Mario J. Viera
Capítulo LV
Bahía de Cochinos, una
enseñanza
(Séptima y última Parte)
Is
that all?
Arthur
Schlesinger, en su libro 1000 Days,
citado por José Luis Álvarez, haciendo referencia a “una tensa reunión” que se
celebrara el 4 de abril dice: “Kennedy empezó
a preguntar a los asistentes que pensaban. Fullbright, hablando con énfasis y
en tono incrédulo, condenó la idea por completo. La operación, dijo, era
salvajemente desproporcionada a la amenaza. Pondría en peligro nuestra posición
moral en el mundo y nos imposibilitaría denunciar las violaciones de tratados
de los comunistas. Fue una intervención valiente, al viejo estilo
norteamericano, honrada, sensata y con fuerza; pero dejó a todos los presentes
fríos, excepto a mí y quizás al presidente”[1].
Con
todas las condiciones para ejecutar operativos tácticos que ofrecía la zona de
Casilda/Trinidad, muy limitadas estas en la zona elegida finalmente en el Plan
Zapata, el Estado Mayo Conjunto había considerado, tal como lo señalaría
Schlesinger “que el éxito final dependería de un levantamiento de dimensión
razonable de la población de la isla”, tanto Dulles como Bissell, fundándose en
informaciones erradas sobre las posibilidades de la resistencia interna, señala
Schlesinger, “en vez de desestimarla,
como parece era su punto de vista, dijeron que unas 2 500 personas pertenecían
ya a organizaciones de la resistencia, que 20 000 más eran simpatizantes y que
la brigada, una vez establecida en la isla, tendría el apoyo activo de al menos
una cuarta parte de la población cubana. Ellos respaldaron estos cálculos
optimistas citando contactos en Cuba que pedían armas y aseguraban que un
número concreto de hombres estaban listos para luchar en cuanto se les diera la
señal (...) Solo más tarde ─
agrega Schlesinger ─ comprendimos que el
Departamento de Inteligencia de la CIA nunca había evaluado oficialmente la
expedición a Cuba, y que el elaborado procedimiento de estimación nacional
nunca se dirigió al punto de si una invasión provocaría otros levantamientos”.
Aprobado
el inicio de las operaciones, el 15 de abril las fuerzas invasoras partieron
desde Puerto Cabezas (Happy Valley)
en Nicaragua con destino a Bahía de Cochinos y desde allí salieron hacia Cuba
los ocho B-26, de los dieciséis disponibles, que se emplearían en la Operación Puma con el objetivo de
bombardear aeropuertos militares y destruir en tierra los aviones de la fuerza
aérea cubana. “Los hombres dejados atrás
en Happy Valley ─ relata Jim Rasenberger ─ parados en la oscuridad cerca de la pista contaban los aviones de la
así llamada Fuerza Aérea Cubana de Liberación que partían; en total eran solo
ocho. Los B-26 de la flota de la Brigada era de dieciséis aviones, por tanto,
solo la mitad de las naves había partido. ‘Is that all? (¿Eso es todo?) uno de los pilotos americanos, Albert C.
Persons preguntó en voz alta cuando ya desaparecía el último avión. Is that
all?”[2]
Esta
decisión de lanzar solo ocho de los dieciséis disponibles para una misión de
bombardeo sobre Cuba, planteó un conflicto entre lo estratégicamente militar y
lo político. Militarmente, erróneo; políticamente, si se deseaba justificar el
raid como un acto de insurrección de la Fuerza Aérea cubana y mantener la plausible deniability de que Estados
Unidos estuviera detrás de aquel operativo, pudiera admitirse como aceptable. Un
ataque masivo de 16 B-26 sobre territorio cubano, evidenciaría claramente que
no se trataba de una rebelión al interior del cuerpo aéreo de Cuba y quedaría
claramente expuesta la participación estadounidense.
Con
el propósito de ocultar la participación de Estados Unidos en el ataque a los
aeropuertos de Columbia, San Antonio de los Baños y de Santiago de Cuba, los
aviones atacantes llevaban en sus alas los distintivos de la fuerza aérea revolucionaria;
tal vez por esta causa unida a la inexperiencia de los pilotos y a las
deficiencias presentes en los viejos bombarderos B-26 empleados en el raid
aéreo, este primer ataque, que finalmente sería el único que se realizaría, no
cumpliría con los planes trazados; de los cincuenta aviones con los que contaba
el ejército rebelde solo seis fueron destruidos. El resultado final de aquel
ataque fue un B-26 derribado por la artillería cubana, otro se vio obligado a
emprender vuelo hacia Cayo Hueso al recibir varios impactos de balas
antiaéreas, en tanto un tercero tuvo que realizar un aterrizaje de emergencia
en la isla Gran Caimán. La participación de los Estados Unidos no pudo obviarse
y ese mismo día el canciller cubano Raúl Roa acusa a Estados Unidos ante el Decimoquinto
periodo de Sesiones de la plenaria de la Asamblea General como Estado agresor
por actos que según el canciller cubano “ponían en gravísimo riesgo la paz y
seguridad internacionales”. En los exteriores del edificio de las Naciones
Unidas, miembros del Comité Justo Trato
para Cuba de Nueva York, integrado por ciudadanos de Estados Unidos,
comenzaron a congregarse en protesta por el ataque aéreo sobre aeropuertos
cubanos. Ese mismo día, a propuesta del embajador soviético Valerian Zorín, se
convocó a una nueva reunión para tratar la denuncia del representante cubano. Al
tomar la palabra Roa expuso sus puntos de vista sobre los hechos registrados la
noche anterior: “Este es, sin duda, el
prólogo de la invasión en gran escala, urdida, organizada, avituallada, armada
y financiada por el gobierno de Estados Unidos de Norteamérica, con la
complicidad de las dictaduras satélites del hemisferio occidental y el concurso
de cubanos traidores y mercenarios de toda laya, entrenados en territorio
norteamericano y en Guatemala por técnicos del Pentágono y de la Agencia
Central de Inteligencia”. La “plausible
deniability”, que tanto buscaban alcanzar los burócratas de Washington
había quedado en ridículo, ya no se podía negar ante la opinión internacional
la participación de los Estados Unidos en los ataques lanzados contra el
territorio cubano, ni aquellos que le continuaran. Roa concluiría su denuncia
diciendo: “Queremos advertir a los
representantes que los mercenarios alquilados por el gobierno de los Estados
Unidos han anunciado que esta noche a las 10 volverán a bombardear las ciudades
cubanas”. En respuesta a las denuncias que se hacen a nivel internacional,
los asesores de Kennedy le conminan para que suspendiera el segundo raid
previsto.
Al
día siguiente, el gobierno revolucionario convoca a una concentración popular
para despedir el duelo de los caídos durante el ataque aéreo y ante la gran
muchedumbre predominantemente de milicianos armados, Castro proclama el
carácter marxista de su revolución y ordena la movilización de todos los
batallones de combate. En su discurso, Castro compararía aquel ataque con el
ataque perpetrado por Japón contra la base de Pearl Harbor durante la Segunda
Guerra Mundial: “Si el ataque a Pearl
Harbor fue considerado por el pueblo de Estados Unidos como un crimen y como un
acto traicionero y cobarde, nuestro pueblo tiene derecho a considerar el ataque
imperialista de ayer como un hecho dos veces criminal, dos veces artero, dos
veces traicionero ¡y mil veces cobarde!” Y agregaría: “Con todo y eso, cuando los japoneses atacaron a Pearl Harbor,
afrontaron la responsabilidad histórica de sus hechos. Cuando los japoneses atacaron a Pearl Harbor,
no trataron de ocultar que fueron ellos los organizadores y los ejecutores de
aquel ataque, afrontaron las consecuencias históricas y las consecuencias
morales de sus hechos”.
Ya
la operación no podía abortarse y Castro ganaba prestigio internacional y
recibiría la solidaridad internacional. Era ahora el David enfrentado a Goliat,
la sardina que no podía devorar el tiburón. El mito de Castro se fortalecía, no
solo en la conciencia nacional sino en las simpatías internacionales. Para
América Latina, Cuba comunista no era la Guatemala de Arbenz y todo debido a
los planes burdamente elaborados por la CIA, chapuceramente impulsado por los
asesores políticos de John F. Kennedy. Los expedicionarios de la Brigada 2506,
serían vistos ahora como mercenarios y luego quedarían abandonados a su suerte
por Estados Unidos. He ahí el peligro de confiar en potencias extrajeras para
triunfar sobre una dictadura.
Y
Castro proclama que aquel ataque era algo que se esperaba, “era la culminación lógica ─ expuso ─ de las quemas a los cañaverales, de los
centenares de violaciones a nuestro espacio aéreo, de las incursiones aéreas
piratas, de los ataques piratas a nuestras refinerías por embarcación que
penetró en una madrugada; era la consecuencia de lo que todo el mundo sabe; era
la consecuencia de los planes de agresión que se vienen fraguando por Estados
Unidos en complicidad con gobiernos lacayos en América Central...” Y al
compás de los coros que piden “Paredón”, lanza Castro la amenaza de lo que ya se
comenzaba a hacer: “Y los que estén de
acuerdo con semejante crimen, los que estén de acuerdo con semejante salvajada,
los que se venden miserablemente y apoyan las actividades de esos criminales,
los que conspiran contra la patria, en la calle, en las iglesias, en las
escuelas, en dondequiera, ¡merecen que la Revolución los trate como se merecen!”
Pronto se iniciaría en todo el país una redada para detener a miles de personas
catalogadas como adversas al gobierno, miles que fueron concentradas en campos deportivos,
y en prisiones. A propósito, muy acertadamente expone Eugenio Yáñez: “La evaluación de la situación interna en
Cuba por parte de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) fue de una
insensatez absoluta: el criterio de que los cubanos repudiaban masivamente al
gobierno revolucionario, y de que los grupos de la clandestinidad anticastrista
pondrían en jaque al régimen en apoyo a los invasores, duró menos que el
clásico merengue en la puerta de un colegio: en pocas horas casi treinta mil
militantes de organizaciones contrarrevolucionarias o sospechosos de no
simpatizar con el régimen fueron detenidos por la Seguridad del Estado y los
Comités de Defensa de la Revolución. Además, las prisiones fueron dinamitadas
para volarlas si fuera necesario y garantizar que los “gusanos” que estaban
presos desde antes no pudieran apoyar a los invasores en caso de que lograran
avanzar”[3]. Cierra entonces Castro su
discurso ordenando la movilización de todos los batallones de combate: “Compañeros, todas las unidades deben
dirigirse hacia la sede de sus respectivos batallones, en vista de la
movilización ordenada para mantener el país en estado de alerta ante la
inminencia que se deduce de todos los hechos de las últimas semanas y del
cobarde ataque de ayer, de la agresión de los mercenarios. Marchemos a las
Casas de los Milicianos, formemos los batallones y dispongámonos a salirle al
frente al enemigo (…) Marchemos a
nuestros respectivos batallones y allí esperen órdenes, compañeros”.
Se
insiste en que todo el fracaso de las operaciones de fuerza contra Castro se
debe a la débil actitud de John F. Kennedy, y en parte tienen razón los que así
opinan; sin embargo, esa responsabilidad hay que cargarla también sobre otros
hombros. Kennedy tenía serias dudas en cuanto a la magnitud de las operaciones
que hacían impracticable la “negación plausible” de que Estados Unidos estaba
detrás de todo aquel operativo y quería evitar que esto sucediera a todo coste.
Para nadie era secreto que en Guatemala se entrenaba una Brigada de exiliados
anticastristas y que la CIA estaba comprometida en aquella actividad, como lo
denunciara Raúl Roa. Dean Rusk no estaba de acuerdo con la operación tal como
se había concebido y Schlesinger la rechazaba considerando que era preferible
en lugar de decidirse por acciones drástica practicar la alta política propia
de un estadista. Kennedy decidió que se estudiaran otros sitios y otros planes
alternativos para la operación, y en solo tres días la Task Force y el WH/4 dio
su respuesta. Todo un plan estratégico y sus contingencias resuelto en solo
unos pocos días. Dulles no puso objeción alguna. Hawkins eligió una nueva zona
para lanzar la operación; ¿pudieran aceptarse las conclusiones a las que
arribara Hawkins para elegir la zona de Zapata? Un experto en operaciones
anfibias de la talla de Hawkins no puede caer en la simpleza de haber elegido
un campo de operaciones basado en las informaciones de fotografía y aceptar
luego que hubo un error de interpretación de esas informaciones. Se elegía
Zapata solo porque en Soplillar había un campo de aterrizaje de 4 500 pies,
cuando en la zona de Trinidad había otra pista más adecuada. Hawkins no podría
ser tan irresponsable para elegir una zona donde no había posibilidad de una
retirada hacia las montañas en caso de eminente derrota que le permitiera a los
invasores unirse a las guerrillas, y una zona pantanosa y estrecha sin
posibilidad de impedir el avance ofensivo del enemigo como estaba previsto en
Trinidad. Sin embargo, Hawkins actuaba bajo fuerte presión y, ya antes, él y
Esterline intentaron renunciar al proyecto cuando el Plan Trinidad fue
desestimado. ¿Fue un descuido no intencionado? ¿Se pudiera aceptar la
justificación dada por el general White, que “se trataba de un cambio de ubicación, más que algún cambio significativo
en el plan”? Esto no se concibe en un general de las fuerzas armadas de
Estados Unidos. Todo cambio de ubicación del campo de operaciones conlleva
también cambios significativos en los planes. Se pudo hacer ver claramente a
Kennedy que la mejor plaza era la zona de Casilda/Trinidad, argumentos para
ello había suficientes y, manteniendo esta como zona de operaciones, haber
estudiado otras opciones que cumplieran con el requisito de la “plausible
deniability”. Otra pregunta a la que hay que dar respuesta: Si el Estado Mayor
Conjunto, como asegurara el General White, no estuvo de acuerdo con el traslado
de las operaciones de Trinidad hacia Zapata, ¿por qué entonces le dio su
“máximo apoyo” al Plan Zapata? ¿Por qué no advirtió al Presidente y dejó que
este asumiera que todo iba bien?
No
se puede pasar por alto lo que Jacob Esterline le confesara a Pfeiffer en una
entrevista realizada en 1975: “Ellos me
convencieron... cuando pasamos (de Trinidad a Zapata) ... que no había nada que
pudiéramos hacer, que no había otra alternativa, aparte de esto; y parecía
desde un punto de vista matemático, si tenemos ciertos ingredientes básicos ─
principalmente adecuado apoyo aéreo, transporte adecuado, adecuada Logística y
la capacidad de lucha de ellos era lo esperado, y el gobierno cubano no tenía
más de lo que creíamos que tenía, y acabó el Calvario su... acabó con su fuerza
aérea ─ que estas personas podrían ser capaces de sostenerse y podrían crear
suficiente acción de choque como para que el resto se levantara”[4].
¿A quiénes se refería cuando dijo que “ellos” le convencieron? ¿Dulles?
¿Bissell? ¿Se le había asegurado que la operación contaría con todos los
recursos de apoyo para asegurar el éxito?
La
inquietante pregunta que Richard Bissell le formulara a Kennedy en el caso de
que se cancelara todo el operativo: “¿Qué hacemos con los mil quinientos
hombres? ¿Los soltamos en Central Park a que se desmadren, o qué?” El mismo
Bissell hubiera podido responder su propia pregunta, retomar la idea inicial de
la operación antes de que escalara a un planeamiento de guerra regular; es
decir retomar el plan que preveía una unidad de infiltración con los exiliados
cubanos con capacidad para entrenar a los grupos que debían organizar dentro de
la isla y fomentar una red clandestina de inteligencia y con los cubanos que se
habían entrenado en Retalhuleu en operaciones paramilitares emplearles en
operaciones de infiltración y de fortalecimiento de las bandas guerrilleras.
Hawkins
relataría tiempo después lo que había conversado con Richard Bissell en torno a
la localización de una zona que cumpliera con la condición de contar con una
pista de aterrizaje. Esta zona según él estaba ubicada en las proximidades de
la península de Zapata. “Le dejé claro a
Bissell ─ declararía Hawkins ─ que,
sí, que podríamos entrar allí y mantener esa área por un rato debido al
estrecho acceso que poseía a través de los pantanos y a un tercio de Cienfuegos
a lo largo de la costa. Ahora bien, podemos mantener esta (posición) por un
rato, pero no por mucho. Por otra parte, la Brigada no tiene ninguna
oportunidad de abrirse paso para salir de allí. A despecho de estas
advertencias que le di, sobre los peligros militares que rodeaban a esta zona,
Bissell dijo, si este es el único lugar que satisface el requerimiento del
Presidente, entonces eso es lo que vamos a hacer. Y dijo, adelante y desarrolla
el plan en la Bahía de Cochinos”[5].
Así, sin más, sin un análisis sobre aquella opción, sin atender cuanto se
apartaba de las condiciones que existían en Trinidad, Bissell dio carta blanca
para elaborar el Plan Zapata. Pero Hawkins agrega: “Bissell actuó imprudentemente al no defender la operación Trinidad. Si
en realidad se querían deshacer de Castro, él debió defenderla, porque esta era
la única posibilidad. Más adelante no defendió la necesidad de las operaciones
aéreas. Yo no sabía que el presidente en realidad nunca había sido informado
sobre la necesidad de la eliminación de la fuerza aérea de Castro y
aparentemente no lo fue. Y yo no conocía eso. Yo resentía el hecho de que en el
último momento Bissell no hubiera luchado fuertemente para preservar nuestra
propia capacidad aérea y particularmente no permitir que el bombardeo final
fuera completamente cancelado. Yo pensaba que nos convenía tener suficiente honor
y no hacerla a aquellas tropas cubanas”. A estos pronunciamientos de
Hawkins agregaba Esterline algo que podría entenderse como una acusación: “Me veo obligado a llegar a una conclusión
muy infeliz y es la de que (Bissell) estaba
mintiendo por razones que todavía no entiendo totalmente. Ahora estoy
convencido de eso. Pienso que el hecho de que alguien tergiversara una
situación deliberadamente al máximo jefe de Estado, es algo bastante
imperdonable”[6].
Adelanto
una pregunta a la que no daré respuesta, pero dejándola como una insinuación,
¿Acaso hubo una conspiración contra Kennedy con el propósito de hacerle cargar
con una derrota lacerante?
Toda
una armazón de errores y omisiones condenaron la operación Zapata, fatal y
necesariamente, a un total desastre. ¿Traición? El hecho real de todo aquel
desastre lo resumiría el ex combatiente de la Brigada 2506 González Rebull: “Si no hubo traición, hubo abandono. Sin
lugar a dudas, sabíamos que nosotros los cubanos, teniendo en cuenta el poco
armamento, la distancia y los escasos aviones que teníamos, no podíamos
realizar esa acción militar solos. Sabíamos que sucedería lo que sucedió: Fidel
Castro pondría toda su fuerza allí, artillería, tanques y miles de hombres
contra los 1.246 de la Brigada 2506”[7].
Is that all?
La
sangre cubana se derramó sobre el suelo cenagoso desde Playa Larga hasta Playa
Girón, sangre de hermanos enfrentados en dos bandos contrarios. Unos y otros atrapados
en un juego político que les convertían en piezas desechables. Los caídos por
la parte castrista ascendieron a 142 combatientes y numerosos heridos; por la
Brigada invasora se produjeron aproximadamente 114, entre ahogados y muertos en
acción. Las consecuencias fueron desastrosas para los Estados Unidos y para el
presidente John F. Kennedy en primer lugar, tal como lo expone José Luis
Álvarez:
“Aparte del drama
personal para los combatientes (de la Brigada 2506), las consecuencias políticas para el presidente (Kennedy) fueron relevantes. Por vez primera, después
de varios años de éxitos encadenados en su imparable carrera desde congresista
por Boston, a senador de Massachussets, hasta llegar a ser presidente de
Estados Unidos, a Kennedy se le quebró su racha de buena suerte (…), pagando un alto precio en prestigio, en
buena voluntad hacia él y en capacidad de maniobra”[8].
Hundido
el prestigio de Estados Unidos en los pantanales de Playa Girón-Playa Larga
solo se consiguió lo contrario de los objetivos de Washington. El régimen
castrista se consolidaría con el fiasco de Bahía de Cochinos y Cuba afirmaría aún
más sus lazos con la Unión Soviética hasta convertirse en un preciado Estado
satélite para Moscú. Ahora Cuba representaba ante toda la América Latina un
importante precedente de reto a la doctrina Monroe.
El
20 de abril, en un discurso ofrecido ante la Sociedad Americana de Editores de
Periódicos (American Society of Newspaper
Editors), Kennedy reconocería públicamente la participación de Estados
Unidos en la fracasada expedición a Bahía de Cochinos y la justificaría como un
acto necesario a favor de la seguridad nacional de los Estados Unidos,
diciendo:
“Any unilateral
American intervention, in the absence of an external attack upon ourselves or
an ally, would have been contrary to our tradition and to our international
obligations. But let the record show that our restraint is not inexhaustible.
Should it ever appear that the interamerican doctrine of non-intervention
merely conceals or excuses a policy of non-action – if the nations of the hemisphere
should fail to meet their commitments against outside communist penetration –
then I want it clearly understood that this government will not hesitate in
meeting its primary obligations witch are to the security of our nation”[9].
“Cualquier intervención unilateral de Estados
Unidos, en ausencia de un ataque externo sobre nosotros o contra alguno de
nuestros aliados habría sido contrario a nuestras tradiciones y deberes
internacionales. Pero que conste que nuestra moderación no es inagotable. En el
caso de que pareciera que la doctrina interamericana de no injerencia encubra
una política de no acción ─ si las naciones de este hemisferio dejan de cumplir
sus deberes contra la penetración externa comunista ─, entonces quiero que se
comprenda claramente que este Gobierno no dudará en el cumplimiento de sus
obligaciones primarias que son la seguridad de nuestra Nación”.
[1] Arthur Schlesinger. 100
Days. Cit. por José Luis Álvarez. Decisiones estratégicas. LID Editorial Empresarial, Madrid, 2009
[2] Jim Rasenberger. The Brilliant Disaster: JFK, Castro, and America's Doomed Invasion of
Cuba's Bay of Pigs. Scribner, New York, 2011
[3] Eugenio Yáñez. Playa
Girón-Bahía de Cochinos: ¿dónde está la verdad? Cubaencuentro, 18 de abril
de 2012
[4] Jack B, Pfeiffer entrevista a Jacob Esterline sobre la operación
de Bahía de Cochinos. Noviembre 1975
[5] Peter Kornbluh. Op. Cit.
[6] Peter Kornbluh. Op. Cit.
[7] Jesús Hernández. Diario Las Américas, 16 de abril de 2016
[9] President John F. Kennedy. Address before the American Society of
Newspaper Editors. Statler Hilton Hotel, Washington, D.C. April 20, 1961. John
F. Kennedy. Presidential Library and Museum