jueves, 22 de septiembre de 2016

Del libro en preparación “Amigos, Aliados y Enemigos. Bahía de Cochinos, una enseñanza VII

Mario J. Viera


Capítulo LV

Bahía de Cochinos, una enseñanza

(Séptima y última Parte)

Is that all?

Arthur Schlesinger, en su libro 1000 Days, citado por José Luis Álvarez, haciendo referencia a “una tensa reunión” que se celebrara el 4 de abril dice: “Kennedy empezó a preguntar a los asistentes que pensaban. Fullbright, hablando con énfasis y en tono incrédulo, condenó la idea por completo. La operación, dijo, era salvajemente desproporcionada a la amenaza. Pondría en peligro nuestra posición moral en el mundo y nos imposibilitaría denunciar las violaciones de tratados de los comunistas. Fue una intervención valiente, al viejo estilo norteamericano, honrada, sensata y con fuerza; pero dejó a todos los presentes fríos, excepto a mí y quizás al presidente[1].

Con todas las condiciones para ejecutar operativos tácticos que ofrecía la zona de Casilda/Trinidad, muy limitadas estas en la zona elegida finalmente en el Plan Zapata, el Estado Mayo Conjunto había considerado, tal como lo señalaría Schlesinger “que el éxito final dependería de un levantamiento de dimensión razonable de la población de la isla”, tanto Dulles como Bissell, fundándose en informaciones erradas sobre las posibilidades de la resistencia interna, señala Schlesinger, “en vez de desestimarla, como parece era su punto de vista, dijeron que unas 2 500 personas pertenecían ya a organizaciones de la resistencia, que 20 000 más eran simpatizantes y que la brigada, una vez establecida en la isla, tendría el apoyo activo de al menos una cuarta parte de la población cubana. Ellos respaldaron estos cálculos optimistas citando contactos en Cuba que pedían armas y aseguraban que un número concreto de hombres estaban listos para luchar en cuanto se les diera la señal (...) Solo más tarde ─ agrega Schlesinger ─ comprendimos que el Departamento de Inteligencia de la CIA nunca había evaluado oficialmente la expedición a Cuba, y que el elaborado procedimiento de estimación nacional nunca se dirigió al punto de si una invasión provocaría otros levantamientos”.

Aprobado el inicio de las operaciones, el 15 de abril las fuerzas invasoras partieron desde Puerto Cabezas (Happy Valley) en Nicaragua con destino a Bahía de Cochinos y desde allí salieron hacia Cuba los ocho B-26, de los dieciséis disponibles, que se emplearían en la Operación Puma con el objetivo de bombardear aeropuertos militares y destruir en tierra los aviones de la fuerza aérea cubana. “Los hombres dejados atrás en Happy Valley ─ relata Jim Rasenberger ─ parados en la oscuridad cerca de la pista contaban los aviones de la así llamada Fuerza Aérea Cubana de Liberación que partían; en total eran solo ocho. Los B-26 de la flota de la Brigada era de dieciséis aviones, por tanto, solo la mitad de las naves había partido. ‘Is that all? (¿Eso es todo?) uno de los pilotos americanos, Albert C. Persons preguntó en voz alta cuando ya desaparecía el último avión. Is that all?[2]

Esta decisión de lanzar solo ocho de los dieciséis disponibles para una misión de bombardeo sobre Cuba, planteó un conflicto entre lo estratégicamente militar y lo político. Militarmente, erróneo; políticamente, si se deseaba justificar el raid como un acto de insurrección de la Fuerza Aérea cubana y mantener la plausible deniability de que Estados Unidos estuviera detrás de aquel operativo, pudiera admitirse como aceptable. Un ataque masivo de 16 B-26 sobre territorio cubano, evidenciaría claramente que no se trataba de una rebelión al interior del cuerpo aéreo de Cuba y quedaría claramente expuesta la participación estadounidense.

Con el propósito de ocultar la participación de Estados Unidos en el ataque a los aeropuertos de Columbia, San Antonio de los Baños y de Santiago de Cuba, los aviones atacantes llevaban en sus alas los distintivos de la fuerza aérea revolucionaria; tal vez por esta causa unida a la inexperiencia de los pilotos y a las deficiencias presentes en los viejos bombarderos B-26 empleados en el raid aéreo, este primer ataque, que finalmente sería el único que se realizaría, no cumpliría con los planes trazados; de los cincuenta aviones con los que contaba el ejército rebelde solo seis fueron destruidos. El resultado final de aquel ataque fue un B-26 derribado por la artillería cubana, otro se vio obligado a emprender vuelo hacia Cayo Hueso al recibir varios impactos de balas antiaéreas, en tanto un tercero tuvo que realizar un aterrizaje de emergencia en la isla Gran Caimán. La participación de los Estados Unidos no pudo obviarse y ese mismo día el canciller cubano Raúl Roa acusa a Estados Unidos ante el Decimoquinto periodo de Sesiones de la plenaria de la Asamblea General como Estado agresor por actos que según el canciller cubano “ponían en gravísimo riesgo la paz y seguridad internacionales”. En los exteriores del edificio de las Naciones Unidas, miembros del Comité Justo Trato para Cuba de Nueva York, integrado por ciudadanos de Estados Unidos, comenzaron a congregarse en protesta por el ataque aéreo sobre aeropuertos cubanos. Ese mismo día, a propuesta del embajador soviético Valerian Zorín, se convocó a una nueva reunión para tratar la denuncia del representante cubano. Al tomar la palabra Roa expuso sus puntos de vista sobre los hechos registrados la noche anterior: “Este es, sin duda, el prólogo de la invasión en gran escala, urdida, organizada, avituallada, armada y financiada por el gobierno de Estados Unidos de Norteamérica, con la complicidad de las dictaduras satélites del hemisferio occidental y el concurso de cubanos traidores y mercenarios de toda laya, entrenados en territorio norteamericano y en Guatemala por técnicos del Pentágono y de la Agencia Central de Inteligencia”. La “plausible deniability”, que tanto buscaban alcanzar los burócratas de Washington había quedado en ridículo, ya no se podía negar ante la opinión internacional la participación de los Estados Unidos en los ataques lanzados contra el territorio cubano, ni aquellos que le continuaran. Roa concluiría su denuncia diciendo: “Queremos advertir a los representantes que los mercenarios alquilados por el gobierno de los Estados Unidos han anunciado que esta noche a las 10 volverán a bombardear las ciudades cubanas”. En respuesta a las denuncias que se hacen a nivel internacional, los asesores de Kennedy le conminan para que suspendiera el segundo raid previsto.

Al día siguiente, el gobierno revolucionario convoca a una concentración popular para despedir el duelo de los caídos durante el ataque aéreo y ante la gran muchedumbre predominantemente de milicianos armados, Castro proclama el carácter marxista de su revolución y ordena la movilización de todos los batallones de combate. En su discurso, Castro compararía aquel ataque con el ataque perpetrado por Japón contra la base de Pearl Harbor durante la Segunda Guerra Mundial: “Si el ataque a Pearl Harbor fue considerado por el pueblo de Estados Unidos como un crimen y como un acto traicionero y cobarde, nuestro pueblo tiene derecho a considerar el ataque imperialista de ayer como un hecho dos veces criminal, dos veces artero, dos veces traicionero ¡y mil veces cobarde!” Y agregaría: “Con todo y eso, cuando los japoneses atacaron a Pearl Harbor, afrontaron la responsabilidad histórica de sus hechos.  Cuando los japoneses atacaron a Pearl Harbor, no trataron de ocultar que fueron ellos los organizadores y los ejecutores de aquel ataque, afrontaron las consecuencias históricas y las consecuencias morales de sus hechos”. 

Ya la operación no podía abortarse y Castro ganaba prestigio internacional y recibiría la solidaridad internacional. Era ahora el David enfrentado a Goliat, la sardina que no podía devorar el tiburón. El mito de Castro se fortalecía, no solo en la conciencia nacional sino en las simpatías internacionales. Para América Latina, Cuba comunista no era la Guatemala de Arbenz y todo debido a los planes burdamente elaborados por la CIA, chapuceramente impulsado por los asesores políticos de John F. Kennedy. Los expedicionarios de la Brigada 2506, serían vistos ahora como mercenarios y luego quedarían abandonados a su suerte por Estados Unidos. He ahí el peligro de confiar en potencias extrajeras para triunfar sobre una dictadura.

Y Castro proclama que aquel ataque era algo que se esperaba, “era la culminación lógica ─ expuso ─ de las quemas a los cañaverales, de los centenares de violaciones a nuestro espacio aéreo, de las incursiones aéreas piratas, de los ataques piratas a nuestras refinerías por embarcación que penetró en una madrugada; era la consecuencia de lo que todo el mundo sabe; era la consecuencia de los planes de agresión que se vienen fraguando por Estados Unidos en complicidad con gobiernos lacayos en América Central...” Y al compás de los coros que piden “Paredón”, lanza Castro la amenaza de lo que ya se comenzaba a hacer: “Y los que estén de acuerdo con semejante crimen, los que estén de acuerdo con semejante salvajada, los que se venden miserablemente y apoyan las actividades de esos criminales, los que conspiran contra la patria, en la calle, en las iglesias, en las escuelas, en dondequiera, ¡merecen que la Revolución los trate como se merecen!” Pronto se iniciaría en todo el país una redada para detener a miles de personas catalogadas como adversas al gobierno, miles que fueron concentradas en campos deportivos, y en prisiones. A propósito, muy acertadamente expone Eugenio Yáñez: “La evaluación de la situación interna en Cuba por parte de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) fue de una insensatez absoluta: el criterio de que los cubanos repudiaban masivamente al gobierno revolucionario, y de que los grupos de la clandestinidad anticastrista pondrían en jaque al régimen en apoyo a los invasores, duró menos que el clásico merengue en la puerta de un colegio: en pocas horas casi treinta mil militantes de organizaciones contrarrevolucionarias o sospechosos de no simpatizar con el régimen fueron detenidos por la Seguridad del Estado y los Comités de Defensa de la Revolución. Además, las prisiones fueron dinamitadas para volarlas si fuera necesario y garantizar que los “gusanos” que estaban presos desde antes no pudieran apoyar a los invasores en caso de que lograran avanzar[3]. Cierra entonces Castro su discurso ordenando la movilización de todos los batallones de combate: “Compañeros, todas las unidades deben dirigirse hacia la sede de sus respectivos batallones, en vista de la movilización ordenada para mantener el país en estado de alerta ante la inminencia que se deduce de todos los hechos de las últimas semanas y del cobarde ataque de ayer, de la agresión de los mercenarios. Marchemos a las Casas de los Milicianos, formemos los batallones y dispongámonos a salirle al frente al enemigo (…) Marchemos a nuestros respectivos batallones y allí esperen órdenes, compañeros”.

Se insiste en que todo el fracaso de las operaciones de fuerza contra Castro se debe a la débil actitud de John F. Kennedy, y en parte tienen razón los que así opinan; sin embargo, esa responsabilidad hay que cargarla también sobre otros hombros. Kennedy tenía serias dudas en cuanto a la magnitud de las operaciones que hacían impracticable la “negación plausible” de que Estados Unidos estaba detrás de todo aquel operativo y quería evitar que esto sucediera a todo coste. Para nadie era secreto que en Guatemala se entrenaba una Brigada de exiliados anticastristas y que la CIA estaba comprometida en aquella actividad, como lo denunciara Raúl Roa. Dean Rusk no estaba de acuerdo con la operación tal como se había concebido y Schlesinger la rechazaba considerando que era preferible en lugar de decidirse por acciones drástica practicar la alta política propia de un estadista. Kennedy decidió que se estudiaran otros sitios y otros planes alternativos para la operación, y en solo tres días la Task Force y el WH/4 dio su respuesta. Todo un plan estratégico y sus contingencias resuelto en solo unos pocos días. Dulles no puso objeción alguna. Hawkins eligió una nueva zona para lanzar la operación; ¿pudieran aceptarse las conclusiones a las que arribara Hawkins para elegir la zona de Zapata? Un experto en operaciones anfibias de la talla de Hawkins no puede caer en la simpleza de haber elegido un campo de operaciones basado en las informaciones de fotografía y aceptar luego que hubo un error de interpretación de esas informaciones. Se elegía Zapata solo porque en Soplillar había un campo de aterrizaje de 4 500 pies, cuando en la zona de Trinidad había otra pista más adecuada. Hawkins no podría ser tan irresponsable para elegir una zona donde no había posibilidad de una retirada hacia las montañas en caso de eminente derrota que le permitiera a los invasores unirse a las guerrillas, y una zona pantanosa y estrecha sin posibilidad de impedir el avance ofensivo del enemigo como estaba previsto en Trinidad. Sin embargo, Hawkins actuaba bajo fuerte presión y, ya antes, él y Esterline intentaron renunciar al proyecto cuando el Plan Trinidad fue desestimado. ¿Fue un descuido no intencionado? ¿Se pudiera aceptar la justificación dada por el general White, que “se trataba de un cambio de ubicación, más que algún cambio significativo en el plan”? Esto no se concibe en un general de las fuerzas armadas de Estados Unidos. Todo cambio de ubicación del campo de operaciones conlleva también cambios significativos en los planes. Se pudo hacer ver claramente a Kennedy que la mejor plaza era la zona de Casilda/Trinidad, argumentos para ello había suficientes y, manteniendo esta como zona de operaciones, haber estudiado otras opciones que cumplieran con el requisito de la “plausible deniability”. Otra pregunta a la que hay que dar respuesta: Si el Estado Mayor Conjunto, como asegurara el General White, no estuvo de acuerdo con el traslado de las operaciones de Trinidad hacia Zapata, ¿por qué entonces le dio su “máximo apoyo” al Plan Zapata? ¿Por qué no advirtió al Presidente y dejó que este asumiera que todo iba bien?

No se puede pasar por alto lo que Jacob Esterline le confesara a Pfeiffer en una entrevista realizada en 1975: “Ellos me convencieron... cuando pasamos (de Trinidad a Zapata) ... que no había nada que pudiéramos hacer, que no había otra alternativa, aparte de esto; y parecía desde un punto de vista matemático, si tenemos ciertos ingredientes básicos ─ principalmente adecuado apoyo aéreo, transporte adecuado, adecuada Logística y la capacidad de lucha de ellos era lo esperado, y el gobierno cubano no tenía más de lo que creíamos que tenía, y acabó el Calvario su... acabó con su fuerza aérea ─ que estas personas podrían ser capaces de sostenerse y podrían crear suficiente acción de choque como para que el resto se levantara[4]. ¿A quiénes se refería cuando dijo que “ellos” le convencieron? ¿Dulles? ¿Bissell? ¿Se le había asegurado que la operación contaría con todos los recursos de apoyo para asegurar el éxito?

La inquietante pregunta que Richard Bissell le formulara a Kennedy en el caso de que se cancelara todo el operativo: “¿Qué hacemos con los mil quinientos hombres? ¿Los soltamos en Central Park a que se desmadren, o qué?” El mismo Bissell hubiera podido responder su propia pregunta, retomar la idea inicial de la operación antes de que escalara a un planeamiento de guerra regular; es decir retomar el plan que preveía una unidad de infiltración con los exiliados cubanos con capacidad para entrenar a los grupos que debían organizar dentro de la isla y fomentar una red clandestina de inteligencia y con los cubanos que se habían entrenado en Retalhuleu en operaciones paramilitares emplearles en operaciones de infiltración y de fortalecimiento de las bandas guerrilleras.

Hawkins relataría tiempo después lo que había conversado con Richard Bissell en torno a la localización de una zona que cumpliera con la condición de contar con una pista de aterrizaje. Esta zona según él estaba ubicada en las proximidades de la península de Zapata. “Le dejé claro a Bissell ─ declararía Hawkins ─ que, sí, que podríamos entrar allí y mantener esa área por un rato debido al estrecho acceso que poseía a través de los pantanos y a un tercio de Cienfuegos a lo largo de la costa. Ahora bien, podemos mantener esta (posición) por un rato, pero no por mucho. Por otra parte, la Brigada no tiene ninguna oportunidad de abrirse paso para salir de allí. A despecho de estas advertencias que le di, sobre los peligros militares que rodeaban a esta zona, Bissell dijo, si este es el único lugar que satisface el requerimiento del Presidente, entonces eso es lo que vamos a hacer. Y dijo, adelante y desarrolla el plan en la Bahía de Cochinos[5]. Así, sin más, sin un análisis sobre aquella opción, sin atender cuanto se apartaba de las condiciones que existían en Trinidad, Bissell dio carta blanca para elaborar el Plan Zapata. Pero Hawkins agrega: “Bissell actuó imprudentemente al no defender la operación Trinidad. Si en realidad se querían deshacer de Castro, él debió defenderla, porque esta era la única posibilidad. Más adelante no defendió la necesidad de las operaciones aéreas. Yo no sabía que el presidente en realidad nunca había sido informado sobre la necesidad de la eliminación de la fuerza aérea de Castro y aparentemente no lo fue. Y yo no conocía eso. Yo resentía el hecho de que en el último momento Bissell no hubiera luchado fuertemente para preservar nuestra propia capacidad aérea y particularmente no permitir que el bombardeo final fuera completamente cancelado. Yo pensaba que nos convenía tener suficiente honor y no hacerla a aquellas tropas cubanas”. A estos pronunciamientos de Hawkins agregaba Esterline algo que podría entenderse como una acusación: “Me veo obligado a llegar a una conclusión muy infeliz y es la de que (Bissell) estaba mintiendo por razones que todavía no entiendo totalmente. Ahora estoy convencido de eso. Pienso que el hecho de que alguien tergiversara una situación deliberadamente al máximo jefe de Estado, es algo bastante imperdonable[6].

Adelanto una pregunta a la que no daré respuesta, pero dejándola como una insinuación, ¿Acaso hubo una conspiración contra Kennedy con el propósito de hacerle cargar con una derrota lacerante?

Toda una armazón de errores y omisiones condenaron la operación Zapata, fatal y necesariamente, a un total desastre. ¿Traición? El hecho real de todo aquel desastre lo resumiría el ex combatiente de la Brigada 2506 González Rebull: “Si no hubo traición, hubo abandono. Sin lugar a dudas, sabíamos que nosotros los cubanos, teniendo en cuenta el poco armamento, la distancia y los escasos aviones que teníamos, no podíamos realizar esa acción militar solos. Sabíamos que sucedería lo que sucedió: Fidel Castro pondría toda su fuerza allí, artillería, tanques y miles de hombres contra los 1.246 de la Brigada 2506[7]. Is that all?

La sangre cubana se derramó sobre el suelo cenagoso desde Playa Larga hasta Playa Girón, sangre de hermanos enfrentados en dos bandos contrarios. Unos y otros atrapados en un juego político que les convertían en piezas desechables. Los caídos por la parte castrista ascendieron a 142 combatientes y numerosos heridos; por la Brigada invasora se produjeron aproximadamente 114, entre ahogados y muertos en acción. Las consecuencias fueron desastrosas para los Estados Unidos y para el presidente John F. Kennedy en primer lugar, tal como lo expone José Luis Álvarez:  

Aparte del drama personal para los combatientes (de la Brigada 2506), las consecuencias políticas para el presidente (Kennedy) fueron relevantes. Por vez primera, después de varios años de éxitos encadenados en su imparable carrera desde congresista por Boston, a senador de Massachussets, hasta llegar a ser presidente de Estados Unidos, a Kennedy se le quebró su racha de buena suerte (…), pagando un alto precio en prestigio, en buena voluntad hacia él y en capacidad de maniobra[8].

Hundido el prestigio de Estados Unidos en los pantanales de Playa Girón-Playa Larga solo se consiguió lo contrario de los objetivos de Washington. El régimen castrista se consolidaría con el fiasco de Bahía de Cochinos y Cuba afirmaría aún más sus lazos con la Unión Soviética hasta convertirse en un preciado Estado satélite para Moscú. Ahora Cuba representaba ante toda la América Latina un importante precedente de reto a la doctrina Monroe.

El 20 de abril, en un discurso ofrecido ante la Sociedad Americana de Editores de Periódicos (American Society of Newspaper Editors), Kennedy reconocería públicamente la participación de Estados Unidos en la fracasada expedición a Bahía de Cochinos y la justificaría como un acto necesario a favor de la seguridad nacional de los Estados Unidos, diciendo:

Any unilateral American intervention, in the absence of an external attack upon ourselves or an ally, would have been contrary to our tradition and to our international obligations. But let the record show that our restraint is not inexhaustible. Should it ever appear that the interamerican doctrine of non-intervention merely conceals or excuses a policy of non-action – if the nations of the hemisphere should fail to meet their commitments against outside communist penetration – then I want it clearly understood that this government will not hesitate in meeting its primary obligations witch are to the security of our nation[9].

Cualquier intervención unilateral de Estados Unidos, en ausencia de un ataque externo sobre nosotros o contra alguno de nuestros aliados habría sido contrario a nuestras tradiciones y deberes internacionales. Pero que conste que nuestra moderación no es inagotable. En el caso de que pareciera que la doctrina interamericana de no injerencia encubra una política de no acción ─ si las naciones de este hemisferio dejan de cumplir sus deberes contra la penetración externa comunista ─, entonces quiero que se comprenda claramente que este Gobierno no dudará en el cumplimiento de sus obligaciones primarias que son la seguridad de nuestra Nación”.



[1] Arthur Schlesinger. 100 Days. Cit. por José Luis Álvarez. Decisiones estratégicas. LID Editorial Empresarial, Madrid, 2009
[2] Jim Rasenberger. The Brilliant Disaster: JFK, Castro, and America's Doomed Invasion of Cuba's Bay of Pigs. Scribner, New York, 2011
[3] Eugenio Yáñez. Playa Girón-Bahía de Cochinos: ¿dónde está la verdad? Cubaencuentro, 18 de abril de 2012
[4] Jack B, Pfeiffer entrevista a Jacob Esterline sobre la operación de Bahía de Cochinos. Noviembre 1975
[5] Peter Kornbluh. Op. Cit.
[6] Peter Kornbluh. Op. Cit.
[7] Jesús Hernández. Diario Las Américas, 16 de abril de 2016
[8] José Luis Álvarez. Decisiones estratégicas. LID Editorial Empresarial, Madrid, 2009
[9] President John F. Kennedy. Address before the American Society of Newspaper Editors. Statler Hilton Hotel, Washington, D.C. April 20, 1961. John F. Kennedy. Presidential Library and Museum

viernes, 16 de septiembre de 2016

Del libro en preparación “Amigos, Aliados y Enemigos. Bahía de Cochinos, una enseñanza VI

Mario J. Viera
Campamento de Retalhuleu


Capítulo LV

Bahía de Cochinos, una enseñanza

(Sexta Parte)


2. La guerrita perdida de JFK (Continuación)

El 14 de marzo de 1961, el nuevo plan modificado para lanzar la expedición hacia la zona pantanosa de Bahía de Cochinos próxima a Playa Girón, abandonando el plan inicial de iniciar los combates por el puerto de Casilda, ya estaba elaborado. El 15 de marzo, el Asistente especial del Presidente para asuntos de seguridad nacional, McGeorge Bundy le informa a Kennedy que ya estaba elaborado el nuevo plan de operaciones contra Cuba que le sería presentado por la CIA; un plan reformado para hacerle, según sus palabras, “tranquilo y espectacular y plausible”. Coincidía Bundy con lo recomendado por el Coronel Hawkins, a quien denomina “el cerebro militar de Bissell”, que, aunque siendo una empresa “ruidosa”, se debía ejecutar la eliminación de la Fuerza Aérea de Castro con pilotos cubanos a bordo de aviones B-26 con los distintivos de las Fuerzas Aéreas Cubanas y la ejecución de seis a ocho incursiones simultáneas de B-26. Aunque era una empresa ruidosa Bundy adelanta su propia opinión diciéndole a Kennedy que ese ataque aéreo tarde o temprano tendría que producirse y que cuanto más se demore, más difícil se haría por cuanto Castro estaba “haciendo esfuerzos drásticos para fortalecer (su fuerza aérea) con aviones rusos y pilotos entrenados en Rusia”. Bundy se expresaba con optimismo; se golpearía las fuerzas de aire castristas en solo un día con aviones precedentes de Puerto Cabezas en Nicaragua sin que, al menos por un tiempo, no se conociera de dónde provenía el raid y sin que nadie pudiera probar que no se trataba de una rebelión interna de la Fuerza Aérea Cubana que en el pasado había sido de “una muy dudosa lealtad” y expresaría diciendo: “Luego la invasión podría venir como una empresa independiente, y ni el ataque aéreo ni el tranquilo desembarque de los patriotas, en sí mismo, le daría a Castro nada que llevar a las Naciones Unidas”. Y concluye Bundy diciendo: “He sido un escéptico sobre la operación de Bissell, pero ahora creo que estamos al borde de una buena respuesta. También creo que Bissell y Hawkins han realizado un trabajo honorable de satisfacer las adecuadas críticas y las advertencias del Departamento de Estado[1].

Se estaba desechando un plan que había tomado prácticamente todo un año para elaborar, en tan solo unos días, un nuevo plan de operaciones que fuera más tranquilo “menos que una Segunda Guerra Mundial”; pero el tiempo apremiaba y la CIA daba fechas límites para hacer viable la operación. Sin lugar a dudas la precipitación influiría en los resultados del nuevo Plan de operaciones.

En la tarde de ese mismo día 15 de marzo, los oficiales CIA, Allen Dulles y Bissell se presentaron en la Casa Blanca para dar a conocer el plan reformado al que se refiriera Bundy. Allí se reunieron con el presidente Kennedy junto con el vicepresidente Johnson, McNamara, Rusk, Thomas Mann, McGeorge Bundy, William Bundy, Adolf A. Berle y los generales Lyman Lemnitzer y Gray. Se le presentaría el plan Zapata a Kennedy y luego se abriría una discusión en torno al mismo. Kennedy plantearía sus dudas y sus objeciones; no le agradaba para nada que el desembarque se realizara al romper el día, y si se quería presentar la operación como si fuera de los guerrilleros lo mejor que debería hacerse era que las naves de Estados Unidos permanecieran, ya al amanecer, distantes de la zona de operaciones. Luego indicó que todo el plan fuera revisado y se celebrara otra reunión a la mañana siguiente.

Cumpliendo esta orden, los oficiales de la Agencia se presentaron a la mañana siguiente ante el Presidente para darle a conocer los conceptos que fueron revisados para la operación de invasión a Cuba, indicando donde se procedería a hacer saltos en paracaídas en las primeras horas del día D y la prevención de que las naves de Estados Unidos estuvieran alejadas de las costas cubanas. Kennedy decidió continuar con los planes de Zapata, pero se reservó el derecho de cancelar el operativo hasta con 24 horas de anticipación al día D. Evidentemente, Kennedy dudaba y pregunta al Almirante Arleigh Burke cuál era, según su criterio, las posibilidades de éxito de la operación, a lo que este le aseguró que había una cifra probable de alrededor del 50 por ciento.

Sobre estos aspectos, el Coronel Hawkins diría tiempos más tarde:

Pensamos en otro plan para Trinidad con tropas de desembarco que irían directamente a las montañas... pero no había ningún campo de aviación. Finalmente, a través de fotografías, encontramos lo que pensábamos era un campo útil ─ esto fue en el área de Zapata ─ y esto es lo que nos llevó a esa área. El plan rápidamente se armó. Comenzamos alrededor del 15 de marzo ─ después de la reunión del 11 de marzo. Un error de interpretación de la fotografía había ocurrido. Creímos que había una pista usable de 4 500 pies al norte de Zapata (presumiblemente Soplillar). Uno de los inconvenientes era la bahía de 18 millas, lo que quiere decir que tendríamos problemas llevando a la gente en horas del día. Encontramos un campo de 4 100 pies en Playa Girón. Nunca habríamos adoptado el Plan Zapata si hubiéramos sabido que él (Castro) había coordinado fuerzas que cerraría y lucharían como lo hicieron. El requerimiento del campo de aterrizaje fue lo que nos condujo a Zapata[2].

Las condiciones del terreno de operaciones, una estrecha faja de tierra que podía ser cercada e impedir el avance de los expedicionarios, en caso de apuro, hacia las montañas del Escambray (distantes a más de 50 millas), colocaban a los expedicionarios en condiciones precarias y mucho más si se considera que carecerían de apoyo aéreo y de fuerzas de tierra del ejército de Estados Unidos. El mismo Castro ofreció una breve descripción de la zona de Playa Girón en el discurso que pronunciara el 17 de abril de 1962: “…una vía estrecha de varios kilómetros, a cuyos lados existen intransitables pantanos y cenagales; caminos que desde el punto de vista militar resultan muy fáciles de defender y muy difíciles de tomar (…) Y las fuerzas que lanzaron eran más que suficientes para defender esos caminos, sobraban para defender esos caminos, porque son tan estrechos que resulta virtualmente imposible desplegar en su defensa fuerzas mayores”.   

Barnes señala que la “junta de jefes de Estado Mayor, aunque eran tibios en su apoyo (al plan Zapata) en presencia de Kennedy, en privado desdeñaban el plan de la agencia considerándolo ‘débil’ y ‘poco riguroso’. El ministro de defensa, Robert McNamara, y el asesor de seguridad nacional, McGeorge Bundy ─ ninguno de los cuales tenía un alto nivel militar o un trasfondo en la inteligencia ─ respaldaron la idea[3]. La participación aérea sería aportada por solo 8 aviones de los 16 que previamente se habían considerado. A pesar de sus dudas, Kennedy llegó a considerar exitoso el nuevo plan desoyendo los consejos de valiosos asesores que le advertían en contrario. Al respecto dice Barnes: “Dean Acheson[4], el anterior secretario de Estado, objetó basado en motivos prácticos, notando que no había que ‘llamar a Price-Waterhouse” (empresa de contabilidad) para ver que mil quinientos cubanos era improbable que derrotasen a los veinticinco mil hombres del ejército que Castro estaba entrenando. Tampoco JFK consultó a dos miembros de su gabinete que tenían una relevante experiencia: el ministro de agricultura, Orville Freeman, veterano de los marines en los aterrizajes en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial, y al ministro de trabajo, Arthur Goldberg, ex oficial de inteligencia del gobierno”. Idéntica opinión sustentaba el Coronel Hawkins sobre los conocimientos militares que poseían Dean Rusk y McNamara tal y como se desprende de lo que expresara a Peter Kornbluh:


Yo fui dos o tres veces con (el Director de la CIA) Allen Dulles a reuniones en la Oficina Oval en la Casa Blanca con el Presidente Kennedy y miembros de su gabinete.  El Sr. Rusk habló más que cualquier otro miembro del gabinete y se oponía rotundamente a esta operación y al uso de cualquier nave aérea.

No creo que nadie le explicara que usted no puede llevar un escuálido transporte de tropa hacia una playa hostil y arrojar ancla y comenzar a descargar las tropas con luchadores hostiles y bombarderos por encima. No se puede hacer. Nadie en los altos niveles de la administración parecía conocer eso y nadie se lo hizo claro al Presidente Kennedy lo que yo sé.[5]

Si consultamos la biografía de Dean Rusk tendríamos que afirmar que no era precisamente un neófito en asuntos militares. Durante la Segunda Guerra Mundial se había alistado en la infantería como Capitán, inicialmente en la Rama de Inteligencia Militar del Departamento de Defensa, alcanzando posteriormente el grado de comandante de infantería; trabajó para los servicios de inteligencia en Birmania, China y en la India como oficial del estado mayor y al final de la guerra ostentó el grado de coronel con la Legión al Mérito. Por otra parte, Rusk no era un liberal en el sentido que se da en Estados Unidos a esta palabra. Sus posiciones políticas le definirían más como uno de los halcones dentro del gabinete de Kennedy. Teniendo esto en cuenta, Kennedy prefería dar mayor importancia a otros miembros de su gabinete que al mismo Rusk; realmente, tal como este lo revelara años más tarde en su libro autobiográfico As I Saw It, no mantenía buenas relaciones con el Presidente, situación muy diferente con la que mantuvo con el Presidente Johnson quien lo alabara diciendo de él: “…tiene valor. Un cracker de Georgia. Cuando vas con los marines, él es el tipo que quisieras a tu lado”.

En cuanto a Robert McNamara, en 1943 formó parte de la fuerza aérea de los Estados Unidos (USAAF) con el grado de capitán.

Aunque aceptando con ciertas dudas el plan de invasión, Kennedy continuaba posponiendo la fecha de inicio y discutiendo todavía sus detalles ya que dos de sus más estrechos asesores, Arthur M. Schlesinger, a quien el novelista cubano partidario del castrismo, Lisandro Otero denominara el Maquiavelo de Kennedy, y su secretario de Estado Dean Rusk, se oponían al proyecto. Ciertamente, el 11 de febrero, Schlesinger le había escrito a Kennedy el siguiente memorando donde expresaba su oposición a un ataque armado en Cuba, una carta que contra el argumento de guerra anteponía la concepción política:

Como conoces, hay una gran presión dentro del gobierno a favor de una decisión drástica en relación con Cuba. Hay, me parece, un argumento plausible para esta decisión si uno excluye, excepto a la misma Cuba y solo se ve al ritmo de la consolidación militar de Cuba y a la ascendente impaciencia del exilio armado.
Sin embargo, tan pronto como uno comienza a ampliar el enfoque más allá que Cuba para incluir el hemisferio y al resto del mundo, los argumentos contra esta decisión comienzan a ganar fuerza.
No importa cuán bien disfrazada sea cualquier acción, ella será atribuida a los Estados Unidos. El resultado sería una ola de protestas masivas, de agitación y sabotajes a lo largo de América Latina, Europa, Asia y África (para no hablar de Canadá y de ciertos sectores en los Estados Unidos). Lo peor de todo, esto sería tu primera dramática iniciativa en política exterior. De un solo golpe se disolvería toda la extraordinaria buena voluntad que ha ido creciendo en todo el mundo hacia la nueva administración. Se fijaría en la mente de millones una imagen malévola de la nueva administración.
Puede ser posible que se equilibre esta drástica decisión. Si es así, todo cuidado debe ser tomado para protegernos contra las inevitables consecuencias políticas y diplomáticas.

1 ¿No sería posible inducir a Castro a tomar la primera acción ofensiva? Y él ha lanzado ya expediciones contra Panamá y contra la República Dominicana (…) Si solo se pudiera inducir a Castro a cometer un acto ofensivo, entonces se le nublaría la cuestión moral y la campaña anti Estados Unidos quedaría maniatada desde el inicio
2 ¿No debieras considerar en algún punto dirigir un discurso a todo el hemisferio para dejar establecido con elocuentes términos tu propia concepción del progreso interamericano hacia la libertad individual y la justicia social? Un discurso como ese identificaría nuestra política latinoamericana con las aspiraciones del pueblo sencillo del hemisferio. Como parte de ese discurso, podrías destacar las amenazas que se levantan por los estados dictatoriales en contra del sistema interamericano, y especialmente de aquellos estados dictatoriales que están bajo el control de gobiernos e ideologías no hemisféricos. Si esto se hace adecuadamente las acciones contra Castro pudieran ser vistas a favor de los intereses del hemisferio y no solo de las corporaciones norteamericanas.
3 ¿No podríamos derrocar a Castro y a Trujillo al mismo tiempo? Si la caída del régimen de Castro fuera acompañada o precedida por la caída del régimen de Trujillo, se mostraría que la principal preocupación que tenemos es la libertad humana y no solo la oposición a los dictadores de izquierda.

Si finalmente se prueba necesaria la decisión drástica, espero que pasos de este tipo puedan hacer algo para mitigar los efectos. Y si tomamos la decisión drástica, debe dejarse claro que tenerlo que hacer así, no a la ligera, sino solo después de haber agotado cada alternativa concebible.
Arthur Schlesinger, Jr.[6]

Estas largas dadas a la ejecución del plan, colmaban la paciencia de Richard Bissell quien le reclama al presidente diciendo: “No puede dejar para mañana este asunto. Puede cancelarlo, en cuyo caso se plantea otro problema. ¿Qué hacemos con los mil quinientos hombres? ¿Los soltamos en Central Park a que se desmadren, o qué?”  

Ciertamente Kennedy tenía una papa caliente en sus manos. Había iniciado su mandato con un plan de operaciones paramilitares, ya en fase de conclusión, elaborado durante la anterior administración y ─ como apunta Pfeiffer[7] ─, recibido en herencia “un contingente paramilitar en formación con aviones (bombardero/soporte de tierra y transporte) y una brigada de infantería que tenía probablemente la mayor concentración de poder de fuego en la cuenca del Caribe, sino en toda la América Latina”. Toda la operación estaba bajo la lupa inquisitiva de los medios. No era posible guardar el secreto de que algo se estaba preparando en Estados Unidos contra Castro; “el plan del gobierno, como diría Pfeiffer, de mantener la “plausible deniability” sobre su participación anticastrista tenía la invulnerabilidad de la ropa nueva del emperador”. ¿Qué hacer? Su Secretario de Estado está en contra del proyecto e igualmente su principal consejero, Schlesinger lo rechaza y él mismo tiene sus dudas. El tiempo estaba conspirando… la pregunta sería: ¿Contra quién? ¿Contra el éxito de la operación ya acordada o contra el mismo presidente?

Hay que hacer notar que el Estado Mayor Conjunto (EMC) no estuvo de acuerdo con el traslado de las operaciones de Trinidad hacia Zapata, no obstante, dio su máximo apoyo al Plan Zapata. Respondiendo a un cuestionamiento realizado por el Grupo de Estudios Cubanos en relación con la responsabilidad del EMC de ofrecer voluntariamente asesoramiento al Presidente y que al no producirse este, el presidente tendría el derecho a pensar que todo estaba bien, el General White respondería: “Sí, salvo que ocurrieron una serie de cosas que yo desconocía. Yo desconocía la cancelación de los bombardeos del Día-D”. Agregaría que a pesar de que el EMC pasó menos tiempo estudiando el plan Zapata que el que había dedicado al estudio del plan Trinidad, la cuestión básica era que se trataba de un cambio de ubicación, más que algún cambio significativo en el plan.



[1] Foreign Relations of the United States (FRUS X, 64) Memorandum from the President's Special Assistant for National Security Affairs (Bundy) to President Kennedy. Kennedy Library, National Security Files, Countries Series, Cuba, General, 1/61-4/61
[2] Citado por Jack B. Pfeiffer. The Taylor Committee Investigation of the Bay of Pigs. 9 de noviembre de 1984 
[3] John A. Barnes. Op. Cit.
[4] Dean Acheson había sido Secretario de Estado durante el gobierno de Harry S. Truman de 1949 a 1953. Aunque ignorado por el gobierno de Eisenhower, Acheson influyó en gran manera sobre las políticas de respuesta flexible de Kennedy
[5] Peter Kornbluh. Op. Cit.
[6] Foreign Relations of the United States (FRUS X, 43) Memorandum from the President's Special Assistant (Schlesinger) to President Kennedy. Kennedy Library, Papers of Arthur Schlesinger, Cuba 1961, Box 31.
[7] Jack B. Pfeiffer. The Taylor Committee Investigation of the Bay of Pigs. 9 de noviembre de 1984  

martes, 13 de septiembre de 2016

Del libro en preparación “Amigos, Aliados y Enemigos. Bahía de Cochinos, una enseñanza V

Mario J. Viera


Capítulo LV

Bahía de Cochinos, una enseñanza

(Quinta Parte)


2. La guerrita perdida de JFK

El 22 de enero se produce un primer acercamiento de la administración de Kennedy con el tema de Cuba y sobre los planes que se estaban elaborando para derrocar a Castro. En esa reunión, el Secretario de Estado, Dean Rusk; de Defensa, Robert S. McNamara y el Fiscal General, Robert F. Kennedy interpelarían a los funcionarios que más directamente estaban implicados en los proyectos de acciones encubiertas contra Cuba para una apreciación de primera mano, tanto en lo referente al campo diplomático como al militar. En respuesta a Dean Rusk sobre la situación militar en Cuba, el Presidente del Estado Mayor Conjunto, General Lemnitzer, la resumiría diciendo que Cuba era un campamento militar; en tanto el Director de la Agencia Central de Inteligencia, Allen Dulles haría un resumen de todas las tareas impulsadas por la CIA desde el 17 de marzo de 1960, explicando que en las operaciones paramilitares se habían previsto tres líneas principales, es decir, un frente político, uno psicológico y un tercero, el entrenamiento militar de una selección de cubanos exiliados. Explicaría que el frente político era llevado a cabo por el FRD para unir a muchos de los diferentes grupos anticastristas de exiliados en una sola organización, la que consideró como representativa de todo el espectro político existente dentro de Cuba, “cubren toda una gama que va desde un poco a la derecha a un poco a la centro-izquierda” y recalcó que entre los miembros del FRD no había ni batistianos ni comunistas y que su programa político, en esencia, era restaurar la Constitución de 1940 y el hacer las reformas que originalmente Castro había prometido hacer y luego desechadas por él.

Dulles describió las actividades de entrenamiento paramilitar en Retalhuleu, Guatemala, bajo la cobertura del FRD, y dijo: “ahora tenemos unos quinientos a seiscientos cubanos de infantería altamente entrenados. Éstos habían sido entrenados por tres equipos de Fuerzas Especiales de Fort Bragg y son considerados como los hombres mejor entrenados de América Latina”. Rusk le preguntó entonces, si se tenía la capacidad para mantener un movimiento de resistencia dentro de Cuba sin el empleo de fuerzas de Estados Unidos. Dulles le respondería diciendo que dependería de cuantos se incorporaran al lado de la disidencia y explicó que “nuestra actual fuerza cubana en entrenamiento llegaría de 700 a 800 hombres” y se refirió a la dificultad de mantener a aquellos hombres en Guatemala dada la existencia de diferentes problemas, principalmente políticos, que se estaban presentado en aquel país.[1]

Durante su campaña electoral Kennedy había criticado fuertemente a la administración Eisenhower, acusándole de negligencia al permitir que un régimen hostil a los Estados Unidos se hubiera instalado a solo 90 millas de sus costas; sin embargo, pese a la denuncia del candidato demócrata, a lo largo de aquellos días de campañas políticas, los planes contra Castro seguían su curso impulsados dentro de la administración Eisenhower. Ya, luego de la victoria presidencial de Kennedy, Richard Bissell subdirector de planes especiales de la CIA, asistido por Jacob Esterline, director ejecutivo de la operación, y del coronel Jack Hawkins como asesor militar, tenía elaborado el primer plan de operaciones de acciones encubiertas que sería conocido como el Plan Trinidad; así el 11 de marzo de 1961 la CIA expondría detalladamente a Kennedy, ya en la presidencia, el plan de acciones paramilitares contra Cuba que inicialmente se había proyectado.

Según John A. Barnes, “una vez en el cargo, Kennedy se encontró obligado a adoptar una línea dura con Cuba. Eso le situó en una inmediata desventaja para evaluar los pros y los contras del plan que la CIA había comenzado a desarrollar bajo Dwight Eisenhower para invadir la isla con una fuerza de mil quinientos exiliados cubanos” y agrega este autor: “Kennedy quería que el plan tuviera éxito, pero ─ resalta Barnes ─ como antiguo oficial de la marina, sabía que muchas cosas podían ir mal en los asuntos militares”. Dudaba en llevar adelante la operación, pero temía que los republicanos le acusaran de entreguismo si la cancelaba; y señala Barnes: “Situado entre la espada y la pared, Kennedy permitió que el plan avanzase a duras penas hasta su trágico y sangriento desenlace[2].

El Plan Trinidad contemplaba el desembarco de una fuerza expedicionaria de exiliados cubanos por el puerto de Casilda, en la costa sur de la provincia de Las Villa y a solo 4 km de la ciudad de Trinidad antesala de los montes del Escambray, con apoyo aéreo simultáneo; la fuerza expedicionaria debería establecer una cabeza de playa donde se pudiera instalar un gobierno cubano provisional que estaría presidido por José Miró Cardona, quien había sido Primer Ministro del gobierno provisional revolucionario de Manuel Urrutia, y, una vez ya en suelo cubano, recibiría el reconocimiento de Estados Unidos. De fallar la expedición, el grueso de la tropa se dirigiría a la serranía del Escambray contando, además, con el apoyo de las guerrillas anticastristas. En un informe detallado emitido el 3 de febrero de 1961 el Estado Mayor Conjunto describió la zona de la siguiente manera: El área de la cabeza de playa que se pretendía crear quedaba cerca de la ciudad de Trinidad, con una pequeña pista de aterrizaje, una red de caminos y un río. El área entre el macizo de colinas y el océano es generalmente plana, con zonas de bosque y de cultivos. Dos buenas carreteras entran en el área desde el este y el oeste con una línea férrea que entra desde el nordeste. Hay tres pequeñas playas en la zona de desembarque, dos en la boca del río y una en el lado occidental de la bahía formada por los ríos. Las rutas de acceso son limitadas y pueden ser rápidamente aisladas cortando los puentes de la carretera y del ferrocarril sobre el río que transcurre fuera del área de la cabeza de playa[3].

Ya Castro había denunciado en reiteradas ocasiones que Estados Unidos se preparaba para lanzar un ataque de agresión contra Cuba y ya los rumores iban en crescendo. La opinión internacional preocupaba a Kennedy, quería, como dice Barnes, reducir el “nivel de ruido” internacional y ocultar “la huella” de Estados Unidos en la operación; en fin de cuenta toda la operación era un legado de la anterior administración y si algo fallaba, su gobierno cargaría con todas las consecuencias del desastre. De acuerdo con Diego Trinidad, el Plan Trinidad se le había presentado “oficialmente a Kennedy en Palm Beach a fines de noviembre de 1960, a los pocos días de su victoria presidencial. Se encargaron de ello Dulles y Bissell, quien era buen amigo de Kennedy y se mencionaba como el sucesor de Dulles cuando este se retirara. Kennedy escuchó en silencio, y los planes prosiguieron con su aparente apoyo”, y agrega Trinidad: “Kennedy fue informado sobre la versión final del Plan Trinidad el sábado 28 de enero. En esa reunión en la Casa Blanca estaban presentes el vicepresidente Lyndon Johnson, el secretario de Defensa Robert McNamara, el secretario de Estado Dean Rusk, el jefe del Estado Mayor Conjunto, general Lyman Lemnitzer, el asesor de Seguridad Nacional McGeorge Bundy y varios otros subsecretarios y asesores. El director de la CIA Allen Dulles, asistido por Tracy Barnes, hizo la presentación usando notas preparadas por Richard Bissell[4].

En esta reunión[5], Kennedy quiso conocer cómo pensaba el Estado Mayor Conjunto (EMC) sobre las posibilidades de éxito de un desembarco en Cuba por las fuerzas que se entrenaban en Guatemala. Se requería que el EMC hiciera un estudio y evaluación del plan de la CIA y diera su opinión al respecto. El general Lyman Lemnitzer presidente del EMC adelantó su opinión personal señalando que en vista del poder que entonces tenían las fuerzas de Castro, los cubanos anticastristas tendrían muy pocas oportunidades de éxito. En contraposición a esta opinión, Dulles ofreció una apreciación muy optimista de la capacidad de la fuerza para desembarcar y sostener una cabeza de playa. A esto replicó Lemnitzer alegando que independiente de que la fuerza invasora pudiera ser capaz de ocupar una pequeña cabeza de playa, tras un relativo corto tiempo, Castro sería capaz de montar unas fuerzas pesadas contra ellos. El problema entonces sería uno, de quién vendría su ayuda.

Por último, en esta reunión del 28 de enero, se acordó que los Estados Unidos debían hacer enteramente claro que su posición en relación con el gobierno cubano estaba, en verdad, gobernada por su firme oposición a la penetración comunista en las repúblicas americanas y no porque abrigara alguna hostilidad en contra de la revolución social democrática y de las reformas económicas. Kennedy expresó entonces su intención de tratar ese tema en el informe del Estado de la Unión.

El 3 de febrero el Estado Mayor Conjunto en un Memorando dirigido al Secretario de Defensa Robert McNamara[6], daba sus conclusiones y recomendaciones con respecto al Plan Trinidad elaborado por la CIA. El EMC consideraba que el área seleccionada (Casilda/Trinidad) para establecer la cabeza de playa era la mejor zona en Cuba para la realización de la misión planteada por los expertos de la Task Force. Recomendaba el EMC que se revisaran algunos aspectos secundarios del plan general de la operación anfibia. El factor sorpresa se consideraba relevante; “Si se logra la sorpresa ─ exponía ─ y las estimaciones sobre las capacidades de la defensa aérea de Casto son correctas, el plan de operaciones aéreas está dentro de la capacidad de las unidades aéreas y debe ser exitoso”. Sugirieron que los grupos guerrilleros actuantes en la zona dieran apoyo a la operación desde fuera del área de la cabeza de playa en lugar de su combinación con la fuerza de invasión como estaba planeado. Muy importante, el Estado Mayor Conjunto consideraba que la “operación, tal como (estaba) prevista no requeriría necesariamente de una abierta intervención de EE. UU. (…) En Resumen ─ concluían las recomendaciones del EMC ─, la evaluación del actual plan resulta en una valoración favorable de la probabilidad de alcanzar el éxito militar inicial, hechas las modificaciones planteadas en las conclusiones específicas descritas anteriormente”. Sin embargo, el EMC hacía una importante aclaración: “Es evidente que el éxito final dependerá de factores políticos; es decir, de un gran levantamiento popular o de fuerzas de seguimiento sustanciales”. Este era el punto sine qua non para el éxito de toda la operación; una falsa apreciación sobre el apoyo popular en un levantamiento general contra Castro, algo incierto en la zona Trinidad/Casilda y que no se podía esperar ni hipotéticamente en la zona elegida para el Plan Zapata que se extendía desde Playa Larga hasta playa Girón; es lo que a sí mismo se había dicho Jack Esterline cuando tuvo conocimiento del nuevo emplazamiento para la operación en la zona de Zapata “no es fácil para nadie entrar allí, pero cómo vamos a conseguir más reclutas y cómo vamos a ampliar este frente, porque allí no hay nadie  excepto caimanes y patos[7].
El 17 de febrero en un documento elaborado dentro de la CIA[8] se informaba que en poco tiempo quedaría formado un Gobierno cubano en el exilio integrado por “los elementos más reconocidos de la oposición” y se decía que ese gobierno tendría “una orientación política de centro izquierda que (debería) merecer el apoyo de los liberales tanto dentro de Cuba como de todo el hemisferio”. En este documento se exponía que Cuba no era el principal problema al cual tenía Estados Unidos que suprimir; “Cuba, por supuesto ─ se decía ─, nunca presentará una directa amenaza militar para los Estados Unidos y sería poco probable que Cuba intentaría una abierta invasión a cualquier otro país latinoamericano dado que EE.UU. podría y ciertamente entraría en el conflicto a favor del país invadido”, la cuestión principal era que “Cuba ofrecería una efectiva y sólidamente defendida base para las operaciones soviéticas y la expansión de su influencia en el Hemisferio Occidental”. ¿Cuál era el peligro? El peligro residía en el apoyo que Cuba podría proveer en armas y dinero “a los líderes y grupos disidentes en toda la América Latina con el objeto de crear inestabilidad política, fomentar el comunismo, debilitar el prestigio de EE.UU., y alentar el inevitable apoyo popular que la continuidad de Castro en el poder engendrará”. Citando lo afirmado en un Estimado Nacional, el documento de la CIA dice: “Para las potencias comunistas, Cuba representa una oportunidad de incalculable valor. Más importante aún, la llegada de Castro ha proporcionado a los comunistas una base amistosa para la propaganda y la agitación en el resto de América Latina con el ejemplo altamente explotable de un logro revolucionario y de un exitoso desafío a los Estados Unidos”.

El primero de marzo la CIA reestructuraba el Frente Revolucionario Democrático que encabezaba Manuel Antonio de Varona para dar inicio a un nuevo ente político, el Consejo Revolucionario Cubano que ahora estaría encabezado por el Dr. José Miró Cardona y formando parte de su directiva se encontraban Antonio de Varona, Justo Carrillo, Carlos Hevia, Manuel Ray, y Manuel Artime todos antiguos dirigentes del desaparecido Frente Revolucionario Democrático. La CIA propondría entonces que Miró Cardona fuera el designado presidente del gobierno provisional en el exilio. La razón para la creación de la nueva entidad política la explicaría Jake Esterline el 22 de mayo de 1961; de acuerdo con él, el FRD había decidió establecerse como un club exclusivo a favor de los intereses personales de sus dirigentes. “Después que el Frente se había convertido esencialmente en un club exclusivo, formamos una nueva organización en la que podría participar el Frente. Así se originó el Consejo revolucionario encabezado por el Dr. Miró Cardona. Antes de que se decidiera que él ocupara la dirección del Consejo se realizó alguna consideración cuidadosa por el Departamento de Estado y por nosotros mismos

Jack B. Pfeiffer[9] se refiere a la reunión del 11 de marzo de 1961, donde la Agencia presentó ante el Presidente, el Secretario de Estado, altos funcionarios del Departamento de Defensa y otros, el plan que había elaborado para la invasión en Cuba; anotando que, ante las objeciones planteadas por el Departamento de Estado y en la dirección del Presidente, a la Agencia se le ordenó buscar otros sitios y planes alternativos para la operación inicialmente prevista por Trinidad. El resultado fue la presentación y aprobación del Plan Zapata en el período del 16-17 de marzo de 1961 trasladando el sitio de la invasión desde Trinidad hacia la bahía de Cochinos. En este informe del 11 de marzo, la CIA advertiría sobre la fecha apropiada para iniciar la invasión a Cuba informando que un equipo del Estado Mayor Conjunto[10]recientemente había inspeccionado el batallón y la fuerza aérea en sus bases. Los resultados de la inspección les condujo a la conclusión de que estas fuerzas podrían estar lista para el combate para el 1 de abril. Algunas de las deficiencias que fueron señaladas están en proceso de corrección ─ agregaba ─, parte con entrenamiento adicional y parte con el reclutamiento de una compañía adicional…” Y advertía: “Será imposible mantener todas estas fuerzas juntas más allá de principios de abril. Ellos son en gran parte voluntarios, algunos de los cuales han estado entrenando duro, acuartelados en instalaciones austeras, durante seis meses. Su motivación para la acción es alta, pero su moral no puede mantenerse si su compromiso para la acción se retrasa mucho. El inicio de la temporada de lluvia de Guatemala en abril acentuaría mucho más este problema y el gobierno guatemalteco no está en disposición, en cualquier instante, a retenerles en el país más allá de principios de abril. La estación lluviosa de Cuba también hará más difícil su desembarque en la isla”.

Según Carbonell, Kennedy rechazaría el Plan Trinidad “por considerarlo demasiado ruidoso y obvio en cuanto a la participación de E.U., y pidió que le sometieran en unos pocos días otro plan más discreto. Cabe señalar que el objetivo de la ‘negación plausible’ o ‘no atribución’ de ayuda norteamericana era imposible de alcanzar dada la magnitud de la empresa y la publicidad que ya habían recibido los campamentos en Guatemala. De modo que, por mantener políticamente una ficción, se le fue restando efectividad militar a la operación[11]. No obstante, los preparativos para lanzar la operación, a contrapelo de las precauciones de Kennedy, ya eran de conocimiento de la inteligencia cubana, alertada por informantes de Guatemala que le habían proporcionado los indicios de que algo se estaba preparando. Tan temprano como el 7 de octubre de 1960, Raúl Roa, ministro de relaciones exteriores de Cuba ya había denunciado ante la ONU que “desde fines de agosto y principios de septiembre se ha venido concentrando tropas y barcazas del ejército de Guatemala en la costa Atlántica del país. En la finca Helvetia, ubicada en el municipio de El Palmar, colindante con los departamentos de Retalhuleu y Quetzaltenango, zona occidental del país, adquirida recientemente por Roberto Alejos, hermano del embajador de Guatemala en Estados Unidos, Carlos Alejos y miembros de la familia de premunidos de la corte palaciega, están recibiendo entrenamiento especial numerosos exiliados y aventureros, bajo el mando de militares norteamericanos. El número total de extranjeros asciende a 185, de los cuales 45 son norteamericanos. En la citada finca se ha construido una pista de aterrizaje de concreto, con hangares subterráneos y se está construyendo una carretera hacia la costa del Pacífico. Se han instalado aparatos de detección. Las vías de acceso a la finca Helvetia están controladas por soldados del ejército guatemalteco. A los elementos extranjeros no se les permite relacionarse con la población local…” Toda la preparación del programa de entrenamiento y la localización de la base de entrenamiento era conocido por la inteligencia cubana en prácticamente todos sus detalles.



[1] Foreign Relations of the United States (FRUS X, 24) Meeting on Cuba. January 22, 1961. Una nota curiosa debe agregarse a lo tratado en esta reunión y es la propuesta de Dean Rusk de que en los planes que ya estaban elaborados se contemplara la ocupación inicial de Isla de Pinos para establecer el gobierno provisional que debería ser reconocido por Estados Unidos y en una segunda fase entrar en suelo de Cuba.
[2] John A. Barnes. John F. Kennedy su liderazgo: Las lecciones y el legado de un presidente. Grupo Nelson. Nashville, Tennessee, 2009
[3] Foreign Relations of the United States (FRUS X, 35) Memorandum from the Joint Chiefs of Staff to Secretary of Defense McNamara. Military Evaluation of the Central Intelligence Agency Para-Military Plan, Cuba. Kennedy Library, National Security Files, Countries Series, Cuba, Subjects, Taylor Report.  
[4] Diego Trinidad. Bahía de Cochinos sin mitos ni leyendas. Diario de Cuba, 17 de abril de 2013
[5] Foreign Relations of the United States (FRUS X, 30) Memorandum of Discussion. Kennedy Library, National Security Files, Countries Series, Cuba, General, 1/61-4/61.
[6] Foreign Relations of the United States (FRUS X, 35) Memorandum from the Joint Chiefs of Staff to Secretary of Defense McNamara. Military Evaluation of the Central Intelligence Agency Para-Military Plan, Cuba. Kennedy Library, National Security Files, Countries Series, Cuba, Subjects, Taylor Report.  
[7] Peter Kornbluh. Op. Cit.
[8] Foreign Relations of the United States (FRUS X, 46) Paper Prepared in the Central Intelligence Agency. Kennedy Library, National Security Files, Countries Series, Cuba, General, 1/61-4/61.
[9] Jack B. Pfeiffer. The Taylor Committee Investigation of the Bay of Pigs. Pag. 40. 9 de noviembre de 1984 
[10] Foreign Relations of the United States (FRUS X, 58) Proposed Operation Against Cuba. Kennedy Library, National Security Files, Country Series, Cuba, Subjects, Intelligence Material, 1961.
[11] Néstor Carbonell Cortina. Lo Que No Dijo el Informe del Inspector de la CIA