfano de gobierno civil y espiritual. La única ley que imperaba era la ley animal. Encerrados dentro de las casas los pueblerinos imploraba a San Sebastián para que les librara de aquella maldición que le había llegado. Muchos, a escondidas huyeron del pueblo y Rio Bonito se fue quedando vacío. Se pidió ayuda, pero nadie les prestó ayuda. Aquel cuento de los puercos no era creído, y para los de afuera no podía tener el dramatismo que era descrito por los pobladores.
Pasaron cincuenta días. Algo inusual estaba ocurriendo. La gente atisbando desde las ventanas notó que había desconcierto entre los cerdos. Daban vueltas en círculos, vagaban sin sentido. Parecía que hubieran perdido su agresividad y que ahora se comportaban como lo que en realidad eran: cerdos.
Fue una niña la que aclaró todo. A hurtadillas había salido de su casa para buscar agua en el rio. Estaba sacando el agua cuando, de pronto, se le colocó en frente el terrible semental. Quedó paralizada de temor. El animal se acercó lentamente hacia ella. Cuando ya estaba a dos varas de distancia, se detuvo bruscamente. La niña le vio convulsionarse. Un quejido se escapó sibilante de la garganta del animal y entonces se derrumbó pesadamente sobre el suelo. Estaba inmóvil, rígido.
La muchachita, temblando se fue acercando al animal. Luchaba por contener su miedo.
Dando gritos llegó la chiquilla a la Calle Real.
-¡Se murió!- gritaba- ¡Está muerto el gran macho!
Cuando la gente comprobó la veracidad de las afirmaciones de la niña abandonaron sus escondites y armados de garrotes, machetes, cuchillos y hachas les fueron arriba a los cerdos que no habían alcanzado a salir del pueblo. Fue una matanza descomunal. Una enorme pira estuvo ardiendo por varios días.
PHANTOM Vaga entre candidatos III
David Rivera
Compite con Joe García para representante a la Cámara por el Distrito 25. Ese es David Rivera… ¡Qué tipo! Socio fuerte del bonitillo que aspira a senador y tan, pero tan conservador (= reaccionario) como éste.
Aunque hay una bien marcada diferencia entre los dos buenos amigos y candidatos aspirantes del Partido Republicano, mientras que Marquitos Rubio tiene carita de ángel David Rivera tiene cara de matón de película, feo de cara, expresiones y hasta sonrisa agrias.
Mal carácter y politiquero oportunista. No olvidar su propuesta de ley contra los vuelos chárter a Cuba, solo para halagar a los cagalitrosos del Versailles que votan por el que se les presente como más “duros” anticastristas, aunque al final su dureza se exprese solo en verborrea barata y propuestas estúpidas de leyes afectadas de inconstitucionalidad pero que no mueven un dedo para expulsar a los Castros del poder.
No hay que olvidar que una nieta de Dorticós (según se asegura) tuvo que ponerle una orden de restricción por violencia contra ella.
Adorador del Tea Party, y ya se sabe lo que es ese ídolo: un mascarón republicano para ocultar ideas fascistas.
Compite con Joe García para representante a la Cámara por el Distrito 25. Ese es David Rivera… ¡Qué tipo! Socio fuerte del bonitillo que aspira a senador y tan, pero tan conservador (= reaccionario) como éste.
Aunque hay una bien marcada diferencia entre los dos buenos amigos y candidatos aspirantes del Partido Republicano, mientras que Marquitos Rubio tiene carita de ángel David Rivera tiene cara de matón de película, feo de cara, expresiones y hasta sonrisa agrias.
Mal carácter y politiquero oportunista. No olvidar su propuesta de ley contra los vuelos chárter a Cuba, solo para halagar a los cagalitrosos del Versailles que votan por el que se les presente como más “duros” anticastristas, aunque al final su dureza se exprese solo en verborrea barata y propuestas estúpidas de leyes afectadas de inconstitucionalidad pero que no mueven un dedo para expulsar a los Castros del poder.
No hay que olvidar que una nieta de Dorticós (según se asegura) tuvo que ponerle una orden de restricción por violencia contra ella.
Adorador del Tea Party, y ya se sabe lo que es ese ídolo: un mascarón republicano para ocultar ideas fascistas.
Un papel clavado en la yagruma
MIAMI, Florida, agosto, www.cubanet.org -El mensaje del cardenal Ortega y sus seguidores es preciso. Se sienten ofendidos porque casi 200 cubanos opuestos al comunismo se quejaron por escrito de la rara manera en que la iglesia católica intercede por los prisioneros políticos.
Tajantemente, en nota de prensa la curia diocesana deja en claro que la queja de los opositores es de “contenido ofensivo para con la Iglesia en Cuba” y revela “la indignación generada en un número de fieles católicos” sin precisar la cantidad.
Es increíble la reacción de la iglesia sobre todo porque según la misma fuente ella previó “que esta mediación podría ser interpretada de las más disímiles maneras y provocar diversas reacciones”. ¿Por qué sentirse herida por cumplimiento de su profecía?
Sin embargo el dolor del cura Ortega y seguidores podría estar situado donde los firmantes de la queja a Benedicto XVI cuestionan: “Respetamos las solicitudes de la iglesia para que cese el “bloqueo”, pero: ¿Por qué no se pide también –públicamente- que termine el embargo que le tiene la dictadura a todo el pueblo cubano?”.
Matemáticamente no es despreciable que 165 cubanos (se anuncian más firmas) acusen a los católicos de darle al César lo suyo y lo que no es suyo, pues de producirse el fenómeno de los números gigantes esos ciento y pico podrían influir en la opinión de cientos de miles o tal vez de millones de personas ocasionando graves pérdidas a un organismo dependiente de las recaudaciones públicas.
Quizá por esto en su nota de prensa la iglesia insiste que su acción “no se ha apoyado, ni se apoyará nunca, en tendencias políticas” pero los hechos demuestran lo contrario porque siendo defensora recalcitrante del levantamiento del embargo económico queda la iglesia mezclada con la agenda política de la dictadura ratificando la falacia según la cual las carencias del pueblo no son causadas por la opresión comunista, sino por el enemigo externo que de forma paradójica más comercia con ella.
El viejo palero Cape le contó a Lydia Cabrera que “El perro de Mayombe va al yagrumo con un cuchillo y un papel escrito con recado del brujo, y lo deja clavado en el árbol con el cuchillo. El papel desaparece. El puñal queda allí clavado. Susúndamba (la lechuza) lo recoge y lo lleva a quien va dirigido” (El Monte / Editorial Letras Cubanas, 1989 / Página 660).
El recado del cardenal de Cuba podrá desaparecer con el olvido lógico del paso generacional. De ahí proviene la aseveración de que las sociedades no tienen memoria. Sin embargo historiadores y otros interesados podrán, por medio de los documentos de la época, confirmar que el puñal católico fue clavado en el árbol de la lucha por la libertad. Siempre quedará como evidencia irrefutable el trazo de la cuchillada. Ese es el miedo del cura Ortega. Por eso salió disparado de su trono hasta la redacción de Palabra Nueva para salirle al paso a los opositores que cuestionan su procedimiento.
Lázaro González
Tajantemente, en nota de prensa la curia diocesana deja en claro que la queja de los opositores es de “contenido ofensivo para con la Iglesia en Cuba” y revela “la indignación generada en un número de fieles católicos” sin precisar la cantidad.
Es increíble la reacción de la iglesia sobre todo porque según la misma fuente ella previó “que esta mediación podría ser interpretada de las más disímiles maneras y provocar diversas reacciones”. ¿Por qué sentirse herida por cumplimiento de su profecía?
Sin embargo el dolor del cura Ortega y seguidores podría estar situado donde los firmantes de la queja a Benedicto XVI cuestionan: “Respetamos las solicitudes de la iglesia para que cese el “bloqueo”, pero: ¿Por qué no se pide también –públicamente- que termine el embargo que le tiene la dictadura a todo el pueblo cubano?”.
Matemáticamente no es despreciable que 165 cubanos (se anuncian más firmas) acusen a los católicos de darle al César lo suyo y lo que no es suyo, pues de producirse el fenómeno de los números gigantes esos ciento y pico podrían influir en la opinión de cientos de miles o tal vez de millones de personas ocasionando graves pérdidas a un organismo dependiente de las recaudaciones públicas.
Quizá por esto en su nota de prensa la iglesia insiste que su acción “no se ha apoyado, ni se apoyará nunca, en tendencias políticas” pero los hechos demuestran lo contrario porque siendo defensora recalcitrante del levantamiento del embargo económico queda la iglesia mezclada con la agenda política de la dictadura ratificando la falacia según la cual las carencias del pueblo no son causadas por la opresión comunista, sino por el enemigo externo que de forma paradójica más comercia con ella.
El viejo palero Cape le contó a Lydia Cabrera que “El perro de Mayombe va al yagrumo con un cuchillo y un papel escrito con recado del brujo, y lo deja clavado en el árbol con el cuchillo. El papel desaparece. El puñal queda allí clavado. Susúndamba (la lechuza) lo recoge y lo lleva a quien va dirigido” (El Monte / Editorial Letras Cubanas, 1989 / Página 660).
El recado del cardenal de Cuba podrá desaparecer con el olvido lógico del paso generacional. De ahí proviene la aseveración de que las sociedades no tienen memoria. Sin embargo historiadores y otros interesados podrán, por medio de los documentos de la época, confirmar que el puñal católico fue clavado en el árbol de la lucha por la libertad. Siempre quedará como evidencia irrefutable el trazo de la cuchillada. Ese es el miedo del cura Ortega. Por eso salió disparado de su trono hasta la redacción de Palabra Nueva para salirle al paso a los opositores que cuestionan su procedimiento.
Lázaro González
jueves, 26 de agosto de 2010
CUENTOS del Autor
RIO BONITO
Como uno es viejo, y ha vivido tanto; como estos ojos que ya casi no ven, de tanto que han visto; como ya es el tiempo en que la vida de uno es sólo recuerdos, pedacitos de sueños que se le salen a uno, por momentos, de lo profundo de la memoria; es por todo eso que el que quiere conocer de algo de lo que ya fue, de las cosas que fueron, de lo que hubo, de lo que pasó, viene luego a preguntarle a uno. Entonces, se queda uno así, un ratico en silencio, con la frente inclinada, para cazar de golpe el recuerdo y soltarlo tan pronto como se le agarra.
Claro, ya somos viejos, pero muy viejos, tanto, como para contar lo que se vio durante la colonia y lo que pasó en los primeros años de la república, así, con letra menudita, porque no era una República como deben ser todas aquellas que lo son.
Entonces, uno sacude la cabeza, sonríe y dice:
“¡Ah, cará… qué tiempos aquellos!”
Y rompe uno a contar lo que vio y lo que nunca vio, lo que creyó ver y lo soñado alguna vez, pero que se cuenta como cosa real: como aquella vez en que me perdí en el manigual y me persiguió el diablo, negro como un carbón, en cueros y a la pelota como un desgraciado; feo como una pesadilla, con su cara de mono y sus ojos chiquitos, brillantes y malignos; con sus alas de murciélago y sus patazas y sus manos peludas cargadas de uñas como las de las jutías.
Ah!, pero la gente no cree en estos cuentos, y se dicen unos otros, muy bajito, en susurros, como para que uno no pueda oírles:
- ¡Pero que cosas se inventa el viejo…! Cosas de gente chiflada…
- Ya chochea, el pobre…
Y no saben que uno los escucha, clarito, como si nos lo dijeran al oído; porque los escuchamos con la oreja del recuerdo, de lo eternamente cotidiano. Es que toda la vida ha habido viejos; y los viejos, siempre, han contado sus cosas, de tal forma que los jóvenes, los de siempre, han tenido los mismos cuchicheos.
Pero lo que a uno más le gusta es irse hasta la lomita de San Juan y sentarse a la sombra de los tecales viejos, para mirar con ojos de nostalgia este pedacito del mundo en el que hemos vivido tantos años; para captar así el sentido de la palabra Patria. Y se da uno cuenta de que allí está toda su vida, los fantasiosos días de la infancia, de una infancia, muy pobre, sí; llena de estrecheces, también; pero infancia al fin, que todo lo ignora y que va descubriendo todo, sin la frialdad de los adultos, con algo que tiene de magia y de increíble; como la misma existencia del güije que vive escondido en las verdosas aguas del remanso de Rio Bonito, casi en la desembocadura del mar.
Entonces uno llena la cachimba con picadura de tabaco y le da candela, y mientras aspira el humo caliente, suspira. Como que todo recuerdo se te sale por la garganta y no por el cerebro. Y así, tu mente te lleva por un camino borrado; por ese camino que solo los viejos conocemos; y te conduce hasta los días lejanos, que ya no existen, aunque todavía viven; porque viven en el recuerdo, en el tuyo, en el de otros viejos como tú, que suspiran con los recuerdos.
Este es nuestro pueblo, con el nombre del río junto al cual lo fundaron los conquistadores: Río Bonito. Parece ser que ese sucio hilillo de agua de ahora, en un tiempo fue un hermoso y caudaloso rio. En sus riberas crecían limpios pastos y los sitieros cultivaban sus frutos y los pescadores llevaban sus embarcaciones hasta el recodo para comerciar la pesca sacada del mar. Allí tenían un pequeño poblado… Hoy es un rio viejo, cansado y lento y la gente nueva se ríe de su nombre o pasa de largo sin preocuparse de si existe o no.
Pero también Rio Bonito, el pueblo, es un pueblo viejo. Tan viejo como que – según nos contaban los más ancianos- fue fundado por el mismísimo Diego Velásquez, aquel hidalgo español que fundara la villa de Baracoa y otras seis villas más. Y si de Rio Bonito no quedó constancia de la fecha de su fundación, ni se recogió en los anales históricos, ello se debió a que el escribano real, o estaría borracho o, como relatan las malas lenguas, que ni a la Historia perdonan, en este sitio sufrió un accidente sobre su noble frente a resultas de que su mujercita… ¡En fin!, que no le dio su hidalguísima gana de que el resto del mundo supiera que aquí se había fundado una nueva villa.
Y uno se pone a pensar contemplando los rojos techados desde la altura de San Juan y se rememoran tantas cosas. Cosas que pasaron, que son ciertas, y que cada piedra blanca de las calles de mi pueblo, si pudieran hablar, las contarían con gusto; como la historia de aquella fatídica perra blanca, o contarles sobre los bandoleros de El Tulipán, o el recuerdo de aquel gigante que clavó su cuchillo en la puerta de la iglesia antes de abandonar el pueblo, y nadie podía arrancar aquel cuchillo. ¡Cómo aguardó el pueblo por su regreso! Lo aguardaban ansiosos, como si con su retorno traería a estas tierras una felicidad que se imaginaban perdida…
Desde el San Juan se ve todo el pueblo. Recostada contra el rio se levanta la parte vieja del pueblo. Allí está la vieja iglesia, el parquecito con sus flamboyanes y la Ceiba que los niños de la escuela pública sembraron el 20 de mayo de 1902 y aún se conserva orgullosa y desafiando al tiempo. La Calle Real, que hoy se llama José Martí, cruza por delante de la iglesia y atraviesa el rio para luego convertirse en camino real que te lleva hasta la cabecera de la provincia. Allí mismo está el edificio del Ayuntamiento y la vieja escuela pública de paredes de tierra y techo de tejas españolas.
Del otro lado del rio está el cementerio. Allí descansan los mas destacados hijos de Rio Bonito, en tumbas antes bien cuidadas y hoy abandonadas y tristes, como abandonados y tristes están los muertos, como tristes y sin esperanzas están los vivos. Y uno se pregunta si es pura coincidencia que a la calle que conduce al campo santo le hayan puesto el nombre de Libertad.
Rio Bonito es un pueblo pequeño donde todos se conocen; uno de esos pueblos donde es forastero aquel que no vive dentro de dos leguas a la redonda; donde los pueblerinos miran con curiosidad, que a veces parece impertinente, a todo el que llega de paso o viene de afuera de estos lomeríos, de ese valle, de aquella playa, que es nuestra geografía, nuestro mundo. Pero su gente es franca y sencilla y acogedora, como lo son todas las buenas personas que, en cualquier parte, tienen que ganarse el pan sudando duro el sobaco y la frente. Gente que mira a los ojos, que tomados individualmente pueden tener sus defectos, como cualquier otra criatura de Dios; pero que vistos de conjunto, todos son gentes honradas y buenas; la gente que cada sábado y domingo se reúnen en el Café del Isleño Eneas a conversar y a jugar dominó, como siempre ha sido, como siempre será, porque hay cosas que nunca cambian, aunque cambien los tiempos y aunque se renueven las generaciones.
Y allí, en el viejo Café del Isleño, podrá el viajero curioso, en esas tertulias de siempre, de gentes sencillas, de gentes honradas, conocer la historia de este pueblo. Pero no se ría el viajero curioso de las cosas que escuche, porque la gente le hablará del güije como quien habla del vecino de la acera de enfrente, como de un amigo viejo de toda la vida, y se ofenden si el forastero pone en dudas lo que le cuentan, porque ¿qué cosas no habrán vistos esos arrieros por estos lomeríos?, y porque hay cosas que no pueden verse solo con los ojos, ni pueden entenderse con la razón que es hija de la duda.
Es que Rio Bonito está como encerrado entre el rio y las lomas; rodeado de matorrales espesos que se resisten a abandonar las laderas, y mirando hacia el sur se extienden cenagales, donde crece el macío y las plantas de agua, y salta el cocodrilo detrás de su presa. En la orilla opuesta, el terreno es ondulado y rico en vegetación; allí se ven las palmas barrigonas y los algarrobos de largas ramas, y los sitieros cultivan entre los espacios que le dejan libre el matorral y el pedregal calizo.
Del lado de acá las lomas, con sus dientes calcáreos se arriman al río como mordiéndolo. Por allá se abren las casimbas y los pozos ciegos; por allá se movían los espectros, las quimeras y los fantasmas.
Hoy Rio Bonito es como un largo bostezo. Se ha perdido la magia de aquellos años cuando era válido soñar. Ahora no hay sueños, porque donde no hay esperanzas no hay sueños, y los arrieros ya no cuentan relatos de aparecidos a la luz del quinqué de un bohío perdido entre el matorral y las guardarrayas. Es por eso que la gente nueva te viene a ver, para que les hables de antes, de todas aquellas cosas que vivieron los pueblerinos, de lo bueno y de lo malo, porque hasta lo que había de malo por acá, por estos andurriales, la gente de ahora lo ven con el color violeta de la nostalgia, como algo que suena a maravilla; y le extraen alusiones y se contagian con aquella esperanza que nacía del deseo de cambiar lo que se sentía, lo que se creía malo; porque entonces uno veía que el tiempo, que los tiempos, eran cambiantes, que todo podía cambiarse, que el tiempo no se inmovilizaba, que no era como ahora, cuando parece que el tiempo se ha dormido y que toda la vida es un eterno hoy, sin ayer y sin mañana.
Porque cuando tú sueñas, el mundo se transforma; porque cuando sientes que aun quedan esperanzas, tienes alegría de vivir, sientes que vives; y si te sientes vivir, te sientes con fuerzas y tienes la certeza de que puedes modificar lo que te incomoda.
Entonces uno se echa a hablar y a hablar, y hablas de San Sebastián, el santo patrón del pueblo y rememoras los viejos chismes que se relataban las comadres a la luz mortecina de una lámpara de queroseno y relatas las cosas que hacía el güije y lo que se decía de la aparecida del puente de Santo Tomás, que parece se han mudado de río porque ya nadie los ve, y les cuentas la historia de Blas Cosme, que fue una esperanza escapada entre las manos, porque el pueblo lo convirtió en mito y los hombres no pueden hacerse mito, porque a la esperanza no se le puede dar cuerpo de hombre.
Y uno va contando como fue creciendo el pueblo a un lado y otro del río, porque le hemos visto crecer como cualquiera ver crecer a sus hijos. Y cada casa del pueblo nos trae un recuerdo; aquélla, el de una linda cara de mujer; la otra, el de un hecho feliz o triste; la de más allá, la que está como saliendo del río, el relato de una curiosa leyenda…
Ahora, con esos edificios nuevos, iguales, feos, que le han construido y con esa represa que excavaron para cortarle el camino al río y aprisionarle sus aguas y no dejarle correr como corría feliz sobre las chinas pelonas de su lecho, rio Bonito, ya no es tan lindo y mágico como antes era, si es que hasta uno llega a pensar que a nuestro pueblo se le debiera cambiar el nombre por el de Rio Viejo, o tal vez, Rio Triste o… ¡Rio Sin Esperanzas!
Como uno es viejo, y ha vivido tanto; como estos ojos que ya casi no ven, de tanto que han visto; como ya es el tiempo en que la vida de uno es sólo recuerdos, pedacitos de sueños que se le salen a uno, por momentos, de lo profundo de la memoria; es por todo eso que el que quiere conocer de algo de lo que ya fue, de las cosas que fueron, de lo que hubo, de lo que pasó, viene luego a preguntarle a uno. Entonces, se queda uno así, un ratico en silencio, con la frente inclinada, para cazar de golpe el recuerdo y soltarlo tan pronto como se le agarra.
Claro, ya somos viejos, pero muy viejos, tanto, como para contar lo que se vio durante la colonia y lo que pasó en los primeros años de la república, así, con letra menudita, porque no era una República como deben ser todas aquellas que lo son.
Entonces, uno sacude la cabeza, sonríe y dice:
“¡Ah, cará… qué tiempos aquellos!”
Y rompe uno a contar lo que vio y lo que nunca vio, lo que creyó ver y lo soñado alguna vez, pero que se cuenta como cosa real: como aquella vez en que me perdí en el manigual y me persiguió el diablo, negro como un carbón, en cueros y a la pelota como un desgraciado; feo como una pesadilla, con su cara de mono y sus ojos chiquitos, brillantes y malignos; con sus alas de murciélago y sus patazas y sus manos peludas cargadas de uñas como las de las jutías.
Ah!, pero la gente no cree en estos cuentos, y se dicen unos otros, muy bajito, en susurros, como para que uno no pueda oírles:
- ¡Pero que cosas se inventa el viejo…! Cosas de gente chiflada…
- Ya chochea, el pobre…
Y no saben que uno los escucha, clarito, como si nos lo dijeran al oído; porque los escuchamos con la oreja del recuerdo, de lo eternamente cotidiano. Es que toda la vida ha habido viejos; y los viejos, siempre, han contado sus cosas, de tal forma que los jóvenes, los de siempre, han tenido los mismos cuchicheos.
Pero lo que a uno más le gusta es irse hasta la lomita de San Juan y sentarse a la sombra de los tecales viejos, para mirar con ojos de nostalgia este pedacito del mundo en el que hemos vivido tantos años; para captar así el sentido de la palabra Patria. Y se da uno cuenta de que allí está toda su vida, los fantasiosos días de la infancia, de una infancia, muy pobre, sí; llena de estrecheces, también; pero infancia al fin, que todo lo ignora y que va descubriendo todo, sin la frialdad de los adultos, con algo que tiene de magia y de increíble; como la misma existencia del güije que vive escondido en las verdosas aguas del remanso de Rio Bonito, casi en la desembocadura del mar.
Entonces uno llena la cachimba con picadura de tabaco y le da candela, y mientras aspira el humo caliente, suspira. Como que todo recuerdo se te sale por la garganta y no por el cerebro. Y así, tu mente te lleva por un camino borrado; por ese camino que solo los viejos conocemos; y te conduce hasta los días lejanos, que ya no existen, aunque todavía viven; porque viven en el recuerdo, en el tuyo, en el de otros viejos como tú, que suspiran con los recuerdos.
Este es nuestro pueblo, con el nombre del río junto al cual lo fundaron los conquistadores: Río Bonito. Parece ser que ese sucio hilillo de agua de ahora, en un tiempo fue un hermoso y caudaloso rio. En sus riberas crecían limpios pastos y los sitieros cultivaban sus frutos y los pescadores llevaban sus embarcaciones hasta el recodo para comerciar la pesca sacada del mar. Allí tenían un pequeño poblado… Hoy es un rio viejo, cansado y lento y la gente nueva se ríe de su nombre o pasa de largo sin preocuparse de si existe o no.
Pero también Rio Bonito, el pueblo, es un pueblo viejo. Tan viejo como que – según nos contaban los más ancianos- fue fundado por el mismísimo Diego Velásquez, aquel hidalgo español que fundara la villa de Baracoa y otras seis villas más. Y si de Rio Bonito no quedó constancia de la fecha de su fundación, ni se recogió en los anales históricos, ello se debió a que el escribano real, o estaría borracho o, como relatan las malas lenguas, que ni a la Historia perdonan, en este sitio sufrió un accidente sobre su noble frente a resultas de que su mujercita… ¡En fin!, que no le dio su hidalguísima gana de que el resto del mundo supiera que aquí se había fundado una nueva villa.
Y uno se pone a pensar contemplando los rojos techados desde la altura de San Juan y se rememoran tantas cosas. Cosas que pasaron, que son ciertas, y que cada piedra blanca de las calles de mi pueblo, si pudieran hablar, las contarían con gusto; como la historia de aquella fatídica perra blanca, o contarles sobre los bandoleros de El Tulipán, o el recuerdo de aquel gigante que clavó su cuchillo en la puerta de la iglesia antes de abandonar el pueblo, y nadie podía arrancar aquel cuchillo. ¡Cómo aguardó el pueblo por su regreso! Lo aguardaban ansiosos, como si con su retorno traería a estas tierras una felicidad que se imaginaban perdida…
Desde el San Juan se ve todo el pueblo. Recostada contra el rio se levanta la parte vieja del pueblo. Allí está la vieja iglesia, el parquecito con sus flamboyanes y la Ceiba que los niños de la escuela pública sembraron el 20 de mayo de 1902 y aún se conserva orgullosa y desafiando al tiempo. La Calle Real, que hoy se llama José Martí, cruza por delante de la iglesia y atraviesa el rio para luego convertirse en camino real que te lleva hasta la cabecera de la provincia. Allí mismo está el edificio del Ayuntamiento y la vieja escuela pública de paredes de tierra y techo de tejas españolas.
Del otro lado del rio está el cementerio. Allí descansan los mas destacados hijos de Rio Bonito, en tumbas antes bien cuidadas y hoy abandonadas y tristes, como abandonados y tristes están los muertos, como tristes y sin esperanzas están los vivos. Y uno se pregunta si es pura coincidencia que a la calle que conduce al campo santo le hayan puesto el nombre de Libertad.
Rio Bonito es un pueblo pequeño donde todos se conocen; uno de esos pueblos donde es forastero aquel que no vive dentro de dos leguas a la redonda; donde los pueblerinos miran con curiosidad, que a veces parece impertinente, a todo el que llega de paso o viene de afuera de estos lomeríos, de ese valle, de aquella playa, que es nuestra geografía, nuestro mundo. Pero su gente es franca y sencilla y acogedora, como lo son todas las buenas personas que, en cualquier parte, tienen que ganarse el pan sudando duro el sobaco y la frente. Gente que mira a los ojos, que tomados individualmente pueden tener sus defectos, como cualquier otra criatura de Dios; pero que vistos de conjunto, todos son gentes honradas y buenas; la gente que cada sábado y domingo se reúnen en el Café del Isleño Eneas a conversar y a jugar dominó, como siempre ha sido, como siempre será, porque hay cosas que nunca cambian, aunque cambien los tiempos y aunque se renueven las generaciones.
Y allí, en el viejo Café del Isleño, podrá el viajero curioso, en esas tertulias de siempre, de gentes sencillas, de gentes honradas, conocer la historia de este pueblo. Pero no se ría el viajero curioso de las cosas que escuche, porque la gente le hablará del güije como quien habla del vecino de la acera de enfrente, como de un amigo viejo de toda la vida, y se ofenden si el forastero pone en dudas lo que le cuentan, porque ¿qué cosas no habrán vistos esos arrieros por estos lomeríos?, y porque hay cosas que no pueden verse solo con los ojos, ni pueden entenderse con la razón que es hija de la duda.
Es que Rio Bonito está como encerrado entre el rio y las lomas; rodeado de matorrales espesos que se resisten a abandonar las laderas, y mirando hacia el sur se extienden cenagales, donde crece el macío y las plantas de agua, y salta el cocodrilo detrás de su presa. En la orilla opuesta, el terreno es ondulado y rico en vegetación; allí se ven las palmas barrigonas y los algarrobos de largas ramas, y los sitieros cultivan entre los espacios que le dejan libre el matorral y el pedregal calizo.
Del lado de acá las lomas, con sus dientes calcáreos se arriman al río como mordiéndolo. Por allá se abren las casimbas y los pozos ciegos; por allá se movían los espectros, las quimeras y los fantasmas.
Hoy Rio Bonito es como un largo bostezo. Se ha perdido la magia de aquellos años cuando era válido soñar. Ahora no hay sueños, porque donde no hay esperanzas no hay sueños, y los arrieros ya no cuentan relatos de aparecidos a la luz del quinqué de un bohío perdido entre el matorral y las guardarrayas. Es por eso que la gente nueva te viene a ver, para que les hables de antes, de todas aquellas cosas que vivieron los pueblerinos, de lo bueno y de lo malo, porque hasta lo que había de malo por acá, por estos andurriales, la gente de ahora lo ven con el color violeta de la nostalgia, como algo que suena a maravilla; y le extraen alusiones y se contagian con aquella esperanza que nacía del deseo de cambiar lo que se sentía, lo que se creía malo; porque entonces uno veía que el tiempo, que los tiempos, eran cambiantes, que todo podía cambiarse, que el tiempo no se inmovilizaba, que no era como ahora, cuando parece que el tiempo se ha dormido y que toda la vida es un eterno hoy, sin ayer y sin mañana.
Porque cuando tú sueñas, el mundo se transforma; porque cuando sientes que aun quedan esperanzas, tienes alegría de vivir, sientes que vives; y si te sientes vivir, te sientes con fuerzas y tienes la certeza de que puedes modificar lo que te incomoda.
Entonces uno se echa a hablar y a hablar, y hablas de San Sebastián, el santo patrón del pueblo y rememoras los viejos chismes que se relataban las comadres a la luz mortecina de una lámpara de queroseno y relatas las cosas que hacía el güije y lo que se decía de la aparecida del puente de Santo Tomás, que parece se han mudado de río porque ya nadie los ve, y les cuentas la historia de Blas Cosme, que fue una esperanza escapada entre las manos, porque el pueblo lo convirtió en mito y los hombres no pueden hacerse mito, porque a la esperanza no se le puede dar cuerpo de hombre.
Y uno va contando como fue creciendo el pueblo a un lado y otro del río, porque le hemos visto crecer como cualquiera ver crecer a sus hijos. Y cada casa del pueblo nos trae un recuerdo; aquélla, el de una linda cara de mujer; la otra, el de un hecho feliz o triste; la de más allá, la que está como saliendo del río, el relato de una curiosa leyenda…
Ahora, con esos edificios nuevos, iguales, feos, que le han construido y con esa represa que excavaron para cortarle el camino al río y aprisionarle sus aguas y no dejarle correr como corría feliz sobre las chinas pelonas de su lecho, rio Bonito, ya no es tan lindo y mágico como antes era, si es que hasta uno llega a pensar que a nuestro pueblo se le debiera cambiar el nombre por el de Rio Viejo, o tal vez, Rio Triste o… ¡Rio Sin Esperanzas!
PHANTOM Vaga entre candidatos
Existe un empresario muy hábil que sabe sacar dinero hasta debajo de las piedras (¿del Medicare?). Agil para los negocios; le gusta invertir al seguro y recoger al menos el doble de lo que haya invertido si no más. Eso no es malo, es legítimo, significa progreso ¡OK!; … ¡pero en los negocios del sector privado! Lo que no se debe permitir es que alguien invierta, para hacerse con la gobernación estatal, como si comprara acciones de una empresa privada.
Y esto es lo que precisamente intenta hacer la nueva lumbrera de los republicanos de la Florida: Rick Scott.
No me vengan con el cuento de que Scott se gasta la bagatela de 50 millones de dólares de su fortuna privada solo para llegar a Gobernador y sacrificarse por el bienestar de todos los floridanos, los pobres, los ricos, los blancos, los hispanos, los negros, los indios… Ya tenemos bastantes pelos en cierta parte del cuerpo como para que nos adormezcan con esos sirénicos cantos.
Scott va a tratar de llegar a la Gobernación para crear las posibilidades para mayores ganancias en sus negocios y para apretarle el cuello un poquito más a todos los que en la Florida tienen que ganarse la vida trabajando por un salario, en muchas ocasiones, miserable y sin posibilidad de incrementarle.
Buen cretino será el empleado que vote por este señor para elegirle como Gobernador.
Que le den sus votos los señorones.
Y esto es lo que precisamente intenta hacer la nueva lumbrera de los republicanos de la Florida: Rick Scott.
No me vengan con el cuento de que Scott se gasta la bagatela de 50 millones de dólares de su fortuna privada solo para llegar a Gobernador y sacrificarse por el bienestar de todos los floridanos, los pobres, los ricos, los blancos, los hispanos, los negros, los indios… Ya tenemos bastantes pelos en cierta parte del cuerpo como para que nos adormezcan con esos sirénicos cantos.
Scott va a tratar de llegar a la Gobernación para crear las posibilidades para mayores ganancias en sus negocios y para apretarle el cuello un poquito más a todos los que en la Florida tienen que ganarse la vida trabajando por un salario, en muchas ocasiones, miserable y sin posibilidad de incrementarle.
Buen cretino será el empleado que vote por este señor para elegirle como Gobernador.
Que le den sus votos los señorones.
IZQUIERDISMO BANANERO ii
Otra de las soluciones planteadas para el tercer mundo fueron la propuesta por Samir Amin, economista egipcio neo marxista quien sostuvo la necesidad de los países del Tercer Mundo de ir hacia la desconexión del mercado mundial y evitar su participación en la división internacional del trabajo que según él imponía la condición de centro-periferia. Conforme a esta tesis, la necesidad de desconexión es el lógico resultado político del carácter desigual del desarrollo del capitalismo, pero también la desconexión es una condición necesaria para cualquier avance socialista, tanto en el Norte como en el Sur.
De acuerdo con Samir Amin por desconexión habría que entenderse la subordinación de las relaciones exteriores al desarrollo interno auto-centrado de cada país de la periferia, subordinando los criterios de racionalidad económica que resultan de la dominación de las leyes del capitalismo a escala mundial, a las necesidades nacionales y populares de la periferia. Es decir, romper con las relaciones de mercado internacional y concentrarse en el desarrollo de un mercado nacional y en servicios sociales como asistencia médica gratuita y ayuda económica a los sectores desposeídos de la sociedad.
El resultado fue catastrófico en los países en que se establecieron las supuestas medidas de “corrección” de las estructuras económicas que propiciaban la dependencia del tercer mundo a las decisiones de los países industrializados. “La crisis de la deuda golpeó muy duro a América Latina. Los préstamos habían sido enormes. Entre 1975 y 1982, la deuda externa de América Latina casi se cuadruplicó, pasando de $45,200 millones a $176,400 millones. Si se suman los préstamos a corto plazo y los créditos del Fondo Monetario Internacional, en 1982 la deuda era de $333,000 millones. Y, sin embargo, nadie le prestaba mucha atención hasta agosto de 1982, cuando México se vio al borde de la mora. Lo que siguió fue una doble bancarrota – financiera e intelectual. Las ideas que habían conformado el sistema económico de América Latina habían fracasado y los países latinoamericanos ya no podían financiarse. La dependencia los había llevado a la bancarrota. Los años que vinieron, en los que América Latina luchaba por reconformar su economía, fueron calificados como “la década perdida”. Y con razón. En 1990, el ingreso per cápita era menor que en 1980” .
Sin embargo las tesis de la dependencia y de la desconexión han continuado permeando el pensamiento político de la izquierda bullanguera de América Latina. Se manifiestan en la conducción de los gobiernos “bolivarianos” y se hizo dramáticamente palpable en Cuba en el periodo anterior al derrumbe del campo socialista. Los resultados saltan a la vista.
La tesis de la desconexión de Samin Amir, al menos en Cuba, no dio ningún resultado positivo, más bien, arruinó al país y le ha dejado una enorme deuda externa que, en realidad, va a ser “impagable e incobrable”.
La izquierda bananera ponía de ejemplo a Cuba bajo el castrismo para demostrar la justeza de sus ideas. En la Biblia del profeta Eduardo Galeano se leía la satisfacción cuando afirmaba que el azúcar cubano sería el instrumento para “romper el espinazo del monocultivo y la dependencia”. Lleno de entusiasmo el profeta Galeano habla del crecimiento de las importaciones de maquinarias y de instalaciones industriales que se había producido desde el establecimiento del socialismo tropical. “Cuando cayó la dictadura de Batista, había en Cuba cinco mil tractores y trescientos mil automóviles. Hoy hay cincuenta mil tractores…”. Un manejo interesante de cifras para que el aumento de tractores sea exactamente 10 veces. Claro está que el hemofílico Galeano no quiso percatarse de algunos pequeños detalles. La maquinaria y los tractores se importaban de la Unión Soviética bajo los subsidios soviéticos por el uso del territorio cubano como insumergible portaaviones ruso frente a las costas de los Estados Unidos. Estrategia de la guerra fría. Además la maquinaria que se utilizaría en la fracasada industrialización era anticuada y de tecnología obsoleta. Cuba, en base a la especialización internacional de producción se convertiría en la azucarera del CAME; es decir los buenos soviéticos harían lo mismo que supuestamente hicieron los malos americanos: impusieron el monocultivo azucarero en Cuba.
Sin embargo la Biblia del perfecto idiota latinoamericano se contradice en lo tocante a la industrialización y al tema de la sustitución de importaciones. Un renglón que resulta indispensable para la sustitución de importaciones es el desarrollo de la producción agrícola; pero para ello se requiere poner en práctica las técnicas y tecnologías modernas que permiten el crecimiento de la agricultura. Veamos qué dice el profeta: “…las fábricas, que también segregan desocupados a medida que se modernizan ─ ¿Cómo es posible sustituir importaciones sin que las fábricas se modernicen? ¿Será que Galeano propone una nueva forma de ludismo destructor de nuevas tecnologías? ─, no brindan refugio (a) la mano de obra excedente (de los latifundios) y no especializada. Los adelantos tecnológicos del campo (…) agudizan el problema ─ es decir, la tecnología en las labores agrícolas incrementa el desempleo, luego para frenar el desempleo será necesario no introducir adelantos tecnológicos en la producción agropecuaria y si no se introducen esos adelantos tecnológicos que permiten una agricultura intensiva habrá que ir entonces a la agricultura extensiva para resolver el abasto de productos agrícolas. Esta es la contradicción de la izquierda bananera. Se oponen al latifundismo y necesitan la producción extensiva que solo es posible en la gran empresa agrícola, es decir… ¡latifundio! Y continúa el sagaz Galeano: “Se incrementan las ganancias de los terratenientes, al incorporar medios más modernos a la explotación de sus propiedades, pero más brazos quedan sin actividad y se hace más ancha la brecha que separa a ricos y pobres” . ¿Por fin, qué? De lo que se trata es que los propietarios no incrementen sus ganancias. Eso es un grave pecado a los ojos de los perfectos idiotas izquierdistas bananeros latinoamericanos. Si se obtiene ganancias por la introducción de tecnologías de avanzada se “hace más ancha la brecha que separa a ricos y pobres”, ¡vaya conclusión de tonto! El silogismo está mal planteado o las premisas son absurdas: “la tecnología crea ganancias”, “las ganancias crean ricos”, luego “los pobres son más pobres”. Mayor estupidez no puede concebirse.
La izquierda bananera quiere salir del subdesarrollo. Intención válida; para ello pretende que se impulse la industrialización. Nada que objetar. Entonces hay que propiciar la transferencia de tecnologías y la inversión extranjera en el sector industrial o transformativo, no rechazarla como imagen virtual de la penetración imperialista; y hay que invertir en la educación, calificar a la fuerza laboral de donde se pueden extraer los técnicos y los obreros capaces de hacer aplicable la nueva tecnología. Sin la capacitación de la fuerza laboral no hay modo posible de hacer más estrecha la “brecha que separa a ricos y pobres”.
Pero veamos qué dice Galeano sobre el tema de la reforma agraria: “Desde que la Alianza para el Progreso proclamó a los cuatro vientos, la necesidad de la reforma agraria, la oligarquía y la tecnocracia no han cesado de elaborar proyectos. Decenas de proyectos, gordos, flacos, anchos, angostos, duermen en las estanterías de los parlamentos de todos los países latinoamericanos”. Esta afirmación del novel historiador de fantasías hace recordar la anécdota que se recoge en el evangelio de San Lucas (11: 14-22) cuando los fariseos acusaban a Jesús de que expulsaba a los demonios por medio de Beelzebú, príncipe de los demonios. La respuesta del Mesías fue la siguiente: “Todo reino dividido contra sí mismo, es asolado; y una casa dividida contra sí misma, se desplomará. Y si también Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo se mantendrá su reino?”. ¿Cómo puede ser posible que la oligarquía se revuelva contra sí misma, atacando la base de su poder que es el latifundio por medio de un replanteo de la propiedad fundaría? Se derrumbaría su poder.
Galeano luego hace un recuento muy somero de las leyes de Reforma Agraria que se habían promulgado en América Latina. De la Reforma Agraria de 1964 en Ecuador afirma: “Otra reforma agraria digna de una antología es la que se promulgó en Ecuador en 1964. El gobierno solo distribuyó tierras improductivas, a la par que facilitó la concentración de las tierras de mejor calidad en manos de los grandes terratenientes”
Digamos en primer lugar que esa Reforma Agraria fue dictada por la Junta Militar que asumiera el poder en Ecuador el 11 de julio de 1963 tras deponer al presidente pro castrista Carlos Julio Arosemena. Muchos de los críticos del gobierno cuatriviro, denominado así por estar integrado por un cuerpo colegiado de cuatro altos mandos militares, reconocen en cambio que la Ley de Reforma Agraria, que promulgara bajo la asesoría del Ministro de Fomento, abolió el huasipungo (una forma ancestral de explotación del indígena que por el cultivo de una minúscula parcela de tierra de subsistencia se veía obligado a trabajar gratuitamente para el terrateniente), posibilitó la reversión de tierras a las comunidades indígenas y favoreció la producción. La Reforma Agraria benefició a 23 mil familias y resolvió 14.008 casos de huasipungos en 800 haciendas .
Según Carlos Nieto Cabrera entre 1964 y los años finales de la década de 1970 “se dieron las condiciones más favorables (en Ecuador) para el acceso a la tierra de campesinos e indígenas: en algunos casos, el acceso tuvo lugar por negociación; en otros, por tomas forzadas (y ulterior negociación)”. No obstante, este autor afirma que el acceso a la tierra de campesinos indígenas y negros no les permitió salir de su pobreza crónica debido a varias causas. “En algunos casos, los dueños de los grandes fundos y haciendas cedieron las tierras menos productivas y de menor potencial agroecológico conservando para sí las más productivas”. Aspecto este que puede confirmar la tesis de Galeano sino se toma en cuenta la expresión relativa de “en algunos casos” empleada por el autor y no la absoluta del hombre de las venas abiertas. “En otros ─ continúa Nieto Cabrera ─, las condiciones de acceso al crédito y a la tecnología que regían las entregas de predios eran tan desventajosas que los campesinos e indígenas, no pudiendo hacer producir la tierra, descuidaron la tierra y favorecieron la erosión del suelo y la pérdida de la cubierta vegetal”
Es por esta razón que Michel Laforge consideró las reformas de 1964 y de 1973, no fueron integrales.
Para Nieto Cabrera los procesos de reforma agraria y de apertura del mercado de tierra en Ecuador plantearon ciertos aspectos positivos, señalando como uno de esos aspectos al hecho de que antes de la apertura del mercado de tierra “los grandes propietarios no tenían incentivos para hacer mejoras o llevar a cabo programas de conservación, debido a la amenaza constante de invasiones o traspasos forzados. Tampoco los pequeños propietarios o propietarios ancestrales sin título se veían motivados a participar en los planes de conservación o de mejora. En la actualidad existe una cierta seguridad de la tenencia de la tierra y un mercado de tierras que ha proporcionado a ambos grupos de propietarios los incentivos necesarios para invertir en la conservación y mejora de los recursos naturales”
De acuerdo con Samir Amin por desconexión habría que entenderse la subordinación de las relaciones exteriores al desarrollo interno auto-centrado de cada país de la periferia, subordinando los criterios de racionalidad económica que resultan de la dominación de las leyes del capitalismo a escala mundial, a las necesidades nacionales y populares de la periferia. Es decir, romper con las relaciones de mercado internacional y concentrarse en el desarrollo de un mercado nacional y en servicios sociales como asistencia médica gratuita y ayuda económica a los sectores desposeídos de la sociedad.
El resultado fue catastrófico en los países en que se establecieron las supuestas medidas de “corrección” de las estructuras económicas que propiciaban la dependencia del tercer mundo a las decisiones de los países industrializados. “La crisis de la deuda golpeó muy duro a América Latina. Los préstamos habían sido enormes. Entre 1975 y 1982, la deuda externa de América Latina casi se cuadruplicó, pasando de $45,200 millones a $176,400 millones. Si se suman los préstamos a corto plazo y los créditos del Fondo Monetario Internacional, en 1982 la deuda era de $333,000 millones. Y, sin embargo, nadie le prestaba mucha atención hasta agosto de 1982, cuando México se vio al borde de la mora. Lo que siguió fue una doble bancarrota – financiera e intelectual. Las ideas que habían conformado el sistema económico de América Latina habían fracasado y los países latinoamericanos ya no podían financiarse. La dependencia los había llevado a la bancarrota. Los años que vinieron, en los que América Latina luchaba por reconformar su economía, fueron calificados como “la década perdida”. Y con razón. En 1990, el ingreso per cápita era menor que en 1980” .
Sin embargo las tesis de la dependencia y de la desconexión han continuado permeando el pensamiento político de la izquierda bullanguera de América Latina. Se manifiestan en la conducción de los gobiernos “bolivarianos” y se hizo dramáticamente palpable en Cuba en el periodo anterior al derrumbe del campo socialista. Los resultados saltan a la vista.
La tesis de la desconexión de Samin Amir, al menos en Cuba, no dio ningún resultado positivo, más bien, arruinó al país y le ha dejado una enorme deuda externa que, en realidad, va a ser “impagable e incobrable”.
La izquierda bananera ponía de ejemplo a Cuba bajo el castrismo para demostrar la justeza de sus ideas. En la Biblia del profeta Eduardo Galeano se leía la satisfacción cuando afirmaba que el azúcar cubano sería el instrumento para “romper el espinazo del monocultivo y la dependencia”. Lleno de entusiasmo el profeta Galeano habla del crecimiento de las importaciones de maquinarias y de instalaciones industriales que se había producido desde el establecimiento del socialismo tropical. “Cuando cayó la dictadura de Batista, había en Cuba cinco mil tractores y trescientos mil automóviles. Hoy hay cincuenta mil tractores…”. Un manejo interesante de cifras para que el aumento de tractores sea exactamente 10 veces. Claro está que el hemofílico Galeano no quiso percatarse de algunos pequeños detalles. La maquinaria y los tractores se importaban de la Unión Soviética bajo los subsidios soviéticos por el uso del territorio cubano como insumergible portaaviones ruso frente a las costas de los Estados Unidos. Estrategia de la guerra fría. Además la maquinaria que se utilizaría en la fracasada industrialización era anticuada y de tecnología obsoleta. Cuba, en base a la especialización internacional de producción se convertiría en la azucarera del CAME; es decir los buenos soviéticos harían lo mismo que supuestamente hicieron los malos americanos: impusieron el monocultivo azucarero en Cuba.
Sin embargo la Biblia del perfecto idiota latinoamericano se contradice en lo tocante a la industrialización y al tema de la sustitución de importaciones. Un renglón que resulta indispensable para la sustitución de importaciones es el desarrollo de la producción agrícola; pero para ello se requiere poner en práctica las técnicas y tecnologías modernas que permiten el crecimiento de la agricultura. Veamos qué dice el profeta: “…las fábricas, que también segregan desocupados a medida que se modernizan ─ ¿Cómo es posible sustituir importaciones sin que las fábricas se modernicen? ¿Será que Galeano propone una nueva forma de ludismo destructor de nuevas tecnologías? ─, no brindan refugio (a) la mano de obra excedente (de los latifundios) y no especializada. Los adelantos tecnológicos del campo (…) agudizan el problema ─ es decir, la tecnología en las labores agrícolas incrementa el desempleo, luego para frenar el desempleo será necesario no introducir adelantos tecnológicos en la producción agropecuaria y si no se introducen esos adelantos tecnológicos que permiten una agricultura intensiva habrá que ir entonces a la agricultura extensiva para resolver el abasto de productos agrícolas. Esta es la contradicción de la izquierda bananera. Se oponen al latifundismo y necesitan la producción extensiva que solo es posible en la gran empresa agrícola, es decir… ¡latifundio! Y continúa el sagaz Galeano: “Se incrementan las ganancias de los terratenientes, al incorporar medios más modernos a la explotación de sus propiedades, pero más brazos quedan sin actividad y se hace más ancha la brecha que separa a ricos y pobres” . ¿Por fin, qué? De lo que se trata es que los propietarios no incrementen sus ganancias. Eso es un grave pecado a los ojos de los perfectos idiotas izquierdistas bananeros latinoamericanos. Si se obtiene ganancias por la introducción de tecnologías de avanzada se “hace más ancha la brecha que separa a ricos y pobres”, ¡vaya conclusión de tonto! El silogismo está mal planteado o las premisas son absurdas: “la tecnología crea ganancias”, “las ganancias crean ricos”, luego “los pobres son más pobres”. Mayor estupidez no puede concebirse.
La izquierda bananera quiere salir del subdesarrollo. Intención válida; para ello pretende que se impulse la industrialización. Nada que objetar. Entonces hay que propiciar la transferencia de tecnologías y la inversión extranjera en el sector industrial o transformativo, no rechazarla como imagen virtual de la penetración imperialista; y hay que invertir en la educación, calificar a la fuerza laboral de donde se pueden extraer los técnicos y los obreros capaces de hacer aplicable la nueva tecnología. Sin la capacitación de la fuerza laboral no hay modo posible de hacer más estrecha la “brecha que separa a ricos y pobres”.
Pero veamos qué dice Galeano sobre el tema de la reforma agraria: “Desde que la Alianza para el Progreso proclamó a los cuatro vientos, la necesidad de la reforma agraria, la oligarquía y la tecnocracia no han cesado de elaborar proyectos. Decenas de proyectos, gordos, flacos, anchos, angostos, duermen en las estanterías de los parlamentos de todos los países latinoamericanos”. Esta afirmación del novel historiador de fantasías hace recordar la anécdota que se recoge en el evangelio de San Lucas (11: 14-22) cuando los fariseos acusaban a Jesús de que expulsaba a los demonios por medio de Beelzebú, príncipe de los demonios. La respuesta del Mesías fue la siguiente: “Todo reino dividido contra sí mismo, es asolado; y una casa dividida contra sí misma, se desplomará. Y si también Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo se mantendrá su reino?”. ¿Cómo puede ser posible que la oligarquía se revuelva contra sí misma, atacando la base de su poder que es el latifundio por medio de un replanteo de la propiedad fundaría? Se derrumbaría su poder.
Galeano luego hace un recuento muy somero de las leyes de Reforma Agraria que se habían promulgado en América Latina. De la Reforma Agraria de 1964 en Ecuador afirma: “Otra reforma agraria digna de una antología es la que se promulgó en Ecuador en 1964. El gobierno solo distribuyó tierras improductivas, a la par que facilitó la concentración de las tierras de mejor calidad en manos de los grandes terratenientes”
Digamos en primer lugar que esa Reforma Agraria fue dictada por la Junta Militar que asumiera el poder en Ecuador el 11 de julio de 1963 tras deponer al presidente pro castrista Carlos Julio Arosemena. Muchos de los críticos del gobierno cuatriviro, denominado así por estar integrado por un cuerpo colegiado de cuatro altos mandos militares, reconocen en cambio que la Ley de Reforma Agraria, que promulgara bajo la asesoría del Ministro de Fomento, abolió el huasipungo (una forma ancestral de explotación del indígena que por el cultivo de una minúscula parcela de tierra de subsistencia se veía obligado a trabajar gratuitamente para el terrateniente), posibilitó la reversión de tierras a las comunidades indígenas y favoreció la producción. La Reforma Agraria benefició a 23 mil familias y resolvió 14.008 casos de huasipungos en 800 haciendas .
Según Carlos Nieto Cabrera entre 1964 y los años finales de la década de 1970 “se dieron las condiciones más favorables (en Ecuador) para el acceso a la tierra de campesinos e indígenas: en algunos casos, el acceso tuvo lugar por negociación; en otros, por tomas forzadas (y ulterior negociación)”. No obstante, este autor afirma que el acceso a la tierra de campesinos indígenas y negros no les permitió salir de su pobreza crónica debido a varias causas. “En algunos casos, los dueños de los grandes fundos y haciendas cedieron las tierras menos productivas y de menor potencial agroecológico conservando para sí las más productivas”. Aspecto este que puede confirmar la tesis de Galeano sino se toma en cuenta la expresión relativa de “en algunos casos” empleada por el autor y no la absoluta del hombre de las venas abiertas. “En otros ─ continúa Nieto Cabrera ─, las condiciones de acceso al crédito y a la tecnología que regían las entregas de predios eran tan desventajosas que los campesinos e indígenas, no pudiendo hacer producir la tierra, descuidaron la tierra y favorecieron la erosión del suelo y la pérdida de la cubierta vegetal”
Es por esta razón que Michel Laforge consideró las reformas de 1964 y de 1973, no fueron integrales.
Para Nieto Cabrera los procesos de reforma agraria y de apertura del mercado de tierra en Ecuador plantearon ciertos aspectos positivos, señalando como uno de esos aspectos al hecho de que antes de la apertura del mercado de tierra “los grandes propietarios no tenían incentivos para hacer mejoras o llevar a cabo programas de conservación, debido a la amenaza constante de invasiones o traspasos forzados. Tampoco los pequeños propietarios o propietarios ancestrales sin título se veían motivados a participar en los planes de conservación o de mejora. En la actualidad existe una cierta seguridad de la tenencia de la tierra y un mercado de tierras que ha proporcionado a ambos grupos de propietarios los incentivos necesarios para invertir en la conservación y mejora de los recursos naturales”
miércoles, 25 de agosto de 2010
PHANTON vaga entre candidatos
Me muevo entre las sombras e indago y critico.
¡Ah, los candidatos republicanos en la Florida!
Ahora se buscan un posible (o imposible) senador federal. Y salen y sacan a un lindoro. Un chico bonito que gastó 138.00 dólares en un corte de pelo y en un servicio de depilación. Es coqueto el muchacho - ¿será un metrosexual? – lo malo es que el servicio lo cargó a una tarjeta de crédito de su partido. ¡Ah, pillín! ¿Quieres ser el Apolo del Partido Republicano o tal vez su vedette masculina?
Es joven físicamente; pero si le penetramos su alma, como solo puede hacer un incorpóreo fantasma, la imagen que nos ofrece no es otra que la de un viejito achacoso, encorvado y cagalitroso… ¡Jesús, qué feo! Tan joven y tan pero tan conservador, tanto que se convierte en un reaccionario recalcitrante; como que se identifica con ese engendro organizativo de radicales conservadores denominado Tea Party, la crema y nata de la extrema derecha, donde no es de extrañar se alineen many rednecks que guardan en lugar seguro alguna capucha del KKK. ¡Ah, el Tea Party! Con su vocera falta de sesos, la otra vedette republicana, femenina, la Sarah Palin.
Radicalmente conservador ese Marquitos Rubio. El conservadorismo es una postura senil. No cuadra con una persona joven. Conservadurismo es no querer cambios; es querer dejar las cosas como están; es querer que las grandes compañías sigan haciendo lo que le den su realísima gana para acumular fortuna sin que nadie les controlen y hayan llevado al país a la terrible crisis por la que hoy atraviesa y que fomentó la pasada administración republicana. Conservadurismo en la Florida es conceder todos los derechos a los patrones y limitar sus derechos a los empleados. Es rechazar airadamente la participación de las uniones o sindicatos en la defensa de los intereses de sus asociados.
Los conservadores se afanan con el sofismo del Estado pequeño para oponerse a cualquier incremento de los impuestos aduciendo falaz y demagógicamente que perjudican a los trabajadores y a la clase media cuando en realidad quienes salen millonariamente beneficiadas con la rebaja de los impuestos, son las grandes corporaciones. ¡Ah, si alguien les sale al paso a sus pretensiones, nada más fácil que acusarles de comunistas o en el mejor de los casos de socialistas! Se olvidan que si la extrema izquierda se identifica con el comunismo, la extrema derecha, el super conservadurismo, se identifica con el fascismo y ya se sabe que los extremos se tocan y se igualan.
¡Ah, los candidatos republicanos en la Florida!
Ahora se buscan un posible (o imposible) senador federal. Y salen y sacan a un lindoro. Un chico bonito que gastó 138.00 dólares en un corte de pelo y en un servicio de depilación. Es coqueto el muchacho - ¿será un metrosexual? – lo malo es que el servicio lo cargó a una tarjeta de crédito de su partido. ¡Ah, pillín! ¿Quieres ser el Apolo del Partido Republicano o tal vez su vedette masculina?
Es joven físicamente; pero si le penetramos su alma, como solo puede hacer un incorpóreo fantasma, la imagen que nos ofrece no es otra que la de un viejito achacoso, encorvado y cagalitroso… ¡Jesús, qué feo! Tan joven y tan pero tan conservador, tanto que se convierte en un reaccionario recalcitrante; como que se identifica con ese engendro organizativo de radicales conservadores denominado Tea Party, la crema y nata de la extrema derecha, donde no es de extrañar se alineen many rednecks que guardan en lugar seguro alguna capucha del KKK. ¡Ah, el Tea Party! Con su vocera falta de sesos, la otra vedette republicana, femenina, la Sarah Palin.
Radicalmente conservador ese Marquitos Rubio. El conservadorismo es una postura senil. No cuadra con una persona joven. Conservadurismo es no querer cambios; es querer dejar las cosas como están; es querer que las grandes compañías sigan haciendo lo que le den su realísima gana para acumular fortuna sin que nadie les controlen y hayan llevado al país a la terrible crisis por la que hoy atraviesa y que fomentó la pasada administración republicana. Conservadurismo en la Florida es conceder todos los derechos a los patrones y limitar sus derechos a los empleados. Es rechazar airadamente la participación de las uniones o sindicatos en la defensa de los intereses de sus asociados.
Los conservadores se afanan con el sofismo del Estado pequeño para oponerse a cualquier incremento de los impuestos aduciendo falaz y demagógicamente que perjudican a los trabajadores y a la clase media cuando en realidad quienes salen millonariamente beneficiadas con la rebaja de los impuestos, son las grandes corporaciones. ¡Ah, si alguien les sale al paso a sus pretensiones, nada más fácil que acusarles de comunistas o en el mejor de los casos de socialistas! Se olvidan que si la extrema izquierda se identifica con el comunismo, la extrema derecha, el super conservadurismo, se identifica con el fascismo y ya se sabe que los extremos se tocan y se igualan.
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