Fernando Mires.
Blog POLIS
La palabra cretino suena como un insulto. Y
claro que lo es en ciertas ocasiones. Pero no nos veamos la suerte entre
gitanos. En política es un término usual. La política, al venir de la guerra,
es antagónica y agónica, controversial e inamistosa. En todo caso no es un
lugar para ganar amigos. La lucha política está plagada de insultos y
descalificaciones, y a veces asoman con fuerza en los debates parlamentarios de
los países más democráticos del mundo.
No obstante, hay que saber diferenciar: el
insulto político, cuando es aplicado a una persona en particular, no es
político; es simplemente una ofensa personal. En cambio, cuando es aplicado a
un grupo, a una tendencia, a un partido, a una ideología o a una postura, el
insulto pierde su procacidad sin perder su carácter político. Es un insulto, pero
es un insulto político. Por ejemplo: si digo “el marxismo es una estupidez”, no
quiero decir que mi amigo Juan que es marxista, sea un estúpido. Y así lo
entiende Juan.
Pero la palabra cretino no es solo un insulto. Es una calificación política que tiene cierta escuela. Karl Marx por ejemplo, usaba constantemente el concepto de “cretinismo parlamentario” para referirse a quienes hacían del parlamento el centro de la política. En su 18 de Brumario, por ejemplo, leemos lo siguiente: “Hay que estar verdaderamente muy afectado por esta enfermedad tan particular que desde 1848 golpea a todo el continente, es decir, el cretinismo parlamentario, que relega a un mundo imaginario a aquellos que la sufren y les quita toda inteligencia, todo recuerdo, toda comprensión del rudo mundo exterior”. Lenin, que no era un marxista demasiado ortodoxo, le devolvió la mano a Marx y en su libro “El izquierdismo, enfermedad infantil de comunismo” calificó de cretinos a esos izquierdistas que, para no legitimar al orden burgués, no aceptaban sufragar en las elecciones parlamentarias de los países de Europa.
En la acera del frente, la del conservatismo militante, sucedía exactamente lo mismo. De Maistre (“Cada pueblo tiene el gobierno que se merece”) y Donoso Cortés no se quedaron en chicas para calificar a los defensores de la democracia parlamentaria, llamados por ellos, cobardes, indecisos y pusilánimes. El filósofo de la extrema derecha alemana, Carl Schmitt (admirador confeso de Lenin) fue más lejos: calificó a los parlamentarios y parlamentaristas de “papagayos” (al menos los cretinos son seres humanos)
En términos políticos, menos que un insulto, el concepto de cretinismo, al ser ya parte de una larga tradición, ha terminado por convertirse en una metáfora destinada a designar a quienes se niegan a aprender de las experiencias y hacen todo lo contrario a lo que indica el sentido común, es decir, a quienes creen en mitos y en fantasías irrealizables, a los que asumen posturas infantiles o emocionales, moralistas o épicas, carentes de madurez y reflexión.
En ese sentido he calificado a los grupos políticos organizados que defienden el abstencionismo en Venezuela, como a cretinos políticos. Algunos de ellos, los más ignorantes, es decir los que ni siquiera saben que la palabra cretinismo tiene una connotación política despojada de una designación clínica ya en desuso, lo han tomado como una ofensa personal. Problema de ellos. Uno no tiene por qué hablar siempre de acuerdo al nivel de las supinas ignorancias.
El abstencionismo políticamente organizado –no las personas que por razones A o X no desean votar- vale decir, esa tendencia convertida en movimiento y que, siguiendo la lógica de la dictadura venezolana está llamando abiertamente a la abstención, es, para quien escribe estas líneas, una expresión de cretinismo político en su fase más avanzada de desarrollo.
Cretinismo político es romper con una tradición política que ha rendido frutos, contra Chávez (plebiscito del 2007) y contra Maduro (6D.) Cretinismo político es imaginar que una dictadura se legitima con votos. Cretinismo político es creer que la comunidad democrática internacional va a apoyar a una oposición que se niega a participar en elecciones. Cretinismo político es oponer las manifestaciones de calle como alternativa a la lucha electoral, como si esta última tuviera lugar en los dormitorios. Cretinismo político es soñar con un golpe de estado democrático. Cretinismo político es esperar que Trump se juegue la vida por los venezolanos, Cretinismo político es entregar al enemigo gobernaciones que son fáciles de ganar. Cretinismo político es negar una opción sin ofrecer ninguna otra. Cretinismo político es que, cuando justamente todas las encuestas te muestran que la dictadura se encuentra en abierta minoría, tú te retiras de las elecciones. Cretinismo político es hacer justamente lo que la dictadura quiere que tú hagas, boicotear las elecciones, el único espacio en donde esa dictadura no puede ganar. Y no por último, cretinismo político es dividir a la oposición, a la única que existe, justo en los instantes en los cuales la unidad es más importante que nunca.
La tradición política no se equivoca. Hay seres humanos que, siendo muy inteligentes, no saben pensar, escribió Hannah Arendt (“La Condición Humana”.) No saber pensar políticamente, aunque en otras materias seas un genio, es en cierto modo un síntoma de cretinismo político. Cretinismo político, al fin, es no saber pensar de acuerdo a tus intereses articulados con los de los demás en el marco de un espacio político común.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario